?Qui¨¦n teme a Don Quijote?
Acabo de leer un art¨ªculo de alguien de cuyo nombre no logro ya acordarme a prop¨®sito del cuarto centenario del Quijote. Se escribir¨¢n muchos en los pr¨®ximos meses, denostando incluso a quienes a prop¨®sito del Quijote congestionan el mundo con sus publicaciones y contribuyendo con sus denuncias un poco m¨¢s a la congesti¨®n. Que no cunda el p¨¢nico. De estos art¨ªculos y libros, unos ser¨¢n inteligentes y otros en absoluto, muchos ser¨¢n inanes y unos pocos, por el contrario, nos resultar¨¢n estimulantes y t¨®nicos. A estas alturas, Cervantes y Don Quijote han o¨ªdo ya casi todo lo que se puede decir de un escritor y de una novela, y es bastante probable que as¨ª siga ocurriendo durante muchos siglos m¨¢s. Entre enero y diciembre de 2005 tendr¨¢n lugar en medio mundo, ciertamente, cientos de actos, conferencias, representaciones, conciertos, discursos, verbenas, t¨ªteres y toda clase de homenajes a Cervantes y a Don Quijote, y como no pod¨ªa ser de otro modo, unos estar¨¢n bien y otros ser¨¢n disparatados; unos despertar¨¢n, ojal¨¢, el inter¨¦s por los libros de Cervantes, y otros, qu¨¦ duda cabe, irritar¨¢n a quienes encontrar¨¢n en tanta fanfarria una raz¨®n est¨²pida para no tener que leerlos, que es en el fondo lo que acaso iban buscando.
Este ambiente da para una cuantas jeremiadas. Entre ¨¦stas, tres son a mi juicio las m¨¢s comunes. La primera es la que nos advierte de los oportunismos que al rebufo del Quijote habr¨¢ de sufrir la poblaci¨®n. En 1905 se produjo en Espa?a el mismo clima de centenaritis que ahora, pero fue en 1905, al hilo de aquel centenario tan cuajado de misas solemnes y exaltaciones patri¨®ticas, cuando se publicaron dos de los m¨¢s hondos y hermosos libros que se hayan escrito jam¨¢s sobre el Quijote, Vida de don Quijote y Sancho, de Miguel de Unamuno, y La ruta de don Quijote, de Azor¨ªn. ?Fueron Unamuno y Azor¨ªn oportunos u oportunistas? Azor¨ªn public¨® tambi¨¦n incontables variaciones sobre los personajes cervantinos, y otro libro que titul¨® El buen Sancho (1954), de relatos, en el que recreaba, al margen de Cervantes y con permiso de los cervantistas y dem¨¢s papistas del asunto, la figura del escudero en nuevas aventuras, dicho esto al paso de aquellos escrupulosos que en cuestiones de originalidad se la cogen con papel de fumar sin haberse enterado de que el propio Cervantes, como muchos otros autores de su ¨¦poca, ech¨® mano de libros, leyendas o romances ajenos sin entrar en el "tuyo ni m¨ªo", y sin querer recordar, claro, que el propio Quijote es novela hecha de otras novelas anteriores a Cervantes, principalmente de caballer¨ªas, pero no s¨®lo. Y eso fue as¨ª porque tal vez pensaba Cervantes lo que tres siglos despu¨¦s pensar¨ªa de Virgilio Antonio Machado, a quien ¨¦ste confes¨® amar sobre otros poetas por haber incluido entre sus versos los de muchos autores sin haberse tomado la molestia de citarlos. Y ha de a?adirse en este p¨¢rrafo, porque viene a cuento y porque con ello queda introducida aqu¨ª la segunda jeremiada, algo sobre el caso Avellaneda y su Quijote ap¨®crifo. A Cervantes le disgustaron las aventuras ap¨®crifas que el solapado Fern¨¢ndez de Avellaneda le endos¨® al Quijote, sin duda, pero no tanto porque arremetiera aqu¨¦l contra la vejez y la manquera de su autor, que tambi¨¦n, sino por haberlo hecho, y de modo tan descosido, contra dos criaturas, el hidalgo y su escudero, que le hab¨ªan nacido tan concertados y graciosos. Digamos que Cervantes no perdonaba a Avellaneda sus ocurrencias est¨²pidas y grumosas, sino haber levantado falsos testimonios contra Don Quijote y Sancho, agravi¨¢ndolos con vilezas sin cuento. Claro que para apreciar esto hay que haberse le¨ªdo tambi¨¦n el Quijote de Avellaneda, donde aparece por cierto un personaje, don ?lvaro Tarfe, que Cervantes roba a Avellaneda sin rebozo para incorporarlo a su propia novela y mejorarlo, como no pod¨ªa ser menos, en muchos quilates.
