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Reportaje:

Retrato de un pa¨ªs dividido

As¨ª es EE UU, un pa¨ªs m¨¢s dividido que nunca ante las elecciones del 2 de noviembre, que decidir¨¢n si Bush se queda. As¨ª es su gente, desde un 'marine' hasta una entrenadora de 'sirenas' y el due?o de una armer¨ªa. Un fot¨®grafo ha recorrido 40 Estados en medio a?o para lograr este llamativo retrato.

Los terroristas del 11 de septiembre de 2001 escogieron las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono como blancos por su valor simb¨®lico. Podr¨ªan haber atacado la Casa Blanca o el Capitolio si el cuarto avi¨®n suicida no se hubiera estrellado en Somerset County (Pensilvania), a mitad de camino entre Nueva York y Washington. Ahora bien, lo que los hombres de Al Qaeda quiz¨¢ no sab¨ªan es que no existe mejor emblema del aut¨¦ntico Estados Unidos, ninguna imagen m¨¢s genuina de la Am¨¦rica profunda, que el lugar que golpearon por error en Pensilvania.

Lo que se ve cuando se toma la salida de Somerset en la autopista que recorre el Estado de este a oeste es un enorme aparcamiento salpicado de edificios prefabricados coronados por carteles alt¨ªsimos -alturas de cinco pisos- con los logotipos de restaurantes o cadenas de hoteles instant¨¢neamente reconocibles. La arquitectura y la disposici¨®n del complejo -si se puede llamar as¨ª- entra dentro de las limitaciones art¨ªsticas de un ni?o de tres a?os aficionado al Lego. Los nombres de los restaurantes son: McDonald's, Wendy's, Burger King, Taco Bell y Dunkin' Donuts. Los nombres de los hoteles: Ramada Inn, Dollar Inn, Holiday Inn, Economy Inn, Comfort Inn (inn significa posada).

Al otro lado de este bosque de cemento -un monumento al capitalismo monopol¨ªstico estadounidense en toda su cruda funcionalidad- est¨¢ la ciudad propiamente dicha. Calles rectas y limpias; tres o cuatro monumentos conmemorativos de guerras; una docena de iglesias, en su mayor¨ªa construidas hace poco; un edificio de juzgados de piedra blanca, y cada diez metros, en todas las aceras, una bandera estadounidense sobre un m¨¢stil del tama?o de un hombre. Uno de cada dos coches lleva una pegatina en forma de lazo, amarillo o con los colores rojo y azul de la bandera, y la leyenda "Apoya a nuestras tropas".

Estamos en Pensilvania, pero podr¨ªamos estar en Wisconsin, Ohio, Nebraska, Arizona, Florida?, en cualquier parte de la Am¨¦rica profunda. En cuanto se sale de las grandes ciudades, esto es lo que se ve, con una monoton¨ªa casi escalofriante.

He viajado a Somerset, Washington y Nueva York -que siguen siendo los ¨²nicos lugares en suelo estadounidense con experiencia directa de lo que George W. Bush llama la "guerra" terrorista- para intentar evaluar qu¨¦ pasa por la cabeza de gente cuyo voto en las inminentes elecciones presidenciales tendr¨¢, por lo menos, tanta repercusi¨®n en la vida y la muerte de quien vive en pa¨ªses remotos como en el propio EE UU. ?Encontrar¨¦ la misma unanimidad de pensamiento, la misma rigidez marcial que hall¨¦ en un viaje similar hace tres a?os? ?Estar¨¢n tan convencidos por el patriotismo de cowboy del presidente Bush como en los d¨ªas posteriores al 11 de septiembre de 2001? ?Habr¨¢ mitigado la guerra de Irak y sus complicadas consecuencias aquel sentimiento de venganza nacional que vi la primera vez? George Orwell escribi¨® en una ocasi¨®n que, en tiempos de incertidumbre general, la gente estaba dispuesta a creer las insensateces m¨¢s desmesuradas. ?Se sentir¨¢n los estadounidenses menos inciertos, menos inseguros y temerosos, despu¨¦s de tres a?os sin terrorismo dentro de sus fronteras? En otras palabras: ?se habr¨¢n vuelto menos impulsivos, m¨¢s racionales; menos primarios y m¨¢s reflexivos?

