La batalla del mar
Entr¨® en Barcelona por la Puerta del Mar, un mar que era la primera vez que Don Quijote ve¨ªa, y asisti¨® desde una galera, aterrorizado, a un combate naval. Cervantes s¨ª quiso acordarse del nombre de la ciudad y all¨ª situ¨® las aventuras m¨¢s reales de su 'Quijote'.
En el congreso internacional El Quijote y el Pensamiento Moderno, que tuvo lugar en Barcelona el pasado junio, uno de los ponentes, despu¨¦s de su intervenci¨®n, pregunt¨® con extra?eza si Don Quijote hab¨ªa estado en la ciudad. Pese a tratarse de un presunto experto -de lo contrario no hubiera sido invitado-, demostraba con su candorosa pregunta no s¨®lo que no hab¨ªa le¨ªdo el libro, al menos por completo, pese haber escrito un texto sobre la novela, sino tambi¨¦n que el Quijote se asocia casi siempre en exclusiva con La Mancha y el mundo rural en el que acontece la mayor parte de la acci¨®n. Sin embargo, la estancia barcelonesa del caballero y su inseparable escudero, aunque ocupa s¨®lo cuatro cap¨ªtulos -del LXI al LXV de la segunda parte-, resulta fundamental. Los cervantistas consideran que los cap¨ªtulos que transcurren en Catalu?a representan el triunfo definitivo de la realidad o, lo que es lo mismo, de la aventura aut¨¦ntica, no inventada por la calenturienta imaginaci¨®n de Don Quijote ni impostada por los duques burladores. Adem¨¢s, por primera y ¨²nica vez, visitan una ciudad que sin duda se contrapone, por tantos aspectos, con su peque?a aldea.
Despu¨¦s de su encuentro con Roque Guinart, que les acompa?a hasta las puertas de Barcelona "por caminos desusados y sendas encubiertas" la v¨ªspera de San Juan, Don Quijote y Sancho esperan en la playa -que hoy ocupa el llamado Palau de Mar- a que se haga de d¨ªa. En cuanto amanece oyen una m¨²sica "de chirim¨ªas y atabales, ruido de cascabeles" y contemplan el mar por primera vez: pareci¨®les espacios¨ªsimo y largo; harto m¨¢s, puntualiza Cervantes, con un punto de iron¨ªa, que las lagunas de Ruidera, y ven las galeras engalanadas que disparan salvas contestadas desde el fuerte de Montju?c. La ciudad est¨¢ de fiesta porque es San Juan. No pod¨ªa llegar Don Quijote en mejor momento. Han salido a recibirle unos cuantos caballeros que le gu¨ªan por la Puerta del Mar -donde est¨¢ hoy la Escuela N¨¢utica-, intramuros, seguidos por una multitud de muchachos; dos de ellos "encajan sendos manojos de aliagas" debajo de las colas de Rocinante y el rucio de Sancho, que dan con sus due?os en tierra? Cervantes parodia una entrada real. Don Quijote y Sancho son acogidos por don Antonio Moreno, su cort¨¦s anfitri¨®n, el discreto burlador de los manchegos, due?o de la cabeza encantada capaz de contestar a cuanto se le pregunta que tanto impresiona a ¨¦stos. En Barcelona, Don Quijote entra por primera vez en una imprenta. Para un personaje tan literaturizado como nuestro hidalgo, cuya obsesi¨®n son los libros y que desea con todas sus fuerzas convertirse en objeto literario, la visita a la imprenta supone todo un acontecimiento. Se cree que la imprenta aludida por Cervantes es la de Cormellas, que est¨¢ situada en la calle del Call, muy cerca del Palau de la Generalitat y del Ayuntamiento, tal y como reconoce hoy una placa conmemorativa. Asimismo por primera vez toma parte en un combate naval aut¨¦ntico, y aunque se trata de una escaramuza de las muchas que por entonces ten¨ªan lugar por estas costas, no deja de entra?ar un peligro real. Finalmente, en la playa de la Barcelona, el caballero es derrotado y pide la muerte porque jam¨¢s renunciar¨¢ a sostener que "Dulcinea es la m¨¢s hermosa mujer del mundo", en el que, para m¨ª, es el pasaje m¨¢s conmovedor del libro. Don Quijote, vencido, recupera no s¨®lo su grandeza, sino su identidad heroica, una grandeza que fue mermando desde que sali¨® de la Cueva de Montesinos y una identidad heroica que los episodios barceloneses ponen bastante en entredicho.
