?Catalu?a contra Europa?
La frivolidad se paga cara. Y por adelantado. El no de Esquerra y la duda de Converg¨¨ncia sobre la nueva Constituci¨®n europea han acarreado ya -mucho antes de celebrarse el refer¨¦ndum- un serio perjuicio a los catalanes. Han logrado desbancar a Catalu?a de la vanguardia europe¨ªsta en Espa?a. Los catalanes figuraban en cabeza del europe¨ªsmo en el exilio desde la posguerra mundial. Y en el interior, sobre todo desde el Documento de los 13, un manifiesto que postulaba la adhesi¨®n a la Comunidad firmado el 14 de julio de 1972 por 13 entidades c¨ªvicas y empresariales.
De momento, la antorcha la han tomado los canarios, cuyo Parlamento aut¨®nomo ha instado por unanimidad a sus ciudadanos a respaldar el texto del nuevo tratado. Pero los catalanes, si triunfan las dudas (?qu¨¦ tristeza registrar a Jordi Pujol maculando su magn¨ªfico historial europeo!) y las negativas (las excursiones de Esquerra deber¨ªan ir m¨¢s all¨¢ de Pepi?¨¢n, hacia Bruselas), a¨²n pueden hacer m¨¢s el rid¨ªculo. Por ejemplo, logrando que la primera Constituci¨®n de la que se dota la Uni¨®n Europea (UE) coseche en Catalu?a el m¨¢s exiguo apoyo de todas las comunidades aut¨®nomas.
Votar 'no' a la Constituci¨®n es renegar de todas las aportaciones que supone al reconocimiento auton¨®mico
Lo peor es que los argumentos empleados contra el nuevo tratado en clave nacional son falsos. No hay retroceso alguno respecto a los seis anteriores tratados en t¨¦rminos europe¨ªstas. El nuevo texto no s¨®lo "no comporta ninguna regresi¨®n con respecto a los tratados precedentes", contra lo que se tem¨ªa al iniciarse la Convenci¨®n, sino que "permite incluso, en puntos importantes, avances significativos", como ha destacado el ex premier socialista franc¨¦s Lionel Jospin frente al oportunismo endonacionalista de algunos de sus correligionarios.
Contra lo que se esgrime, el tratado constitucional tampoco contiene retrocesos, sino avances, para las autonom¨ªas, nacionalidades u otros entes subestatales. Es decir, para esa dimensi¨®n de Europa de las regiones o de los pueblos complementaria a la can¨®nica, que empez¨® a articular Jacques Delors a trav¨¦s del Comit¨¦ de las Regiones establecido en el Tratado de Maastricht. Ve¨¢moslo con detalle.
- Ciudadanos y pueblos. Primero, es falso que, contra lo que se han hartado de denunciar algunos, el nuevo tratado elimine el concepto de pueblos que hab¨ªa caracterizado tradicionalmente a la UE, al configurarla como una uni¨®n de Estados y de pueblos. Es cierto que el texto final reemplaza frecuentemente ese concepto por el de ciudadanos. Eso s¨®lo deber¨ªa molestar a los nacionalistas esencialistas, pero no a quienes, como los l¨ªderes de Esquerra, postulan una naci¨®n de ciudadanos m¨¢s que de mitos hist¨®ricos.
Pero es que, adem¨¢s, el concepto de pueblos no ha desaparecido del texto. Figura al menos en dos ocasiones. As¨ª, "los pueblos de Europa, sin dejar de sentirse orgullosos de su identidad y de su historia nacional...", reza ya el pre¨¢mbulo. Y la magn¨ªfica Carta de los Derechos Fundamentales recogida en la segunda parte del nuevo tratado se encabeza as¨ª: "Los pueblos de Europa, al crear entre s¨ª una uni¨®n cada vez m¨¢s estrecha...".
Es cierto que la sustituci¨®n de pueblos por ciudadanos en varios art¨ªculos obedeci¨® en parte a los intentos del PP espa?ol de achicar el espacio de regionalismos y nacionalismos subestatales. "Quer¨ªamos cerrar el camino a la Europa de las regiones", reconoc¨ªa en privado uno de los protagonistas. Pero esos intentos no les salieron bien. Y no s¨®lo porque dejaron en el papel trazas de "los pueblos", terca realidad. Tambi¨¦n porque naufragaron otras pretensiones derivadas de la oleada nacionalista espa?ola en que estaba sumergida la derecha aznarista.
Naufrag¨®, por ejemplo, la propuesta de establecer el principio de la "intangibilidad de fronteras". Qued¨® sustituido por un mero respeto de la Uni¨®n a las "funciones" de los Estados, entre otras las orientadas a "garantizar su integridad territorial" (art¨ªculo I-15), algo, de puro obvio, redundante, pues ni siquiera impedir¨ªa una eventual independencia acordada seg¨²n el par¨¢metro pactista checoslovaco.
