?Una segunda fase de la transici¨®n democr¨¢tica?
Siempre ha habido diferencias, cuando no ambig¨¹edad, entre los espa?oles a la hora de datar el momento en que termin¨® la transici¨®n. Se habl¨® de la fecha en que se aprob¨® la Constituci¨®n; otros prefer¨ªan el a?o de la llegada de los socialistas al Gobierno, cuando tuvo lugar la alternancia en el poder. Y tambi¨¦n hubo quien se refiri¨® a la victoria electoral del PP como la "segunda transici¨®n", y efectivamente, corrimos el riesgo de conocer un nuevo periodo autoritario, con un Parlamento descafeinado. Por mi parte, siempre he vacilado a la hora de fijar una fecha concreta, pensando no s¨®lo en las condiciones en que se desarroll¨® la transici¨®n en Espa?a, sino especialmente porque a escala mundial est¨¢bamos viviendo lo que el Club de Roma llam¨® la "gran transici¨®n" y ¨¦sta no pod¨ªa dejar de tener consecuencias en el desenvolvimiento de nuestras instituciones. Se iniciaba una globalizaci¨®n que iba a afectarnos muy directamente, y as¨ª est¨¢ sucediendo. Muchos de los problemas a los que nos enfrentamos actualmente tienen que ver con los caracteres nuevos que en esta fase del desarrollo mundial cobran algunos de nuestros problemas hist¨®ricos.
Hay quienes se obstinan en cerrar los ojos a esta realidad, arguyendo que en 1978 qued¨® cerrado el periodo transitorio con una Constituci¨®n que consideran intocable. Lo pintoresco no es que existan espa?oles, entre los que elaboraron esa Constituci¨®n, que piensen as¨ª, sincera y honestamente, sino que los m¨¢s fervorosos partidarios de la intangibilidad de su texto sean los que entonces la reprobaron duramente porque "pon¨ªa en peligro la unidad de Espa?a". Al d¨ªa de hoy, yo estimo que la Constituci¨®n de 1978 es buena porque restableci¨® los principios de la democracia y evit¨®, con su declaraci¨®n de derechos, la infecci¨®n neoliberal que comenzaba a sufrir la ideolog¨ªa dominante en Occidente.
Uno de los problemas m¨¢s dif¨ªciles de abordar y resolver entonces fue el de la estructura pol¨ªtica territorial del Estado. Se enfrentaban, a veces con obligada cautela, dos concepciones distintas del Estado, la federal y la centralista. Ninguna lleg¨® a imponerse claramente. Pero en la f¨®rmula, no decididamente determinada, del Estado de las autonom¨ªas se introdujeron ya algunos conceptos que se?alaban una direcci¨®n precisa: los de nacionalidades y regiones, que encerraban un cambio hist¨®rico en la concepci¨®n del Estado y el reconocimiento de niveles distintos en el grado de autonom¨ªa. Verdad es que la c¨¦lebre LOAPA, promovida por el Gobierno de Calvo Sotelo bajo el impacto del 23-F, expresi¨®n de una voluntad que se concret¨® en aquella frase de "caf¨¦ para todos", quiso ser un paso atr¨¢s, favorecedor de las tendencias centralistas.