La primera persona con la que hablo en Somerset es Russ, un ex marine de espalda recta y cabello plateado que luch¨® en Vietnam. Cuando le conoc¨ª, hace tres a?os, era ministro de la Iglesia Baptista de la Tradici¨®n en este lugar. Ahora ha cambiado de trabajo, ha creado una Iglesia propia que llama La Voz de la Victoria, y atiende a presos. Pobre Russ. La primera vez que habl¨¦ con ¨¦l era un fan¨¢tico anti-Clinton, entusiasmado por la ola de viejo patriotismo que hab¨ªan despertado los atentados de Al Qaeda; pero desde entonces ha sufrido una experiencia personal que le ha moderado. Su hijo, tambi¨¦n ex marine, cumple una condena de 18 a?os de c¨¢rcel por tr¨¢fico de drogas e intento de asesinato.

Nos vemos en un restaurante con sillas de pl¨¢stico situado en el aparcamiento gigante, en el que las ¨²nicas bebidas que se sirven son dulces y con gas, y el camarero me recibe con un expresivo "?c¨®mo est¨¢s hoy?", como si me conociera de toda la vida, antes de tentarme para que elija entre los art¨ªculos del "men¨² de postres especiales": pastel pegajoso, tarta de chocolate con mantequilla de cacahuete o tarta de crema azucarada de pl¨¢tano. Pido un caf¨¦, y Russ tambi¨¦n; le digo que una de las cosas que siempre me hab¨ªan impresionado cuando viv¨ªa en Estados Unidos, a mediados de los noventa, eran las espantosas condiciones de las c¨¢rceles y sobre todo el desprecio de casi todo el mundo en su pa¨ªs hacia los presos, unas personas a las que alegremente se consideraba irrecuperables y malvadas, y que, por tanto, no merec¨ªan ninguna amabilidad ni simpat¨ªa, ni siquiera el m¨¢s elemental trato decente y humano.

Russ, menos exuberante que hace tres a?os, mueve la cabeza lentamente, baja la mirada y se muerde el labio. Quiero decir, le insisto, que en el pa¨ªs m¨¢s cristiano de la Tierra, ?qu¨¦ tiene eso de cristiano? "Tienes raz¨®n, tienes raz¨®n", responde. "?Y sabes otra cosa? Yo era uno de ¨¦sos. Una de esas personas despreocupadas, est¨²pidas, hip¨®critas -escoge el adjetivo que desees-, que no hab¨ªan escuchado como era debido el mensaje de Cristo. Cristo es amor, compasi¨®n hacia los dem¨¢s hombres?".

Russ contin¨²a flagel¨¢ndose durante un rato. Mientras habla, me pregunto si las reflexiones que ha hecho sobre su situaci¨®n pueden haber matizado sus ideas pol¨ªticas. Si los presos ya no son tan malvados, quiz¨¢ tampoco lo sean algunos de los "enemigos de la libertad" que ha identificado su Gobierno. As¨ª que le pregunto qu¨¦ opina de George W. Bush. ?Qu¨¦ me dice de esas historias de que aprovech¨® la posici¨®n de su padre para no ir a Vietnam? Supongo que, como veterano de aquella guerra (dice que encontr¨® a Dios cuando yac¨ªa boca abajo en el barro, en pleno combate), semejante comportamiento le ofender¨¢, ?no?

Pues no. "En mi opini¨®n, el presidente Bush no se las arregl¨® para eludir la guerra. Seguro que ten¨ªa enormes deseos de luchar. Y tambi¨¦n creo que es el mejor l¨ªder que tiene Estados Unidos desde? Ronald Reagan. Kerry luch¨®, pero no me f¨ªo de ¨¦l. Para dirigir la naci¨®n hace falta un hombre especial, y Bush es ese hombre".

Entonces, ?la guerra de Irak ha salido bien? "?Por supuesto! La gente contra la que luchamos intenta aniquilar a todos los que aman la libertad. Sadam Husein hab¨ªa ense?ado a un grupo de individuos a odiar a los que amaban la libertad". Pero, como hombre de extracci¨®n militar, ?no le parece que librar una guerra convencional contra terroristas es como matar moscas a ca?onazos? "No estoy de acuerdo. Creo que lo que hemos visto en Irak es la acci¨®n militar de m¨¢s ¨¦xito desde la II Guerra Mundial. En el plazo de 18 meses, y con gran profesionalidad, hemos conseguido tal vez en Irak m¨¢s que ninguna otra fuerza militar en la historia. ?Hemos devuelto la libertad a un pueblo que viv¨ªa bajo una tiran¨ªa! ?Cincuenta millones de personas disponen de democracia gracias a George Bush! ?Cincuenta millones, t¨ªo!".

