Educaci¨®n democr¨¢tica y vida cotidiana
En los ¨²ltimos tiempos hemos podido leer en los peri¨®dicos que el Gobierno se propone reforzar la educaci¨®n de los valores democr¨¢ticos en la escuela, lo que sin duda es una buena noticia, una promesa que ojal¨¢ se concrete y se aplique con la mayor generosidad y racionalidad posibles.
La situaci¨®n que tenemos a este respecto no es buena ni f¨¢cil, lo que aumenta el valor y la importancia de dicha iniciativa y la hace m¨¢s oportuna. Una y otra vez hemos de salir al paso de los t¨®picos con los que frecuentemente se reviste a nuestra "sociedad democr¨¢tica": la manida ret¨®rica sobre el hecho de la participaci¨®n (mientras que nuestro tejido asociativo y participativo es preocupantemente d¨¦bil), las comprobadas insuficiencias de la democracia formal y representativa que tenemos (cuando la participaci¨®n democr¨¢tica delegada se reduce a emitir un voto cada cierto tiempo), etc.
Adem¨¢s, los hechos que ocurren en nuestra sociedad se expresan con lenguajes diversos, lo que hace m¨¢s endeble la consistencia y la veracidad del clima democr¨¢tico: en primer lugar, el lenguaje directo de la calle que nos brindan los medios de comunicaci¨®n (especialmente la televisi¨®n), que nos aporta un realismo muy positivo, pero tambi¨¦n un creciente peligro de resignaci¨®n y trivializaci¨®n. Con ocasi¨®n de los recientes atentados terroristas de car¨¢cter "menor" en nuestros lugares costeros, resultaba llamativo o¨ªr la opini¨®n de alg¨²n ciudadano quitando casi toda importancia a tales hechos y convirti¨¦ndolos en una an¨¦cdota "que no nos va a asustar".
Despu¨¦s, el lenguaje de los pol¨ªticos, siempre a remolque de los hechos con notable vaguedad ret¨®rica y car¨¢cter generalista, sin aportar ninguna respuesta concreta ni an¨¢lisis minimamente incisivo para la soluci¨®n de los problemas. Y por encima de todo, el lenguaje brutal de los hechos importantes y graves (referentes sobre todo al terrorismo y al ¨¢mbito de la emigraci¨®n, as¨ª como las tragedias dom¨¦sticas cotidianas de los malos tratos, la situaci¨®n de las prisiones, etc.), que son tercos y reiterados, y que nos sumen en el desconcierto, la desesperanza y la impotencia.
En este ¨¢spero panorama se sit¨²a la necesidad de la tarea educativa en el ¨¢mbito de los valores democr¨¢ticos, y ello tanto en el campo de la educaci¨®n formal y reglada -articulando con coherencia did¨¢ctica los objetivos, contenidos, metodolog¨ªa y actividades de dicha tarea- como en el terreno de la educaci¨®n no formal. Su n¨²cleo tem¨¢tico principal consiste en la formaci¨®n de una conciencia c¨ªvica basada en el respeto activo y fundamentado a los valores de la democracia (no ya como sistema social y pol¨ªtico, sino tambi¨¦n como forma de vida, como actitud personal y existencial), y su perfil y estructura es de naturaleza integral y abarcadora de toda la persona.
Por ello, un primer nivel del que debe ocuparse la educaci¨®n democr¨¢tica es el mundo emocional y afectivo de nuestros educandos, cultivando con asiduidad sistem¨¢tica los sentimientos positivos, la empat¨ªa profunda con la realidad, la confianza en la vida y en las personas, el respeto y la aceptaci¨®n de las diferencias, el entusiasmo por las cosas y tareas y la autoestima hacia uno mismo. Todo ello constituye el subsuelo imprescindible de una formaci¨®n c¨ªvica responsable y coherente, de una adecuada educaci¨®n para la ciudadan¨ªa.
