Mar¨ªa Tapia: La vida del ama de casa
Trabaja m¨¢s de doce horas diarias. Sostiene una casa y una familia compuesta por ella, su marido y un hijo de siete a?os con hiperactividad diagnosticada. Pero su trabajo es invisible para el sistema. Como el de todas las amas de casa. El desayuno con las amigas y las veladas ante la tele son sus v¨ªas de escape. Juan Jos¨¦ Mill¨¢s la sigui¨® durante una jornada como parte de su Proyecto Sombra. Acab¨® agotado.
Cuando usted lea estas l¨ªneas, yo las habr¨¦ facturado ya y estar¨¦ a punto de cobrarlas, un acto en apariencia intrascendente, pero que implica a numerosas partes, desde el departamento de administraci¨®n de El Pa¨ªs, que ordena la transferencia, hasta el Ministerio de Hacienda, que recauda los impuestos generados por el cobro, pasando por mi banco, que lleva a cabo un asiento contable y me notifica el ingreso. Basta, en fin, un modesto movimiento laboral para darse cuenta de que uno forma parte de una red de intereses que le otorgan un lugar en relaci¨®n a los otros. Desde ese lugar puedo pedir hipotecas, y tarjetas de cr¨¦dito, y pr¨¦stamos personales, as¨ª como domiciliar pagos y cobros u ordenar la compra de bienes tangibles o intangibles. El Estado, al recaudar y administrar una parte de mi salario, me reconoce como un individuo productivo del que viven los ministros y el presidente del Gobierno, y gracias a cuyas aportaciones se construyen carreteras, se paga a los jueces o se sostiene la educaci¨®n p¨²blica. El intercambio econ¨®mico entre el peri¨®dico y yo me proporciona, en fin, un lugar en el mundo, me incluye en una trama a la que presto apoyos, pero de la que los recibo tambi¨¦n. El mero hecho de ganarme la vida me ayuda, por otra parte, a relacionarme con otros seres humanos y a establecer con ellos v¨ªnculos profesionales y afectivos que me enriquecen. El trabajo me obliga adem¨¢s a salir de casa, a hablar por tel¨¦fono, a entrar en contacto con la realidad exterior, lo que quiz¨¢ no beneficie a la realidad, pero me hace mejor a m¨ª.
Mar¨ªa Tapia trabaja de 14 a 15 horas diarias (alguna m¨¢s que yo, para decirlo todo) y los fines de semana hace horas extras. Pese a ello, no est¨¢ conectada a ninguna red de intereses que trascienda m¨¢s all¨¢ de las cuatro paredes de su casa. Su actividad no provoca asientos contables, ni movimientos financieros, ni transferencias bancarias. Mar¨ªa no factura a nadie un solo minuto de su esfuerzo diario, no recibe una n¨®mina y, por tanto, no cotiza tampoco para cobrar en su d¨ªa una jubilaci¨®n. Si hoy fuera a comprarse un televisor a plazos y le pidieran, como es habitual, un certificado de ingresos del ¨²ltimo a?o, no tendr¨ªa nada que ense?ar porque no los ha tenido. Mar¨ªa Tapia es ama de casa, as¨ª que pertenece a esa mitad de la humanidad que realiza actividades invisibles para el sistema, pero sin las que el sistema, curiosamente, se vendr¨ªa abajo. Mar¨ªa Tapia no existe ni para los expendedores de tarjetas de cr¨¦dito, ni para los directores de las cajas de ahorro, ni para el FMI o el Banco Mundial. Quiz¨¢ posea una tarjeta de cr¨¦dito, pero como mera extensi¨®n geogr¨¢fica de la de su marido; quiz¨¢ le concedan un cr¨¦dito, pero no por ella misma, sino por su marido; tal vez pueda tener una cuenta corriente, pero su titularidad ser¨¢ subsidiaria de la de su marido. Mar¨ªa Tapia es por s¨ª misma invisible para el sistema; s¨®lo junto a su marido, que al trabajar fuera de casa es reconocido como un individuo productivo, adquiere una identidad vicaria, es decir, el eco de una identidad. Lo cierto es que si Mar¨ªa Tapia y la mitad invisible de la humanidad que representa abandonaran de un d¨ªa para otro las tareas dom¨¦sticas, de forma que tuviera que hacerse cargo de ellas la mitad visible, la econom¨ªa mundial sufrir¨ªa grav¨ªsimos desajustes, pues son millones y millones las horas que se van en hacer la compra, en asear la casa, en cocinar, en limpiar el polvo, en cambiar las s¨¢banas, en tender la ropa, en plancharla, en traer a los ni?os al mundo y amamantarlos hasta que se les puede llevar a la guarder¨ªa, al colegio, al pediatra, al psic¨®logo, al cumplea?os de un amigo?
