Juego de damas
Detr¨¢s de cada candidato hay una gran mujer. Laura, esposa de Bush, y Teresa, esposa de Kerry y due?a de una multinacional de salsas, son dos personas de fuerte car¨¢cter, decisivas para definir lo que representan sus maridos en las elecciones del martes en EE UU. As¨ª son ellas.
La carrera presidencial da sus ¨²ltimos suspiros. Filadelfia, Reno, Las Cruces, Sioux City? La primera dama, Laura Bush, y su marido, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, pondr¨¢n en pocas horas punto final a las que han sido, para ambos, las dos semanas m¨¢s fren¨¦ticas de la campa?a electoral. Quince d¨ªas en aquellos Estados, ocho, que pueden columpiarse e inclinar la balanza al punto de provocar el desenlace en una nueva versi¨®n de las elecciones extraordinariamente re?idas de hace cuatro a?os. Ma?ana, d¨ªa 1 de noviembre, los Bush pasar¨¢n la noche en su rancho de Crawford (Tejas). A primera hora del martes 2 votar¨¢n en su tierra y se subir¨¢n al avi¨®n presidencial, Air Force One, para volver a la Casa Blanca. En noviembre de 2000 esperaron los resultados en Austin (Tejas); esta vez lo har¨¢n en la Casa Blanca. Mientras, Teresa Heinz Kerry y su esposo, el senador dem¨®crata por Massachusetts, John Kerry, esperar¨¢n junto a su familia, en Boston, el veredicto de las urnas.
Hace hoy un largo mes desde que Laura Bush y Teresa Heinz Kerry se vieron las caras a pocos cent¨ªmetros y posaron ante 60 millones de espectadores para hacerse la foto. Ambas se saludaron con un beso en el estrado de la Universidad de Miami, en Coral Gables, Estado de Florida, nada m¨¢s terminar el primer duelo televisivo entre sus maridos. Al advertir que vest¨ªan un traje sastre color blanco de hechura similar, las dos se partieron de la risa. La cabeza ovalada de Laura exhib¨ªa el sempiterno pelo corto; Teresa, baja y regordeta, luc¨ªa su larga melena color casta?o rojizo flotando sugestivamente sobre el rostro. Laura sab¨ªa esa noche que Bushie, como llama a su esposo en la intimidad, acababa de perder el primer asalto. El lenguaje corporal de su marido, explic¨® Laura a un amigo, hab¨ªa transmitido chispas a trav¨¦s de la peque?a pantalla. "No se est¨¢ quieto un momento y hace cosas raras con el rostro", dijo. "El resultado habr¨ªa sido diferente en un debate radiof¨®nico", a?adi¨®. Laura vio, d¨ªas m¨¢s tarde, la noche del viernes 9 de octubre, c¨®mo Bush tambi¨¦n perd¨ªa ante Kerry el siguiente debate, el segundo, aunque su marido hab¨ªa mejorado. El martes 12 de octubre, un d¨ªa antes del tercer y ¨²ltimo combate, Laura acudi¨® al programa del veterano periodista Larry King, en la cadena CNN, con la esperanza de reparar los da?os provocados por las dos sucesivas derrotas de Bush e intent¨® apuntalar a su marido. Explic¨® que ¨¦l, por supuesto, sab¨ªa decir "lo siento", y, frente a la imagen de que jam¨¢s comete errores, se?al¨® que s¨ª, que su marido se equivoca como cualquier persona normal.
Laura Bush ha regado con mimo un atributo que se ha convertido en su principal se?a de identidad durante sus cuatro a?os en la Casa Blanca: el saber estar. Ha interpretado el papel de una reina moderna. Mientras su marido termina la campa?a con ¨ªndices de aprobaci¨®n por debajo del 50%, ella se ha mantenido por encima del 70%.