Asombrado e incapaz de prolongar esta conversaci¨®n, me despido de ¨¦l educadamente, salgo a la desolaci¨®n del aparcamiento y me alejo en coche. Discutir con Russ sobre Bush e Irak habr¨ªa sido tan in¨²til como discutir sobre su fe en Dios. Empezaba pr¨¢cticamente cada frase con "yo creo" y repet¨ªa las letan¨ªas que George Bush se dedica a meter con embudo a los estadounidenses desde que empez¨® la guerra ("los que aman la libertad" contra "los terroristas creados por Sadam"). Pero no todos los conservadores se tragan las beater¨ªas de Bush. Pat Buchanan, antiguo candidato republicano a la presidencia, expres¨® hace poco unas duras cr¨ªticas contra Bush y afirm¨® que EE UU hab¨ªa "invadido un pa¨ªs que no nos amenazaba, no nos atacaba ni quer¨ªa la guerra con nosotros, con el fin de que renunciara a unas armas que despu¨¦s hemos descubierto que no ten¨ªa". El credo de Russ no necesita los datos ni el razonamiento que han hecho que Buchanan abandonase la ortodoxia republicana actual. Es m¨¢s, los datos y la raz¨®n son enemigos de Russ, porque si les dejara contaminar sus procesos mentales pondr¨ªa en peligro la simple lealtad nacionalista en la que se basa gran parte de su identidad.

Mi siguiente destino es el terreno, a seis kil¨®metros de distancia, en el que cay¨® el avi¨®n el 11-S, ahora conocido como "sitio conmemorativo provisional del vuelo 93". El camino hasta all¨¢ despeja cualquier duda que me pudiera quedar de que ¨¦ste es territorio de Bush; que, aunque el Estado de Pensilvania es uno de los que se consideran de batalla en las elecciones, y John Kerry todav¨ªa podr¨ªa ganar aqu¨ª, el condado de Somerset no necesita que le convenzan. Entre los carteles gigantescos con fotos de platos desbordantes de hamburguesas, que instan a la gente a pararse y comer ("Comer es creer", "Salga del coche y estire la boca"), y las banderas, banderas y m¨¢s banderas estadounidenses que se alzan orgullosas delante de las casas, veo varias pancartas de fabricaci¨®n casera que invitan a los ciudadanos a acudir a una manifestaci¨®n a favor de la guerra, organizada por la Legi¨®n Americana el pr¨®ximo fin de semana.

El homenaje provisional -el Gobierno de Bush ha prometido gran cantidad de dinero para hacer uno permanente- consiste en un arreglo de flores, cruces y osos de peluche sobre una colina barrida por el viento que domina el terreno en el que se estrell¨® el avi¨®n, y donde las 44 personas que viajaban a bordo murieron de forma instant¨¢nea, pulverizadas por la fuerza del impacto. Los mensajes dejados por familiares, gente de buena fe y empresarios locales -algunos de piedra, otros de papel-, llaman a los tripulantes y pasajeros "h¨¦roes de la libertad" y "¨¢ngeles de la libertad". Alguien ha hecho 40 ¨¢ngeles de cartulina, envueltos en banderas norteamericanas, cada uno con el nombre de una v¨ªctima del vuelo 93 (los otros cuatro fueron los fan¨¢ticos). Pero tambi¨¦n hay muchos s¨ªmbolos con una clara connotaci¨®n pol¨ªtica. M¨¢s lazos de "Apoya a nuestras tropas", pegatinas de "Estoy orgulloso de ser americano". La derecha de Bush se ha apropiado del sitio y sus s¨ªmbolos, con todas las emociones -tan potentes en tiempo de elecciones- que evocan los h¨¦roes muertos.