Cuenta Carmen Alborch en su ¨²ltimo libro, Libres, que cuando la economista neozelandesa Marilynd Waring comprendi¨® el grav¨ªsimo error sobre el que se asentaba el sistema contable mundial (capaz de anotar el precio de un biber¨®n, pero completamente ciego al valor del amamantamiento) e hizo part¨ªcipe de esta reflexi¨®n al c¨¦lebre economista John Kenneth Galbraith, ¨¦ste le pidi¨® que lo escribiera -"?por el amor de Dios, escr¨ªbelo!"-. M¨¢s tarde, ¨¦l mismo, recordando aquella visita, y seg¨²n la cita de Carmen Alborch, dir¨ªa: "La econom¨ªa tiene tendencia a contabilizar s¨®lo la econom¨ªa monetaria, pecuniaria, como base contable y medible. Si no hay transacci¨®n monetaria, si no hay precio, no se mide. Eso hace que el trabajo de las amas de casa y de las madres quede fuera de la contabilidad de un pa¨ªs. Es un trabajo muy productivo a nivel humano y para el bienestar y el crecimiento de la econom¨ªa, pero no se contabiliza?".
Llegu¨¦ a casa de Mar¨ªa Tapia, la mujer invisible citada m¨¢s arriba, a las ocho y media de la ma?ana de un destemplado d¨ªa del pasado mes de octubre. Cuando me abri¨® la puerta, ya hab¨ªa despedido a su marido, hab¨ªa ventilado su dormitorio y el sal¨®n, se hab¨ªa arreglado y estaba intentando que Fernando, su hijo, de siete a?os, saliera de la cama para desayunar y vestirse, pues a las nueve y media ten¨ªa que estar en el colegio.
Mar¨ªa vive con Ram¨®n, su marido, y su hijo en Getafe, un pueblo del sur de Madrid fagocitado desde hace tiempo por la ciudad y con una alta densidad de poblaci¨®n. Su vivienda, de alquiler, se encuentra en un tercer piso de la avenida de las Fuerzas Armadas. Carece de ascensor y de calefacci¨®n, pero tiene tres habitaciones bastante amplias, adem¨¢s del sal¨®n, la cocina y el ba?o, todo ello distribuido a lo largo de un pasillo con forma de ele, en uno de cuyos extremos se encuentra el dormitorio del ni?o, y en el otro, el sal¨®n. La cocina y el ba?o son las dependencias m¨¢s peque?as. En la cocina, donde pasa gran parte del tiempo, no puedes dar un paso sin tropezar con el otro, o contigo mismo si est¨¢s solo. A lo largo de sus cuatro paredes, casi sin soluci¨®n de continuidad, se suceden una min¨²scula mesa de formica, una cocina de gas con dos o tres fuegos, una pila de acero, una lavadora de carga frontal que hace tambi¨¦n las veces de encimera, un microondas, una gran nevera dotada de un excelente departamento de congelados, y un mueble multiusos (cubiertos, pa?os de cocina, medicamentos, servilletas, etc¨¦tera). En un hueco de este mueble hay una especie de madriguera donde se agazapa un televisor peque?o cuya pantalla hac¨ªa nieve en todos los canales y que siempre estaba encendido. Mientras desde el fondo del pasillo me llegaban las amenazas que Mar¨ªa lanzaba a su hijo si no sal¨ªa inmediatamente de la cama, el televisor escup¨ªa los ¨²ltimos datos sobre el ¨ªndice Nikkei, que hab¨ªa ca¨ªdo un 0,90%, mientras que el barril de brent costaba ya 48,95 d¨®lares. Nunca he menospreciado los efectos del ¨ªndice Nikkei ni del precio de barril de brent sobre la vida cotidiana, pero en aquellos momentos no resultaba f¨¢cil encontrar la relaci¨®n entre aquellas cosas que suced¨ªan en los mercados internacionales y la vida de esta mujer y la m¨ªa en un barrio del lejano Getafe aquel nublado d¨ªa de oto?o.
