La mujer ¨¢rbol
Wangari Maathai tiene 64 a?os y acaba de conseguir el Premio Nobel de la Paz. Bi¨®loga, ministra, una de las primeras mujeres africanas en conseguir un doctorado, es, sobre todo, la creadora del Movimiento Cintur¨®n Verde, de Kenia, que busca la reforestaci¨®n del pa¨ªs y dar un trabajo digno a 50.000 mujeres. ?sta es su historia de pasi¨®n y lucha.
El juez ten¨ªa raz¨®n. Wangari Maathai era en 1980 "cabezota, triunfadora, con mucho nivel educativo, demasiado fuerte y muy dif¨ªcil de controlar". Todav¨ªa hoy lo es. Y si no lo hubiera sido entonces, no habr¨ªa osado rebatir al magistrado y hacerle notar que era un disparate que dichos atributos, referidos textualmente en la sentencia, sirvieran de base para conceder un divorcio, en ese caso el suyo. "Le dije que si hab¨ªa llegado a esa conclusi¨®n era porque era un corrupto, y muchos jueces lo eran, o un incompetente. Me mand¨® a la c¨¢rcel, claro. Por desacato. Me dio seis meses, pero estuve muy poco tiempo".
No fue la ¨²ltima vez que acab¨® entre rejas. En los ¨²ltimos 25 a?os, Maathai ha contribuido a plantar 20 millones de ¨¢rboles en Kenia y a generar ingresos para 50.000 mujeres pobres, pero tambi¨¦n se ha enfrentado al poder y a la polic¨ªa, y ha sido golpeada y detenida, aunque siempre por periodos cortos.
"Obst¨¢culos en el camino". As¨ª es como esta mujer de piel negra, negr¨ªsima, imposiblemente joven para sus 64 a?os, llama a las dificultades que ha ido encontrando en su recorrido; una trayectoria que le ha llevado a convertirse en la primera mujer africana -y la duod¨¦cima en el mundo- en obtener el Premio Nobel de la Paz.
"Todav¨ªa me estoy pellizcando tratando de convencerme de que es verdad y que soy yo", dice sobre la concesi¨®n del premio.
A Maathai le dieron la noticia mien-tras estaba trabajando en Nyeri, su localidad natal, una ciudad situada a 150 kil¨®metros de Nairobi, en un enclave privilegiado: frente al monte Kenia, el segundo pico m¨¢s alto de ?frica, y junto a la sierra de Aberdares. Para celebrarlo plant¨® un ¨¢rbol all¨ª mismo. "Las monta?as han sido fuente de inspiraci¨®n a lo largo de la historia. Para la gente que vive cerca del monte Kenia, ¨¦sa es su monta?a, incluso creen que Dios vive all¨ª. Cuando yo la contemplo siento como si me mirara y me dijera: me est¨¢n violando; s¨¦ que desde la distancia todo parece muy tranquilo, pero mis ¨¢rboles est¨¢n siendo cortados, mi nieve se derrite, mis r¨ªos se vac¨ªan, no tengo nada que ofrecer; ?no puedes hacer algo?".
Maathai lleva consigo una imagen de su infancia: un riachuelo al que acud¨ªa a recoger agua y a observar las plantas y los huevos de rana que flotaban en la corriente. A?os despu¨¦s se sec¨®. "Pero su recuerdo es muy preciado, me ha dado energ¨ªa todo este tiempo, y cuando trabajo siempre tengo presente la visi¨®n de ese arroyo". Sin embargo, en los a?os setenta, cuando estaba ense?ando anatom¨ªa, "la ¨²ltima cosa que estaba en mi mente era el medio ambiente; tampoco me despert¨¦ un d¨ªa y decid¨ª hacerme activista, fue algo que surgi¨® naturalmente".
Digamos que? una cosa llev¨® a la otra. Eso explica que en la maleta vindicativa de Maathai se fueran incorporando la protecci¨®n del medio ambiente, los derechos de las mujeres, la lucha contra la pobreza, la exigencia de democracia y la promoci¨®n de la paz, para, desde entonces, viajar inevitablemente juntas y revueltas.