Menos populosa que la Sevilla o la Lisboa de la ¨¦poca, citadas en otros textos cervantinos, la Barcelona de inicios del siglo XVII ten¨ªa, seg¨²n los historiadores, entre 30.000 y 40.000 habitantes. Paso pr¨¢cticamente obligado para los viajeros que desde Castilla segu¨ªan ruta hacia Italia y tambi¨¦n de los metales preciosos que provenientes de Am¨¦rica se transportaban a G¨¦nova, y aunque por entonces no "tan rica i plena" como quisieran algunos, s¨ª era una ciudad din¨¢mica y bulliciosa que contaba con lo que hoy llamar¨ªamos infraestructuras hoteleras suficientes para poder albergar a los forasteros. As¨ª, los mesones de los que tenemos noticia eran diversos. La mayor¨ªa estaban ubicados cerca de la zona portuaria, no lejos del Pla de la Llotja, el m¨¢s representativo espacio comercial de la ciudad, junto al paseo de la muralla que daba al mar, pr¨®ximo al lugar donde una tradici¨®n cuenta que habit¨® Cervantes. Una leyenda urbana, que el Manual del viajero de Barcelona (1840) incluye por primera vez, se?ala como casa de Cervantes la que lleva el n¨²mero 2 del paseo de Col¨®n, desde cuyas ventanas pod¨ªa verse la playa, el castillo de Montju?c y el movimiento de las galeras que despu¨¦s aparecen en el Quijote. Ser¨ªan, pues, estos recuerdos catalanes los que permitir¨ªan al escritor, sin necesidad de ejercitar la imaginaci¨®n, perge?ar algunas de las m¨¢s importantes escenas barcelonesas de la novela. No sabemos hasta qu¨¦ punto la tradici¨®n es fiable ni que amistades ten¨ªa Cervantes en Barcelona para no tener que hospedarse en un mes¨®n -en caso de dar por cierta la leyenda-, como tampoco lo hicieron Don Quijote y Sancho. Fueron ambos los invitados de don Antonio Moreno, amigo del bandolero Roque Guinart, de la facci¨®n de los nyerros (lechones) e igual que ¨¦ste enfrentado con los cadells (cachorros), sus enemigos: persona de relevancia, cercana al virrey, con tan buenas conexiones con el poder establecido como con el marginal. En su casa, "grande y principal", con balcones, una marca arquitect¨®nica que la ciudad de Barcelona no hac¨ªa mucho que hab¨ªa importado de Italia y en la que Cervantes parece haberse fijado, puesto que don Antonio Moreno saca al balc¨®n a Don Quijote para que vea el jolgorio de las fiestas y sea visto a su vez por sus conciudadanos sin sus arreos de pelear, el caballero y su escudero pasan unas dos semanas. Quien, en cambio, tuvo que conformarse con dormir en un mes¨®n fue el bachiller Sans¨®n Carrasco, el vecino de los manchegos que lleg¨® a Barcelona en busca de Don Quijote pocos d¨ªas despu¨¦s que ¨¦ste y, disfrazado de Caballero de la Blanca Luna, le venci¨®, oblig¨¢ndole a que regresara a su casa y permaneciera en ella durante un a?o.
La ciudad de Barcelona, el punto m¨¢s alejado de su aldea al que se desplaza Don Quijote, contrasta precisamente con la indeterminaci¨®n del espacio en el que, durante m¨¢s de cincuenta a?os, ha vivido Alonso Quijano hasta el d¨ªa en que se le cruzan los cables y se le mete en la cabeza la estramb¨®tica idea de hacerse caballero andante. As¨ª, frente al lugar no precisado de La Mancha de cuyo nombre no quiere acordarse el autor, un lugar que no le apetece identificar, con el que se inicia la primera parte del Quijote, en la segunda se refiere de manera directa y precisa a la ciudad de Barcelona, adonde Cervantes manda sus personajes despu¨¦s de leer que Avellaneda ha hecho que participaran en las justas de Zaragoza, donde estaba previsto que fueran si el presunto autor de Tordesillas no hubiera continuado su libro, torciendo sus primitivas intenciones. En ¨²ltima instancia fue, pues, Avellaneda el responsable de que Cervantes cambiara sus planes novel¨ªsticos cuando estaba terminando su obra y de que Zaragoza se quedara sin la visita del verdadero Quijote, que al saber que su hom¨®nimo falso ha estado all¨ª dirige sus pasos a otro lugar, un lugar que podr¨ªa haber sido cualquier otra ciudad real o inventada y no necesariamente Barcelona.