-?Fernando, te lo pido ya por favor, lev¨¢ntate! ?Mira, estoy llamando a pap¨¢! -escuch¨¦ gritar a Mar¨ªa al fondo del pasillo.
Me asom¨¦ a la puerta de la cocina, donde me hab¨ªa acomodado para no molestar, y vi a la mujer con el tel¨¦fono en la mano, marcando un n¨²mero, mientras imploraba al ni?o que se pusiera en marcha. Al percibir mi presencia, la mujer se volvi¨® y me dijo impotente:
-?Qu¨¦ haces? ?Lo matas?
La conversaci¨®n telef¨®nica con el padre debi¨® de tener alg¨²n efecto, porque el cr¨ªo, todav¨ªa con el pijama puesto, pas¨® al poco por delante de la puerta de la cocina, que se encuentra a la mitad del pasillo. Al verme tomar notas con el cuaderno sobre la mesa de formica se detuvo.
-?Qu¨¦ apuntas ah¨ª?
-Lo apunto todo. Ahora estoy apuntando que acabas de aparecer en pijama.
-D¨¦jame verlo.
-Cuando te hayas vestido.
Fernando tiene siete a?os. Es simp¨¢tico, divertido, provocador, alegre y muy despierto, pero agota a cualquiera, pues padece del llamado trastorno por d¨¦ficit de atenci¨®n e hiperactividad, un s¨ªndrome complejo, caracterizado, entre otras cosas, por una actividad motriz casi incesante y una impulsividad excepcional. Su madre, medio en broma, medio en serio, dice que es como educar a cuatro hijos de la misma edad a la vez, y lo cierto es que Fernando da a veces la impresi¨®n de estar simult¨¢neamente en distintas partes del pasillo, como si se desdoblara en cuatro o cinco Fernandos, cada uno de los cuales te pidiera una cosa distinta desde un lugar diferente. Ha perdido en los ¨²ltimos d¨ªas tres dientes de leche, obligando tambi¨¦n al Ratoncito P¨¦rez a trabajar casi en exclusiva para ¨¦l.
Cuando el ni?o se sent¨® finalmente a desayunar, por la televisi¨®n dijeron que la fiscal¨ªa iba a recurrir el r¨¦gimen abierto de Luis Rold¨¢n. En ese instante, por casualidad, las miradas de Mar¨ªa Tapia y la m¨ªa se cruzaron, y creo que, sin necesidad de decirnos nada, estuvimos de acuerdo en que las noticias pertenec¨ªan a una dimensi¨®n de la realidad diferente a aquella a la que nos enfrent¨¢bamos nosotros. Mientras Fernando se tomaba el colacao con galletas, su madre se agach¨® para ponerle los calcetines y los zapatos.
-Se viste ¨¦l solo -dice volvi¨¦ndose hacia m¨ª, que he salido al pasillo para que la cocina no parezca el camarote de los hermanos Marx-, pero los calcetines y los zapatos se los tengo que poner yo. Una man¨ªa que tiene?
Luego, mientras Fernando termina el colacao, voy por el pasillo detr¨¢s de Mar¨ªa, que se dirige a la habitaci¨®n del ni?o para ventilarla. Cuando va a abrir la ventana, una se?ora, desde la ventana de enfrente, nos hace gestos para advertirnos de la existencia de un peligro. La se?ora es Ofelia, su madre, pues son vecinas, y nos cuenta, entreabriendo con mucha precauci¨®n su ventana, que est¨¢ el patio interior lleno de avispas.
-Llevo matadas m¨¢s de treinta desde que me he levantado -a?ade antes de cerrar de nuevo.
A Mar¨ªa y a m¨ª nos extra?a, pues estos insectos desaparecen con los primeros escalofr¨ªos oto?ales; pero nos asomamos al patio y vemos, en efecto, un grupo de avispas que revolotean desconcertadas, como si hubieran perdido el norte, entre las cuatro paredes del patio.