Hay unos 30 visitantes que estudian respetuosamente el ef¨ªmero monumento; entre ellos, cuatro personas que llevan unos polos con peque?as banderas estadounidenses bordadas y las palabras "Embajador del vuelo 93" en letras rojas. Una de ellas es una se?ora simp¨¢tica llamada Sharon que debe de tener alrededor de 60 a?os, es delgada y luce una dentadura perfecta y brillante. ?C¨®mo cree que va la dinast¨ªa Bush?, le pregunto en broma. "?Huy!", contesta, sin captar la broma. "?Ojal¨¢ pudiera ser presidente para siempre!". Otro embajador, un agricultor jubilado que fue una de las dos personas que vieron caer el avi¨®n, asiente con entusiasmo. "?Qu¨¦ pena que la Constituci¨®n no lo autorice!", dice. ?Y la guerra de Irak, no es un tanto preocupante la situaci¨®n all¨ª? Sharon no oye la segunda parte de la pregunta. "Mire", me dice en tono confidencial, como si me contara una gran verdad que todos los ni?os estadounidenses conocen, pero que no todos los extranjeros son capaces de entender, "somos americanos. Estamos aqu¨ª para ayudar a la gente. Es a lo que nos dedicamos, a servir". "Eso es: servir", a?ade el agricultor. "Es la tradici¨®n americana", prosigue Sharon. "Por eso fuimos a la guerra. Y por eso estamos aqu¨ª, con ese mismo esp¨ªritu, haciendo lo que podemos, haciendo de embajadores. Somos americanos. Nuestro deber es ayudar. Nuestra misi¨®n es ayudar a los dem¨¢s".

Al d¨ªa siguiente estoy en Washington comiendo en un restaurante fino, en un barrio encantador, con otra estadounidense: una se?ora fina y encantadora, aproximadamente de la misma edad que Sharon, pero de origen ¨¢rabe. Le cuento mi visita a Somerset y le digo que, aunque la gente con la que he hablado -media docena de personas en total, y s¨®lo una que discrepase un poco de lo que me hab¨ªan dicho Russ y Sharon- ten¨ªa opiniones que en Europa se considerar¨ªan casi desvar¨ªos, era buena gente, dentro de sus limitaciones; dulce, amable, con buenas intenciones. "?Me gustar¨ªa matarlos!", exclama mi interlocutora. (La llamar¨¦ Cleo, para protegerla. Aunque es evidente que no piensa actuar literalmente sobre lo dicho, si public¨¢ramos su aut¨¦ntico nombre, el siempre literal FBI, dotado de nuevos poderes de intromisi¨®n gracias a la Ley Patri¨®tica de Bush, estar¨ªa en su casa a los pocos minutos de que esta revista saliera a la venta). "Esa dulzura suya est¨¢ matando a mucha gente. No comprenden a los que no son como ellos, no les importan. ?Por qu¨¦ no piensan? No, de verdad, podr¨ªa matarlos".

Cleo no es ninguna musulmana wahab¨ª. Compartimos una botella de vino blanco catal¨¢n para acompa?ar unas ostras y pescado a la parrilla. Viste con coqueter¨ªa y lleva zapatos de tac¨®n alto; su estilo es de una elegancia a la francesa; su feminidad, delicada y provocativa al mismo tiempo. Puede que quiera matar a Russ y Sharon, pero preferir¨ªa pasar el resto de sus d¨ªas en Somerset County que en Arabia Saud¨ª. Claro que, si pudiera irse a vivir a Par¨ªs, Londres o Madrid, no lo dudar¨ªa un momento.

"?Son unos ignorantes!", contin¨²a. Habla como si hubiera renunciado a su nacionalidad: los estadounidenses no son nosotros, sino ellos. "Creo sinceramente que las cosas est¨¢n peor que cuando el 11 de septiembre. Entonces quiz¨¢ se pod¨ªa disculpar su estupidez por la conmoci¨®n, por aquella sensaci¨®n de inocencia violada, de para¨ªso profanado, que ten¨ªan. Pero ha pasado el tiempo. No ha vuelto a haber terrorismo en Estados Unidos. Y sin embargo, siguen teniendo ese miedo, esa psicosis de guerra; la gente de Bush les ha lavado el cerebro. ?Qu¨¦ f¨¢cil es manipularlos, Dios m¨ªo! ?Tan f¨¢cil que muchos de ellos apoyan esta guerra, con la ayuda de sus medios objetivos! Lo que es inexcusable en un pa¨ªs tan rico es la ignorancia. Ignorancia del sufrimiento que causan en mi mundo, mientras piensan que est¨¢n haciendo el bien. Llevo aqu¨ª 30 a?os, pero le aseguro que sigo sin entenderles. Hablo con ellos y no tenemos nada que ver".