?Por qu¨¦ motivos escoge Cervantes Barcelona? ?O, mejor, qu¨¦ ten¨ªa Barcelona que no tuvieran otras ciudades espa?olas de la antigua Corona de Arag¨®n para ser la elegida? Valencia, sin ir m¨¢s lejos, era una ciudad prestigiosa y boyante que miraba tambi¨¦n al mar, en cuyo puerto desembarca Cervantes en 1580 tras los cinco a?os de cautiverio en las c¨¢rceles de Argel y en cuyas prensas se reedita dos veces la primera parte del Quijote en 1605. En el Persiles, adem¨¢s, le dedica unas l¨ªneas de elogio. Cierto que, desde el castillo de los duques, Valencia quedaba m¨¢s a trasmano, pero eso poco hab¨ªa de importar a Cervantes, acostumbrado a manejar las distancias a su antojo. La raz¨®n tiene que ser otra u otras. Y la primera est¨¢ muy clara: Don Quijote va a Barcelona porque a Cervantes le da la real gana. ?Tiene esa real gana cervantina algo que ver con una posible estancia del escritor en Barcelona o s¨®lo con que la Catalu?a de la ¨¦poca, infestada de bandoleros, dominada por bander¨ªas mafiosas y cuyas costas eran de continuo acechadas por los ataques corsarios, propiciaba m¨¢s aventuras que ning¨²n otro lugar de la Pen¨ªnsula? ?Se sinti¨® tan fascinado Cervantes por Perot Rocaguinarda, el bandolero de carne y hueso que da pie al personaje de Roque Guinart, como Don Quijote por ¨¦ste? No hay que olvidar que el jefe de la partida de bandoleros, con los que se topan caballero y escudero al entrar en tierras catalanas, est¨¢ basado en un personaje hist¨®rico; una especie de El Lute de la ¨¦poca que, tras ser amnistiado de sus muchas fechor¨ªas, tuvo que salir de Catalu?a en 1610 y acab¨® de capit¨¢n de infanter¨ªa de los Tercios de N¨¢poles. ?Lo pas¨® bien Cervantes entre los catalanes, hizo amigos? ?Fue la suya una estancia feliz? ?Le gustaron las fiestas de San Juan, que parece conocer bien? ?Se divirti¨® en las tabernas de la ciudad o en sus garitos, que eran muchos? ?Pudo tener amores con alguna catalana, dama m¨¢s o menos principal, como las amigas de la se?ora Moreno, "de gusto p¨ªcaro y burlonas", o con mujer de tabernero, como lo era de uno de Madrid, Ana Franca, la madre de su ¨²nica hija, Isabel?? Cuantas preguntas, inteligentes o est¨²pidas, puedan ocurr¨ªrsenos carecen de respuestas fiables. Nos movemos, pues, entre conjeturas, ya que no consta documentalmente que Cervantes hubiera visitado alguna vez Barcelona. Su biograf¨ªa cuenta con muchas zonas oscuras que, lo m¨¢s probable, es que no puedan esclarecerse nunca. Sin embargo, los cervantistas consideran casi segura una estancia barcelonesa del escritor y algunos a?aden que su probado afecto por Catalu?a, Barcelona y los "corteses catalanes, gente enojada, terrible y pac¨ªfica, suave", como asegura en el Persiles, no puede ser sino fruto de un conocimiento directo.