A las nueve y cuarto logramos salir de la casa en direcci¨®n al colegio, que est¨¢ a una distancia de diez minutos o de media hora, depende de los escaparates frente a los que decida detenerse Fernando. El d¨ªa sigue raro, h¨²medo, desabrido. De vez en cuando caen cuatro gotas, como si lloviera con desgana, o por obligaci¨®n. No hemos cogido paraguas, pero tampoco nos har¨¢ falta. Durante un rato consigo que Fernando me d¨¦ la mano, y mientras le cuento en qu¨¦ consiste mi trabajo logramos avanzar a buen ritmo. Cuando llegamos al colegio, la puerta est¨¢ llena de madres despidiendo a sus hijos e intercambiando entre s¨ª informaciones pr¨¢cticas que no guardan ninguna relaci¨®n aparente con el ¨ªndice Nikkei ni con el precio del barril de brent. Fernando se cuela por la puerta a toda velocidad con su mejor amigo, al que nos hemos encontrado por el camino, y Mar¨ªa me va presentando a las madres con las que suele tomarse un caf¨¦ despu¨¦s de dejar a los peque?os. Son, si no recuerdo mal, Mar¨ªa Jos¨¦, Puri, Juani, Isabel y Elena. Tambi¨¦n se incorpora Ofelia, que es la madre de Mar¨ªa, la se?ora de las avispas. Una vez reunidas, nos vamos a una cafeter¨ªa llamada El Trasgo, donde ocupamos una mesa grande, situada junto a una ventana que da a una calle peatonal. Mientras nos sirven los caf¨¦s se comenta con extra?eza el episodio de las avispas. Luego vemos unas fotos de la boda de unos amigos comunes que ha llevado alguien, y enseguida sale a relucir Gran Hermano porque Mar¨ªa pas¨® ayer por la noche a casa de su madre para devolverle un frasco de mayonesa y se qued¨® enganchada hasta las dos. Ofelia est¨¢ abonada a un canal que emite las peripecias de la casa durante las 24 horas. Dice Mar¨ªa que si ves las discusiones completas y en directo por este canal est¨¢s a favor de unos, y si las ves por Tele 5, una vez editadas, est¨¢s a favor de otros.
-Ayer -a?ade- pusieron un enigma que dec¨ªa as¨ª: "Va y viene, viene y va, y siempre est¨¢ en el mismo lugar".
Nos quedamos todos d¨¢ndole vueltas, pero no conseguimos resolverlo. Entonces, para darnos una pista, se levanta de la silla, camina unos pasos, los desanda y se queda mir¨¢ndonos con una sonrisa en los ojos. Una de las mujeres dice que es el pensamiento, pero Mar¨ªa niega con la cabeza. Yo digo que son las cortinas, pero me informan de que las cortinas no est¨¢n siempre en el mismo lugar. Por fin, Elena, desde el otro extremo de la mesa, aventura:
-El camino.
Y es el camino, que, en efecto, va y viene, viene y va, y siempre est¨¢ en el mismo lugar. Asunto liquidado. El otro tema del d¨ªa es el carn¨¦ de conducir por puntos. Ofelia se muestra preocupada porque le ha prestado el coche a su yerno, el marido de Mar¨ªa, varias veces y le han llegado una o dos multas a su nombre.
-Le dices a Ram¨®n que esto lo tiene que resolver -dice volvi¨¦ndose a su hija.
No han pasado ni veinte minutos cuando Mar¨ªa, Ofelia y yo nos levantamos para continuar la jornada, pues madre e hija suelen hacer la compra juntas tras el desayuno colectivo.
-Un d¨ªa a la semana -me dice Mar¨ªa- voy al mercado para hacer la compra grande, pero por las ma?anas voy a un D¨ªa que est¨¢ aqu¨ª al lado para comprar el pan y las cosas peque?as.
As¨ª que entramos en el D¨ªa y en menos de diez minutos resolvimos todo. Adem¨¢s del pan compramos pechugas de pollo de las de vuelta y vuelta, que ya vienen cocidas y basta darles una pasada por la sart¨¦n o un toque de microondas. Tambi¨¦n cogimos az¨²car, Trinaranjus y tomate frito Apis. A Fernando, como a casi todos los ni?os, le vuelve loco el tomate frito. Mar¨ªa no tiene ese d¨ªa puntos de descuento del caf¨¦, pero lo pone en la cesta de su madre y dice que luego echan cuentas. Tras cargar las cosas en el carro de la compra de Ofelia, que es muy grande, volvemos a casa, aunque pasamos un momento por el piso de Ofelia y, de este modo, conozco a Sara, la hermana peque?a de Mar¨ªa, que est¨¢ desayunando. Ofelia me cuenta que ahora tiene que vestir a su marido, que est¨¢ hemipl¨¦jico a causa de un derrame que sufri¨® hace siete a?os y del que sali¨® con vida de milagro.
