Gernika: 25 a?os despu¨¦s
Gernika es una referencia hist¨®rica y simb¨®lica para todos los vascos, aunque no s¨®lo para nosotros. Tambi¨¦n lo es para todos los espa?oles y para muchos dem¨®cratas de todo el mundo. Y esto, por muy diversas razones que la memoria hist¨®rica ha ido sedimentando sobre este solar vasco: centro de la forma pol¨ªtica del se?or¨ªo estamental de la sociedad tradicional, recept¨¢culo de los privilegios de la foralidad o s¨ªmbolo de la resistencia y el martirio de los dem¨®cratas por la barbarie totalitaria, que el gran Picasso inmortalizar¨ªa para la historia por encargo de la II Rep¨²blica. Muy particularmente, es el lugar de celebraci¨®n y conmemoraci¨®n de todo lo relacionado con el autogobierno vasco y, m¨¢s recientemente, de la pelea universal por una humanidad en paz. Autogobierno y reconciliaci¨®n son, precisamente, los pilares fundamentales del binomio sobre el que se teji¨® hace un cuarto de siglo la actual ley fundamental vasca, el Estatuto de Autonom¨ªa de Euskadi, que lleva su nombre y que dio a luz a la ciudadan¨ªa vasca democr¨¢tica por primera vez en la historia. Autogobierno y reconciliaci¨®n en una sociedad democr¨¢ticamente constituida y dispuesta a liquidar todos sus contenciosos y fracturas hist¨®ricas. Nacido del pacto constitucional, el Estatuto de Gernika proyectaba hacia el futuro un consenso basado en la garant¨ªa de los derechos fundamentales, la igualdad de todos ante la ley, el respeto y la valoraci¨®n del pluralismo democr¨¢tico como una riqueza constitutiva y no accidental, el derecho a la diferencia, la garant¨ªa de la pluralidad nacional y el autogobierno territorial, la b¨²squeda de la cohesi¨®n social y nacional y, finalmente, la lealtad a las reglas constitucionales del juego democr¨¢tico, entre las que destaca, como ninguna, el consenso como m¨¦todo de revisi¨®n constitucional y estatutaria del pacto fundacional. Hace ya un cuarto de siglo que Constituci¨®n y Estatuto, conjuntamente e indisolublemente unidos, nos han constituido y aglutinado a los vascos como una sociedad democr¨¢tica. Ha sido el periodo m¨¢s largo de estabilidad democr¨¢tica que ha vivido la sociedad vasca, a pesar de las limitaciones impuestas por la lacra de la violencia nacionalista. El camino no lo ha sido de rosas, pero los resultados positivos son evidentes, salvo para quienes han sido sus mayores beneficiarios y administradores casi ¨²nicos: la clase dirigente nacionalista, obcecada ideol¨®gicamente y moralmente corrompida. Es posible el desenga?o y que, en realidad, nos hayamos cegado en un espejismo.
