El asalto a la letras
El escritor reflexiona sobre la interferencia de la pol¨ªtica en la literatura y critica el desprecio por las lenguas minoritarias.
Aunque le resulte asombroso a la gente que trabaja en oficios comunes como curarnos, educarnos, conseguirnos las patatas o bist¨¦s, los escritores y artistas en general no nos consideramos gente corriente. Reclamamos para nosotros un limbo al margen de los intereses que se mueven en la vida social. En ese Parnaso tambi¨¦n hay zancadillas y empujones, pero nos decimos que responden a la competitividad natural de los egos.
Pero no es cierto. Concurrimos con nuestros trabajos en un mercado que no controlamos, pero en el que participamos conscientemente, y tambi¨¦n nos beneficiamos de premios, condecoraciones, cargos, t¨ªtulos, reconocimientos que nos otorgan empresas e instituciones privadas y p¨²blicas. Somos parte de la sociedad y de la econom¨ªa, y parte de la vida p¨²blica, medi¨¢tica e institucional. No podemos acogernos a la tentadora ilusi¨®n de que estamos infantilmente a salvo del peso de una ¨¦tica, nuestros actos y omisiones se inscriben dentro de fuerzas sociales y tendencias que est¨¢n en contradicci¨®n y muchas veces en conflicto.
Las actividades art¨ªsticas se dan en un mundo aut¨®nomo, pero esas actividades no son m¨¢s obsesivas ni ese mundo es m¨¢s particular que el de los cient¨ªficos, por ejemplo. Cada ¨¢mbito de trabajo creativo tiene naturaleza espec¨ªfica, pero todos forman parte de la vida social. Y quien trabaja en lo que llamamos cultura crea lenguajes para expresar y conformar su contemporaneidad. Manipulamos lenguaje y memoria, amasamos ideolog¨ªa y somos ideolog¨ªa; hasta las cachas. Quien crea que nuestros juegos solitarios no tienen un papel social debe recordar lo que ocurri¨® aqu¨ª desde el comienzo del siglo XX y la sublevaci¨®n militar y el franquismo. Hay tiempos en los que los artistas e intelectuales crean y lanzan discursos desarmantes o armantes.
De nada vale predicar autocr¨ªticas, sobre todo cuando uno cree que debe empezar a hac¨¦rsela el contrario, pero es f¨¢cil coincidir en que en los ¨²ltimos tiempos hemos conocido una profunda divisi¨®n pol¨ªtica que lleg¨® a escenificarse de forma bastante dram¨¢tica en las horas previas a la ¨²ltima votaci¨®n. Invito a imaginar lo que hubiera ocurrido si luego de lo vivido y sabido esas horas el resultado electoral hubiese sido el contrario, sin duda la mitad de la sociedad espa?ola no habr¨ªa aceptado ese resultado electoral, lo habr¨ªa atribuido a enga?o o manipulaci¨®n de la informaci¨®n y se habr¨ªa abierto una crisis civil muy semejante a la venezolana. Parece claro que para llegar a una divisi¨®n as¨ª se tuvo que ir creando previamente una cultura de la exclusi¨®n, del conflicto, de la amenaza, de la faccionalizaci¨®n. Y es obvio que un discurso as¨ª no desaparece de inmediato, por m¨¢s que la sociedad viva hoy m¨¢s sosegada.
En el campo de la literatura espa?ola vamos viendo que la fusi¨®n de las editoriales con las empresas de comunicaci¨®n tiene consecuencias positivas, que a veces no percibimos desde el miedo o desde una idea doctrinaria, como es el permitirle llegar ampliamente a la sociedad; pues la literatura existe en la sociedad. Pero tambi¨¦n crea problemas y distorsiones importantes, como la dificultad para distinguir "alta" literatura de la que se queda en "comercial". Una seguramente tan necesaria como la otra, pero en el mar fecundo y tambi¨¦n inseguro y feroz de la industria cultural es m¨¢s necesario levantar la cr¨ªtica como alg¨²n faro de altavoz y luz intermitente. Todos precisamos alg¨²n mapa o carta de navegaci¨®n.
Pero hay problema m¨¢s grave que solamente se percibe con perspectiva, y aunque la comunicaci¨®n virtual parece anular la realidad f¨ªsica, a ver con perspectiva ayuda mucho la distancia f¨ªsica. Se ve por primera vez cuando se nace, pero luego s¨®lo se vuelve a ver as¨ª, como por primera vez, cuando se marcha uno. O cuando se llega.