Otro nivel no menos importante que debe abarcar la educaci¨®n democr¨¢tica es el campo del pensamiento racional y del an¨¢lisis cr¨ªtico. Los ciudadanos que queremos formar son aquellos que poseen un criterio para la acci¨®n basado en un conocimiento informado y cr¨ªtico de la realidad. Un tipo de conocimiento que no se limita a la descripci¨®n y el an¨¢lisis de los hechos, que incluso va m¨¢s all¨¢ de su explicaci¨®n e interpretaci¨®n. El saber del ciudadano es aquel que le permite cuestionar la realidad, establecer valoraciones y plantear alternativas; un saber como bagaje para la participaci¨®n, que le capacite para elaborar soluciones, asumir compromisos y que le oriente para las distintas opciones posibles que pueda tomar. As¨ª lo afirma -entre otros autores- Araceli Vilarrasa en un art¨ªculo titulado 'Comprender para actuar, actuar para comprender', publicado en la revista Aula de Innovaci¨®n Educativa, n¨²mero 125.
La educaci¨®n en valores democr¨¢ticos ha de incluir tambi¨¦n la apertura a la solidaridad, partiendo del mundo afectivo personal y ensanch¨¢ndolo en redes concretas de mayor a menor cercan¨ªa y de envergadura y amplitud crecientes (familia, grupo de amigos, clase, centro escolar, barrio, asociaciones de menor a mayor radio, incluyendo la cooperaci¨®n solidaria con el tercer y cuarto mundos...), siempre en la perspectiva de una participaci¨®n real y concreta, aunque sea limitada, y procurando traducir a la vida cotidiana la "¨¦tica del cuidado", la dedicaci¨®n a los dem¨¢s, de tantas y tan sugerentes aplicaciones. El "enganche" de la actitud solidaria con el mundo personal y afectivo del educando/a protege a dicha actitud de un posible abstractismo que la esteriliza o disminuye.
Y acompa?ando a los niveles anteriores, es importante asimismo cuidar la disciplina de la voluntad -inserta tambi¨¦n en las exigencias m¨¢s ¨ªntimas y arraigadas de la persona de nuestros alumnos/as-, la virtud de la tenacidad y del esfuerzo (sin exagerarlas unilateralmente ni equivocando su verdadero sentido), la formaci¨®n de los "h¨¢bitos del coraz¨®n", que son, en definitiva, los m¨¢s determinantes.
Todo lo dicho hasta aqu¨ª nos hace ver -como tambi¨¦n se dice en el art¨ªculo antes citado- que la educaci¨®n en los valores democr¨¢ticos no consiste s¨®lo en a?adir una nueva asignatura o algunas actividades a la vida del centro, sino que supone una profunda transformaci¨®n cultural que afecta a toda la estructura del sistema educativo y a la misma concepci¨®n de las ciencias que se ense?an, a las prioridades en las materias b¨¢sicas, al modo de ense?ar y de aprender, a las relaciones sociales que se establecen en la escuela, as¨ª como entre la escuela y el entorno.
Educar para los valores democr¨¢ticos en la vida cotidiana es, sobre todo, educar en la participaci¨®n, vincul¨¢ndola a la formaci¨®n de una opini¨®n basada en argumentos y reflexionando sobre dicha participaci¨®n. Participar es, asimismo, dialogar, ser escuchados y consultados, contribuir a la toma de decisiones, tambi¨¦n y especialmente en el dif¨ªcil campo de la resoluci¨®n de conflictos. Todo ello realizado en la reflexi¨®n desde la pr¨¢ctica y dirigido a ella.
Por todo lo expuesto, nos parece no s¨®lo muy aceptable, sino estrictamente necesaria, la iniciativa oficial de incrementar y reforzar la educaci¨®n de los valores democr¨¢ticos en la escuela -que requiere tambi¨¦n la colaboraci¨®n de la familia y de la sociedad en su conjunto- y merece una rigurosa y c¨¢lida acogida.
Santiago S¨¢nchez Torrado es escritor y educador, coordinador del Programa de Educaci¨®n en Valores de la Comunidad de Madrid.
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