Dentro de cuatro d¨ªas, el pr¨®ximo 4 de noviembre, Laura Welch, esposa de Bush, cumplir¨¢ 58 a?os. Nacida en Midland (Tejas), obtuvo un t¨ªtulo de profesora en la Universidad Metodista del Sur, en 1968. Ejerci¨® como maestra en escuelas p¨²blicas primarias en Dallas y Houston. Fue en 1973 cuando se gradu¨® como bibliotecaria en la Universidad de Tejas, en Austin, ciudad donde comenz¨® a trabajar con su nuevo t¨ªtulo en una escuela p¨²blica. Cuatro a?os despu¨¦s, en 1977, conoci¨® a George Walker Bush, con quien se cas¨® y a quien oblig¨®, ultim¨¢tum mediante, a abandonar la bebida. Con ¨¦l ha tenido dos hijas gemelas, Barbara y Jenna.
Si uno se asoma a la p¨¢gina de In-ternet de la primera dama en la Casa Blanca, puede advertir una de las razones por las cuales Laura Bush ha causado tantos estragos en sectores sociales e intelectuales que por tradici¨®n siempre han sido antirrepublicanos. All¨ª, Laura, por ejemplo, recomienda "algunos libros para lectores de todas las edades". Entre ellos: Nave de tontos, de Katherine Anne Porter; Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoievski; Querido, de Toni Morrison, y M¨²sica para camaleones, de Truman Capote.
La menci¨®n a Katherine Anne Porter, escritora nacida tambi¨¦n en Tejas, llev¨® al periodista de la revista Vanity Fair James Wolcott, uno de los cr¨ªticos literarios m¨¢s ¨¢cidos de Nueva York, a elogiar recientemente a la primera dama. "Simpatic¨¦ al instante con ella cuando le¨ª que uno de sus escritores favoritos era Katherine Anne Porter", escribi¨® Wolcott, quien extrajo de las obras de la escritora una frase sugerente que le ven¨ªa como anillo al dedo en su reportaje: "Un hombre que se casase con una mujer tan refinada no podr¨ªa ser un pat¨¢n, ?o s¨ª?". En otros t¨¦rminos: si Laura estaba con Bush, ¨¦ste no pod¨ªa ser tan tonto.
Pero unas semanas m¨¢s tarde, Wolcott puso fin a su idilio con la primera dama. He aqu¨ª su mea culpa: "Cuando escrib¨ª sobre las mujeres de Bush sucumb¨ª a la tentaci¨®n de creer que Laura no era caballa fr¨ªa sin consciencia como el resto del clan Bush. Pens¨¦ que era diferente, mejor, toda una hero¨ªna de una pel¨ªcula del director Douglas Sirk, atrapada en una benigna c¨¢rcel de convenciones. No, ella es, simplemente, otra guardiana embutida en traje pantal¨®n. Se opone a Nancy Reagan [la viuda del presidente Ronald Reagan], quien propone apoyar la investigaci¨®n de embriones de c¨¦lulas madre. O, peor, ha defendido al grupo de veteranos de las lanchas r¨¢pidas en Vietnam, que ha intentado desacreditar con mentiras a John Kerry. La actitud de Laura ha sido repulsiva".
Laura, conocida en la campa?a re-publicana como el arma secreta de Bush, ha sido utilizada por su esposo para persuadir a los votantes moderados, sobre todo en aquellos Estados proclives a columpiarse (llamados swing states). A menudo, la gente olvida que las elecciones en Estados Unidos son, m¨¢s que una elecci¨®n nacional, unos comicios en 50 Estados donde no gana el que m¨¢s n¨²mero de votos obtiene, sino el que m¨¢s sufragios electorales re¨²ne. Y ¨¦stos proceden de esas 50 elecciones, en otros tantos Estados, cada uno de ellos con una cantidad de votos electorales.
La idea de Karl Rove, arquitecto de la campa?a de Bush, ha sido dar a trav¨¦s de Laura una raz¨®n para que muchos electores indecisos reelijan a Bush, habida cuenta de que su atracci¨®n entre las mujeres, en las elecciones de 2000, fue muy baja en comparaci¨®n con la que concit¨® su rival, Al Gore, quien gan¨® el voto popular.