Pero adem¨¢s, ese mismo art¨ªculo, y otros (como el pre¨¢mbulo a la Carta de Derechos), consagra por vez primera en un tratado de la Europa comunitaria las autonom¨ªas territoriales. Y ampl¨ªa el peso de ¨¦stas en la UE (v¨¦ase Catalu?a en Europa, EL PA?S, 21 de junio de 2004), pues obliga a la Comisi¨®n a "tener en cuenta" la dimensi¨®n regional cuando ponga en marcha una iniciativa legislativa, regula las consultas de los parlamentos estatales a los aut¨®nomos y otorga al Comit¨¦ de las Regiones la capacidad de recurrir ante el Tribunal de Luxemburgo. Competencias de menor alcance que las postuladas por los m¨¢s europe¨ªstas/m¨¢s autonomistas del Parlamento de Estrasburgo (informes de Giorgio Napolitano y Alain Lamassoure), s¨ª, pero de mucha mayor entidad que las del tratado vigente. De modo que no hay retroceso, sino avances.
- Los derechos colectivos. Jordi Pujol aseguraba el pasado 25 de septiembre que la Constituci¨®n "se carga los derechos colectivos" al suprimir la menci¨®n a los pueblos, consagrando as¨ª "el triunfo de las tesis jacobinas m¨¢s absolutas".
Hay que leer. Siempre es mejor leer que decir nader¨ªas. Si se lee, se encuentra, como antes se ha indicado, el concepto pueblos. Pero es que, adem¨¢s, los 53 art¨ªculos de la Carta de Derechos Fundamentales reconocen una retah¨ªla de derechos colectivos (aquellos que, siendo de ra¨ªz individual, s¨®lo pueden ejercerse de forma colectiva), como el derecho a la educaci¨®n (II-74), los derechos sociolaborales (II-87 a II-94), el derecho a los servicios generales propios del modelo social europeo (II-96)... sin olvidar el derecho a la igualdad y a la diversidad: "La Uni¨®n respeta la diversidad cultural, religiosa y ling¨¹¨ªstica" (II-82). ?Jacobinismo?
- La lengua catalana. Como durante 23 a?os el nacionalismo nada hizo, salvo ret¨®rica, por la lengua catalana a nivel europeo, ahora parece molestarle que el supuesto jacobinismo le desborde. Baste recordar que la Constituci¨®n no cierra puertas a otros idiomas oficiales; consagra varios nuevos. Que el asunto depende m¨¢s del ¨¢mbito espa?ol que del europeo. Y que los gobiernos de Zapatero y Maragall han empezado a oficializar el estatuto del idioma catal¨¢n en Bruselas y Estrasburgo, y han conseguido m¨¢s en pocos meses que otros en largos decenios. Lo que de rebote constituye un poderoso acicate para la cooficialidad que deber¨ªa haber sido primigenia: la oficialidad en Espa?a. Algo parecido ocurre con la participaci¨®n pol¨ªtica de las comunidades aut¨®nomas en las instituciones comunitarias, como se detall¨® en la conferencia de presidentes celebrada el pasado jueves en el Senado.
O sea: votar no a este texto (o, en su versi¨®n ambigua, abstenerse) es renegar de todas las aportaciones que supone al reconocimiento auton¨®mico. Rechazar la Constituci¨®n es rechazar el reconocimiento de las autonom¨ªas, la obligatoriedad para Bruselas de legislar con pleno respeto a las competencias auton¨®micas, las nuevas competencias del Comit¨¦ de las Regiones... Supone todo eso porque implica volver al Tratado de Niza, que no contiene ninguno de esos avances.
"De ninguna manera", amagan los demagogos, "votar no es votar por otra Europa". Lament¨¢ndolo para sus buenas conciencias, no es as¨ª. Si la Constituci¨®n fracasa en las urnas, se vuelve atr¨¢s, al tratado anterior. De manera que "la tesis de una crisis saludable es quim¨¦rica", como sostiene Jospin. Pero la falacia de que el no a esta Europa es un s¨ª a otra Europa mejor es ya antigua. "Queremos aclarar a todos los europeos que un voto negativo de Francia a Maastricht no significar¨¢ un no a Europa, sino un no a una visi¨®n burocr¨¢tica de Europa", defend¨ªan en su Carta abierta a todos los europeos (7 de septiembre de 1992) nacionalistas derechistas como Philippe S¨¦guin y Charles Pasqua, en sinton¨ªa ideol¨®gica, que no pol¨ªtica, con el nacionalista ultraderechista Jean Marie Le Pen, quien alertaba: "La patria est¨¢ en peligro".
Europa, as¨ª, como tal, no existe. Europa es la Uni¨®n Europea. La Europa real, pol¨ªtica y econ¨®mica, es la UE. La UE es un modelo de ¨¦xito porque ha garantizado a sus ciudadanos durante medio siglo la paz, la prosperidad y la cohesi¨®n social, tras 2.000 a?os de reveses, hambrunas y guerras. Por eso crece la demanda de esta Europa. Por eso hay cola para entrar en la UE. Pero la UE es efectivamente s¨®lo el modelo realmente existente. Ha habido otros modelos diferentes: la Europa de Napole¨®n y la del Tercer Reich, desp¨®ticas, y modernamente, la del Comecon, sovi¨¦tica, y la de la EFTA, brit¨¢nica. Todas ellas, afortunadamente, han fracasado. De manera que cualquier sue?o leg¨ªtimo de una Europa distinta (m¨¢s veloz, m¨¢s social, m¨¢s pr¨®xima, m¨¢s diversa...) s¨®lo puede germinar desde dentro de la actual UE. Lo dem¨¢s son bromas.
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