Se levanta la veda
Las sesiones de inauguraci¨®n de la 59? Asamblea General de Naciones Unidas han transcurrido debidamente, y muchos primeros ministros y presidentes (incluido Bush) han exhortado a su p¨²blico, y despu¨¦s se han ido a casa a atender cuestiones que les parecen mucho m¨¢s importantes. Pero la publicidad dada a los discursos pronunciados en Nueva York hace varias semanas tambi¨¦n ha inaugurado la temporada de ese deporte que, a falta de una expresi¨®n mejor, podr¨ªamos llamar "despotrique contra la ONU". Este ataque procede en dosis iguales de la derecha pol¨ªtica y la izquierda pol¨ªtica, unidas s¨®lo en su aversi¨®n a la organizaci¨®n mundial y en su completa ignorancia de por qu¨¦ ¨¦sta es como es. Lo que mejor expresa las cr¨ªticas de la derecha es quiz¨¢ el en¨¦rgico art¨ªculo de un especialista en la Grecia cl¨¢sica, Victor David Hanson, en The Wall Street Journal el 23 de septiembre. El art¨ªculo ?La ONU? ?A qui¨¦n le importa?, arremet¨ªa contra la organizaci¨®n mundial por ser blanda contra el terrorismo mundial; por el trato exageradamente suave dado a los dictadores y a los abusos contra los derechos humanos (como ocurre ahora en Sud¨¢n); por su hipocres¨ªa al aprobar resoluciones contra "el diminuto y democr¨¢tico Israel a requerimiento de sus vecinos ¨¢rabes, m¨¢s grandes, m¨¢s populosos y dictatoriales" (y esto mientras Sharon est¨¢ nuevamente provocando convulsiones en la franja de Gaza); y la falta de l¨®gica de que Francia sea una potencia con derecho a veto en el Consejo de Seguridad, pero la India y Jap¨®n no.
Ni los cr¨ªticos de derechas ni los de izquierdas tienen idea de por qu¨¦ Naciones Unidas est¨¢ tan paralizada y por qu¨¦ act¨²a de la forma que lo hace
El primer veto del Consejo de Seguridad lo aplic¨® la URSS en 1946, contra las propuestas brit¨¢nica y francesa referentes a su retirada de tropas de L¨ªbano
Un d¨ªa despu¨¦s, el autopromocionado Matthias Rath se uni¨® a la refriega, aunque desde la perspectiva de la izquierda exc¨¦ntrica, con un enorme anuncio en The New York Times. En opini¨®n de Rath, Bush ha destruido a Naciones Unidas y ahora est¨¢ avalado por la aprobaci¨®n retrospectiva que dio el Consejo de Seguridad, el 8 de julio de 2004, a la ocupaci¨®n militar de Irak dirigida por EE UU. Adem¨¢s, la ONU no est¨¢ haciendo nada por evitar que los avariciosos intereses empresariales globales saqueen los recursos del mundo, y sometan a las antiguas colonias a una nueva forma de esclavitud. En consecuencia, la organizaci¨®n mundial deber¨ªa ser abolida, y sustituida por una Alianza de Naciones completamente igualitaria (un pa¨ªs, un voto), con poderes enormes pero armoniosamente acordados. Y Kofi Annan es el perrito faldero de Bush, y por consiguiente no se puede confiar en que vaya a actuar en nombre del mundo. Vaya, vaya.
El problema de todas estas sandeces es que ni los cr¨ªticos de derechas ni los de izquierdas tienen idea de por qu¨¦ Naciones Unidas est¨¢ tan paralizada y por qu¨¦ act¨²a de la forma que lo hace. Simplemente esperan demasiado de la organizaci¨®n mundial, y le exigen que aplique pol¨ªticas que se adapten a sus propias pasiones ideol¨®gicas. Rath, a pesar de todos sus palos de ciego, tiene raz¨®n al hablar de "un peque?o club de ¨¦lite" que controla buena parte de la agenda mundial, pero est¨¢ tan furioso por esta disposici¨®n asim¨¦trica que no dedica ning¨²n espacio a permitir que sus lectores de The New York Times entiendan las estructuras actuales. Por el contrario, quiere que todos aceptemos que la ONU deber¨ªa ser sustituida. Hanson simplemente piensa que ahora deber¨ªa ser olvidada, y que EE UU deber¨ªa apartarse de ella.
De las dos cr¨ªticas, la ofrecida por la derecha es la que merece mayor atenci¨®n. Rath es un diletante bien intencionado y dado al autobombo, y siempre tendremos quejas similares a las suyas sobre conspiraciones de las grandes empresas para gobernar el mundo, incluso despu¨¦s de que el equipo Bush-Cheney-Halliburton salga de escena. Pero el ataque de Hanson ser¨¢ percibido y repetido en los c¨ªrculos conservadores, reforzando sus actuales prejuicios contra la ONU, porque procede de un erudito conocido. Es importante, por tanto, responder a sus acusaciones con la misma contundencia con que ¨¦l las ha lanzado. Y la respuesta adecuada debe ser la siguiente: La ONU act¨²a hoy como lo hace porque nosotros -Estados Unidos- insistimos en que estuviera estructurada como lo est¨¢. Nosotros que la creamos, dif¨ªcilmente podemos volver 60 a?os despu¨¦s y quejarnos de c¨®mo funciona. Pero naturalmente lo hacemos, con frecuencia y en voz alta, debido a nuestra ignorancia colectiva.