Pero a medida que la batalla entre Bush y Kerry se hizo m¨¢s encarnizada, el margen de maniobra de Laura se fue estrechando. Sus discursos, siempre por escrito, son id¨¦nticos, tanto si habla ante un auditorio en Las Cruces (Nuevo M¨¦xico), o en Sioux City (en el Estado de Iowa). La defensa de su marido es maternalmente eficaz. "Mi marido es un hombre de mucho car¨¢cter y fuertes convicciones. Todos hemos visto c¨®mo ha conducido este pa¨ªs a trav¨¦s de la lucha m¨¢s hist¨®rica a la que una generaci¨®n se ha enfrentado en los ¨²ltimos cuatro a?os. Pero hoy la econom¨ªa crece, estamos logrando la reducci¨®n de las diferencias en nuestras escuelas y Estados Unidos es un pa¨ªs m¨¢s seguro y m¨¢s fuerte gracias a las decisiones del presidente Bush. ?stos son tiempos de cambio para nuestra naci¨®n, pero tambi¨¦n de promesa".
?Tiempos de cambio? "Qui¨¦n sabe. Creo que George ganar¨¢. Creo totalmente que ganar¨¢. Si no lo consigue, nos quedaremos bien. Pero ser¨¢ devastador. Yo me sentir¨¦ devastada, por supuesto. Pero nos sentiremos bien", explic¨® Laura Bush hace pocos d¨ªas.
Es Teresa Heinz Kerry quien, en efecto, apuesta por el cambio. Casi al mismo tiempo que Laura Bush era entrevistada por el periodista Larry King, el pasado 12 de octubre, Teresa aparec¨ªa en el peri¨®dico The New York Times, en la secci¨®n de restaurantes y vinos. Desde la potente cocina de su casa de Pittsburgh, sede del vasto imperio empresarial del ketchup Heinz, la esposa del aspirante dem¨®crata a la Casa Blanca recordaba que en 1995, al casarse con Kerry, ¨¦ste s¨®lo com¨ªa pasta con aceite, que ¨¦l mismo se preparaba, y sab¨ªa hacer una estupenda vinagreta. Eso s¨ª, aclaraba, Kerry sabe preparar los mejores merengues del mundo y una gran mousse de chocolate. "Igual que el de mi madre", dijo Teresa. "Yo le ense?¨¦ a hacer risotto y algunas sopas para que cocinara cuando yo no estoy en casa", a?adi¨®.
?Parad¨®jico? S¨ª, porque mientras Laura Bush se comporta como una mujer tradicional, Teresa irrumpi¨® en la campa?a como una cabra loca llena de vitalidad. Teresa comenz¨® a atacar a Bush con gran dureza; por ejemplo, en el tema de la guerra de Irak, o en los problemas del desempleo y la salud p¨²blica, mucho antes de que Kerry lo hiciera. A la pregunta de a qui¨¦n se parecer¨¢ en el caso de que su marido gane las elecciones, si a Laura Bush o a Hillary Rodham Clinton, Teresa responde: "Laura Bush es Laura Bush, y ella est¨¢ bien para su marido, y ¨¦se es su matrimonio. Hillary era Hillary, y ¨¦se era su pacto [con Bill Clinton] y su carrera, y no se anduvo con rodeos sobre ello. Me parece muy bien?, pero yo no tengo inter¨¦s en una carrera".
A estas alturas de su vida, para Teresa Heinz Kerry, de 66 a?os, viuda de John Heinz III, el senador republicano y rey del ketchup, con una fortuna estimada hace pocos d¨ªas en 1.000 millones de d¨®lares, la apuesta de la Casa Blanca es un juego divertido. Quiz¨¢ por ello acept¨® de buena gana poner, nunca mejor dicho, su salsa al servicio de Kerry, un hombre tan patricio y mesurado como cerebral y aburrido. Teresa ha hecho campa?a en su propio jet privado, un Gulfstream II llamado La Ardilla Voladora.