Le hago la misma pregunta que he hecho a m¨¢s gente en Washington y Nueva York. ?C¨®mo se puede explicar que Bill Clinton dedicara su segundo mandato a luchar para que no le sometieran al impeachment (el proceso de destituci¨®n) por una indiscreci¨®n privada, y, en cambio, nadie sugiere que Bush, cuyos pecados han tenido consecuencias desoladoras (pese a la visi¨®n optimista de Russ) para millones de personas, tenga que sufrir un trato similar? "?Lo ve?", replica Cleo, sin dignarse ni a contestar la pregunta. "?Son tontos! ?Completamente est¨²pidos!".

"La culpa es de Dios", dice otra se?ora con la que hablo en Washington, una mujer de la misma edad que Cleo, pero m¨¢s gruesa, nacida en el Medio Oeste. ?Qu¨¦ Dios?, le pregunto. "El Dios cristiano", responde, sentada en el porche de su elegante casa situada en los barrios residenciales del norte de la ciudad. "El mismo que parece decirles a tantos de mis queridos conciudadanos que tener relaciones sexuales es peor que matar a alguien". ?sta es una mujer perspicaz y esc¨¦ptica, convencida de que Ezra Pound ten¨ªa raz¨®n cuando dijo que los estadounidenses eran "una masa de bobos". "Los republicanos de Bush se han apoderado de nuestro lenguaje pol¨ªtico", dice. "Es el lenguaje de la manipulaci¨®n". Su marido, autor de numerosos libros sobre la pol¨ªtica y la sociedad de Estados Unidos, es un patriota que durante casi toda su vida se ha negado a renunciar a la idea de que sus conciudadanos son fundamentalmente personas sensatas, movidas por la decencia y el sentido com¨²n. Sin embargo, cada vez le resulta m¨¢s dif¨ªcil no sumarse a la convicci¨®n de su mujer de que un sector terriblemente grande del electorado estadounidense ha quedado reducido a perros de Pavlov. "Hace diez a?os, incluso cinco, no habr¨ªa estado de acuerdo, pero hoy me resulta muy dif¨ªcil negarlo", explica, derrotado. Uno de los factores decisivos, para ¨¦l, ha sido el hecho de que el equipo de Bush, en apariencia, haya conseguido convencer de que la actuaci¨®n de Kerry en la guerra de Vietnam fue d¨¦bil y antipatri¨®tica, a pesar de la realidad abrumadora e innegable de que Kerry arriesg¨® su vida mientras Bush consigui¨® librarse de ir a combatir.

Las pruebas de la falsedad de Bush en todos los terrenos abundan. No en los informativos de televisi¨®n, que tienden cada vez m¨¢s hacia la derecha neoconservadora; ni en los editoriales -ni mucho menos las noticias- de la prensa escrita. Pero s¨ª hay columnistas implacables, y en cualquier visita a una librer¨ªa de Washington nos recibe una avalancha de t¨ªtulos -algunos escritos por descontentos del tipo de Michael Moore; otros, por antiguos miembros importantes de la Administraci¨®n de Bush- que denuncian ferozmente las acciones de esta Casa Blanca pr¨¢cticamente en todos los ¨¢mbitos, pero especialmente la guerra de Irak.

Me he encontrado en Washington con otras personas, otros patriotas de siempre, como el marido de la se?ora del porche, que por primera vez en su vida est¨¢n empezando a hacerse a la dolorosa idea de que el hecho de que Bush no fuera eliminado de la carrera electoral hace meses significa que est¨¢ pasando algo verdaderamente grave con una buena parte del pueblo estadounidense.

?Ha vivido Estados Unidos una divisi¨®n m¨¢s profunda desde la guerra de Secesi¨®n? "Tal vez desde la guerra de Vietnam", dice un veterano profesional de Washington que dirige un centro de investigaciones pol¨ªticas. "Y tal vez desde antes. No s¨¦ qu¨¦ pensar exactamente, ni si quiero pensar demasiado en ello, pero hay una inmensa diferencia entre las actitudes de los partidarios de Bush y los que est¨¢n en contra. Como si fueran dos especies animales distintas".

La especie que apoya la guerra de Irak ha seguido siendo claramente mayoritaria durante el verano y el comienzo del oto?o, seg¨²n las encuestas. La tendencia que aparece constantemente es que el 50% de los estadounidenses dice que se est¨¢ ganando la llamada "guerra contra el terror" y el 30% dice que se est¨¢ perdiendo; una mayor¨ªa ligeramente m¨¢s ajustada cree que la guerra de Irak va bien.

