Catadura pol¨ªtica
En un texto publicado en 1938, Ortega deja sobrentendida, muy sutilmente, su preferencia por el bando franquista. En su correspondencia privada del mismo a?o no hay sobrentendido alguno y se decanta por la victoria de Franco, aunque sepa que esa victoria no ser¨¢ la suya, la de Ortega, ni la de sus amigos liberales tambi¨¦n exiliados (Mara?¨®n, P¨¦rez de Ayala, etc¨¦tera), pero la entiende como la elecci¨®n m¨¢s benigna en medio del desastre. Antonio Machado no se exilia ni renuncia a respaldar a la Rep¨²blica, al igual que hab¨ªa hecho ya en 1931, cuando es presidente honor¨ªfico de la Agrupaci¨®n al Servicio de la Rep¨²blica, promovida por Ortega, Mara?¨®n y P¨¦rez de Ayala. En 1936, Machado fue el ¨²nico de los cuatro que se mantuvo fiel a la legalidad, y escribe en Hora de Espa?a, escribe su Juan de Mairena y no calla sus convicciones (ni su falta de fe en las palabras cuando estallan las granadas). Mara?¨®n y P¨¦rez de Ayala tambi¨¦n actuaron p¨²blicamente, pero como destacados propagandistas de Franco (antes de la victoria). Y lo hicieron con su nombre y sin esconderse, desde 1938, aunque no fuesen fascistas ni tan siquiera franquistas; pero optaron clara y rotundamente por la victoria de ese bando. En un art¨ªculo reciente, Catadura moral (EL PA?S, 21-10-2004), Javier Tusell se pregunta, a prop¨®sito de mi libro La resistencia silenciosa, sobre los l¨ªmites de la condena de ese comportamiento, pero no veo otra salida que la condena de una decisi¨®n pol¨ªtica equivocada. El caudal de matices que exige ese tiempo no ha de desdibujar los trazos de fondo y, desde luego, el esfuerzo de entender esa elecci¨®n, y en esas circunstancias no puede servir de coartada moral para un error pol¨ªtico: al contrario, la amargura que entra?a exige un esfuerzo complementario para aceptar la incoherencia entre una trayectoria liberal innegable y la decisi¨®n de respaldar a un militar que lleva detr¨¢s a la Espa?a menos recomendable. A otros tambi¨¦n liberales y dem¨®cratas les asalt¨® el mismo drama y acertaron mejor al decidir en qu¨¦ lado se pon¨ªan (a pesar del miedo, a pesar de la edad). El juicio condenatorio no es moral; el juicio es pol¨ªtico.
Y es sin duda complicado explicar la decisi¨®n de un cierto tipo de liberalismo, en el que se reconocen algunos otros nombres mayores de nuestra cultura contempor¨¢nea; por ejemplo, Baroja, o Azor¨ªn, o Men¨¦ndez Pidal. Y es que quiz¨¢s ese modo de actuar ilumina algo de la debilidad de la raz¨®n liberal conservadora ante situaciones dram¨¢ticas o, si se quiere, su vulnerabilidad ante extremismos radicales como los que impone una guerra. Parece preferir la protecci¨®n de un sistema de valores de clase y, por tanto, ideol¨®gico, antes que el respeto por el sistema democr¨¢tico y sus consecuencias. Adopta una decisi¨®n de clase que los enfrenta a quienes pueden temer tambi¨¦n los desmanes de la revoluci¨®n anarquista y comunista, pero creen prioritaria la defensa de un orden constitucional y democr¨¢tico asaltado por un general y sus aliados pol¨ªticos. Por eso no cuesta nada, ni hay que andar con muchos remilgos, para explicar la elecci¨®n de bando de Juan Ram¨®n, de Cernuda, de Am¨¦rico Castro o de Salinas. Es simplemente m¨¢s coherente con lo que hab¨ªan sido antes de la guerra y no producen la sorpresa, el desasosiego (o el des¨¢nimo) que causa la opci¨®n de los otros. Igual no es una capitulaci¨®n en toda regla, la de los maestros, quiz¨¢ no, pero s¨ª lo fue durante la guerra, cuando se sienten mejor protegidos en la coalici¨®n de derechas tradicionalistas, fascistas y muy reaccionarias que respaldan a Franco.