Durante el siglo XIX se pens¨® que Cervantes pas¨® por Barcelona en 1569, cuando, fugitivo de la justicia a consecuencia de una reyerta con Antonio de Sigura, trataba de huir a Italia para establecerse en los Estados Pontificios, donde no pod¨ªa ser castigado ni extraditado, ya que pesaba sobre ¨¦l una orden de b¨²squeda y captura que implicaba la posibilidad de que le cortaran una mano. Riquer considera que hay que situar la estancia barcelonesa de Cervantes mucho m¨¢s tarde, en ¨¦poca m¨¢s reposada, cuando el autor contaba con 62 a?os y no con s¨®lo 22, y eso ocurrir¨ªa en 1610. Poco importa que Cervantes viniera entonces por primera vez a Barcelona o regresara despu¨¦s de muchos a?os. Apunto aqu¨ª, de pasada, que quiz¨¢ cupiera situar aquella primera vez en 1571, junto a su hermano Rodrigo, con las tropas que habr¨ªan de combatir en Lepanto que, al mando de don Juan de Austria, embarcaron en Barcelona. Consta documentalmente que fue arcabucero de la compa?¨ªa de don Diego de Urbina, del tercio del catal¨¢n don Miguel de Montcada. Y sabemos que ese tercio, tras combatir contra los moriscos de las Alpujarras, se recompuso en Barcelona, de donde zarp¨® el 11 de julio de 1571. Claro que esta estancia barcelonesa comportar¨ªa que hubiera regresado de Italia en 1570, cosa no imposible, puesto que al obtener su padre a finales de 1569, a petici¨®n de Miguel, un certificado en el que se probaba que su familia era tenida por hidalga, pod¨ªa volver a Espa?a sin el temor a que le dejaran manco, puesto que los hidalgos no pod¨ªan, por ley, ser sometidos a tormento. Apoyar¨ªa esa hip¨®tesis el hecho de que desconocemos qu¨¦ hace entre 1569, cuando deja de servir al cardenal Aquaviva como camarero, y 1571, cuando le encontramos combatiendo en Lepanto.
Sea como fuere, la pretendida estancia barcelonesa de 1610 parece la m¨¢s probable; adem¨¢s permite suponer que, en el verano de 1614, mientras terminaba a toda prisa la segunda parte del Quijote, tuviera fresca la memoria de cuanto hab¨ªa visto hac¨ªa tres a?os, pese a mostrarse tan parco en ofrecernos detalles, como nombres de calles o de lugares concretos, que ahora nos ser¨ªan muy ¨²tiles para saber si Cervantes escribe o no de o¨ªdas respecto a la ciudad. Seg¨²n la hip¨®tesis de Riquer, Cervantes fue a Barcelona en 1610 para tratar de entrevistarse con el conde de Lemos, que, rumbo a N¨¢poles, de donde hab¨ªa sido nombrado virrey, hab¨ªa hecho escala en la Ciudad Condal junto a su numeroso s¨¦quito entre el 5 y el 10 de junio de aquel a?o. El autor del Quijote, vali¨¦ndose de su amistad con los Argensola, que acompa?aban al conde, pretend¨ªa pasar a N¨¢poles tambi¨¦n a su servicio. Sin embargo, ni siquiera consigui¨® ver a Lemos. Pero s¨ª, probablemente, disfrut¨® de la ciudad, de su animada vida, y anot¨® en la cabeza o en el papel escenas que le sirvieron luego para sacarlas en Las dos doncellas y en el Quijote. En ambos textos piropea a Barcelona de manera francamente generosa, en un caso, e hiperb¨®lica incluso, en otro. Escribe as¨ª en Las dos doncellas: "Admir¨®les el hermoso sitio de la ciudad, y la estimaron por flor de las bellas ciudades del mundo, honra de Espa?a, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, regalo y delicia de sus moradores, amparo de los extranjeros, escuela de la caballer¨ªa, ejemplo de lealtad y satisfacci¨®n de todo aquello que de una grande, famosa, rica y bien fundada ciudad puede pedir un discreto y curioso deseo".
Y en el cap¨ªtulo LXXII de la segunda parte del Quijote: "Y as¨ª me pas¨¦ de claro a Barcelona archivo de la cortes¨ªa, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, ¨²nica; y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, s¨®lo por haberla visto".
Casi siempre el piropo quijotesco suele transcribirse incompleto, cortado en "¨²nica". A m¨ª me parece que tomado en su conjunto tiene mucho m¨¢s inter¨¦s, aunque quiz¨¢ resulte un tanto impropio y desapoderado puesto en boca de Don Quijote, que lleva "sin pesadumbre" su derrota -eso es la evidencia de su fracaso como caballero- "s¨®lo por haber visto la ciudad", cuanto m¨¢s que en el cap¨ªtulo LXVI, al volver la vista hacia el sitio donde hab¨ªa ca¨ªdo, exclama: "?Aqu¨ª fue Troya! ?Aqu¨ª mi desdicha y no mi cobard¨ªa se llev¨® mis alcanzadas glorias, aqu¨ª us¨® la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas, aqu¨ª se oscurecieron mis haza?as, aqu¨ª finalmente cay¨® mi ventura para jam¨¢s levantarse".