?Qu¨¦ diferencia a un grupo de estadounidenses del otro? ?Cu¨¢les son las diferencias fundamentales entre los habitantes de las grandes ciudades (que votar¨¢n sobre todo por Kerry) y los habitantes de la Am¨¦rica profunda (que votar¨¢n sobre todo por Bush)? Una diferencia est¨¢ relacionada con lo que dec¨ªa la se?ora del porche. Dios. Es mucho mayor el porcentaje de gente que acude a servicios religiosos en condados como Somerset que en Washington o, especialmente, Nueva York. Los h¨¢bitos mentales de los seguidores de Bush est¨¢n mucho m¨¢s basados en la fe, no se dejan influir por los hechos terrenales. "La guerra de Irak liber¨® a millones de personas; los estadounidenses viven dedicados a ayudar a los desafortunados que viven en otros pa¨ªses".

Lewis Lapham, director de la revista Harper's, analizaba con detalle en un n¨²mero reciente el ¨¦xito extraordinario de lo que denomina "la f¨¢brica de propaganda republicana". Lapham se?ala que en los "sermones de la monta?a" de Bush hay poca o ninguna coherencia, pero que eso no importa porque su impacto nace de que apela a una verdad absoluta. "Es una forma de pensar religiosa en vez de laica", explica Lapham. "El bien contra el mal, los que tienen raz¨®n contra los que no la tienen, los que se salvan frente a los que se condenan, los que est¨¢n con nosotros o los que est¨¢n contra nosotros? Para sustituir a la inteligencia, con la que podr¨ªan tener la tentaci¨®n de estar de acuerdo con preguntas perversas o insultantes para las que no disponen de respuestas ya preparadas, los partidos de la derecha apelan a la ideolog¨ªa, que siempre es virtuosa".

La ciudad de Nueva York es una cosa completamente distinta. No es que est¨¦n totalmente ausentes las nociones simplistas del bien y el mal, pero, a diferencia del gris convencionalismo de Washington (donde Cleo llama la atenci¨®n tanto como un ¨¢rbol de Navidad con todas sus luces) y la descorazonadora homogeneidad de la Am¨¦rica t¨ªpica representada por Somerset County y los miles de condados como ¨¦l, esta ciudad venera, casi con un celo exagerado, la individualidad. Puede que estemos condicionados por demasiadas pel¨ªculas y series de televisi¨®n, pero al llegar a Manhattan se tiene la impresi¨®n de que cada una de las personas que van por la calle es distinta y peculiar, como un personaje de Seinfeld o Sexo en Nueva York.

La impresi¨®n se refuerza al visitar cualquier parque de la ciudad, a cualquier hora del d¨ªa. Lo que se ve son variaciones de lo que veo yo en la primera plaza con ¨¢rboles con la que me encuentro: un hombre de treinta y tantos a?os, de pie, con los ojos cerrados, delante de una gran estatua met¨¢lica de un general de la guerra de Secesi¨®n a caballo, que realiza ejercicios de una mezcla de yoga y k¨¢rate a c¨¢mara lenta. Pasa del mundo, y el mundo de ¨¦l. Los transe¨²ntes pasan deprisa a su lado, se rozan pr¨¢cticamente, pero no se dedican una segunda mirada. No se encuentra una escena as¨ª en Somerset County, al menos no sin el riesgo de que le metan inmediatamente en la c¨¢rcel; pero tampoco en cualquier otro lugar del mundo occidental. En Nueva York es una virtud no s¨®lo actuar de forma original, sino pensar de forma original, como si desafiara conscientemente al Estados Unidos de borregos; de ah¨ª la suspicacia que siente ese Estados Unidos respecto a la ciudad y sus habitantes; de ah¨ª la sensaci¨®n que tienen los extranjeros de que Nueva York y Estados Unidos son dos entidades totalmente diferentes. En parte, se debe a que muchos neoyorquinos se han negado a disolverse en el marasmo de las nacionalidades y culturas de las que proceden ellos o sus antepasados.

En Nueva York hablo, entre otros, con un polit¨®logo de origen ruso, una pintora jud¨ªa, un peque?o empresario procedente de Per¨², un antiguo oficial del ej¨¦rcito egipcio, un taxista nacido en Ghana, un creativo publicitario que viene de Inglaterra y un importante periodista procedente del Medio Oeste que trabaja en un peri¨®dico de difusi¨®n nacional con una l¨ªnea editorial decididamente pro-Bush.