Maathai se licenci¨® en biolog¨ªa en Es-tados Unidos y ampli¨® sus estudios en Alemania. Especializada en biolog¨ªa animal, fue contratada como profesora por la Universidad de Nairobi, donde ense?ar¨ªa durante 15 a?os. All¨ª se convirti¨® en la primera mujer de ?frica oriental en obtener un doctorado, en 1971, y en dirigir un departamento universitario, el de anatom¨ªa veterinaria.
Ya entonces comenz¨® a implicarse en batallas al margen de lo que era estrictamente su trabajo. Se uni¨® a un grupo para combatir las interferencias pol¨ªticas en la universidad y los ataques a la libertad de c¨¢tedra; ello le llev¨® a la Asociaci¨®n de Mujeres Universitarias, para combatir la desigualdad y las diferencias de salario entre profesores y profesoras, y, representando a ¨¦sta, Wangari empez¨® su actividad en el Consejo Nacional de Mujeres, una organizaci¨®n que llegar¨ªa a presidir entre 1981 y 1987. "Me abri¨® un campo completamente nuevo y me confront¨® con los problemas de las mujeres rurales, ya que muchas asociaciones del consejo eran de zonas rurales".
Con el movimiento feminista en plena ebullici¨®n, y preparando la Conferencia Internacional de la Mujer de M¨¦xico (1975), Maathai pas¨® mucho tiempo discutiendo y escuchando las frustraciones de las mujeres.
"Hablaban de cosas que yo vi que estaban relacionadas: inseguridad alimentaria, malnutrici¨®n; falta de agua, de le?a y de ingresos. Les dije: si no ten¨¦is le?a, plantad ¨¢rboles. 'Eso es el trabajo del guarda forestal', afirmaban. Y yo repuse que el guarda deb¨ªa plantar en los bosques y terrenos p¨²blicos, pero ellas pod¨ªan hacerlo en sus parcelas".
El Movimiento Cintur¨®n Verde (MCV) surgi¨® as¨ª, en 1977, como una plataforma para crear grupos de mujeres que formasen y gestionasen viveros de semillas y plantaran los ¨¢rboles en sus peque?as huertas, dibujando un cintur¨®n alrededor de ellas.
Los ¨¢rboles, que Wangari considera "s¨ªmbolos de esperanza", son as¨ª un medio para conseguir varios objetivos: le?a, en un pa¨ªs pobre donde ¨¦sta es la principal fuente de energ¨ªa para cocinar y calentarse; lluvia, atra¨ªda por los ¨¢rboles, que riegue los campos; comida, nacida de los campos regados, que evite la malnutrici¨®n; agua para beber, provista por la lluvia. De paso, luchas contra la erosi¨®n del suelo, sensibilizas a la poblaci¨®n sobre la necesidad de cuidar el medio ambiente, proporcionas ingresos a las mujeres y les devuelves una imagen positiva de s¨ª mismas y de sus capacidades. No est¨¢ mal. Para un ¨¢rbol.
A finales de los a?os ochenta hab¨ªa 600 viveros operativos y m¨¢s de 3.000 mujeres implicadas. Hoy son 6.000 los grupos que trabajan con el MCV, 3.000 los viveros y 35.000 las mujeres que los cuidan y se benefician de ellos.
Agosto de 2004. Es invierno al sur del ecuador y el monte Kenia est¨¢ cubierto de nubes. Una caravana de veh¨ªculos asciende por caminos de tierra roja, recorriendo un extremo de la sierra de Aberdares. Cada cinco minutos, Wangari Maathai salta del todoterreno que lidera la comitiva y re¨²ne a los presentes para explicarles cosas.
"Cuando yo era peque?a, ¨¦ste era un bosque muy espeso. Pero grandes extensiones fueron despejadas para la agricultura". Lleva vestido africano y toga, mallas y unas botitas deportivas marca New Balance. "Estos montes son un punto de captaci¨®n de agua para el r¨ªo Tana, el m¨¢s largo de Kenia, por lo que el impacto de lo que pasa aqu¨ª se siente hasta la costa".