Nos despedimos y, una vez en nuestra casa, Mar¨ªa se pone el delantal, se recoge el pelo con una pinza y dice:
-Ahora empieza la carrera porque a las doce y media tenemos que volver a salir para recoger al ni?o. Adem¨¢s de la comida y de la limpieza, he de poner pr¨¢cticamente una lavadora diaria.
-Pero la casa est¨¢ pr¨¢cticamente hecha -digo yo.
-Qu¨¦ va, no he tocado el ba?o ni la habitaci¨®n de Fernando.
Mar¨ªa fuma mucho y est¨¢ acelerada todo el tiempo, aunque no siempre se le note. Me pregunto si su hiperactividad es un reflejo de la de su hijo o al rev¨¦s.
-Me tom¨¦ la pastilla a las siete de la ma?ana -dice-. La pastilla me ayuda mucho a no tener ataques de ansiedad, me ayuda a estar m¨¢s calmada. Hoy habr¨ªa tirado de los pelos a mi hijo. Me acuerdo que un d¨ªa no la tom¨¦ porque cre¨ª que ya no la necesitaba y lo pas¨¦ fatal.
Comenz¨® a tomar la pastilla (una al d¨ªa) al mismo tiempo que empezaron a tratar al ni?o. Recuerda la etapa anterior como una pesadilla, pues Fernando estaba sin diagnosticar y pasaba por ser un ni?o travieso y desobediente, cuando no maleducado, con el que ella no sab¨ªa qu¨¦ hacer. El tratamiento, adem¨¢s de nombrar lo que ocurr¨ªa, ha mejorado mucho las cosas, pero su educaci¨®n exige un plus de atenci¨®n que soporta pr¨¢cticamente sola.
Mientras pela las patatas me cuenta que es la mayor de cuatro hermanas, todas, excepto Sara, casadas. Antes de tener al ni?o trabajaba en una tienda de ropa y era una vendedora excelente.
-Me gusta mucho vender, lo vivo. En la tienda adquir¨ª mucha psicolog¨ªa en cuanto a la venta. Yo veo entrar a una clienta por la puerta y s¨¦ lo que le gusta y la talla que tiene, lo s¨¦ todo. Tengo mucha psicolog¨ªa para los dem¨¢s, pero no para m¨ª.
-?Por qu¨¦ dices eso?
-Porque s¨¦ ayudar a los dem¨¢s, pero no a m¨ª misma ni a lo que tengo en casa. Todo el mundo me lo dice. S¨¦ guardar secretos, s¨¦ secretos de todo el mundo. Soy muy abierta, pero no todo el mundo es como t¨², por eso me he llevado muchos palos.
Para no estorbar permanezco apoyado en el marco de la puerta. Desde mi posici¨®n no puedo ver la tele, pero escucho a Mar¨ªa Teresa Campos hablando de algo que no comprendo con Gim¨¦nez Arnau.
-Hab¨ªa pensado -dice Mar¨ªa de repente- hacer carne con patatas para todos, pero voy a preparar macarrones con carne para los ni?os, y las patatas con carne las dejamos para ti y para m¨ª.
Ha dicho "los ni?os" porque durante este mes se est¨¢ trayendo a comer a Miriam, una compa?era de Fernando cuya madre, Mar¨ªa Jos¨¦, tiene un trabajo temporal. Tras poner a hervir el agua para los macarrones me ense?a la nevera. Tiene los congelados perfectamente organizados, casi como en la tienda, y nunca permite que se le agote algo sin haberlo repuesto.
-De lo que voy gastando, voy comprando; nunca tengo el congelador vac¨ªo.
Hablamos de lo dif¨ªcil que est¨¢ la vivienda y me dice que el alquiler de la casa le cuesta casi 500 euros al mes, con los que podr¨ªa pagar una hipoteca si tuvieran el dinero para la entrada. Su sue?o es que le toque un piso de protecci¨®n oficial. Tiene por ah¨ª los papeles para rellenar la solicitud, pero es una loter¨ªa.
