Mis queridos vecinos
Si tuvi¨¦ramos alguna vez alguna duda sobre la imbecilidad innata de los humanos, sobre nuestra volatilidad emocional y nuestra inconmensurable capacidad para meternos en l¨ªos, bastar¨ªa con acercarse un d¨ªa a cualquier junta de vecinos. En la ¨²ltima a la que asist¨ª, por casualidad, hace unos pocos meses, una asamblea de vecindad en un edificio de apartamentos, la propietaria de uno de los ¨¢ticos quer¨ªa acristalar la terraza para agrandar de ese modo el sal¨®n, y el due?o del piso de debajo del suyo se neg¨® a que lo hiciera, con el argumento de que, incluida en la sala, la terraza estar¨ªa mucho m¨¢s transitada, de modo que ¨¦l tendr¨ªa que sufrir muchas m¨¢s pisadas y m¨¢s molestias sonoras. A lo que la due?a del ¨¢tico respondi¨® que muy bien, que si no le dejaba acristalar, ella promet¨ªa salir todos los d¨ªas a la terraza a saltar a la comba durante un par de horas, para que se enterara de lo que son los ruidos.
Lo que me interesa del asunto no es dilucidar qui¨¦n de los dos ten¨ªa raz¨®n (probablemente la ten¨ªan ambos), sino constatar lo mal que gestionamos nuestros conflictos en los ambientes cercanos. No he vuelto a saber de esa comunidad, pero puedo imaginarme un l¨²gubre futuro de tragicomedia: la se?ora del ¨¢tico saltando todos los d¨ªas a la comba como una posesa, as¨ª nieve o llueva, progresivamente obsesionada por su venganza hasta el punto de descuidar el resto de su vida y acabar centrada en su cotidiana sesi¨®n de brincos retumbantes, y el vecino de abajo cada vez m¨¢s exasperado y furibundo, amamantando su odio hasta convertirlo en el horizonte prioritario de su existencia. De ah¨ª al asesinato puede mediar poco. Todo esto suena a chiste y desde luego es risible, pero lo cierto es que las inquinas vecinales han llegado m¨¢s de una vez a las p¨¢ginas de sucesos de los peri¨®dicos. Cada a?o hay un buen pu?ado de vecinos que se agreden violentamente o que incluso se matan, tras haber transmutado una rencilla m¨ªnima en una guerra larga y emponzo?ada.
Lo contaba muy bien Alex de la Iglesia en su estupenda pel¨ªcula La comunidad, y tambi¨¦n lo refleja la deliciosa serie de televisi¨®n Aqu¨ª no hay quien viva. Las juntas de vecinos las carga el diablo, y la convivencia de personas totalmente distintas que se ven obligadas a relacionarse estrechamente por el mero hecho de compartir el mismo inmueble, suele acabar creando mani¨¢ticas suspicacias y enconadas enemistades. Y lo peor es que, aunque la sangre no llegue al r¨ªo y no acaben dirimiendo sus furores a martillazos, lo que s¨ª que suele conseguir el trato vecinal es envenenar est¨²pidamente nuestras vidas. Y as¨ª, conozco a montones de personas sensatas y educadas, hombres y mujeres encantadores que parecen personas de lo m¨¢s normales y que, en efecto, son normales en todo menos en un agujero oscuro que nubla sus conciencias, a saber, el odio africano que mantienen contra alg¨²n vecino, un n¨²cleo de rabia ciega que les amarga la vida y les hace actuar de manera estramb¨®tica.
S¨¦ de un maduro y racional ejecutivo al que una compa?¨ªa de entregas a domicilio deja todos los d¨ªas, muy temprano, los peri¨®dicos delante de la puerta de su casa. Peri¨®dicos que, con cierta frecuencia, alguien le roba. Pues bien, este ejecutivo lleva a?os poni¨¦ndose el despertador cada vez m¨¢s temprano, a las siete de la ma?ana, a las seis y media, a las seis, tanto en los d¨ªas laborables como en los de fiesta, para salir a recoger la prensa antes de que se la quiten y, sobre todo, para intentar pillar al ratero in fraganti. Est¨¢ obsesionado con que el ladr¨®n es el vecino de enfrente, y los constantes madrugones le tienen tan amargado que, si alg¨²n d¨ªa coinciden por casualidad a esas horas oscuras del amanecer, podr¨ªa suceder algo irreparable. Y s¨¦ de otro se?or, catedr¨¢tico de historia de un instituto y hombre mesurado, que tambi¨¦n lleva a?os inmerso en otra guerra comunitaria. Est¨¢ empe?ado en que una vecina mancha de porquer¨ªas las escaleras, y desde hace mucho tiempo se levanta en mitad de la noche a volcar una bolsa de basura ante la puerta de la se?ora. Que a su vez ha empezado a verter tinta sobre la ropa que el catedr¨¢tico tiende en el patio.
Qu¨¦ quieren que les diga, me dan miedo. Es decir, me asusta nuestra inacabable capacidad para odiar al otro y hacer da?o. Durante el d¨ªa, ciudadanos decentes. Durante la noche, locos desaforados y obsesivos. ?Y luego nos asombra que el mundo est¨¦ como est¨¦ y que las guerras estallen? Habr¨ªa que ver qu¨¦ tipo de vecino ser¨ªa Bush sin el aislamiento protector de la Casa Blanca.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.