Maathai ha venido a presentar un proyecto piloto del MCV para reforestar 61 hect¨¢reas de Aberdares con especies ind¨ªgenas. La estrategia inicial del MCV de plantar ¨¢rboles en terrenos privados ha dado paso a un objetivo m¨¢s ambicioso: contribuir a repoblar bosques p¨²blicos. Pero el Gobierno de Kenia no tiene suficiente dinero para comprar el n¨²mero de semillas necesario, y de momento el MCV va a pagar por una parte de ellas.
El esquema es sencillo. Las mujeres producen las semillas y se las dan al guarda para que las transporte. Vienen ellas a plantarlas y cobran por el n¨²mero de ¨¢rboles que sobreviven al cabo de unos meses. A partir de ah¨ª, su cuidado es tarea del Servicio Forestal. "El precio que pagamos es simb¨®lico, pero ayuda a las mujeres y tambi¨¦n refuerza el sentimiento de que el bosque les pertenece".
Poco despu¨¦s, Maathai se re¨²ne con los grupos locales para hacer entrega de los primeros cheques. Les habla en su idioma, el de la tribu kikuyu; respira entusiasmo, bromea y se r¨ªe con ellos. Todos participan y exponen sus quejas: fundamentalmente no les gusta cobrar tan tarde, pero ella insiste en que el MCV no es millonario y no puede pagar por ¨¢rboles que luego no sobreviven.
A la salida, Maathai se queda hablan-do con los lugare?os. Llegar¨¢ a comer a las 17.30. Se deja caer en la silla y suspira, pero se la ve contenta. "Ahora soy diputada. Los miembros del Parlamento son vistos como proveedores de todo, como salvadores. Esa mentalidad, heredada de los antiguos reg¨ªmenes [las presidencias de Jomo Kenyatta y Daniel Arap Moi, desde la independencia, en el a?o 1963, hasta 2002], a¨²n no ha desaparecido, y la gente te persigue".
"El presidente daba dinero a un diputado para lograr su apoyo, y tomaba ese dinero de los fondos p¨²blicos. De ese modo controlaba qui¨¦n acced¨ªa al desarrollo y qui¨¦n no. Si no le gustaba una comunidad, no la prove¨ªa y la cortaba del desarrollo. Esto foment¨® la corrupci¨®n, corrompi¨® el desarrollo", prosigue. "Las organizaciones locales tambi¨¦n se hicieron muy corruptas porque todos ve¨ªan en ellas el camino al poder y, por tanto, a la riqueza".
Wangari habla despacio, su voz es firme y profunda. Te mira a los ojos. Tiene una mirada de seguridad y confianza en s¨ª misma, y, quiz¨¢ por eso, una mirada que abraza, que no siente temor de acoger a quien la escucha porque no se siente amenazada.
Curioso. Durante a?os, las fotos que publicaba la prensa keniana de Maathai la mostraban siempre enfadada, con el ce?o fruncido, la boca abierta, en pleno grito. Uno espera encontrar a una persona hostil, distante, pero es todo lo contrario. No se asusta del contacto ni reh¨²ye el saludo a la espa?ola, un beso en cada mejilla.
"En definitiva", dice, "la pobreza se ha utilizado como un instrumento de gobierno. Mantenles pobres y los controlar¨¢s. Se puede comprar a votantes pobres. Por su ignorancia y su situaci¨®n de penuria, hacen cosas que van en contra de sus intereses".
De ah¨ª la importancia para Maathai de la educaci¨®n c¨ªvica. "He intentado luchar contra la ignorancia. La gente es muy vulnerable si no recibe informaci¨®n. En el MCV, poco despu¨¦s de empezar a plantar ¨¢rboles, comenzamos a celebrar seminarios. En ellos te preguntas los porqu¨¦s de los problemas ambientales, y terminas por ver que muchos tienen que ver con un sistema corrupto y no democr¨¢tico".
