La resistencia democr¨¢tica
Tres d¨ªas despu¨¦s del asesinato de Theo van Gogh estuve en Utrecht, invitado a pronunciar una conferencia por la Alianza Humanista, que re¨²ne a diversas organizaciones humanistas y educativas holandesas. El tema de mi intervenci¨®n -acordado antes del crimen- fue la educaci¨®n c¨ªvica en nuestras actuales democracias europeas. Por supuesto, el impacto del tr¨¢gico suceso se hizo notar tanto en el coloquio posterior a mi charla como en las varias entrevistas que mantuve con la prensa a continuaci¨®n. El ambiente que not¨¦ en gran parte de mis interlocutores era de angustiada perplejidad e incluso de des¨¢nimo, lo cual no deja de ser l¨®gico porque sucesos as¨ª son a¨²n afortunadamente ins¨®litos en los pr¨®speros y tolerantes Pa¨ªses Bajos. Como yo ven¨ªa de unas latitudes mucho m¨¢s castigadas a ese respecto, intent¨¦ compartir con ellos nuestra experiencia de lucha antiterrorista con medidas no s¨®lo policiales, sino tambi¨¦n judiciales y pol¨ªticas (gracias a las cuales, en el caso de ETA, hab¨ªamos pasado de decenas de cr¨ªmenes anuales a llevar m¨¢s de a?o y medio sin ninguna v¨ªctima mortal). Por supuesto, tambi¨¦n insist¨ª en la importancia de plantear una educaci¨®n ciudadana y laica para prevenir la amenaza que sin duda va a gravitar cada vez m¨¢s agudamente sobre Europa en los pr¨®ximos a?os.
Entre los comentarios que se me hicieron, algunos muy interesantes, me dej¨® especialmente perplejo el que quiz¨¢ era m¨¢s frecuente: "?Qu¨¦ optimista es usted!". A mi juicio, el panorama del presente y del futuro de nuestras democracias que les estaba trazando era cualquier cosa menos "optimista", incluso aceptando que procur¨¦ no acentuar sus aspectos m¨¢s ominosos. Finalmente comprend¨ª que me consideraban optimista porque daba por sentado que era necesario y posible hacer algo eficaz a partir de nuestros valores y nuestros principios para contrarrestar el ascenso violento de ideolog¨ªas integristas y totalitarias. Es una actitud con la que ya estoy familiarizado en mi propio pa¨ªs: mientras los m¨¢s brutos del lugar vociferan que hay que exterminar a los adversarios y de paso, con ellos, las garant¨ªas de nuestro sistema democr¨¢tico, los bienpensantes se resignan a aceptarles hasta en sus peores extremismos e incluso a acordar con ellos al cincuenta por ciento las reglas de juego de nuestro futuro. Una joven periodista me confes¨® que ella se encontraba totalmente desanimada ante lo que nos aguardaba: no pude por menos de se?alarle que si son s¨®lo el des¨¢nimo entreguista o la brutalidad las v¨ªas abiertas ante quienes habitamos los pa¨ªses m¨¢s desarrollados democr¨¢ticamente del planeta, ?qu¨¦ esperanza le cabe al que vive en Ruanda, en Arabia Saud¨ª, en Chechenia o en Ecuador?
Por supuesto, en contra de lo que absurdamente se asegura a veces (confundiendo la desaprobaci¨®n moral con el diagn¨®stico pol¨ªtico), no todas los terrorismos que amenazan nuestra convivencia en las democracias europeas son iguales. De aqu¨ª, por ejemplo, la importancia de conservar en su integridad en Espa?a el vigente pacto por las libertades y contra el terrorismo. En efecto, ETA no es lo mismo que Al Qaeda. ?Por qu¨¦? Obviamente, porque ETA cuenta con apoyos y complicidades pol¨ªticas entre nosotros, mientras que Al Qaeda -?al menos hasta la fecha!- no los tiene. Por eso no puede mezclarse el repudio pol¨ªtico de ambas organizaciones criminales y tratarlas de igual modo. A diferencia del terrorismo islamista, que pretende desestabilizar las instituciones democr¨¢ticas, pero sin contar con ning¨²n recambio viable a medio plazo de ellas, los etarras y sus servicios auxiliares pretenden obtener por la fuerza una modificaci¨®n de la ciudadan¨ªa actual, de modo que pase a fundarse en ra¨ªces ¨¦tnicas que la desnaturalizar¨ªan y la pondr¨ªan bajo su control. Los medios de unos y otros pueden ser semejantes, pero los fines etarras son infinitamente m¨¢s veros¨ªmiles y plausibles, siempre que encuentren la aquiescencia de los timoratos.