-Ahora -a?ade- mi marido va a empezar a trabajar los fines de semana en un bar, pero yo no s¨¦ si lo voy a soportar porque entonces me tendr¨¦ que hacer cargo yo sola de Fernando tambi¨¦n los s¨¢bados y los domingos, y te juro que hay veces que necesitar¨ªa estar sola, estar sola?
A lo largo de los ¨²ltimos siete a?os (la edad de su hijo) ha ido dos veces con su madre al cine, una para ver Te doy mis ojos y otra para ver Mar adentro. Me habla con emoci¨®n de las dos, que le han gustado much¨ªsimo.
-Voy poco al cine, pero estoy haciendo la colecci¨®n de pel¨ªculas de Almod¨®var que est¨¢ sacando El Pa¨ªs, aunque s¨®lo compro las que no he visto porque todo no puede ser. A Fernando lo tuve por una promesa que le hice a mi padre en la UVI el d¨ªa de Nochebuena. Le promet¨ª un nieto que se llamar¨ªa como ¨¦l, y fue salir de la UVI y quedarme embarazada del ni?o, pero a m¨ª me gustan m¨¢s las ni?as.
"?Ha tenido Toni alg¨²n problema judicial por una causa de violaci¨®n?", pregunta Coto Matamoros desde la tele.
-Me encanta Coto Matamoros -dice Mar¨ªa-, lo veo muy real, sin pelos en la lengua. Me gusta la gente as¨ª porque a m¨ª me gustar¨ªa ser as¨ª. Y es que yo tengo un problema contigo y me lo trago, no te digo nada. Yo s¨®lo he sacado la cara por mi hijo. Raquel, la de Gran Hermano, me encanta tambi¨¦n porque se ve que es gente con fuerza. A m¨ª es que no me gusta discutir, no me gusta. De la tele me gustan programas como Aqu¨ª hay tomate y Salsa rosa. Mientras veo la vida de los dem¨¢s no pienso en la m¨ªa. Hay series, como la de Aqu¨ª no hay quien viva, con las que me parto de risa. ?Que qu¨¦ programas veo? A ver, los lunes, Ana y los siete. Cr¨®nicas marcianas lo veo empezar, pero me entra el sue?o enseguida, me duermo a chorros, debe de ser por la pastilla. Boris Izaguirre, lo ha dicho ¨¦l mismo, es hiperactivo, pero es que se le nota. Mi hermana ha buscado en Internet y hay muchos escritores famosos que han sido hiperactivos. Los martes hago zapping entre la serie esa de los ochenta y La granja. Los mi¨¦rcoles, Hospital Central; ese d¨ªa tambi¨¦n ponen Aqu¨ª no hay quien viva, que veo en los intermedios o en Auna, donde tambi¨¦n la pasan. Los jueves, Gran Hermano, y en los intermedios, si lo pillo, Paz Padilla. Los viernes, D¨®nde est¨¢s, coraz¨®n, y los s¨¢bados, Salsa rosa. Los domingos empiezo a ver Siete vidas y me duermo; no llego a los debates ni de Gran Hermano, ni de La granja. Te hablo de por las noches, despu¨¦s de que se acuesta el ni?o, porque de d¨ªa, ya ves -concluye encendiendo un cigarrillo y llorando a mares por culpa de la cebolla-. Mi madre pasa todas las noches sobre las nueve y media, despu¨¦s de darle la cena a mi padre, y se queda aqu¨ª veinte minutos o media hora charlando conmigo. Ahora llevo una temporada en la que me ha dado por pensar que, por ley de vida, mis padres se tienen que morir antes que yo y no soporto la idea -las l¨¢grimas de la cebolla le sirven para disimular las otras-. Hay cosas que prefiero que no me cuenten. Este verano, mi padre se cay¨® en la ba?era, en San Rafael, y estuve todo el d¨ªa mal. Me angustio con todo -coge el mortero, echa unos dientes de ajo y se agacha para golpearlo sobre el suelo-. A m¨ª el m¨¦dico me ha dicho que me convendr¨ªa hacer gimnasia, ir a nataci¨®n, pero cu¨¢ndo. Mira, ya son las once y media y todav¨ªa estoy en la cocina. Claro, que hay comidas que son m¨¢s r¨¢pidas y comidas que son m¨¢s lentas. Las patatas con carne son un co?azo, ya lo ves.
Le pregunto si el ni?o no podr¨ªa comer en el colegio, pero dice que el comedor es muy caro.
