Un mapamundi de La Habana
Los homenajes, reediciones de libros y coloquios dedicados a la obra y la personalidad de Alejo Carpentier, con motivo del centenario de su nacimiento, han cumplido un intenso ciclo durante 2004. La raz¨®n que ha movido estos reconocimientos al novelista cubano no han sido, afortunadamente, ecos coyunturales de un ¨¦xito comercial ni de una moda pasajera: la vigencia de Carpentier, el inter¨¦s vivo por su obra existente en diversas geograf¨ªas y desde distintas ¨®pticas ideol¨®gicas, es el resultado de la justa valoraci¨®n de una proyecci¨®n est¨¦tica de alcance universal, que hizo de este escritor uno de los cl¨¢sicos del pasado siglo y de la literatura de la lengua, una figura en cuya obra, humanista y comprometida, se manifiestan, a¨²n hoy, los eternos anhelos de libertad individual y colectiva, y las insobornables angustias existenciales que desde siempre acompa?an al alma humana.
En Carpentier, la maravilla salta del hallazgo fortuito de los surrealistas al brillo de lo hist¨®-rico, de lo real
Quiz¨¢ se pueda asegurar que el sino de la universalidad, la obsesi¨®n de tender puentes entre culturas diversas como forma de entender y expresar la cultura propia fue en Carpentier el resultado de una predestinaci¨®n que lo marc¨® desde su mismo origen mestizo de hijo de un franc¨¦s y de una rusa, que se conocen y se aman en Lausana, donde ver¨ªa la luz el ni?o nombrado Alexis el 26 de diciembre de 1904. Esta conjunci¨®n da lugar a la abigarrada g¨¦nesis cultural e idiom¨¢tica con que llega a La Habana, tres a?os despu¨¦s, procedente de B¨¦lgica, donde se hab¨ªa concretado muy poco antes el matrimonio de sus padres.
En la reci¨¦n inaugurada Rep¨²blica cubana, entonces convertida en un im¨¢n de esperanzas para gentes de todo el mundo, comienza un veloz proceso de aclimataci¨®n de aquel clan: su padre, Georges Julien, se convertir¨¢ en Jorge Juli¨¢n; su madre, Ekaterina Blagoobrazoff, se rebautizar¨¢ Catalina (Lina) Valmont -al tomar el apellido del segundo esposo de su madre-, y Alexis se nombrar¨¢ Alejo y, sin imaginarlo a¨²n, comenzar¨¢ a ser un ni?o cubano. El ambiente familiar, decididamente cosmopolita, l¨®gicamente engendr¨® una visi¨®n cosmopolita de la cultura que marcar¨¢ al futuro escritor: el oficio de arquitecto de su padre y las dotes musicales de su madre comenzar¨¢n a mezclarse con una tradici¨®n, un folclor, una cultura y, sobre todo, un idioma con los que se va compenetrando hasta hacerlos suyos, sin renunciar a los patrimonios culturales de los que proced¨ªa.
Toda esta peripecia biogr¨¢fica
se potenciar¨ªa en los a?os de su juventud cuando, obligado a dejar los estudios de arquitectura en la Universidad de La Habana debido a sus penurias econ¨®micas, Carpentier se mezcla con el ambiente cultural y social capitalino para ejercer el m¨¢s recurrido de sus oficios: el de periodista.
La capital de Cuba en los a?os
veinte es una de las ciudades culturalmente m¨¢s activas de Occidente: grandes m¨²sicos, bailarinas y cantantes pasan por sus escenarios, en cuyos carteles se anuncian actuaciones de Anna Pavlova, Titta Rufo, Enrico Caruso, Eleanora Duse, Tito Schipa, Pablo Casals, Andr¨¦s Segovia o Ignace Paderewski, mientras los vientos de la renovaci¨®n est¨¦tica vanguardista y de los grandes acontecimientos pol¨ªticos cruzan el Atl¨¢ntico y despiertan los intereses art¨ªsticos e ideol¨®gicos de la revulsiva generaci¨®n a la que pertenece Carpentier. Pero, junto al contacto con lo for¨¢neo, ¨¦sta es tambi¨¦n la ¨¦poca del redescubrimiento de una conciencia insular, capitaneado por el etn¨®logo Fernando Ortiz, que desde su prestigio induce a los j¨®venes intelectuales a tener una noci¨®n diferente de lo propio, que necesariamente se iniciar¨ªa con la revalorizaci¨®n del siempre relegado mundo negro cubano, el mismo que tanto influir¨ªa en algunas de las caracter¨ªsticas culturales m¨¢s importantes del pa¨ªs, entre ellas, la religi¨®n, la danza y la m¨²sica.
Unos pocos a?os despu¨¦s, due?o ya de una conciencia cultural, pol¨ªtica y social en la que se funden el deslumbramiento por la renovaci¨®n vanguardista y por los valores ancestrales del universo cubano, Carpentier escribir¨ªa desde su exilio parisiense -iniciado en 1928- una premonitoria cr¨®nica, dedicada al arte americano de Heitor Villalobos, en la que define la esencia del trabajo musical de brasile?o con una frase meridiana de Miguel de Unamuno: "Hemos de hallar lo universal en las entra?as de lo local, y en lo circunscrito y limitado, lo eterno"... Desde entonces la propia b¨²squeda de lo universal en las entra?as de lo local ser¨ªa el prop¨®sito est¨¦tico cardinal de Alejo Carpentier y la clave de sus hallazgos ontol¨®gicos y culturales, y de su hoy reconocida trascendencia est¨¦tica.