La tercera jeremiada hace referencia a los medios de comunicaci¨®n y a lo que conocemos como cultura de masas. Suponen algunos que la proliferaci¨®n de quijoterinas y cervantadas empachar¨¢ a m¨¢s de uno, despu¨¦s de que el rodillo quijotil o cervantesco les pase por encima, arrastrado por ese ej¨¦rcito de profesores, c¨®micos, acad¨¦micos, literatos o, como leo en otro art¨ªculo de alguien de cuyo nombre tampoco logro acordarme ahora, de "eruditos y expertos, reales o sobrevenidos" interesados ¨²nicamente en ganar "tanta fama como dineros de la alargada sombra del Caballero de la Triste Figura". Se aseguraba en ese art¨ªculo, que supongo habr¨¢ proporcionado tambi¨¦n a su autor si no fama s¨ª algunos dineros, que "manosear¨¢n de tal forma el Quijote que milagro ser¨¢ si no han de transcurrir al menos diez a?os antes de que obra y autor se limpien de todo el tizne con que se ha empezado a embadurnar, y lo que nos queda". Vale la pena detenerse en el verbo manosear. Si se pasa del pr¨®logo del Quijote, nos toparemos con uno de los fragmentos m¨¢s propagados de ese libro, acertad¨ªsimo vaticinio de Cervantes sobre el futuro de su obra. Lo pone en boca de Sans¨®n Carrasco: "Es tan clara [la historia de Don Quijote], que no hay cosa que dificultar en ella: los ni?os la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan le¨ªda y tan sabida de todo g¨¦nero de gentes, que, apenas han visto alg¨²n roc¨ªn flaco, cuando dicen: 'All¨ª va Rocinante". Se ve que Cervantes no le hac¨ªa ascos a ning¨²n lector ni a ninguna parodia de su libro involuntaria o inducida, si ven¨ªa de favorable arrimo. Tampoco parece que le importara mucho, al contrario, que se le trillara de ac¨¢ para all¨¢ en trato indiscriminado, popular y democr¨¢tico. Bien est¨¢ que el que sepa, nos ense?e, pero en este negociado de Cervantes y Don Quijote todo lo sabemos entre todos y nadie tiene la ¨²ltima palabra, y menos para decirnos c¨®mo ha de leerse "definitivamente" un libro que entiende todo el mundo, y c¨®mo homenajearlo. Que cada cual lo lea y lo homenajee como le venga en gana, lo hagan Agamen¨®n o su porquero.
Esta generosidad de Cervantes para no reducir su libro a hermen¨¦uticas alambicadas ha hecho miles de lectores agradecidos y entusiastas, incondicionales y beligerantes, que no han tenido empacho en manosear, sobar y requetesobar el libro, lo mismo que los m¨²sicos, pintores, escultores, cineastas, actores, artistas y artesanos de todo g¨¦nero y de todas las latitudes y culturas que han querido mostrarle su gratitud de alg¨²n modo. En ocasiones los resultados han sido admirables y otras, no tanto, hablemos de una vitola de puro con escenas quijotescas o de un Don Quijote dando brincos por el escenario entre tut¨²s, y todo ello, quiero creer, bueno o malo, habr¨ªa contado con la comprensi¨®n y el agradecimiento del compasivo Cervantes, sabi¨¦ndolo bienintencionado.
Podr¨ªamos asegurar, s¨ª, que la propia locura de Don Quijote puede o suele contagiar a algunos que por amor y fascinaci¨®n se le acercaron. El Quijote es, con toda su finura y complejidad literarias e intelectuales, una obra destilada en las alquitaras silenciosas de la tradici¨®n, y por eso "sali¨®" tan moderna, y si ha fascinado a los esp¨ªritus m¨¢s enaltecidos y aristocr¨¢ticos de todos los tiempos no ha dejado de conmover igualmente, aunque sea "de o¨ªdas", a las clases m¨¢s populares, que a su modo no han olvidado nunca a Don Quijote, cuando otros, con mayores responsabilidades pol¨ªticas, culturales o literarias lo hac¨ªan. Es probable que suframos este a?o no pocas acometidas deleznables a cuenta del dichoso centenario, y puede incluso que muchas de ellas no favorezcan la lectura de sus libros, pero no me cabe la menor duda de que en medio de todo ello hallaremos obras y manifestaciones de gran valor que contribuir¨¢n a mantener vivo el legado espiritual del Quijote entre aquellos que nunca lo han le¨ªdo y que nunca lo van a leer, gentes a quienes tal vez se les alcanzar¨¢ lo ¨²nico que conviene no olvidar en este punto; a saber, "que Don Quijote, siempre del lado de los desamparados, no estaba del todo loco, y que Sancho Panza, siempre del lado de Don Quijote, no era del todo tonto", y que se puede ser una buena persona sin haber le¨ªdo ese libro, y un pobre majadero sabi¨¦ndoselo de memoria.
