Las pasiones y los intereses
Varios miles de valencianos manifest¨¢ndose por las calles de su ciudad al grito de "puta Catalu?a" no es un suceso normal. Pero quiz¨¢ lo m¨¢s sintom¨¢tico fue que aunque la convocatoria la hizo un peque?o grupo radical, sin representaci¨®n alguna en la pol¨ªtica auton¨®mica o local, haya concentrado a tal cantidad de valencianos. No s¨¦ si esto es la punta de un iceberg de sentimientos mayoritarios anticatalanes en la Comunidad Valenciana, pero algo as¨ª puede existir ya que, seg¨²n me cuentan amigos valencianos, las autoridades pol¨ªticas de la comunidad han insinuado que ellas pondr¨¢n pr¨®ximamente en la calle a cientos de miles de personas para expresarse en el mismo sentido.
El nacionalismo catal¨¢n, en particular el independentista, se est¨¢ volviendo crecientemente antip¨¢tico a los ojos de los ciudadanos de otras comunidades. Aunque resulte comprensible la frustraci¨®n que produjo el affaire del hockey, esa frustraci¨®n no puede justificar reacciones como las de pedir p¨²blicamente que los catalanes no apoyemos la candidatura de Madrid a los Juegos Ol¨ªmpicos de 2012. Ni la campa?a del consejero Siurana de fomentar el consumo de los vinos catalanes puede llevar a otros a pedir que no se consuma vino de La Rioja. Metidos en esta din¨¢mica, es previsible la cadena de reacciones que puede provocar en otros lugares de Espa?a contra los intereses catalanes.
Confieso que me sorprende la incapacidad del nacionalismo independentista para expresarse sin ambiciones pancatalanistas. Aunque no comparto el objetivo de la independencia, puedo entender que es leg¨ªtimo si se expresa de forma democr¨¢tica y respetuosa con quienes no lo comparten. Pero me sorprende, sin embargo, que tenga que arrastrar a otras comunidades mostrando unas ambiciones imperialistas de expansi¨®n o anexi¨®n territorial t¨ªpicas del nacionalismo europeo del siglo XX.
Tengo la impresi¨®n de que las fuerzas del nacionalismo independentista catal¨¢n est¨¢n abocadas a confirmar la m¨¢xima de Santayana de que "quienes no recuerdan el pasado est¨¢n condenados a repetirlo". No hablo de que se puedan repetir los acontecimientos tr¨¢gicos de nuestra historia del siglo pasado, sino de la reproducci¨®n de la historia de las ideas que est¨¢ detr¨¢s de ese discurso pancatalanista.
?Por qu¨¦ se repite? Una de las razones es porque se apoya en una serie de mitos que, al confundir sus creencias con la realidad, les lleva a suponer que otros ambicionan lo mismo que ellos. Uno de esos mitos es la idea que Valencia y Catalu?a comparten multitud de intereses econ¨®micos y ambiciones sociales, pol¨ªticas y culturales, y que s¨®lo el yugo de Madrid impide expresarse de forma distinta y unitaria.
La realidad es bien diferente. A la hora de construir su futuro, Valencia no ha mirado hacia al norte, hacia Catalu?a. Las ¨¦lites econ¨®micas, sociales y pol¨ªticas valencianas han mirado siempre hacia el centro, hacia Madrid. Su demanda de infraestructuras de ferrocarriles y carreteras, desde que ¨¦stas se comenzaron a construir a mediados del siglo XIX, siempre dio prioridad a la relaci¨®n con Madrid. Y ha continuado siendo as¨ª hasta la actualidad, tanto con la autopista Valencia-Madrid como con el AVE Madrid-Valencia. La radialidad de las infraestructuras de comunicaciones en Espa?a que denuncia con insistencia el presidente Maragall es un hecho cierto. Pero es dudoso que haya sido una imposici¨®n desde Madrid. En muchos casos, como el de Valencia, fueron las propias ¨¦lites provinciales de la periferia espa?ola las que demandaron e impusieron esa opci¨®n radial.
Valencia se ha visto siempre como el puerto de Madrid, y compitiendo con Barcelona, como en el caso reciente de la Copa del Am¨¦rica. Los intereses econ¨®micos y la propia estructura productiva valenciana son diferentes de los catalanes. Esto se puede observar comparando la naturaleza de las ferias de Valencia y Barcelona. Mientras que una ha estado orientada a la exportaci¨®n, la otra ha tendido en mayor medida a la importaci¨®n. Lo mismo sucede si observamos los tr¨¢ficos portuarios de Valencia y Barcelona. De ah¨ª que no pueda sorprender que a lo largo de los siglos XIX y XX los intereses valencianos y catalanes hayan demandado al poder central pol¨ªticas econ¨®micas diferentes. En un caso librecambista, en otro proteccionista.
Por tanto, el pancatalanismo est¨¢ movido m¨¢s por las pasiones y los sentimientos que por los intereses. La existencia de una red de intereses comunes a las zonas de habla catalana es un mito que no casa con la realidad.
Eso no ha impedido que existan ¨¦lites valencianas que tienen una gran admiraci¨®n hacia Catalu?a y la capacidad de su burgues¨ªa y de sus instituciones civiles y pol¨ªticas para cohesionar y modernizar econ¨®mica, pol¨ªtica y culturalmente el pa¨ªs.
En todo caso, el pasado no tiene que predeterminar el futuro. Ahora, en el marco de la Uni¨®n Europea, tiene sentido la construcci¨®n de una red de intereses comunes entre diferentes comunidades que permita aprovechar las nuevas oportunidades y retos que trae el espacio europeo y la internacionalizaci¨®n de la econom¨ªa. Pero para ello ser¨¢ conveniente cambiar la ret¨®rica pol¨ªtica. Un ejemplo es la eurorregi¨®n de Maragall, que huye de los viejos t¨¦rminos que tantos fantasmas despierta en otras comunidades. Esa pol¨ªtica de crear una red de intereses comunes puede, por otra parte, moderar las pasiones en que se mueve la pol¨ªtica nacionalista catalana actual.
Aunque no tiene por qu¨¦ ser as¨ª. Los partidarios del pancatalanismo pueden seguir alimentando la idea de que lo que une a Catalu?a y Valencia, lo mismo que Baleares o la Catalu?a Nord, es la lengua, y las relaciones culturales que ese elemento com¨²n lleva consigo. Pero quiz¨¢ sea oportuno recordar en este caso las palabras de Bernard Shaw, cuando se?alaba: "Los ingleses nos diferenciamos de los norteamericanos en que hablamos la misma lengua".
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