Pasados un buen n¨²mero de a?os se ha podido comprobar que la descentralizaci¨®n pol¨ªtica ha sido un factor positivo en el desarrollo de los diversos territorios, al ponerse en juego la iniciativa de cada uno de los Gobiernos aut¨®nomos. En los territorios con un problema nacional se ha fortalecido la idea de un Estado com¨²n: Espa?a. Incluso en el proyecto llamado soberanista de Ibarretxe, por muy discutible que sea, se reconoce la existencia de dicho Estado. Los dirigentes nacionalistas admiten que si hoy se propusiera la separaci¨®n, la mayor¨ªa del pueblo vasco la rechazar¨ªa. Y el proyecto que hoy encabeza el socialista Maragall reivindica un mayor papel para Catalu?a en el Estado espa?ol. Por su lado, en Galicia, una personalidad como Fraga, que en su tiempo vot¨® contra el t¨ªtulo 8¡ã de la Constituci¨®n, tras su experiencia al frente de la Xunta, ha evolucionado en sus posiciones autonomistas, que difieren notablemente de las mantenidas oficialmente por su partido bajo la direcci¨®n de Aznar. Cierto que subsisten diferencias importantes sobre la manera de resolver las contradicciones que bajo las coincidencias muy generalizadas de mantener el Estado espa?ol han surgido tambi¨¦n. Y que del m¨¦todo y el talante con que se aborden depende que las diferencias se agiganten o se reduzcan a t¨¦rminos aceptables. La derecha tradicional espa?ola, animada por concepciones nacionalistas a su modo, es decir, el que inspir¨® a Franco y a las fuerzas que en 1936 provocaron la sublevaci¨®n, el nacionalismo de "Santiago y cierra Espa?a", hace campa?a a trav¨¦s de diversos medios de opini¨®n tocando a rebato por la unidad de la Patria. Pero la verdad es que nunca estuvimos m¨¢s cerca que hoy, tras la experiencia de las autonom¨ªas, de lograr una unidad voluntaria y consciente de lo que es Espa?a. La experiencia hist¨®rica nos ense?a que cuando se quiso resolver las diferencias nacionales por la fuerza y la opresi¨®n pol¨ªtica y cultural nos encontramos con que las diferencias resurg¨ªan con mayor fuerza y virulencia cuando se abr¨ªa en Espa?a un periodo de libertad. La violencia y la represi¨®n no resolvieron nunca el problema de la unidad, sino que lo agravaron y acentuaron, haciendo de ¨¦l, en gran parte, la causa de que durante largos a?os nuestro Estado viviera bajo reg¨ªmenes dictatoriales que le mantuvieron al margen de las corrientes europeas y mundiales de progreso, provocando un retraso que hoy estamos a punto de superar.
En una ¨¦poca en que las estructuras pol¨ªticas y econ¨®micas tienden a mundializarse, en que las fronteras comienzan a dejar de separar a unos pueblos de otros, en que los Estados ceden porciones muy grandes de su soberan¨ªa a instituciones supranacionales -tendencia que lleva camino de acentuarse-, el inter¨¦s de los pueblos que componen nuestro Estado es mantener su uni¨®n para no perder peso en la nueva correlaci¨®n de fuerzas que se va afirmando. Eso nos plantea la necesidad de superar los nacionalismos que nos dividen. Y el primero a superar es el nacionalismo espa?olista porque ¨¦l es el primero que justifica y agudiza los nacionalismos perif¨¦ricos. Metaf¨®ricamente hablando, desde Madrid tenemos que dar el ejemplo, tenemos que desplegar la mayor comprensi¨®n hacia las particularidades de los dem¨¢s, mostrar una actitud de transigencia y de racionalidad hacia los otros.
Algunos se inquietan cuando se habla de un federalismo asim¨¦trico como soluci¨®n a los problemas nacionales, pensando que eso significa aceptar una desigualdad. Sin embargo, el concepto de igualdad que es indispensable mantener no se centra en que todas las comunidades tengan formalmente las mismas competencias. La igualdad real consiste en que todos los ciudadanos que poblamos Espa?a tengamos asegurados el mismo nivel de educaci¨®n, de sanidad, las mismas pensiones de diverso tipo, el mismo subsidio de paro; en resumen: los mismos derechos sociales. Y eso se resuelve con una indispensable solidaridad entre todas las comunidades. Maragall ha sido muy claro en recientes declaraciones reconociendo que las comunidades m¨¢s ricas tienen que ayudar a las menos ricas econ¨®micamente, como ya sucede hoy. Ah¨ª est¨¢ el tipo de igualdad entre los ciudadanos que hay que mantener a toda costa.