Teresa Thierstein Simoes-Ferreira naci¨® y creci¨® en Louren?o Marques (Mozambique), cuando este pa¨ªs del este de ?frica era una colonia portuguesa. Estudi¨® lenguas romances y literatura (francesa, italiana y portuguesa) en la Universidad de Witwatersrand, la llamada Oxford de Johannesburgo (Sur¨¢frica). En 1959, Teresa se uni¨® a sus compa?eros de universidad en la lucha contra una nueva ley que pretend¨ªa extender el apartheid a algunas instituciones de altos estudios que a¨²n segu¨ªan practicando la integraci¨®n. La ley fue aprobada. Tras graduarse en Sur¨¢frica, Teresa viaj¨® a Suiza para estudiar en la Escuela de Int¨¦rpretes de la Universidad de Ginebra. Fue all¨ª, al poco de llegar, donde conoci¨®, en un campo de tenis, a John Heinz, miembro de una familia multimillonaria, que se hab¨ªa trasladado para trabajar en un banco suizo.
En 1964, Teresa hablaba cinco idiomas (portugu¨¦s, ingl¨¦s, espa?ol, italiano y franc¨¦s) y ya estaba trabajando como int¨¦rprete, pero no en Ginebra, sino en Nueva York, en Naciones Unidas. Dos a?os m¨¢s tarde, en 1966, Teresa y John Heinz contra¨ªan matrimonio en la capilla de la familia del novio, en Pittsburgh. Tuvieron tres hijos: John, Andre y Christopher. En 1991, Heinz, que ya llevaba casi veinte a?os como representante republicano en el Congreso y m¨¢s tarde como senador por Pensilvania, muri¨® en un accidente de aviaci¨®n. Un a?o antes de morir, Heinz le hab¨ªa presentado a Teresa a un colega del Senado. Era un senador dem¨®crata llamado? John Kerry.
En 1992, Teresa, que estaba regis-trada en el Partido Republicano, fue enviada a R¨ªo de Janeiro por el presidente George Bush, padre, como integrante de la delegaci¨®n oficial norteamericana en la Cumbre de la Tierra. Su activismo en temas de medio ambiente ya era un hecho notorio. El dinero que las fundaciones de la familia Heinz, dirigidas por Teresa, destinaban a dichas actividades hab¨ªa permitido, entre otras cosas, reconvertir Pittsburgh y sus r¨ªos, otrora cuna de la industria sider¨²rgica, en una ciudad irreconociblemente limpia y cristalina. All¨ª, en R¨ªo, cuenta la leyenda, Teresa y John, divorciado y padre de dos hijas, Alexandra y Vanessa, hablaron en franc¨¦s. Fue la semilla del idilio. Tres a?os m¨¢s tarde, Teresa y John se casaban.
En 1994, Teresa ya hab¨ªa estudiado la oportunidad de presentarse a las elecciones para ocupar el puesto en el Senado que dej¨® la muerte de su marido. "El pensamiento m¨¢s creativo no est¨¢ hoy d¨ªa en Washington. Las campa?as pol¨ªticas son en esta ¨¦poca la tumba de las ideas y el lugar de nacimiento de las promesas vac¨ªas", dijo al explicar ante los medios de comunicaci¨®n que hab¨ªa decidido no dar el salto al ruedo de la pol¨ªtica.
En la campa?a dem¨®crata de 2004, Teresa Heinz Kerry, que abandon¨® el Partido Republicano muy recientemente, en 2002, ha actuado como francotiradora. "Yo soy inmigrante; por tanto, me identifico mucho con Teresa. Ella lleg¨® de ?frica y no se ha olvidado de ello. Para la campa?a es muy relevante lo que ella ha aportado al dirigirse a grupos ¨¦tnicos y a los inmigrantes", explic¨® a El Pa¨ªs Semanal Fabiola Rodr¨ªguez, portavoz de la campa?a de John Kerry para el mundo hispano. Si Kerry llegase a ganar, ser¨ªa la segunda vez que la Casa Blanca alberga a una primera dama nacida en el extranjero. El ¨²nico antecedente: Louisa Catherine Johnson, esposa del presidente John Quincy Adams. Con todo, es un precedente discutible. El padre de la mujer del presidente Adams era un norteamericano que viv¨ªa en Londres y su madre era inglesa.
