El patricio desencadenado
UN EXUBERANTE reportaje publicado por Life en 1947 sobre la joven narrativa americana, convirti¨® a Gore Vidal en cresta de la nueva ola de escritores que opinaban mucho, ajustaban cuentas y le daban vuelta al guante de la fama desde los medios de comunicaci¨®n. Para ellos, la tele fue un segundo hogar desde finales de los cincuenta. Entre fuegos cruzados de heterodoxia, de hiel y de s¨¢tira, Norman Mailer, Truman Capote y el mismo Vidal fueron un reflejo distorsionado de Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Jr. El tr¨ªo calavera. Sospecho que ni siquiera se odiaban, aunque sus trifulcas acabaran a veces en los tribunales como si all¨ª se fuese a juzgar cu¨¢l de los tres ser¨ªa recordado como el mejor escritor de su ¨¦poca (hubo veredicto: Bellow). Esas ri?as ten¨ªan, desde luego, otra misi¨®n: reforzar la propia imagen, adelantar la idea de "Capote", "Mailer" o "Vidal" antes de que otros lo hicieran. Si los lugares comunes iban a vencer, y adem¨¢s vend¨ªan, era necesario que uno diese a su retrato p¨²blico cuantas pinceladas pudiera con el encanto, la telegenia y la capacidad oratoria que la naturaleza le hab¨ªa concedido. Un dise?o de la apariencia pr¨®ximo a la pol¨ªtica moderna, a lo que exig¨ªa la cultura de masas, y distinto al status acad¨¦mico, que entonces se estilaba en Estados Unidos y a¨²n sigue vigente en muchas partes: el "t¨² me das cremita si yo te doy cremita". Un mecanismo austroh¨²ngaro que obtiene siempre el mismo resultado: los m¨¢s serios y solemnes cr¨ªticos y narradores van por la calle empastados de Nivea. Vidal, Mailer y Capote interpretaban un papel, eran venenosos, a menudo falseaban la verdad por un epigrama memorable, pero, sobre todo, eran buenos escritores. Mailer y Vidal siguen ah¨ª, en una productiva tercera edad, con los dientes apretados. Por m¨¦rito propio y porque el mundo va como va, su autorictas ha dejado de ser pop. Vidal ha completado con rigor un lado bueno de su perfil basado en la elevada distancia, la heterodoxia y la pu?alada incisiva que combina con una elegante presencia en el ojo del hurac¨¢n. Se le puede nombrar en La Rochefoucauld de la segunda mitad del XX. El cortesano de entonces es el famoso de hoy con rayos X en unos ojos que lo han visto todo varias veces.
El problema que se suele tener con Vidal es que si resulta heterodoxo para una mayor¨ªa convencional, para casi toda la minor¨ªa lo es mucho m¨¢s. Su tema literario, "ser norteamericano", es el de casi todos sus paisanos escritores. Sin embargo, ninguno de ellos se ha criado en una familia de pol¨ªticos donde el simulacro constante y la trampa como norma se resuelven en apostillas cargadas de estoicismo, oficio y curare. Por tanto, el motor creativo de Vidal no es el indignado entusiasmo, la ardiente epifan¨ªa, del que descubre c¨®mo funciona el mundo entre la sumisa mentira moral de la clase media. Su enfoque, su ventaja cualitativa y un desprecio por el sustrato religioso de la prosa americana han hecho que ¨¦l, tanto en narrativa como en ensayo, se haya decantado, al margen del drama juvenil de La ciudad y el pilar de sal o las travesuras sat¨ªricas de Myra Breckinridge por plasmar un fresco hist¨®rico de Norteam¨¦rica a trav¨¦s de sus principales figuras hist¨®ricas. Presidente tras presidente, de Washington a los dos Bush y de los dos Roosevelts a Kennedy, con menciones especiales a Nixon y Reagan, los supuestos l¨ªderes han ido pasando por el chino de Vidal. Cerca de los ochenta a?os, y retomando lo novelado en Burr, ha conseguido en La invenci¨®n de una naci¨®n que a las efigies del monte Rushmore se les caiga la cara de verg¨¹enza.
La opini¨®n general y vulgar (y que comparto) tilda a Vidal de gran ensayista y novelista m¨¢s bien pesado. Para eso, como para todo, el autor tiene una respuesta preparada. Los ensayos son cortos, las novelas largas y la gente no da para m¨¢s. Es posible. Pero, desde aqu¨ª, arriesgo otra idea. Donde m¨¢s refulge Vidal, donde contin¨²a con m¨¢s br¨ªo la tradici¨®n afor¨ªstica de los moralistas franceses, es en la entrevista. Si el entrevistador es inteligente, Vidal es magn¨ªfico. Si el entrevistador hace preguntas tontas, pero a Vidal le cae bien, el autor alcanza la gloria. Un ejemplo de exquisita levedad, lejos de las urgencias pol¨ªticas de la hora. Pregunta: ?a qu¨¦ hora se levanta? Respuesta: cuando me despierto. Pregunta: ?nunca se levanta antes de despertar? Respuesta: hay que tener normas, Monique.
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