Hablar desde el centro convenientemente, como he dicho, significa tambi¨¦n otras cosas. Hoy en Espa?a un pol¨ªtico puede decir las mayores barbaridades, si no es catal¨¢n o vasco, y siempre conseguir¨¢ que ¨®rganos de opini¨®n las transmitan y hasta las alaben. Pero si es vasco o catal¨¢n ya puede decir las cosas m¨¢s juiciosas, que siempre habr¨¢ quien les d¨¦ la vuelta y las rechace con desconfianza. Es el caso de algunas declaraciones recientes de Maragall. Esa actitud es un obst¨¢culo al entendimiento y habr¨ªa que superarla.
Aun sabiendo que mi opini¨®n choca con posiciones asumidas muy firmemente, no puedo disimular la extra?eza que me producen no ya la cr¨ªtica al plan lbarretxe, que me parece leg¨ªtima, sino la negativa rotunda a discutirle en el Parlamento vasco. Se trata de un plan presentado por un Gobierno elegido democr¨¢ticamente, que est¨¢ en su derecho present¨¢ndolo por las v¨ªas legales, aunque el plan fuese equivocado. ?Por qu¨¦ negarse a discutirlo y a oponerle los argumentos de quienes est¨¢n convencidos de tener la raz¨®n? ?No ser¨ªa ¨¦se el mejor camino para corregirle e intentar un consenso razonable? Pues no. Se le opone a un Gobierno que act¨²a democr¨¢ticamente la negativa a discutir siquiera con el riesgo de que esa cerraz¨®n genere otra en los nacionalistas vascos, que podr¨ªan ganar unas elecciones en su territorio con ese plan como bandera. ?Acaso eso facilitar¨ªa el encuentro de una soluci¨®n de consenso sobre el problema vasco? Y hay que entender que en Euskadi no hay soluci¨®n posible sin un consenso de los nacionalistas. La fuerza ejercida desde el centro ya no resuelve los problemas de esa ¨ªndole como se intent¨® en otros periodos de la Historia.
En realidad, deber¨ªamos reconocer que los problemas que hoy surgen relativos a la estructura territorial del Estado estaban ya latentes en los t¨¦rminos en que fue redactada la Constituci¨®n y su t¨ªtulo 8¡ã. Entonces era imposible, dado el peso que conservaban determinadas estructuras del franquismo, resolverlos pac¨ªficamente. Hoy la situaci¨®n ha cambiado, y los residuos ideol¨®gicos de aquel tiempo han perdido peso entre la ciudadan¨ªa, a no ser que el jacobinismo de parte de la izquierda tomase el relevo del centralismo de la derecha tradicional. Hoy es posible una reestructuraci¨®n de las autonom¨ªas de tipo federal, que asegure la permanencia y la unidad del Estado espa?ol, en un mundo en que la internacionalizaci¨®n avanza inexorablemente.
En esta legislatura, marchar por ese camino es el desaf¨ªo m¨¢s importante que tiene el Gobierno de Rodr¨ªguez Zapatero, junto con la necesidad de ahondar en una pol¨ªtica social y laica. ?se es el reto para avanzar decisivamente en la modernizaci¨®n de Espa?a: que Catalu?a, Euskadi, Galicia y comunidades de tanto peso como Andaluc¨ªa jueguen un papel, que en el pasado les fue negado, en la pol¨ªtica del Estado espa?ol.
?sta va a ser tambi¨¦n una piedra de toque para la derecha espa?ola, concretamente para el PP. M¨¢s de una vez he escrito que la democracia espa?ola ten¨ªa una asignatura pendiente: la presencia de un partido conservador que asumiera resueltamente la defensa del sistema democr¨¢tico, que no repitiera los t¨®picos de la derecha tradicional carpetovet¨®nica que fueron un lastre hist¨®rico para el desarrollo del pa¨ªs. La capacidad o la incapacidad del PP para asumir ese nuevo papel es un factor important¨ªsimo en estas circunstancias.
Si cruzamos esta nueva fase con ¨¦xito, Espa?a habr¨¢ recuperado el terreno perdido cuando hace siglos fue incapaz de realizar la revoluci¨®n democr¨¢tica que coloc¨® a otros pa¨ªses europeos en la vanguardia del desarrollo mundial.
Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista pol¨ªtico.
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