"Me horroriza pensar que ese imb¨¦cil va a volver a ganar las elecciones", dice el periodista de la publicaci¨®n de derechas, en una muestra de originalidad casi suicida si no nos encontr¨¢ramos a salvo entre sus cuatro paredes. "Mi hijo tiene casi 14 a?os. ?No se da cuenta la gente de que dentro de cuatro a?os podr¨ªan obligarle a ir a luchar a Irak o, peor a¨²n, a Ir¨¢n?". La verdad es que no es una cosa en la que se hayan parado a pensar muchos seguidores de Bush. Y son menos a¨²n los que han pensado en la herej¨ªa que suelta a continuaci¨®n mi amigo periodista, que vive a menos de diez minutos de donde se alzaban las Torres Gemelas. "Osama hizo a Bush un gran favor", dice francamente al analizar lo que es la "guerra contra el terror", "y ahora Bush se lo devuelve. Lo cierto es que se necesitan mutuamente".

Todas las personas con las que hablo en Nueva York estar¨ªan m¨¢s o menos de acuerdo con eso. Lo cual no quiere decir que lo est¨¦ todo Nueva York. (Si el periodista expresara esas opiniones en su propia Redacci¨®n, pronto se quedar¨ªa sin trabajo). Del mismo modo que no toda la Am¨¦rica t¨ªpica comparte las convicciones de Russ y Sharon. Un hombre con el que hablo en Somerset County, un cargo electo, dice que le gustar¨ªa que Estados Unidos no fuera por el mundo provocando a la gente como lo hace, pero luego me suplica que no publique su nombre porque, si lo hago, seguro que le echar¨¢n del cargo en las pr¨®ximas elecciones. Tambi¨¦n ser¨ªa simplista decir que todos los que votan por Bush son fan¨¢ticos religiosos irracionales y todos los que votan por Kerry son genios de la ciencia.

La pintora neoyorquina ofrece una explicaci¨®n convincente de por qu¨¦ hay seguramente miembros de la facci¨®n cient¨ªfica que votar¨¢n por Bush. "La cobertura que hacen los informativos de la guerra de Bush, m¨¢s que informaci¨®n, es cine. Eso es lo que vende. Es lo que la gente quiere ver. Por eso Fox News, que es ferozmente de derechas, pero muy inteligente, domina los ¨ªndices de audiencia". Y de qu¨¦ va la pel¨ªcula, le pregunto a la pintora, una mujer de la vanguardia de Manhattan. "Es una pel¨ªcula que sigue un modelo hollywoodiense perfectamente reconocible y satisfactorio. Empieza con un gran agravio contra los buenos, igual que todas las pel¨ªculas de acci¨®n de Clint Eastwood, John Wayne o Schwarzenegger, y el resto del filme es nuestro h¨¦roe t¨ªpicamente americano que da caza al malo -eso es lo que Bush dijo que iba a hacer, "darles caza"-, le captura y, si es posible, le mata, con lo que devuelve el orden al universo y mantiene vivo el sue?o americano".

El polit¨®logo est¨¢ claramente de acuerdo con este an¨¢lisis cinematogr¨¢fico, y a?ade que la genialidad de la gente de Bush ha sido convencer a un n¨²mero sorprendente de estadounidenses de que, como es obligatorio en todas las pel¨ªculas de acci¨®n, "tenemos que ir all¨ª y capturarle, o ¨¦l vendr¨¢ aqu¨ª para apoderarse de nosotros". El publicista explica por qu¨¦ da igual que la verdadera pel¨ªcula no est¨¦ siguiendo -como es evidente- el gui¨®n. "La gente no quiere o¨ªrlo. No quiere o¨ªr que Irak es un fracaso. Una idea presente en todas las capas de la sociedad es que Estados Unidos no fracasa, no es un perdedor. El pueblo estadounidense, o buena parte de ¨¦l, no puede digerir la idea de que estamos librando una guerra in¨²til que no podemos ganar. Y nosotros, como astutamente se nos ha manipulado para que lo pensemos, es el Gobierno de Bush. Un sector amplio, tal vez decisivo del electorado, no sabe ya distinguir entre un fracaso pol¨ªtico del Gobierno y la humillaci¨®n nacional. La gente no puede soportar la idea de que el Gobierno / la naci¨®n est¨¢ involucrado en un desastre costoso y sangriento en Irak. Los responsables de informativos de televisi¨®n lo saben, y, como quieren que la gente vea sus programas, no lo dicen".

