Enfermos o culpables
La detenci¨®n en Lleida del supuesto asesino de una estudiante, que ya hab¨ªa cumplido condena por varios asesinatos en su pa¨ªs de origen, se suma a otros casos recientes, tambi¨¦n pendientes de prueba en juicio, en los que se acumulan acusaciones por varias muertes, aparentemente sin sentido. Recuerden el caso Wanninkhof, en el que ahora est¨¢ acusado tambi¨¦n un ciudadano extranjero, Tony King, que ya hab¨ªa sido condenado en su pa¨ªs, o el juicio que estos d¨ªas se celebra contra Juan Jos¨¦ P¨¦rez Rangel, acusado de las muertes del Putxet, que en su momento desataron el terror del barrio.
El asesinato en serie provoca una alarma social superior a la media, y no s¨®lo por una cuesti¨®n cuantitativa, en la que impresiona el n¨²mero de v¨ªctimas, sino porque se trata de una situaci¨®n cualitativamente distinta a la mera acumulaci¨®n de muertes.
El psic¨®pata es culpable, pero psic¨®pata al fin, quedar¨¢ en libertad cuando cumpla la pena (cuando 'la pague', en terminolog¨ªa com¨²n).
El psic¨®pata es culpable, pero psic¨®pata al fin. O culpables, o locos; o castigamos la culpabilidad, o tratamos la peligrosidad
En efecto, el asesino en serie suele presentar un patr¨®n de conducta incomprensible para el com¨²n de los ciudadanos porque responde a motivaciones irracionales, o, como m¨ªnimo, dotadas de una racionalidad perversa que s¨®lo es comprensible desde la anomal¨ªa. Pero, patr¨®n al fin y al cabo que permite pronosticar la repetici¨®n del delito. La irracionalidad del comportamiento y el pron¨®stico de repetici¨®n explican la especial alarma social, pero tambi¨¦n son los elementos que complican extraordinariamente el tratamiento legal de estos casos. Porque la cuesti¨®n oscila entre las dos formas de intervenci¨®n que utiliza el derecho penal y que giran en torno al discutible concepto de normalidad. As¨ª, se acude a las penas para sancionar la culpabilidad de los sujetos responsables (normales) y, por otra parte, a las medidas de tratamiento para quienes debido a su enfermedad mental no pueden ser declarados culpables, pero precisamente por ello son declarados peligrosos.
Las cosas ser¨ªan te¨®ricamente m¨¢s f¨¢ciles si los asesinos en serie fueran siempre enfermos mentales. Se les declarar¨ªa irresponsables -con la frecuente oposici¨®n de los allegados a las v¨ªctimas-, pero peligrosos, lo que permite imponer medidas de tratamiento adecuado a su peligrosidad, en establecimientos especiales, durante todo el tiempo que habr¨ªa durado la condena si hubieran sido declarados culpables. Al finalizar ¨¦ste, podr¨ªa acordarse su internamiento por v¨ªa civil si persistiera el pron¨®stico de peligrosidad. La peligrosidad podr¨ªa apreciarse, por ejemplo, en trastornos esquizofr¨¦nicos con ideas delirantes propias de las paranoias, que compelieran al enfermo a agredir a otras personas.
Pero lo cierto es que en los casos m¨¢s conocidos no se aprecia enfermedad mental y los acusados son sometidos a un juicio en el que, si se prueba su autor¨ªa, ser¨¢n declarados culpables. Lo que suele ser m¨¢s frecuente en estos casos son los rasgos psicop¨¢ticos que configuran un trastorno de la personalidad, pero que no tienen la consideraci¨®n de enfermedad mental ni impiden que el sujeto sea declarado responsable. El psic¨®pata puede ser condenado, lo que satisface mejor los sentimientos retributivos de los afectados por el delito, pero ello tiene como contrapartida que se le impone una pena proporcionada al hecho de que, cuando concluya, le permitir¨¢ recobrar la libertad sin que haya desaparecido el trastorno psicop¨¢tico. El psic¨®pata es culpable, pero psic¨®pata al fin, quedar¨¢ en libertad cuando cumpla la pena (cuando la pague, en terminolog¨ªa com¨²n).
Ah¨ª est¨¢ uno de los motivos de reflexi¨®n: si la sociedad reivindica la condena de estos sujetos, reivindica tambi¨¦n la imposici¨®n de una pena porque les declara culpables. Y las penas terminan por llegar a su fin, aunque no faltan quienes exigen la pena de muerte o la cadena perpetua alegando la peligrosidad del individuo en cuesti¨®n. Ahora bien, si se alega que el sujeto es peligroso porque su trastorno condiciona absolutamente su comportamiento, lo coherente ser¨ªa no declararle culpable, sino enfermo, e imponerle un tratamiento. En resumen: o culpables, o locos; o castigamos la culpabilidad, o tratamos la peligrosidad. El C¨®digo Penal espa?ol permite combinar las penas con las medidas de tratamiento, pero siempre con el tope de la duraci¨®n de la pena que se impone al psic¨®pata declarado responsable. Por eso, indefectiblemente, llega un d¨ªa en que se libera al condenado, si no muere antes en la c¨¢rcel.
En el caso de Lleida, la extranjer¨ªa y la facilidad del traslado internacional -que ya se plante¨® en el caso Wanninkhof y Tony King- a?ade una especial inquietud, porque sujetos condenados en su pa¨ªs circulan libremente y no son advertidos en el pa¨ªs de destino. Se busca el fallo en los controles del sistema porque la responsabilidad parece demasiado grande como para limitarla al principal responsable, que, no se olvide, sigue siendo el autor de los hechos. Pero, por los datos que tenemos, no parece que haya fallado ning¨²n sistema de control, sino simplemente que los ahora acusados hab¨ªan cumplido sus penas y saldado su deuda, lo que les permit¨ªa obtener el pasaporte. Los movimientos transfronterizos de personas, ni pueden controlarse absolutamente, ni ser¨ªa justo mantener perpetuamente los efectos de los antecedentes penales. Por todo ello, ser¨ªa terrible una lectura xen¨®foba de la detenci¨®n del ciudadano ecuatoriano acusado en Lleida: el dif¨ªcil tratamiento de las fronteras de la normalidad del comportamiento no tiene nada que ver con la nacionalidad de las personas.
Mercedes Garc¨ªa Ar¨¢n es catedr¨¢tica de Derecho Penal en la Universitat Aut¨®noma de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.