Kenia funcion¨® con un sistema de partido ¨²nico durante casi 30 a?os desde que se independiz¨® del Reino Unido. S¨®lo en 1991 la presi¨®n internacional llev¨® a Daniel Arap Moi a permitir el multipartidismo, pero fue necesaria otra d¨¦cada para que una coalici¨®n de partidos opositores desalojara del poder al partido que hab¨ªa gobernado durante 39 a?os.
Como integrante de esa coalici¨®n, que lidera el actual presidente, Mwai Kibaki, Maathai sali¨® elegida diputada en 2002 y fue nombrada ministra adjunta de Medio Ambiente. Dice que ahora, como diputada, puede hacer leyes para mejorar la vida de la gente, mientras que antes, desde la sociedad civil, s¨®lo pod¨ªa intentar influir en ellas. "Me lo tomo muy en serio. Asisto religiosamente al Parlamento, escucho y participo activamente. Siempre me ha asombrado cu¨¢ntos diputados no aparecen". Y niega haber cambiado por el hecho de estar en el Gobierno. "Sigo siendo una activista, siempre lo he sido. La gente diferencia el activismo y la pol¨ªtica. No entiendo ese sentido tan estrecho de lo pol¨ªtico. Para m¨ª, todo lo que hacemos y decimos es pol¨ªtico, y si mostramos preocupaci¨®n por cualquier aspecto de c¨®mo somos gobernados, estamos expresando una opini¨®n pol¨ªtica".
Para ella, prueba de que todo entra en el mismo puchero es la animadversi¨®n tan visceral que gener¨® entre la clase pol¨ªtica keniana su activismo.
"Cuando empezamos, poca gente apreci¨® el poder de lo que est¨¢bamos iniciando, el poder de las mujeres organizadas, aunque sea para plantar ¨¢rboles. No ve¨ªan el impacto que tendr¨ªa en el pa¨ªs. Cuando eres mujer no te ven como una amenaza. Yo s¨®lo era una loca plantando ¨¢rboles. Pero a mediados de los a?os ochenta empez¨® a ser evidente que ¨¦ramos un movimiento fuerte, y, en un sistema dictatorial y opresivo, a los pol¨ªticos no les gusta la gente que se organiza porque siempre sospechan que esa organizaci¨®n va a ser usada contra sus intereses".
As¨ª que el MCV comenz¨® a ser saboteado, tachado de "subversivo", y Maathai, demonizada. "S¨¦ que infligir miedo es parte del control. Pero era sorprendente. Yo me preguntaba: ?por qu¨¦ se opondr¨¢n a que plantemos ¨¢rboles? Nadie puede oponerse a eso. Resultaban rid¨ªculos. Yo no violaba ninguna ley, s¨®lo estaba yendo al bosque".
Seg¨²n un informe de la ONU de 1989, s¨®lo nueve ¨¢rboles de cada 100 que eran talados en ?frica estaban siendo replantados. En cuanto a Kenia, cuya cubierta forestal representa s¨®lo un 2% del territorio, 90.000 hect¨¢reas de superficie arbolada se perdieron entre 1990 y 2000, y el ritmo actual de p¨¦rdida de masa forestal se estima en 5.000 hect¨¢reas cada a?o, de acuerdo con datos del Grupo de Silvicultura Keniano. Otra investigaci¨®n reciente calcula en 3.000 los kil¨®metros cuadrados de tierra estatal adjudicados ilegalmente a promotores privados en los ¨²ltimos 20 a?os, especialmente en ¨¦pocas de campa?a electoral.
Hoy siguen en pie en muchas calles de Nairobi los carteles met¨¢licos colocados por el MCV. "Basta a la apropiaci¨®n de terrenos p¨²blicos", rezan.
Kenia: destino tur¨ªstico de ensue?o, de buc¨®licos safaris, pero tambi¨¦n la naci¨®n que lleg¨® a ocupar durante la presidencia de Arap Moi el sexto puesto en la lista de pa¨ªses m¨¢s corruptos del mundo. As¨ª es el pa¨ªs de Wangari, ¨¦se es el contexto de su lucha. Y dos las campa?as que la catapultaron al mito de rebelde con causa.