-He hecho tres entrevistas para trabajar en El Corte Ingl¨¦s. La primera era un psicotest que me sali¨® fatal. Pero lo pas¨¦ por mi curr¨ªculo o por el aspecto f¨ªsico, que tambi¨¦n cuenta. Luego me hicieron una entrevista personal, y luego otra. Si me llaman, me pongo a trabajar; no me preguntes c¨®mo lo arreglo, pero digo que s¨ª. He pensado en El Corte Ingl¨¦s porque tiene mucha flexibilidad con las jornadas y porque van a poner uno aqu¨ª, en Getafe. Pedir¨ªa media jornada. El problema es que son rotativas y no s¨¦ qu¨¦ har¨¦ con Fernando el d¨ªa que me toque de tarde, pero necesito salir de casa. T¨² imag¨ªnate todo esto y adem¨¢s trabajar fuera, pero te digo que lo hago. Me he pasado ocho a?os pensando en mi hijo, pero tambi¨¦n necesito pensar en m¨ª, porque aparte de que entre llevarlo y traerlo del colegio hago cuatro viajes al d¨ªa, hay que llevarlo tambi¨¦n una vez a la semana al psic¨®logo; y al f¨²tbol los lunes, los mi¨¦rcoles y los s¨¢bados por la ma?ana; y al neur¨®logo cada tres o seis meses, seg¨²n. Y luego al pediatra cada vez que est¨¢ malo. Hace dos semanas le puse la vacuna de la gripe, pero ha estado diez d¨ªas enfermo, con anginas. Todos los meses tenemos una semana garantizada de antibi¨®ticos y de cama con las dichosas anginas. He pedido hora para operarlo y me llamar¨¢n cualquier d¨ªa de ¨¦stos, ya te avisar¨¦. Pienso mucho en ¨¦l. No voy a coger un trabajo y desestructurar toda su vida, no me gusta ser ego¨ªsta, pero si me llaman de El Corte Ingl¨¦s s¨ª ser¨¦ ego¨ªsta. Ya ves que hablo mucho, no hace falta que me preguntes.
-?Y no piensas tener m¨¢s hijos?
-No, ya no voy a tener m¨¢s hijos. Ahora, si t¨² fueras adivino y me dijeras al cien por cien que iba a ser una ni?a, hasta enga?aba a mi marido, porque ¨¦l tampoco quiere m¨¢s. La vida est¨¢ muy dif¨ªcil, con un sueldo no se puede vivir. ?Huy, me he olvidado de echar la carne picada para los macarrones! Yo es que voy cocinando y voy limpiando. No soporto tener la pila as¨ª. Ahora mismo me pongo a fregar.
Mientras Mar¨ªa friega los cacharros que se han ido acumulando en la pila, yo doy vueltas en la sart¨¦n a la carne picada, de manera que ahora me habla de espaldas.
-Yo empec¨¦ a tomarme el caf¨¦ con las amigas despu¨¦s de dejar al ni?o en el colegio hace a?o y medio. Antes dejaba a Fernando y me iba a comprar, y de la compra a casa, todo el d¨ªa sola, d¨¢ndole vueltas a la cabeza? Pero ese ratito de hablar de todo nos viene genial. ?Que qu¨¦ hace mi marido? Montajes de muebles de oficina, de hospitales, de embajadas? Ya ver¨¢s t¨² c¨®mo no nos da tiempo a que se haga la carne antes de que nos tengamos que ir a por Fernando.
-Que s¨ª, mujer, que en la olla son 25 minutos.
-Pues toma t¨² el tiempo.
Tomo el tiempo. La cocina se ha llenado del vapor de la olla y del olor de la carne picada. Mar¨ªa Teresa Campos, desde una dimensi¨®n enormemente lejana a la nuestra, pero inexplicablemente pr¨®xima a la vez, habla con sus invitados. La tele hace mucha compa?¨ªa mientras se pelan los puerros y las zanahorias y se dora el sofrito o se ablandan los macarrones. Mar¨ªa me dice que no tenga inconveniente en husmear por toda la casa.
-Abre cajones o armarios, lo que quieras, yo s¨¦ que es tu trabajo y lo comprendo.