De ah¨ª que precisamente lo m¨¢s importante del vigente pacto antiterrorista sea el pre¨¢mbulo que algunos tratan de descartar como ocioso o pasado de moda. Porque ese pre¨¢mbulo incide en la condena de los objetivos pol¨ªticos de ETA, condensados en el llamado Pacto de Lizarra que exclu¨ªa a los no nacionalistas de la gesti¨®n de su propio pa¨ªs, con el apoyo de otros nacionalistas no violentos y tambi¨¦n -conviene recordarlo- de IU y de Elkarri. Gracias a las derivaciones de tal pacto, como la Ley de Partidos, se ha conseguido aislar pol¨ªtica y socialmente a los violentos, impidiendo el doble juego -a la vez la lucha incruenta parlamentaria y la guerra civil de baja intensidad- que pretend¨ªan llevar a cabo. El resultado pr¨¢ctico no ha sido empeorar el problema y multiplicar los apoyos a ETA, como tanto nos advert¨ªan interesadamente algunos, sino asfixiarlos y obligar a bastantes a buscar v¨ªas diferentes para defender sus ideas. Cancelado ya el mito de la invencibilidad de ETA, ahora es urgente acabar con otro, que depend¨ªa de aqu¨¦l: la inalterable hegemon¨ªa nacionalista como marco pol¨ªtico necesario del Pa¨ªs Vasco en paz. Por ello es preciso recordar que las primeras elecciones realmente significativas de la Euskadi futura ser¨¢n las que tengan lugar no s¨®lo en ausencia de violencia, sino sin la amenaza de que la violencia puede regresar si el resultado no complace a quienes la han ejercido o se han aprovechado pol¨ªticamente de ella.
Respecto al terrorismo islamista, la situaci¨®n es mucho m¨¢s compleja y necesita medidas policiales internacionales cuyo alcance estamos comenzando a vislumbrar. Tambi¨¦n disposiciones contra cualquier forma de exclusi¨®n social o laboral que favorezca el caldo de cultivo y reclutamiento de los extremistas. Pero no menos importantes son ciertos cambios ideol¨®gicos, con incidencia en el campo educativo. Por ejemplo: criticar determinados comportamientos sociales, pol¨ªticos o religiosos no tiene por qu¨¦ ser anatematizado como "racismo", como enseguida vocean los propaladores de sandeces. Racismo ser¨ªa considerar que ciertas pr¨¢cticas, como el esclavismo, la antropofagia o el avasallamiento de la mujer est¨¢n necesariamente ligados a determinadas etnias; pero quienes las denuncian y piden a los que las ejercen que cambien de conducta son precisamente lo contrario de racistas. Ni es "antiamericano visceral" quien critica la pol¨ªtica del actual Ejecutivo norteamericano ni es xen¨®fobo o racista quien se?ala los aspectosincompatibles con la democracia de ciertos planteamientos integristas isl¨¢micos, que pueden modificarse hist¨®ricamente como lo fueron otros semejantes de otras doctrinas.
Y ello conduce a replantearse no ya el papel de las religiones, sino el papel de las iglesias en las sociedades democr¨¢ticas, es decir, laicas. Como est¨¢ tristemente demostrando gran parte de la jerarqu¨ªa cat¨®lica en nuestro pa¨ªs, muchos cl¨¦rigos consideran que se les persigue en cuanto se les cercena la capacidad de perseguir. No consideran las creencias religiosas como un derecho de cada cual, sino como un deber de todos (coinciden en esta actitud, por cierto, con los nacionalistas: ?por qu¨¦ ser¨¢?). De modo que resulta tanto m¨¢s importante que la educaci¨®n escolar no contenga la prolongaci¨®n institucionalizada y p¨²blicamente financiada de los dogmas clericales de cada grupo, sino una consideraci¨®n abierta y cr¨ªtica de las exigencias morales de la ciudadan¨ªa. La actitud reciente de bastantes obispos espa?oles y del Vaticano son la mejor prueba de que la formaci¨®n religiosa catequ¨ªstica no puede convertirse en modo alguno en una asignatura curricular de bachillerato. Y si eso ocurre en una Iglesia m¨¢s o menos "domesticada" ya por d¨¦cadas de convivencia democr¨¢tica, imaginen lo que ser¨¢ con otras que provienen de sustratos teocr¨¢ticos. De ah¨ª lo disparatado de las recientes declaraciones de la directora de asuntos religiosos: por un lado, se costear¨¢n clases de islamismo, en contra de lo que pretenden los laicos, que quieren erradicar cualquier catecismo como asignatura escolar; por otra, se renuncia a vigilar la ense?anza de los imames en las mezquitas, apelando al "autocontrol" de los feligreses. Si se pueden autocontrolar, ?por qu¨¦ no se pueden autofinanciar? Si van a recibir ayudas gubernamentales, ?por qu¨¦ se renuncia a verificar sobre el terreno que no son utilizadas para fomentar ideas desestabilizadoras y contrarias a la armon¨ªa ciudadana? Sin excesos paranoicos ni inquisitoriales, ¨¦stos son temas que exigen un debate p¨²blico de mucho mayor calado. Quiz¨¢ las movilizaciones que anuncia la Iglesia cat¨®lica contra ciertas disposiciones legales reales o supuestas sean el momento adecuado para plantearlo.
La periodista holandesa, cuya juventud la manten¨ªa adicta a las taxonom¨ªas verbales pol¨ªticas y algo miope ante sus parad¨®jicos contenidos en la realidad social, me pregunt¨® finalmente si no tem¨ªa que mis ideas fuesen tachadas de "conservadoras". Le repuse que si lo que se trataba de conservar era el sistema democr¨¢tico y sus falibles ventajas ante nuevas agresiones de cu?o etnicista o integrista, asum¨ªa mi conservadurismo de muy buen grado. No s¨¦ si la convenc¨ª, pero yo me qued¨¦ la mar de a gusto.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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