En 1989, el Gobierno decidi¨® construir un rascacielos de 62 pisos en el parque Uhuru, la ¨²nica zona verde en el centro de la capital, y un lugar al que, los fines de semana, muchos habitantes de los abarrotados barrios marginales iban a pasar el d¨ªa con sus familias. Wangari Maathai -"junto a muchos otros", insiste ella- llev¨® a cabo una feroz campa?a de oposici¨®n al proyecto que finalmente logr¨® que fuera abandonado.
Eddah Gachukia, que era entonces diputada, cree que la campa?a para salvar Uhuru "puso de relieve la cuesti¨®n de los derechos de los ciudadanos, el mensaje de 'no debes permitir que incluso la gente m¨¢s poderosa pisotee tus derechos'. Creo que es la mayor contribuci¨®n de Maathai a este pa¨ªs; no ya paralizar la construcci¨®n, sino demostrar a la gente que su poder es mucho mayor que cualquier otro poder, excepto el de Dios, claro".
Vertistine Mbaya, profesora universitaria de bioqu¨ªmica y miembro del MCV desde su fundaci¨®n, a?ade que "en un momento en que a la gente le asustaba mucho saberse asociada con el bando equivocado, era encomiable ver a una persona que obedec¨ªa sistem¨¢ticamente sus principios".
El bosque Karura fue otra plaza en la que se bati¨® la fundadora del MCV. En este caso contra funcionarios del Gobierno que hab¨ªan adjudicado a amigos y aliados pol¨ªticos parte de los cuatro kil¨®metros cuadrados del bosque para construir mansiones de lujo. El a?o 1998 corri¨® entre manifestaciones, protestas, cargas policiales, detenciones e incluso visitas al hospital. Pero lograron su objetivo.
Arap Moi la llam¨® "amenaza a la seguridad del Estado". Otros la acusaron de "falaz" o de ser "s¨®lo una divorciada". "Quieren humillarte, avergonzarte y herirte para que te calles. Pero tengo una piel de elefante", dec¨ªa Maathai. Un diputado le advirti¨® de que si osaba poner el pie en su distrito la someter¨ªan a la ablaci¨®n, una pr¨¢ctica que hace a?os que los kikuyu, a diferencia de otras tribus de Kenia, han dejado de practicar, con algunas excepciones en zonas rurales.
En los ¨²ltimos d¨ªas ha habido cierta controversia sobre la posici¨®n de Maathai al respecto, a ra¨ªz de unas declaraciones que hizo en 2001 al diario franc¨¦s Le Monde en las que reconoc¨ªa que la ablaci¨®n estaba "en el coraz¨®n de la identidad de los kikuyu". Pero la prensa keniana, experta en recoger sus declaraciones m¨¢s pol¨¦micas, nunca ha publicado que ella fuera partidaria de la pr¨¢ctica. Y, contactada por EPS nada m¨¢s recibir el Nobel, Maathai afirm¨®: "No tengo ni idea de d¨®nde ha podido salir eso, todas las mujeres est¨¢n en contra de la mutilaci¨®n genital".
Lo que est¨¢ claro es que Maathai es conocida por sus exabruptos incendiarios. A un diputado lleg¨® a espetarle: "Estoy harta de los hombres que son tan incompetentes que cada vez que se encienden porque una mujer les reta tienen necesidad de acudir al tema genital para reafirmarse. No estoy interesada en esa parte de la anatom¨ªa. Los asuntos de los que me ocupo requieren la utilizaci¨®n de la cabeza. Si usted no tiene nada en ella, d¨¦jeme en paz".
Pese a sus logros, el MCV no ha completado su tarea, y los problemas ambientales de entonces siguen teniendo hoy vigencia. Pero, para muchos, el mayor impacto del movimiento, uno sin vuelta atr¨¢s, ha sido la sensaci¨®n de poder que ha dado a mujeres ordinarias de las zonas rurales, que componen el 90% de sus miembros.
