El patito feo
EL PRESIDENTE DEL GOBIERNO acudi¨® el mi¨¦rcoles a la C¨¢mara alta a fin de responder a las preguntas de control de los grupos parlamentarios, dentro de una estrategia general orientada a rescatar a la instituci¨®n de su actual marginalidad pol¨ªtica. Zapatero compareci¨® ante el Senado a comienzos de la legislatura para ratificar el compromiso electoral socialista de promover reformas constitucionales en esa misma direcci¨®n. El deterioro de la imagen de segunda C¨¢mara de las Cortes Generales no es sino una secuela del defectuoso trabajo de ingenier¨ªa pol¨ªtica realizado hace 26 a?os; tras descartar la idea de un Parlamento unicameral (con el fantasma de la II Rep¨²blica al fondo), los constituyentes optaron por redise?ar el h¨ªbrido Senado creado en 1976 por la Ley para la Reforma Pol¨ªtica con el objetivo de abrir un hueco en la Monarqu¨ªa al Consejo Nacional del Movimiento de la Falange (los cuarenta de Ayete nombrados libremente por Franco durante la dictadura pasaron a ser cuarenta senadores de designaci¨®n regia): as¨ª se produjo el milagro pascual de la resurrecci¨®n gloriosa, en 1978, de una instituci¨®n decimon¨®nica, aunque vestida, no ya con ropajes aristocr¨¢ticos, sino con los atuendos propios de un Estado compuesto.
El presidente del Gobierno se somete a una sesi¨®n de control del Senado y responde a una pregunta del portavoz del PP sobre el concepto de naci¨®n establecido por el art¨ªculo 2 de la Constituci¨®n
Pero tampoco en este caso el patito feo del cuento es v¨ªctima irremediable de una maldici¨®n gen¨¦tica; los dos partidos mayoritarios de ¨¢mbito estatal podr¨ªan haber transformado al Senado en el cisne potencial de la c¨¢mara de representaci¨®n territorial que el art¨ªculo 69 de la norma fundamental esboza. Sin embargo, la llegada del PP al poder implic¨® una seria involuci¨®n respecto a los modestos pasos dados hasta entonces en tal direcci¨®n, tales como la reforma reglamentaria de 1994 (que permiti¨® la puesta en marcha de una Comisi¨®n General de las Comunidades Aut¨®nomas) y la creaci¨®n de una ponencia de estudio que examin¨® -entre 1993 y 2000- la reforma constitucional del Senado.
El presidente Aznar no s¨®lo interrumpi¨® a partir de 1997 el uso parlamentario de celebrar un debate anual sobre el Estado de las Autonom¨ªas en el Senado, sino que adem¨¢s utiliz¨® torticeramente la holgada mayor¨ªa popular en la C¨¢mara alta en desdoro del Congreso. Las reglas de funcionamiento interno del sistema parlamentario (las enmiendas introducidas por el Senado en los proyectos de ley votados antes por el Congreso vuelven a la C¨¢mara baja para ser aprobados o rechazados sin discusi¨®n) fueron arteramente manipuladas por el PP: ese trabajo sucio lleg¨® hasta el extremo de que el Senado reform¨® el C¨®digo Penal con el fin de encarcelar a los convocantes de referendos ilegales (un regalo navide?o destinado al lehendakari Ibarretxe) mediante una enmienda a la Ley del Poder Judicial que acompa?aba a una ley mercantil de arbitraje.
El portavoz del PP pregunt¨® al presidente del Gobierno su opini¨®n sobre el concepto de naci¨®n establecido por la Constituci¨®n de 1978. Zapatero eludi¨® la trampa de mezclar los sobrios debates acad¨¦micos con las acaloradas discusiones pol¨ªticas y el rigor del lenguaje jur¨ªdico-constitucional con la equivocidad de las palabras polis¨¦micas cargadas de emotividad; el Diccionario de pol¨ªtica dirigido por Norberto Bobbio advierte sobre la peligrosa vaguedad del t¨¦rmino naci¨®n y la imposibilidad de emplearlo de forma un¨ªvoca en el discurso pol¨ªtico. Homero seguramente se ech¨® una larga siesta cuando nuestros parlamentarios redactaron las retumbantes y reiterativas menciones del art¨ªculo 2 a "la indisoluble unidad de la Naci¨®n espa?ola, patria com¨²n e indivisible de todos los espa?oles" en la que "la Constituci¨®n se fundamenta". Mientras el art¨ªculo 3 de la Constituci¨®n de 1812 residencia la soberan¨ªa "esencialmente en la Naci¨®n", el art¨ªculo 1.1 de la Constituci¨®n de 1978 a?ade que "la soberan¨ªa nacional reside en el pueblo espa?ol". C¨¢novas del Castillo -el maestro del conservadurismo espa?ol- no consider¨® necesario, sin embargo, que la Constituci¨®n de 1876 jugara con las palabras soberan¨ªa, naci¨®n y pueblo espa?ol para acu?ar definiciones: tal vez porque su experiencia como historiador le aconsej¨® separar el lenguaje jur¨ªdico-pol¨ªtico de los t¨¦rminos polis¨¦micos y emocionales.
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