El poder de veto
En aras de la brevedad, centr¨¦monos simplemente en las dos quejas principales contra el actual sistema de Naciones Unidas: el poder de veto de s¨®lo cinco de los 191 Estados miembros, y la verg¨¹enza de que pa¨ªses impresentables como Sud¨¢n o Libia participen en organismos como la Comisi¨®n sobre Derechos Humanos (o los presidan). Ambos aspectos parecen escandalosos y, de hecho, ambos lo son. Pero son el resultado de acuerdos en los que, en 1944-1945 y despu¨¦s, insisti¨® el Gobierno estadounidense. El derecho a vetar las resoluciones de Naciones Unidas consideradas perjudiciales para el inter¨¦s nacional fue una exigencia no negociable del Senado estadounidense, al igual que de Stalin; ninguno de ellos estaba dispuesto a tolerar restricciones a su libertad de acci¨®n. Para garantizar que ninguna de las superpotencias saliera disparada del redil, los brit¨¢nicos aceptaron (los franceses y los chinos desempe?aron un papel mucho menor en las negociaciones de 1945). Lo que sucedi¨® finalmente es que el primer veto del Consejo de Seguridad lo aplic¨® la URSS en 1946, contra las propuestas brit¨¢nica y francesa referentes a su retirada de tropas de L¨ªbano. Cuando el senador Arthur Vandenberg, antes aislacionista convencido pero para entonces miembro de una delegaci¨®n de Naciones Unidas, inform¨® al Senado estadounidense del veto emitido por el embajador sovi¨¦tico, Andr¨¦i Vishinski, sostuvo alegremente que "el sistema funciona". Lo que Mosc¨² pod¨ªa hacer, tambi¨¦n lo pod¨ªa hacer Washington. Al igual que Londres, Par¨ªs y Pek¨ªn. Todo iba bien en el mundo. Los grandes gorilas segu¨ªan manteniendo el control. Quienes todav¨ªa echan humo ante la amenaza de veto emitida por Chirac en el oto?o de 2002, deber¨ªan pensar largo y tendido sobre qu¨¦ es lo que nosotros hemos forjado.
Naturalmente, las resoluciones de la Asamblea General eran otra cosa, porque no ten¨ªan car¨¢cter vinculante. Simplemente se trataba de expresiones de preocupaci¨®n o de piadosos e hip¨®critas desprop¨®sitos. Como no ten¨ªa poder, a EE UU no le preocupaba el voto de la mayor¨ªa. La Asamblea General pod¨ªa aprobar resoluci¨®n tras resoluci¨®n sobre el conflicto ¨¢rabe-israel¨ª, pero no importaba. Siguiendo la misma l¨®gica, no nos preocup¨¢bamos mucho por la composici¨®n de los diversos organismos y comit¨¦s que emit¨ªan informes para la Asamblea General, o para el Consejo Econ¨®mico y Social. Si quer¨ªan rotar en la presidencia, perfecto. ?A qui¨¦n le importaba? En cualquier caso, era la ¨¦poca en que presidentes como Truman, Eisenhower y Kennedy pod¨ªan contar con el respaldo de la mayor¨ªa de los pa¨ªses del mundo no pertenecientes al bloque sovi¨¦tico. Pero, por desgracia, en estos ¨²ltimos tiempos EE UU ha desaprovechado esa ventaja. De acuerdo con las encuestas realizadas por el Pew Trust en 30 o m¨¢s pa¨ªses, la gran mayor¨ªa de su poblaci¨®n (y muchos de sus Gobiernos, aunque no todos) piensa que EE UU es un peligro para la paz mundial. Roosevelt se quedar¨ªa at¨®nito.
Por tanto, cuando leemos los airados ataques conservadores contra el hecho de que Libia presidiera el a?o pasado la Comisi¨®n sobre Derechos Humanos -o el hecho todav¨ªa m¨¢s grotesco de que este a?o corresponda a Sud¨¢n (por rotaci¨®n) participar en dicho organismo- deber¨ªamos reflexionar un poco m¨¢s profundamente que dichos cr¨ªticos respecto a las razones de que esto ocurra. Por supuesto, es obsceno que un Gobierno que est¨¢ cometiendo un genocidio en Darfur sea miembro de un importante organismo sobre derechos humanos, y si el grupo africano de la ONU hubiera tenido m¨¢s seso habr¨ªa pedido a Sud¨¢n que se retirara. Pero estas anomal¨ªas s¨®lo se han producido porque EE UU y la URSS estaban tan obsesionados por proteger sus privilegios en el Consejo de Seguridad que realmente no les importaba lo que sucediera en otras partes.
Esto nos lleva a una idea final. ?C¨®mo conseguiremos reformar este sistema anticuado? Est¨¢ claro que la Alianza de Naciones propuesta por Rath no ir¨ªa a ninguna parte, y a Hanson realmente le da igual. No podemos establecer una reforma de Naciones Unidas bas¨¢ndonos en el utopismo o en el puro negativismo. Pero hay ideas que conducir¨ªan a una descongelaci¨®n gradual pero continua de las estructuras de 1945, y las adaptar¨ªan m¨¢s al mundo actual. Algunas ideas son m¨¢s factibles que otras, pero todas avanzan en la direcci¨®n correcta. De hecho, es posible que en la pr¨®xima d¨¦cada se produzcan cambios significativos, especialmente la ampliaci¨®n del Consejo de Seguridad. Sin embargo, hasta que los cambios se produzcan, ?no podr¨ªan los ignorantes de derechas e izquierdas cesar en sus ataques contra una organizaci¨®n a la que las grandes potencias ataron deliberadamente de pies y manos, y centrar sus energ¨ªas en c¨®mo establecer mejoras realistas?
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