H¨¦roes
Esta tarde paseo perezosamente por la Feria del Libro Antiguo y de Ocasi¨®n y me detengo en uno de los puestos para abrir un libro al azar. Se trata de una edici¨®n machacada y exhausta de Los h¨¦roes de Carlyle, en cuya p¨¢gina 31 leo: "la Historia universal, lo realizado por el hombre aqu¨ª abajo, es, en el fondo, la historia de los h¨¦roes que entre nosotros laboraron". Lo cierto es que la acepci¨®n de h¨¦roe de Carlyle inclu¨ªa demasiado m¨¢rmol y estuco, era dif¨ªcil de transportar y prefer¨ªa el museo a la salita de casa; a m¨ª me parece que el h¨¦roe es algo mucho m¨¢s dom¨¦stico y viste una indumentaria mucho m¨¢s discreta de la que pensaba aquel tumultuoso rom¨¢ntico ingl¨¦s. El h¨¦roe se levanta todos los d¨ªas a las seis de la ma?ana para dar de comer a una camada de cuatro hijos, el h¨¦roe aguanta las fil¨ªpicas de su jefe sin saltar como un jaguar de la silla de despacho desde la que escucha; el h¨¦roe, con perd¨®n, soy yo mismo que esta tarde puedo deambular por el centro de Sevilla despu¨¦s de dejar el coche aceptablemente aparcado. Hace dos o tres d¨ªas, he le¨ªdo que el mandam¨¢s de urbanismo de nuestra capital ha ordenado a la polic¨ªa que muestre mayor celo en el castigo a los infractores del reglamento de tr¨¢fico, y que sancione sin reparar en bolsillos ni gr¨²as a todo aquel desalmado que se atreva a la doble fila, el rinc¨®n indebido, el paso de peatones o la acera. Vivo en la periferia de Sevilla y, hasta que los transportes p¨²blicos no rebasen la edad del gateo, debo recurrir al coche para desplazarme al centro; lo m¨¢s com¨²n es que, una vez alcanzado mi objetivo, tenga que pasar una hora suplementaria haciendo turismo por calles laterales o colmando el medio ambiente de di¨®xido de carbono hasta encontrar una mala esquina donde abandonar mi veh¨ªculo. Y para que entiendan por qu¨¦ soy un h¨¦roe, indico sucintamente los obst¨¢culos que debo arrostrar: un vado permanente cada cinco metros de acera, gorrillas que exigen tributo y uno sin suelto, obras del metro que bloquean salidas o fuerzan a emprender direcciones ex¨®ticas, obras en los inmuebles que llenan la calzada de cubas con escombros, zona azul. Un amigo m¨ªo ha calculado pros y contras y llega a la seria conclusi¨®n de que merece la pena amputarse una pierna y poder aprovechar las zonas para minusv¨¢lidos.
No dudo de que la ley est¨¢ hecha para todo el mundo y de que las ciudades vivir¨ªan mejor en un entorno sin poluci¨®n y sin esos molestos carapachos de metal que embotellan el asfalto. Pero hasta que las cosas no cambien, existe una media de dos autom¨®viles por hogar en este pa¨ªs nuestro, muchos estamos resignados a tener que usarlos para ir a trabajar o a realizar recados y ya bastante es tener que luchar contra los elementos adversos de las obras por todas partes y de esos aparcacoches con aspecto de zombis que la ley ignora. Se?ores de la polic¨ªa: tienen ustedes raz¨®n, estacionar sobre un paso de cebra constituye un repugnante delito que lesiona las leyes m¨¢s elementales de nuestra democracia, pero preg¨²ntenle a sus mandos si tal vez su esfuerzo no estar¨ªa mejor invertido en otras tareas m¨¢s acuciantes, m¨¢s necesarias. A m¨ª, y perd¨®nenme, me cuesta comprender c¨®mo alguien que ha aparcado en doble fila encuentre una multa en su parabrisas y al mismo tiempo un ni?o muera en Tablada por haber tenido la mala suerte de interponerse en una carrera ilegal a la que nadie objeta nada.
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