"Hemos recorrido un largo camino", dice Gachukia. "Venimos de una situaci¨®n en la que las mujeres eran dependientes a otra en la que se apoyan mutuamente. ?se es el principio del empoderamiento. Cuando rechazas la dependencia y te dices: tengo dos manos, puedo trabajar por m¨ª misma; pero, a¨²n m¨¢s importante, puedo trabajar con otras".
Cuando gan¨® el Nobel, Maathai afirm¨® que el premio era un reconocimiento a las mujeres africanas. "En general, las mujeres africanas necesitan liberarse del miedo y el silencio y saber que est¨¢ bien ser fuerte", opina. Ella considera que fue por delante de su tiempo y su sociedad, "y sab¨ªa que poca gente entender¨ªa lo que trataba de hacer. Sab¨ªa que ten¨ªa raz¨®n, pero tambi¨¦n que hallar¨ªa oposici¨®n en todos los frentes". Incluido el familiar.
A ese ir por delante de su ¨¦poca atribuye en parte el fracaso de su matrimonio. "Era un buen hombre, pero nos juntamos en el momento equivocado; ni la sociedad ni ¨¦l estaban preparados para tratar a una mujer con mi formaci¨®n y mi independencia de pensamiento. Ten¨ªa que demostrar que pod¨ªa controlarme. Es una pena que sucumbiera a eso, pero muchos hombres se sienten amenazados por mujeres independientes, que son fuertes, que logran cosas por s¨ª mismas. Lo vemos en todos sitios".
D¨ªa 8 de octubre. Poseedora ya de m¨¢s de 20 premios y tres doctorados honor¨ªficos, Maathai es elegida entre 194 candidatos como premio Nobel de la Paz. Est¨¢ euf¨®rica. Por fin los peri¨®dicos la sacan sonriendo. "El premio ha situado la conservaci¨®n del medio ambiente, la democracia, el fortalecimiento de las comunidades y la paz ante los ojos del mundo", dice en conferencia de prensa.
Insiste en que muchos conflictos se libran por los recursos naturales, de modo que al trabajar por el desarrollo sostenible se trabaja por la paz, al tratar de eliminar las causas de los conflictos.
Una hoja escrita por las dos caras es distribuida con sus palabras, pero Maathai se salta su propio discurso y a?ade otros p¨¢rrafos, con an¨¦cdotas, agradecimientos o ideas que posiblemente olvid¨® anotar, en la vor¨¢gine que sigui¨® al anuncio.
"Trabajando juntas hemos demostrado que el desarrollo sostenible, la restauraci¨®n ambiental, el gobierno ejemplar son posibles si los ciudadanos ordinarios est¨¢n informados, sensibilizados, movilizados y implicados", contin¨²a.
Muy cerca anda su hija Wanjira, de 32 a?os, coordinadora del MCV. "Ha habido momentos muy duros: recibir llamadas por la noche dici¨¦ndote que tu madre est¨¢ en la c¨¢rcel?, pero tambi¨¦n otros maravillosos", dice.
"Como hija no la veo del modo en que otros la ven. Somos buenas amigas. Para m¨ª es muy abierta, tiene un gran sentido del humor, te r¨ªes todo el rato con ella. No siempre fui consciente de su fuerza y su coraje. Lo he visto con m¨¢s claridad en los ¨²ltimos tres a?os que he trabajado con el MCV".
Maathai no lamenta todos los obst¨¢culos que se han puesto o ha puesto en su camino. "No me arrepiento del sufrimiento, el castigo o el sacrificio. Ni por un momento. S¨¦ que es mi personalidad, el actuar seg¨²n lo que creo. Es como soy; quiz¨¢ sea idealista, pero si creo en algo, lucho por ello".
Y concluye: "La experiencia me ha ense?ado que servir a los otros tiene sus recompensas. Los seres humanos pasamos tanto tiempo acumulando, pisoteando, negando a otras personas. Y sin embargo, ?qui¨¦nes son los que nos inspiran, incluso despu¨¦s de muertos? Quienes sirvieron a otros que no eran ellos mismos".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.