Habr¨¢ quienes por preservar a Don Quijote de todo uso y abuso prefieran devolverlo a ¨¦l y a Cervantes a su oscuro rinc¨®n de siempre, y no tanto porque no quieran que otros se lo manoseen, como por un atavismo de se?oritos que les sale con Cervantes, que nunca lo fue, y por mantenerlo en usufructo exclusivo como una dehesa, en sus academias, en sus gabinetes de bibli¨®filos, en sus departamentos de universidad o en una pijoter¨ªa irrendenta. ?Qui¨¦n o qu¨¦ temen de Don Quijote? ?Que su inocencia y su candor morales evidencien las podres componendas en las que viven? ?Que su sentimentalismo deje al desnudo su falta de sentimientos? ?Que el desinter¨¦s de su conducta se?ale sus conductas interesadas? ?Que el prodigioso estilo sin estilo de su novela, sabroso como el agua, contraste con las prosas apelmazadas e indigestas? Podr¨ªamos suponer tambi¨¦n que quieren escamotearlo por otra locura, igualmente propiciada por Don Quijote, que les lleva a querer encerrarlo en una torre, hurt¨¢ndolo a todos con codicia, como si de una amante se tratara, pero la experiencia nos dice que la mayor parte de estos tales tampoco se han conducido con Cervantes o con Don Quijote con generosidad ni preocupado por ellos. Al contrario, bien por temor a contagiarse con lo que suponen la s¨ªfilis de su espa?olismo m¨¢s o menos casticista, bien por ese esnobismo de no perdonar a Cervantes no ser de Stratford (y pienso ahora en aquel Borges que se jactaba de leer a Cervantes... en ingl¨¦s, cuando hab¨ªa quienes, como Freud, para poder leerlo en la lengua en que fue escrito aprendieron humildemente castellano), bien por el recelo que despierta siempre quien sostiene su discurso en la solfa del puro sentir, bien, digo, por cualquiera de estos pruritos o por una sabia combinaci¨®n de todos ellos, acaban por abandonarlo a su suerte en su torre o aborreci¨¦ndolo, como a esas fincas manifiestamente mejorables, al albur de la insidia, las disputas cervantistas y otras malas hierbas en que solemos dejarlo entre centenario y centenario.
En un pa¨ªs que adora cada d¨ªa a sus escritores quevedescos (ya saben ustedes, aquellos que se r¨ªen muy barrocamente, como Quevedo, de la cojera del vecino), nunca agradeceremos lo bastante, aunque sea cada cien a?os, a quien tan bals¨¢mico resulta con bubas y dem¨¢s ¨²lceras, sobre todo ajenas. En un pa¨ªs que se perece por los juegos de palabras y los ejercicios de ret¨®rica (el arte de llamar corcel al caballo y cortar pelos oxonienes en tres), nos resulta de gran alivio ver llegar desde lejos a ese hombre que escribi¨® desafectado y con una naturalidad inigualable.
Lleguen, pues, centenarios y conmemoraciones; caigan ediciones del Quijote, buenas, malas, eruditas y populares, de lujo y de quiosco. ?rmense todos los tinglados que quieran, h¨¢gase el milagro, y h¨¢ganlo el diablo, los pol¨ªticos, los acad¨¦micos, los horteras, los oportunistas y los oportunos, los sabios y los ignorantes. Es preferible, s¨ª, un mill¨®n mal gastado en Cervantes y en Don Quijote que un solo euro en la guerra de Irak, por poner un ejemplo. Y no sufran los pulidos con el tizne, que, como dec¨ªa aquel a quien quisieron afrentar emporcando el nombre de su padre, el Quijote es lavable. No se empachen los sutiles: para leer a Cervantes s¨®lo hacen falta ganas, y ¨¦stas, teni¨¦ndolas, no las puede quitar nadie, porque las cervantadas y quijoterinas no son de ahora y s¨ª tan viejas como el mismo Don Quijote. Aqu¨ª seguir¨¢ este libro con todos nosotros otros cien, otros mil a?os, bastardeado o enaltecido, y aqu¨ª seguir¨¢ ¨¦l, Don Quijote, inc¨®lume, ajusticiado y justiciero, alentador, enamorado, humildista y pedant¨®fobo, generoso, desinteresado, so?ador y libertario, paseando su ense?a por el mundo de modo tan suave como irreductible: "Quien puede, quiera. Quien quiere, pueda".
Andr¨¦s Trapiello es escritor.
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