Desde sus textos narrativos de aprendizaje -la novela afrocubana Ecue-Yamba-, desde sus escenarios y libretos para ballets y sinfon¨ªas concebidos en La Habana y en Par¨ªs a finales de los a?os 1920, pero sobre todo a partir de sus primeros textos de madurez, escritos en la d¨¦cada de los cuarenta y los cincuenta, ¨¦poca tambi¨¦n de sus grandes reportajes, como los que integran Visi¨®n de Am¨¦rica y, por supuesto, de textos te¨®ricos insoslayables para la definici¨®n del nuevo arte americano, como su manifiesto de 1949 Lo real maravilloso americano, la realizaci¨®n est¨¦tica y reflexiva de Carpentier parece guiada por la m¨¢xima unamuniana.
Basta releer sus grandes relatos de los a?os cuarenta y cincuenta -cuentos como Semejante a la noche o El camino de Santiago, de tantos niveles de lectura; novelas casi insondables como El reino de este mundo, Los pasos perdidos y El acoso- para advertir c¨®mo Carpentier, a trav¨¦s de su literatura, se propone crear una definici¨®n de lo americano, lo caribe?o y lo cubano, pero contextualizado en el concierto de una cultura universal en la cual ha nacido, de la que ha bebido -en Europa vivi¨® entre los surrealistas franceses, asisti¨® al ascenso del fascismo, a la derrota de la Rep¨²blica espa?ola- y contra la cual proyecta su visi¨®n de lo propio para definirlo y ubicarlo en lo universal.
La trascendencia y permanencia de la obra carpenteriana -como la de Borges, el otro gran americano-universal del siglo XX- tiene su matriz en esta proyecci¨®n ideoest¨¦tica que lo hac¨ªa moverse por diversos ¨¢mbitos culturales mientras buscaba, en las singularidades americanas y en los comportamientos humanos m¨¢s espec¨ªficos, un di¨¢logo con "lo eterno" -despojado de todo misti-cismo-, como lo hace evidente cada trama de sus obras narrativas y el aliento de sus grandes personajes, convertidos muy pronto en paradigmas.
No es casual que los temas m¨¢s
recurridos de Carpentier tengan que ver con los m¨¢s significativos acontecimientos de la modernidad -desde el descubrimiento de Am¨¦rica, en El arpa y la sombra, hasta la Revoluci¨®n cubana, en La consagraci¨®n de la primavera-, pasando por hitos hist¨®ricos americanos y universales como la Revoluci¨®n Francesa y sus ecos en el Caribe, la independencia haitiana, las invasiones napole¨®nicas, la revoluci¨®n bolchevique, la guerra civil espa?ola y tantos otros sucesos que han marcado el rumbo de la humanidad. Mientras, los conflictos no menos "eternos" de sus personajes, van desde el papel del hombre en la revoluci¨®n (haitiana, francesa, rusa, cubana), la relaci¨®n entre individuo y libertad, entre el hombre y la guerra, o la posibilidad de escapar del tiempo humano e hist¨®rico que nos ha sido dado, en reflexiones magn¨ªficamente logradas en lo art¨ªstico, gracias a lo cual sus concepciones pueden escapar de lo "circunscrito y limitado", para establecer una ¨ªntima comunicaci¨®n con las constantes que acompa?an a la conducta del hombre moderno, sea ¨¦ste Crist¨®bal Col¨®n, un ex esclavo haitiano o un burgu¨¦s cubano devenido revolucionario.
Muchas veces se ha afirmado que la grandeza de Carpentier tiene que ver con su enciclopedista definici¨®n de lo americano. Sin embargo, su trascendencia parte de un reconocimiento y valoraci¨®n de lo propio que alcanza su verdadera dimensi¨®n gracias a la proyecci¨®n universalizadora que le permiti¨® hallar lo universal en las entra?as de lo local. Escritor universal y de su tiempo, la lecci¨®n de Carpentier mantiene una asombrosa vigencia en este mundo de etiquetas donde todo caduca en plazos cada vez m¨¢s cortos. Su permanencia tiene, sin embargo, una cualidad que es exclusiva de los verdaderamente grandes: aun cuando no est¨¦ de moda ni venda grandes cifras, es de esos autores a los que, en cada relectura, volvemos a descubrir, lo reencontramos en cada mirada a una ciudad, un personaje, una ¨¦poca, porque el signo de los escritores inmortales es ese que nos permite leerlos una y otra vez, como si una y otra vez ley¨¦ramos un nuevo escritor, una nueva novela. Y todo, estoy convencido, porque supo hallar lo universal en las entra?as profundas de lo local y en lo circunscrito y limitado, lo eterno, siempre esquivo.
Leonardo Padura Fuentes (La Habana, 1955) es autor de La novela de mi vida y Vientos de cuaresma (ambos en Tusquets).
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