El peruano, el egipcio y el nativo de Ghana -todos ciudadanos de Estados Unidos- pueden soportar la verdad, pero est¨¢n horrorizados por ella. La pregunta que se hacen todos es: ?qui¨¦n le pidi¨® a Bush que fuera a Irak? Me recuerda a una pregunta que se les sol¨ªa hacer en Sur¨¢frica a los cristianos de buena fe que estaban verdaderamente convencidos de que el apartheid era la mejor soluci¨®n para sus compatriotas negros. Como dijo en una ocasi¨®n un colaborador de Mandela, "el argumento tiene un fallo l¨®gico: nunca nos consultaron la opini¨®n". En otras palabras, no respetaban a los que se supon¨ªa que quer¨ªan ayudar, no ten¨ªan la sensaci¨®n de compartir con ellos la condici¨®n humana. Pens¨¦ que quiz¨¢ Russ sentir¨ªa m¨¢s simpat¨ªa por los otros extranjeros despu¨¦s de haber aprendido a sentirla hacia los presos no estadounidenses. Pero no. Insiste, como muchos compatriotas suyos, en ver a la gente que vive en el resto del mundo como si estuviera ante las caricaturas del bien y del mal seg¨²n Hollywood.

A los Russ de Estados Unidos nunca se les habr¨ªa ocurrido que, en vez de invadir Irak como respuesta a aquel 11 de septiembre con el que empezaba el filme de acci¨®n de George Bush, habr¨ªa sido m¨¢s eficaz que se hubiera propuesto la tarea, aburrida y necesariamente discreta, de buscar a los terroristas mediante la colaboraci¨®n con los servicios policiales y de informaci¨®n de otros pa¨ªses. Claro que entonces no habr¨ªa habido pel¨ªcula, no habr¨ªa podido hacer de Rambo. Como dice Paul Krugman, que escribe en The New York Times una columna descaradamente anti-Bush, "quer¨ªa enfrentarse en un tiroteo espectacular con el malo. Y si alguien preguntaba por qu¨¦ persegu¨ªamos a este malo en concreto -que no hab¨ªa atacado a Estados Unidos ni estaba construyendo armas nucleares-, o si alguien advert¨ªa que las guerras aut¨¦nticas tienen costes que nunca se ven en las pel¨ªculas, esa persona era antipatriota".

Y si uno es antipatriota a ojos del equipo de seguridad interior de Bush corre peligro de recibir esa llamada del FBI a la puerta o de acabar en una lista negra de 120.000 personas consideradas amenazas -de uno u otro tipo- contra la Rep¨²blica: ¨¦se es el n¨²mero de nombres que el Gobierno de Bush le ha dicho al Congreso que cabe esperar, seg¨²n informan los peri¨®dicos. Por eso no he mencionado los nombres de las personas con las que habl¨¦ durante mi viaje a Somerset, Washington y Nueva York, los que piensan que George Bush es un payaso peligroso. Lo m¨¢s alarmante es que, en casi todos los casos, son ellos los que me han pedido que no citara sus nombres. En cambio, Russ y Sharon no tienen nada que temer. Ellos, y millones como ellos, llenan la monoton¨ªa de sus vidas, la uniformidad totalitaria del paisaje urbano de la Am¨¦rica profunda, con abundantes cantidades de religi¨®n, bandera y tarta de chocolate con mantequilla de cacahuete. Sin embargo, en sus manos est¨¢ el destino de masas innumerables en todo el mundo, incluidos los europeos occidentales y sobre todo los habitantes pobres del mundo ¨¢rabe. De su voto depende una decisi¨®n que supondr¨¢ la vida o la muerte para miles de personas, tal vez m¨¢s. Si el resto del mundo pudiera votar en las elecciones estadounidenses, el candidato de Russ y Sharon no tendr¨ªa ninguna posibilidad. Pero ellos no lo saben. Y aunque les presentaran las pruebas (se han realizado sondeos fuera de Estados Unidos en los que aparece una victoria arrasadora de Kerry), preferir¨ªan no creerlo. Porque la misi¨®n de Estados Unidos es ayudar. Estados Unidos libera a los que aman la libertad. Y Estados Unidos y George W. Bush son, en la mente de Russ y Sharon, perfecta, llana y absolutamente indivisibles.

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