Pero sigue siendo verdad que no se sienten a gusto, y recelan profundamente de la barbarie que va a llegar cuando ganen los suyos, y hasta temen con raz¨®n las represalias de la victoria de su bando (como efectivamente sucede). Sin embargo, optan por ese bando, y los casos de Mara?¨®n y de P¨¦rez de Ayala son mucho m¨¢s sangrantes que el de Ortega, pero deber¨ªan servirnos para determinar las formas que experimenta la tentaci¨®n autoritaria, que casi siempre sabe que no resolver¨¢ nada convincentemente, pero que sin embargo a veces y a algunos, y en algunas circunstancias, les resulta irrenunciable, como sucede con Mara?¨®n, con Baroja, etc¨¦tera. Esa condena pol¨ªtica me parece necesaria, y la paradoja mayor de todo reside en que, a pesar de eso y contra lo que decidieron apoyar ellos mismos en la guerra, su presencia, su memoria, su subsistencia y hasta su ejemplo intelectual contribuyeron a la resurrecci¨®n de una tradici¨®n que actuaba sin ruido y sin demasiadas oportunidades porque ni la dejaban ni pod¨ªa tampoco tenerlas en el contexto de un Estado fascista. No fueron protagonistas de una resistencia silenciosa, pero fueron piezas irrenunciables de su subsistencia y maduraci¨®n hist¨®rica. (Y me abstengo de comentar otros errores de lectura de Tusell que no me s¨¦ explicar, porque de Mar¨ªas se trata en el libro, y con encomio, no aparece en ning¨²n caso la noci¨®n de falangismo liberal; se distinguen las distintas fases del franquismo, desde su delirio fascista a su sumisi¨®n nacional-cat¨®lica, y para nada se me ocurre tachar de liberales a los fascistas ni, desde luego, los maestros liberales merecen s¨®lo un juicio "calificativo condenatorio"..., sino muchos m¨¢s).
Extender la condena, por tanto, a la posguerra es otro cantar, y hay que andar con mucho m¨¢s cuidado. Entre otras cosas porque nada es uniforme ni imperturbablemente estable y las posiciones de muchos escritores van variando a medida que el propio r¨¦gimen se amolda a las nuevas circunstancias. Y la primera de todas ser¨¢ el curso de la segunda guerra hasta 1943 y el que toma ya entrado ese a?o hasta la derrota del eje (tanto cambi¨® el r¨¦gimen, en algunos puntos delicados, como que la Historia de la Segunda Guerra Mundial que publica Idea entre 1941 y 1948, con colaboradores como Manuel Aznar y aires oficiales, omite toda alusi¨®n a la propia Divisi¨®n Azul). Cuando hablamos de resistencia a secas, s¨®lo hay una, suele llevar la may¨²scula y fue la que encarnaron los franceses que se opusieron a la invasi¨®n nazi (o, si quieren, la de un maquis masacrado en pocos a?os). Pero quiz¨¢ pueda extenderse tambi¨¦n esa denominaci¨®n para aludir a la esforzada subsistencia que hall¨® la raz¨®n liberal y racionalista tras la victora de Franco: resistir a la intoxicaci¨®n del fascismo triunfante, a la revancha, al nacionalcatolicismo y la adulaci¨®n al sistema con el fin de perpetuar algunas formas de pensamiento y escritura extremadamente maltratadas o directamente amenazadas de exterminio literal. Resistir en ese sentido, que cre¨ª ampliamente explicado en el libro, entiendo que es hacer lo que hace un personaje como Juli¨¢n Mar¨ªas, que escoge un asunto entonces caliente (la filosof¨ªa del padre Gratry) para doctorarse, y no lo consigue; resistir sin hacer demasiado ruido es ir escribiendo art¨ªculos intachablemente liberales en ?nsula (aunque a menudo algo sosos) y ensayar aqu¨ª y all¨¢ otras iniciativas que recuerden d¨®nde est¨¢ el sentido com¨²n y la raz¨®n de estirpe ilustrada. Y es con algo de esa gestualidad acobardada, o sumisa, como Mara?¨®n se distancia de su papel de propagandista de Franco en 1938 y restituye una parte de su demostrado buen sentido intentando ocuparse en sus Ensayos liberales (1946) de la convivencia entre Clar¨ªn y Men¨¦ndez Pelayo en el pasado (como nostalgia para el presente), o cuando Ortega cree poder mitigar el nacionalcatolicismo rampante de un r¨¦gimen a¨²n tatuado de rasgos fascistas, o cuando Azor¨ªn o Baroja siguen escribiendo un poco como siempre, ampar¨¢ndose en la edad y en que algunos de los nuevos jerarcas intelectuales del Estado y de Falange les piden precisamente eso, que sigan ah¨ª y sigan haciendo moderadamente lo que llevan d¨¦cadas haciendo. No hay falangismo liberal alguno ah¨ª (ni en ning¨²n otro sitio), pero s¨ª es seguro que algunos de los antiguos fascistas presumidos de la guerra y la posguerra retoman las riendas de la cordura, de la tradici¨®n liberal y salen de su propio furor fascista, como har¨¢ en la d¨¦cada de los sesenta Torrente Ballester y ha aprendido a hacer algo antes un Dionisio Ridruejo. Habr¨¢n podido hacerlo con la ayuda de esa misma tradici¨®n que hab¨ªan vapuleado, manipulado, deformado y, por fin tambi¨¦n, reaprendido o resucitado o readoptado. Aquel repeluzno a lo infinito que aprendi¨® Ridruejo me recuerda en otra clave el que relata el imborrable, sobrecogedor relato de Tadeusz Borowsky en Nuestro hogar es Auschwitz: "Me acuerdo de c¨®mo me gustaba Plat¨®n. Hoy s¨¦ que ment¨ªa. Porque los objetos sensibles no son el reflejo de ninguna idea, sino el resultado del sudor y la sangre de los hombres".
Jordi Gracia es profesor de Literatura Espa?ola en la Universidad de Barcelona.
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