El amigo ni?o
El pasado 17 de diciembre me encontr¨¦ en el peri¨®dico -una necrol¨®gica- con la noticia de que hab¨ªa muerto mi mejor amigo de la infancia, Fernando Bauluz. "Un cineasta en la sombra", dec¨ªa el titular, y es verdad que como tal no lleg¨® a ser muy conocido, quiz¨¢ porque nunca dirigi¨® un largometraje en solitario. Cuando m¨¢s se ocup¨® de ¨¦l la prensa fue cuando le toc¨® terminar la pel¨ªcula p¨®stuma de mi primo Ricardo Franco, L¨¢grimas negras. Ya hab¨ªan colaborado juntos en la ¨²ltima que complet¨® Ricardo, y la de mayor ¨¦xito, La buena estrella, de 1997.
La ¨²ltima vez que vi a Fernando Bauluz fue en la calle Mayor, har¨¢ un par de a?os. ?l sal¨ªa de la Librer¨ªa M¨¦ndez y yo entraba en ella, si mal no recuerdo. Nos paramos, nos preguntamos c¨®mo nos iba con el viejo afecto (o t¨¢cita complicidad, acaso), me suena que ¨¦l me cont¨® de un viaje ex¨®tico que ten¨ªa en perspectiva, para rodar algo. Desde que salimos del colegio, en el lejan¨ªsimo 1968, era ese tipo de encuentros lo m¨¢s que ten¨ªamos, normalmente a la entrada o a la salida de un cine, una afici¨®n que nos hab¨ªa unido desde muy peque?os. El saludo y el intercambio sol¨ªan ser breves, nunca hay tiempo para ponerse al d¨ªa con las viejas amistades con las que no hay costumbre de verse. Pero siempre quedaba flotando la sonrisa t¨ªmida del antiguo afecto, el de dos que recuerdan y saben que fueron ¨ªntimos durante muchos a?os, y adem¨¢s los primeros en esta tierra.
Desde los cuatro a los diez u once fuimos eso, los mejores amigos. Tanto ¨¦l como yo nos llev¨¢bamos bien con la mayor¨ªa de los compa?eros de clase, y nuestra amistad no exclu¨ªa otras. Pero algo de rancho aparte s¨ª que hac¨ªamos a menudo, durante los recreos en el patio, primero el de la calle Oquendo, luego el de la de Miguel ?ngel. Y el recuerdo que me viene ahora es el de haber jugado muchas veces con ¨¦l en solitario, sobre todo a los exploradores. Veo a los dos encaramados a una cornisa, avanzando pegados a la pared del patio, como si di¨¦ramos la espalda a un terrible precipicio y pudi¨¦ramos caer al abismo al primer paso en falso. Tambi¨¦n nos veo ejerciendo de romano y cartagin¨¦s, de griego y troyano, de esbirro de Richelieu y mosquetero, por supuesto de vaquero e indio. Y, claro est¨¢, me veo cont¨¢ndole las pel¨ªculas que, en programa doble, yo hubiera visto el s¨¢bado o el domingo, seg¨²n mi costumbre (quiero decir no s¨®lo la de ir al cine, sino la de relatar en palabras lo pasado ante mis ojos).
Hicimos el bachillerato juntos hasta el final, pero a partir de los once o doce a?os la amistad ya fue menor, sin que mediaran enfados ni peleas, simplemente la intensidad no dura siempre. ?l era el primog¨¦nito de uno de los m¨¢s importantes profesores del colegio, que luego fue director, y eso Fernando lo encajaba a duras penas. Tanto que -yo creo- decidi¨® portarse mal y ser conflictivo y rebelde a prop¨®sito, para ser castigado pese al parentesco o precisamente por ¨¦l, para no distinguirse de los dem¨¢s o incluso correr la misma suerte que los peores, los re?idos y represaliados con m¨¢s frecuencia. Tambi¨¦n yo me portaba bastante mal, la verdad, pero no fui conflictivo "vocacionalmente", como acab¨® ¨¦l si¨¦ndolo. Con todo, la simpat¨ªa y el entusiasmo de Fernando Bauluz -el entusiasmo por lo que acometiera o proyectara, fueran revueltas o aventuras, un entusiasmo te?ido de ingenuidad y buena fe- imped¨ªan que se convirtiera en alguien inc¨®modo, arisco o pl¨²mbeo. Y en aquellos a?os adolescentes, aunque la amistad no fuera tan grande, siempre hab¨ªa entre nosotros esa t¨¢cita consideraci¨®n, ese viejo afecto flotante de quienes han compartido mucho y tan s¨®lo se han distanciado, pero nunca enemistado.
Los rostros de los compa?eros de infancia prevalecen siempre sobre los de los adultos que nos sustituyen, incluso cuando al adulto lo vamos viendo de tarde en tarde. Una vez que se despide uno de ¨¦ste, la imagen que le queda es la del ni?o que fue, al cual -t¨¦ngase en cuenta- uno vio a diario durante much¨ªsimos a?os, tan largos que parec¨ªan no terminar nunca, y tan naturales que lo que parec¨ªa imposible era su t¨¦rmino. As¨ª que hoy me encuentro con la extra?a noticia de que mi amigo ni?o, que principalmente sigue siendo para m¨ª eso, ya se ha muerto. Resulta que se han acabado su vida, sus fantas¨ªas y proyectos, cuando yo a¨²n lo estoy viendo, n¨ªtidamente, prepararse para ellos en el patio del colegio. Me dicen que en un viaje al T¨ªbet cogi¨® un misterioso virus, cancer¨ªgeno; que no se cuid¨® en seguida y se fue a rodar a la India. Que, ya de regreso, padeci¨® a lo largo de meses un duro tratamiento que lo dejaba agotado y que, por lo que se ve, no fue capaz de curarlo. S¨®lo me cabe ? c¨®mo decir ? no es un consuelo, m¨¢s bien una conformidad: la de saber que ¨¦l sigui¨® siendo un explorador hasta el ¨²ltimo instante, y que cay¨® desde la cornisa m¨¢s alta, aventureramente.
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