Kerry no ha tenido grandes palabras para Teresa en p¨²blico. Hace dos semanas, el 13 de octubre, durante el tercer y ¨²ltimo debate televisivo, el periodista Bob Schieffer, un hombre que juega al golf con el presidente Bush, y cuyo hermano Tom es embajador de Estados Unidos en Australia, les pregunt¨® qu¨¦ hab¨ªan aprendido ambos de dos mujeres fuertes como sus respectivas esposas. Era la pregunta perfecta para Bush. El presidente est¨¢ casado con una mujer muy popular y de gran visibilidad, mientras que Kerry est¨¢ divorciado y se ha vuelto a casar.
"A escucharlas. A estar de pie bien recto y a no gesticular con el rostro. Amo a las mujeres fuertes que est¨¢n a mi alrededor. No puedo decirle cu¨¢nto amo a mi mujer y a mis hijas?", dijo Bush en una interpretaci¨®n impecable.
Kerry, a su vez, se?al¨®:
"Creo que el presidente y yo somos dos ejemplos de gente con suerte que se han casado bien. Y algunos dir¨¢n que yo m¨¢s que los dem¨¢s", se?al¨®, en alusi¨®n a su mujer multimillonaria. "Me hago cargo? Me gustar¨ªa decir unas palabras de una mujer sobre la que no me ha preguntado usted, pero mi madre muri¨® hace un par de a?os, cuando yo estaba pensando en la posibilidad de presentarme a las elecciones. Estaba en un hospital y fui a hablar con ella. Le cont¨¦ lo que estaba planeando. Me mir¨® desde la cama y me dijo: "Recuerda: honestidad, honestidad, honestidad". ?stas son las tres palabras que me dej¨®. Y mis hijos y mi mujer son gente que est¨¢n llenos de ese sentido de lo que es correcto y de lo que es incorrecto. Me mantienen honesto". El p¨²blico supo as¨ª que Kerry amaba a su madre.
Teresa, ataviada con un brillante traje rojo, segu¨ªa sus palabras desde la primera fila, en Tempe (Arizona). Su rostro no parec¨ªa desbordar alborozo. La jocosa alusi¨®n de Kerry a su fortuna sorprendi¨® a propios y extra?os, pero quiz¨¢ su destinataria hubiera preferido alguna palabra m¨¢s amorosa. Adem¨¢s, en ese mismo debate, Kerry, al ser preguntado por los homosexuales, aludi¨® a Mary Cheney, la hija del vicepresidente Dick Cheney, a la que calific¨® de lesbiana, un hecho p¨²blico, asumido incluso por el vicepresidente y su esposa. No parece que Teresa, seg¨²n versiones, considerase tampoco acertada dicha menci¨®n. Las encuestas, por otra parte, aportaron datos como para estimar que Kerry hab¨ªa metido la pata.
En las dos semanas siguientes, Madre Teresa Jr., como se llama a Teresa Heinz Kerry, entre otras cosas por poseer una gargantilla que perteneci¨® a la c¨¦lebre religiosa, se peg¨® a su marido como una sombra. En las pr¨®ximas horas ser¨¢ posible saber si la salsa de Teresa ha contribuido en algo a mejorar las posibilidades de Kerry para hacerse con la Casa Blanca o si, por el contrario, su rival Laura Bush ha logrado llevar a la pr¨¢ctica las recomendaciones de Karl Rove, el cerebro de Bush. A abrocharse los cinturones. Las elecciones ya est¨¢n aqu¨ª.
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