Quien llega a Madrid, o que viviendo en otro lugar lee su prensa, se sorprende de ver hasta qu¨¦ punto las luchas ideol¨®gicas que albergan dentro la ciudad de los sufridos vecinos madrile?os domina tan marcadamente todos los ¨¢mbitos de la vida social. Parece que todo es pol¨ªtica de facciones, que todo se refiere a uno u otro bando. El ambiente pol¨ªtico tenso y enrarecido y la cultura de la divisi¨®n y el conflicto civil que hemos vivido estos a?os aparece por todas partes; parece que uno no pueda tener una posici¨®n particular, personal, todo es interpretado como una estrategia de facci¨®n. Entristece la identificaci¨®n e interpenetraci¨®n del mundo de la comunicaci¨®n, la cultura y literatura con el mundo de los partidos. Se ha llegado a un punto en que seg¨²n en qu¨¦ cabecera madrile?a se publique un texto ser¨¢ interpretado como favorable a un bando ideol¨®gico y de intereses o a otro. Y eso no es manique¨ªsmo, eso es una visi¨®n miserable.
Quienes creyeron que el Estado era suyo por naturaleza, y que Espa?a era el Estado, han llegado a la conclusi¨®n de que Espa?a eran ellos. Y han querido seguir dibujando el perfil de "lo espa?ol" y "lo nacional" sin contar con nadie m¨¢s. Antes de nada, ocupando todas las instituciones e instancias del Estado; la cultura y literatura, tambi¨¦n. Y argumentando la misma vieja naci¨®n rancia, identitaria y monoling¨¹e que nos ense?aron en la vieja escuela. Eso, cuando hoy experimentamos que el mundo es un espacio ancho y abierto y las naciones s¨®lo existen de aquella manera dentro de una Europa que nace. El viejo discurso nacionalista, al pretender imponerse a la realidad social, conduce a ignorar, negar y estigmatizar la literatura escrita por ciudadanos espa?oles en otra lengua que no sea el castellano. Ese desprecio conduce a que los comisarios de ese nacionalismo en el mundo de la cultura nieguen el derecho de obras escritas en catal¨¢n, vasco o gallego a llevar el galard¨®n "nacional". A considerar eso antinatura o raro, sospechoso. Conduce a que los comisarios pol¨ªticos no discutan realmente de literatura, sino expresen ideolog¨ªa.
Y la cultura que asume como suya la tradici¨®n de guerra civil lleva a que tambi¨¦n en el ¨¢mbito literario se separe a "los nuestros" de "los suyos" y a que se usen los escritores y los libros simplemente como armas. Armas para tomar una posici¨®n, para arrancar un trofeo como quien corta una cabeza o una cabellera. El discurso del asalto al Estado lleva a asaltar todas las instituciones, tambi¨¦n las culturales. No importa el valor de una obra si es de "los nuestros", ignorando que una cosa son los galardones comerciales que sirven a la promoci¨®n y otra los galardones institucionales.
?stos debieran servir como referencia para los lectores que buscan criterio y consejo, para los escritores que deseen un contraste cr¨ªtico y aun para la sociedad que debe tener un ¨ªndice que se?ale el nivel de la creaci¨®n. Si no les respetamos ese car¨¢cter de ponderaci¨®n cr¨ªtica se falta a algo esencial, a los mismos escritores que tienen derecho a que se pondere con ecuanimidad su trabajo, a que se juzgue el texto con contexto. Pero solamente el texto, no enjuiciar al autor o a su lengua, o sus opiniones, o sus posiciones. La vanidad herida es la fuerza del escritor y tambi¨¦n su punto d¨¦bil, al escritor se le da?a con la cr¨ªtica cruel, pero tambi¨¦n con el halago interesado. Si se le quiere bien a un escritor no se le premia una obra que merezca un juicio severo; quien hace eso desprecia de modo manifiesto a los escritores y su trabajo. Y quien utiliza a los escritores y sus obras de ese modo pertenece simplemente al mundo de los comisarios pol¨ªticos y debe abandonar las instancias literarias. Porque eso es una verg¨¹enza literaria. Y s¨®lo la verg¨¹enza nos avisa de que estamos perdiendo la dignidad personal, y colectiva. Sintamos verg¨¹enza.
El modo en que se manifiesta ese faccionalismo incivil en la literatura espa?ola hace que ning¨²n juicio acabe siendo atendido. Y que campen cuadrillas que no sienten respeto por las convenciones comunes hace que no haya ninguna referencia que merezca respeto a nadie. El guerracivilismo es nihilismo y lleva naturalmente a la nada. Precisamos ganarnos la cultura c¨ªvica, bajar la voz. Y aceptar que cada cosa tiene su autonom¨ªa, as¨ª podremos juzgar con honradez el texto apartando al autor moment¨¢neamente de nuestro pensamiento. S¨®lo eso permite leer el texto, juzgar la literatura. Lo otro es asaltar la literatura.
Suso de Toro es escritor.
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