En cambio, puesto el elogio en boca de Cervantes, no resultar¨ªa tan exagerado: aunque pretendiente en vano ante Lemos, pudo ser tan afablemente acogido en Barcelona que diera por bien empleado el fracaso de su cometido. No trato con ello de inmiscuir la biograf¨ªa personal de Cervantes en los episodios barceloneses, pero s¨ª de llamar la atenci¨®n sobre el hecho de que los escritores, de Cervantes para abajo, empleamos todos los materiales a nuestro alcance -tambi¨¦n, por supuesto, los autobiogr¨¢ficos- para alimentar nuestras ficciones. Es m¨¢s, incluso aventuro que elogio tan desmedido quiz¨¢ estuviera suscitado para bailarle el agua a alguna personalidad catalana o de origen catal¨¢n que pudiera favorecer alguna pretensi¨®n cervantina, y no estar¨ªa de m¨¢s tratar de seguir esa pista posible. Es cierto que en sus obras aparecen elogios a otras ciudades: a Lisboa, a la ya mencionada Valencia, a Roma especialmente; pero los tres son menos contundentes que el puesto en boca de Don Quijote dedicado a Barcelona.
El ep¨ªgrafe del primer cap¨ªtulo barcelon¨¦s, "De lo que sucedi¨® a Don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen m¨¢s de lo verdadero que de lo discreto", ha sido considerado como un aviso de las intenciones realistas del autor con respecto a los acontecimientos catalanes de los que parece querer dar cuenta. En la Catalu?a de la ¨¦poca se viv¨ªa m¨¢s en vilo y con m¨¢s peligros, si cabe, que en Castilla. La aventura, acompa?ada a veces de la consiguiente desventura, pod¨ªa surgir en el momento m¨¢s impensado en cualquier lugar. En cuanto entran en tierras catalanas, Sancho nota con horror sobre su cabeza unas piernas y unos pies que cuelgan de los ¨¢rboles. Don Quijote, para tranquilizarle, le dice que se trata de bandoleros y forajidos ahorcados por la justicia, "por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona". Luego sabremos que los ajusticiados no son tales, sino bandidos que duermen encaramados en los ¨¢rboles. Pertenecen a la partida de Roque Guinart, ante cuya presencia, hoy dir¨ªamos que glamourosa -¨¦l s¨ª lleva una vida en verdad apasionante sin necesidad de invent¨¢rsela-, Don Quijote, como muy bien apunta Riquer, queda mermado, casi diluido. Notemos adem¨¢s que es en el episodio de este encuentro cuando caballero y escudero y nosotros con ellos presenciamos dos muertes violentas: la de Vicente Torrellas a manos de Claudia Jer¨®nima, vengadora de su honra, y la de un bandolero protest¨®n a manos del propio Roque Guinart, algo que no hab¨ªa ocurrido antes en el libro.
Real e hist¨®ricamente cotidiana parece tambi¨¦n la escaramuza b¨¦lica a la que asisten desde una galera, muertos de miedo, Don Quijote y Sancho. A todo ese c¨²mulo de realidades, quiz¨¢ demasiado insoportables para el caballero, podemos a?adir que es en Barcelona donde se desenmascaran, eso es, vuelven a su verdadera realidad, diversos personajes que se nos hab¨ªan presentado disfrazados, como Ana F¨¦lix o el Caballero de la Blanca Luna, y aunque el procedimiento del disfraz encubridor, uno de sus recursos predilectos, lo hab¨ªa usado Cervantes con anterioridad, baste pensar en Dorotea o en Ricote: aqu¨ª el desenmascaramiento propicia un punto y final de la historia de Don Quijote y de la historia de los moriscos, cuya expulsi¨®n se consum¨® en la vida igual que en la novela. No deja de ser curioso que Cervantes aproveche el paso de Don Quijote por tierras catalanas para tratar de dos temas candentes de su ¨¦poca: el bandolerismo y la expulsi¨®n de los moriscos.