Que el camino no ha sido y no est¨¢ siendo de rosas lo proclaman los casi ochocientos muertos, los miles de heridos, secuestrados, extorsionados, exiliados o "emigrados", perseguidos, linchados, mermados en sus oportunidades, expectativas y libertades o la mitad, al menos, de los dos millones de vascos que no se sienten libres para expresarse pol¨ªticamente o, simplemente, tienen miedo y lo dicen... Frente a esta realidad dram¨¢tica, que no ha sido causada por ninguna opresi¨®n o agente externo o extra?o a la propia sociedad vasca, sino por la versi¨®n terrorista y totalitaria del nacionalismo, nos encontramos con una sociedad mayoritariamente satisfecha. Satisfacci¨®n derivada, sobre todo, de un bienestar material, en parte producido por la laboriosidad de una sociedad desarrollada, pero tambi¨¦n por los rendimientos evidentes de un autogobierno financiado privilegiadamente. Llama la atenci¨®n, y hasta deber¨ªa escandalizar, que tal sensaci¨®n de sociedad satisfecha pueda ser compatible con tanto drama individual y colectivo. Podr¨ªamos hablar de un bienestar material compensatorio, tanto del estr¨¦s pol¨ªtico de la victimizaci¨®n como de la miseria moral de quienes no se sienten o tratan de evitar convertirse en v¨ªctimas potenciales. El esc¨¢ndalo, el cinismo y la perversi¨®n son antol¨®gicos cuando miramos, escuchamos y sufrimos a la clase pol¨ªtica nacionalista, que es quien controla las instituciones de la sociedad vasca. La misma clase, beneficiaria neta del autogobierno, es la que lo deslegitima irresponsablemente al dar por muerto el Estatuto, sobre el que se asienta, parad¨®jicamente, la legitimidad de su poder, reniega del pluralismo democr¨¢tico de la sociedad vasca al excluir por "extra?os" (o peor a¨²n, "enemigos"), de acuerdo con los terroristas, a los representantes de, al menos, la mitad de los vascos, se niega a concertarse e implicarse de verdad en la eliminaci¨®n de los violentos y totalitarios (?qu¨¦ espect¨¢culo nos han dado cuestionando aspectos perif¨¦ricos de la gran operaci¨®n contra ETA de hace unos d¨ªas, sin que se les cayera la cara de verg¨¹enza!) y tratan de convencernos de la legitimidad de los eventuales apoyos parlamentarios de los, como m¨ªnimo, "amigos" de los causantes de tanto desastre. O, a lo mejor, resulta que el "desastre" no es tal en su cuenta de resultados y responde tambi¨¦n al "estado de necesidad" o, simplemente, al mal "menor". La misma clase que "administra" hegem¨®nicamente esta democracia del miedo y que tiene la desfachatez de cuestionar y deslegitimar la calidad o, incluso, la propia democraticidad de la democracia espa?ola. A esta misma clase tampoco se le cae la cara de verg¨¹enza al rasgarse las vestiduras por los discutibles y, en todo caso, menores "incumplimientos" estatutarios, sin reparar en el olvido y la injusticia que ha practicado y practica con las v¨ªctimas de su ideolog¨ªa. Para ellos, lo primero es suficiente para deslegitimar todo lo conseguido y romper el pacto fundacional, pero lo segundo que, en s¨ª mismo, deslegitimar¨ªa toda su trayectoria pol¨ªtica, simplemente se obvia. Esta asimetr¨ªa argumental da la medida exacta de la catadura moral y pol¨ªtica de estos administradores de la comunidad, borrachos de poder e ideolog¨ªa etnicista. ?Con unos dirigentes as¨ª qu¨¦ podemos esperar y exigir a los ciudadanos que les siguen o les apoyan?
Todas nuestras comunidades aut¨®nomas tienen un d¨ªa y un lugar de celebraci¨®n colectiva de su identidad territorial y de su autogobierno. Sin embargo, los vascos, que nos contamos, y con raz¨®n para ello, entre los m¨¢s satisfechos de los espa?oles de cualquier rinc¨®n de la naci¨®n, no lo tenemos y no podemos celebrarlo, simplemente porque los nacionalistas no han querido hacerlo nunca. No es que se nieguen a hacerlo ahora para expresar su denuncia y su protesta por lo que ellos llaman incumplimientos. Por cierto, no tienen reparos en instrumentalizar Gernika para celebrar sus lecturas particulares de la historia vasca, como no los han tenido hace algunas semanas para manipular la memoria del primer Gobierno de Aguirre, sin