El don del equilibrio

A Philippe Herreweghe cada vez le interesan m¨¢s los repertorios ajenos al que le viera nacer como m¨²sico. En su pr¨®xima aparici¨®n en Madrid dirigir¨¢ Bruckner -nada menos que la Novena sinfon¨ªa- y en alguna entrevista ha dejado traslucir que el barroco se le va quedando corto. Nadie lo dir¨ªa despu¨¦s de escucharle las cantatas I, II, III y VI del Oratorio de Navidad bachiano, primera cita madrile?a con las m¨²sicas propias de ese santoral que, como cada a?o, se avecina implacable. El director belga no parece haber perdido nada de esa frescura con la que siempre abord¨® a Bach y s¨ª a?adido a su bagaje una cierta mirada desde las consecuencias de la m¨²sica del Cantor de Santo Tom¨¢s.

El Bach de Herreweghe, ¨¦ste de ahora, el del jueves en Madrid, destaca por su equilibrio, por el cuidado con que todo se dosifica para que el resultado sea de una exactitud en la que poco m¨¢s parece caber. Y lo m¨¢s interesante del asunto es que de ese punto de partida un poco matem¨¢tico surge una calidez extra?a, distinta a la que ofrecen las propuestas de Junghanel por la v¨ªa de la concentraci¨®n o de Gardiner por la del sentimiento -hablando s¨®lo de dos visitantes m¨¢s o menos recientes-, no definitivamente entregada, en la que la ligereza es m¨¢s de tempo que de esp¨ªritu por mor de ese preciso balance buscado en todo momento. Se podr¨ªa ir m¨¢s all¨¢, pero a base de forzar el detalle, y eso no parece entrar en la concepci¨®n del director.

Para todo ello, Herreweghe cuenta con una buena orquesta -estupenda la concertino y el continuo- y un coro sensacional, de los mejores. Diecis¨¦is voces en una pieza, que consiguen ser o¨ªdas juntas y por separado, hermosas, frescas y con la lecci¨®n del canto barroco muy bien aprendida. Los solistas eran, por as¨ª decir, de peque?o formato, pero estupendamente adaptados al criterio del maestro, cantantes que se pasean desde hace a?os por la m¨²sica de Bach con muy buenos resultados y que si no arriesgan demasiado, tampoco defraudan nunca.