Catalu?a se ha sentido representada en esa "realidad", que Cervantes plasm¨® con tanta maestr¨ªa en los episodios que trascurren en sus tierras, orgullosa de ese talante que tanto tiene que ver con "el seny i el tocar de peus a terra", tan a menudo reivindicado por quienes consideran que existen caracter¨ªsticas diferenciales en el car¨¢cter que aglutina a los habitantes de los distintos pueblos que integran las naciones. En especial por cuantos, en el pasado tercer centenario, debatieron sobre la conveniencia de que Catalu?a participara en los actos de homenaje a Cervantes o se mantuviera al margen de la celebraci¨®n. El enfrentamiento, del que dan cuenta pormenorizada los peri¨®dicos y revistas que en 1905 publicaron n¨²meros quijotescos, planteaba, a la postre, el debate Catalu?a-Espa?a. Por aquel entonces, a principios del siglo XX, el Quijote hab¨ªa sido usufructuado tambi¨¦n por el casticismo espa?olista m¨¢s visceral, que chocaba con el nacionalismo catal¨¢n emergente. De ah¨ª que, en alg¨²n momento, arrecien las salidas de tono de uno u otro lado. "Quedinse'ls castellans amb el seu Quijote y bon profit els fassi, que nosaltres no som de la seva parr¨°quia" ("Qu¨¦dense los castellanos con su Quijote y buen provecho les haga, que nosotros no somos de su parroquia"), escribe Folch i Torres en La Tralla. "M¨¢s vale un Quijote que todas las manufacturas de algod¨®n de esos catalanes", espeta un periodista de Madrid de cuyo nombre no quiere acordarse ni siquiera quien le replica, Ram¨®n Miquel y Planas, en la revista Joventut, mostrando, por el contrario, hasta qu¨¦ punto los catalanes han contribuido con ediciones y estudios a la pervivencia del libro cervantino, un aspecto que ya not¨® en 1895 Carreras y Candi en su ensayo El cervantisme a Barcelona. En Barcelona se imprimen a la vez, ya en 1617, las dos partes que vende juntas el librero Rafael Vives, y desde entonces jam¨¢s han vuelto a editarse por separado.
Catal¨¢n fue Isidre Bonsoms, que a finales del siglo XIX reuni¨® la biblioteca cervantina m¨¢s importante de Espa?a, hoy conservada en la Biblioteca Nacional de Catalu?a. Catalanes o residentes en Catalu?a fueron tambi¨¦n el coronel L¨®pez Fabra, autor de la primera edici¨®n facs¨ªmil; Leopold Rius, que inici¨® la bibliograf¨ªa cr¨ªtica de las obras de Cervantes, y Clemente Cortej¨®n, que llev¨® a cabo la primera edici¨®n cr¨ªtica, continuada por Givanel. Tambi¨¦n la ¨²ltima, patrocinada por el Instituto Cervantes y dirigida por Rico, ha sido elaborada en gran parte por catalanes de nacimiento o de adopci¨®n.
Esa contribuci¨®n catalana incuestionable, que contin¨²a a lo largo del siglo XXI y que con Mart¨ªn de Riquer a la cabeza llega a las puertas de la celebraci¨®n del cuarto centenario, en 2005, prueba que han sido muchos los catalanes que han considerado a Cervantes como un escritor propio. Por eso, en el 400? aniversario de la primera edici¨®n del Quijote, para ser agradecidos y justos con el trabajo de los cervantistas y m¨¢s a¨²n con Cervantes -que no s¨®lo escribi¨® el mejor libro de libros, una novela que trata de c¨®mo se escriben novelas, una obra extraordinaria, un juego par¨®dico en el que campea la iron¨ªa, sino que se tom¨® la molestia de que Don Quijote y Sancho vinieran a tierras catalanas-, Barcelona ha declarado 2005 a?o del libro y la lectura. Y est¨¢ bien que as¨ª sea, ya que Barcelona comienza su andadura como ciudad literaria gracias a que Cervantes la escogi¨®. Con su elecci¨®n hizo posible que la capital de Catalu?a fuera internacional ya desde el siglo XVII, a partir del momento en que el Quijote se convierte en el libro m¨¢s traducido despu¨¦s de la Biblia.
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