percatarse, o quiz¨¢ busc¨¢ndolo, en que podr¨ªan herir la inteligencia y la sensibilidad de una parte importante de la sociedad vasca. Ahora, descalifican y se mofan de socialistas y populares, simplemente por insistir de nuevo en la necesidad simb¨®lica y pedag¨®gica de tal celebraci¨®n. ?Qu¨¦ podremos esperar de las nuevas generaciones de vascos que ya nacieron en el autogobierno? ?C¨®mo se lo explicamos? Socialistas y populares son, precisamente, quienes mejor representan la realidad y la sensibilidad de los miles de v¨ªctimas de la violencia y el etnicismo nacionalista y son sus bases, parad¨®jicamente, las m¨¢s satisfechas con nuestra democracia y nuestro autogobierno. ?Qu¨¦ pasar¨ªa un d¨ªa si esos miles de v¨ªctimas se hartasen de tanta injusticia y dejasen de confiar en la reparaci¨®n democr¨¢tica de su sufrimiento, cayendo en la desesperanza? ?No se estar¨¢ abonando el terreno para ello? Es probable que, por razones exactamente contrapuestas, el nacionalismo tenga raz¨®n y no estemos para celebraciones. Es probable que tengamos que evaluar negativamente el uso (o abuso) que el nacionalismo gobernante ha hecho de las cesiones y el caudal de confianza de la mayor¨ªa autonomista del pa¨ªs y de la generosidad de todos los espa?oles, representados por los sucesivos gobiernos. ?Por qu¨¦ dar por supuesto que lo conseguido no es reversible? Nos dicen, ahora, que su adhesi¨®n al pacto de entonces fue un acto forzado por la amenaza de involuci¨®n de los poderes f¨¢cticos del antiguo r¨¦gimen y, poco menos que, ileg¨ªtimo de ra¨ªz, por lo que se sienten libres y plenamente legitimados para romper el compromiso adoptado en su d¨ªa por todas las fuerzas democr¨¢ticas y representativas de la sociedad vasca. Sin embargo, no mencionan, dolosamente, el impacto de la violencia en el devenir institucional y en la voluntad pol¨ªtica de los vascos durante estos ¨²ltimos veinticinco a?os. Todos nos podr¨ªamos sentir liberados de dar por consolidados los privilegios de entonces, a la vista del uso desleal que el nacionalismo ha hecho de los mismos desde una posici¨®n que ha devenido claramente ventajista e injusta. Por eso, su m¨¦todo de revisi¨®n del pacto, claramente autoritario y excluyente, no tiene nada que ver con las exigencias democr¨¢ticas del consenso debido y de la deliberaci¨®n democr¨¢tica sin trucos. Sin verdad no habr¨¢ justicia y sin justicia no habr¨¢ reconciliaci¨®n. La sociedad vasca, para poder disfrutar de un futuro democr¨¢tico en paz y estabilidad, necesita verdad y justicia, que es, precisamente, lo que el nacionalismo gobernante ha demostrado ser incapaz de darle.
La imprescindible regeneraci¨®n democr¨¢tica y ¨¦tica que necesita la sociedad vasca debe partir, de nuevo, de Gernika, como s¨ªmbolo de reconciliaci¨®n y consenso. Sin reandar el camino del consenso la sociedad vasca no tiene futuro o, de otro modo, su futuro ser¨¢ de divisi¨®n, injusticia y qui¨¦n sabe si cosas peores. Ya sabemos que la clase dirigente nacionalista no quiere hacerlo, pues hag¨¢moslo los dem¨¢s, los que todav¨ªa confiamos en un futuro democr¨¢tico para Euskadi. Recuperemos la movilizaci¨®n de la sociedad civil, infundamos moral a las v¨ªctimas y moralicemos a la sociedad vasca de todas las maneras posibles. En los ¨²ltimos a?os hemos demostrado que podemos y sabemos hacerlo. Hag¨¢moslo en positivo para poner m¨¢s en evidencia, si cabe, la bajeza moral del nacionalismo gobernante. El d¨ªa 28 de octubre se cumplen los veinticinco a?os del refer¨¦ndum en que la inmensa mayor¨ªa de los vascos ratificamos el consenso estatutario alcanzado por todas las fuerzas democr¨¢ticas y sellado en Gernika. De aquel acto y de su esp¨ªritu fundacional tenemos mucho que reafirmar y mucho por ganar. No dejemos que, despu¨¦s de quedarse con la cartera, nos quiten la dignidad. Volvamos a Gernika y recuperemos su nervio democr¨¢tico y de reconciliaci¨®n.
Francisco J. Llera Ramo es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica, director del Euskobar¨®metro de la UPV y autor de Los vascos y la pol¨ªtica.
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