Estimulado por esta invitaci¨®n tan directa, tan generosa, me interno en el pasillo y entro en la primera habitaci¨®n, que es la de matrimonio, donde la limpieza alcanza un extremo tal que uno se pregunta qu¨¦ ordena Mar¨ªa en realidad cuando ordena su casa. Con movimientos furtivos, como si estuviera llevando a cabo una transgresi¨®n insoportable, abro una de las puertas del armario y veo un conjunto de pantalones perfectamente planchados y dispuestos unos al lado de los otros en un orden que ya quisiera yo para mi biblioteca, y que evoca el de una misteriosa boutique. Cierro la puerta y no me atrevo, por pudor, a abrir ninguna otra. Acabo de advertir que pocos personajes, a lo largo de esta serie, me han conmovido tanto y me han inspirado un respeto tan grande como el que me inspira esta mujer. As¨ª que dejo las cosas como est¨¢n y vuelvo a la cocina, de donde Mar¨ªa sale en ese momento con un barre?o de ropa que acaba de sacar de la lavadora y que va a tender en el patio interior al que da la habitaci¨®n de Fernando. Voy detr¨¢s de ella y me explica que encera el suelo una vez al mes, y que cuando llega el invierno llena el pasillo de alfombras para que no se vea porque "es como el de Cu¨¦ntame, muy feo".
Tras tender la ropa (afortunadamente, hab¨ªan desaparecido las avispas) apagamos la olla y nos disponemos a salir en busca del ni?o. Nos trae de regreso a casa, en su coche, Isabel, una de las amigas de Mar¨ªa, que nos cuenta que tiene a su madre, de 90 a?os, en el hospital.
De vuelta a casa con Fernando y Miriam, la hija de Mar¨ªa Jos¨¦, Mar¨ªa decide que va a dar de comer a los ni?os, pero que nosotros comeremos tranquilamente despu¨¦s de haberlos dejado otra vez en el colegio, es decir, m¨¢s all¨¢ de las tres de la tarde, as¨ª que servimos los macarrones a los cr¨ªos, y mientras ellos comen (en el caso de Fernando es un decir, pues hay que estar negociando todo el rato con ¨¦l para que se lleve la cuchara a la boca), Mar¨ªa hace el cuarto de ba?o y pasa una mopa por toda la casa. Yo, hambriento, entretengo a los ni?os haci¨¦ndoles juegos de manos y aviones que tienen la rara facultad de ir a caer siempre detr¨¢s de los muebles. Miriam est¨¢ muy interesada por mi trabajo y me pregunta si puedo conseguirle un cuaderno como el m¨ªo para escribir en ¨¦l la vida de la gente. S¨®lo tengo uno, del que arranco un par de hojas que le regalo, pero le digo d¨®nde los venden, pues he visto, al ir y venir del colegio, una papeler¨ªa muy completa. Miriam y Fernando discuten con frecuencia por mi culpa. Cada uno est¨¢ empe?ado en llamar mi atenci¨®n y en que apunte cosas diferentes sobre sus existencias. Sabiendo que no se debe enga?ar a los ni?os, pero hasta la coronilla de los dos, finjo que escribo lo que cada uno me pide hasta que se hace la hora de dejarlos de nuevo a la puerta del colegio. Vayan en paz.
Mar¨ªa y yo regresamos a casa, y ahora decide que, en vez de comer en la cocina, lo haremos en el sal¨®n, frente a una tele que no hace nieve. Despu¨¦s de todo, es un d¨ªa especial. Cuando me pregunta qu¨¦ quiero beber y le digo que le agradecer¨ªa un vasito de vino, se acuerda de que este verano trajo de Torrevieja, donde pasaron 15 d¨ªas, una botella de clarete que le regalaron unos vecinos y que guarda desde entonces en la nevera. El vino, fresquito, entra solo, y la carne con patatas est¨¢ insuperable. Ella s¨®lo bebe agua, pero hoy ha decidido hacer una excepci¨®n y se apunta al clarete. Me tomo tres platos de carne con patatas mientras hablamos de la vida y vemos la tele. Me dice que tiene un piercing en el ombligo y que le gustar¨ªa tatuarse un delf¨ªn, no sabe si en el tobillo o en el omoplato. Le digo que a m¨ª los delfines me gustan m¨¢s en el omoplato porque el omoplato parece un oc¨¦ano. Por la tele hablan de Faluya. Mar¨ªa dice que estuvo en todas las manifestaciones contra la guerra de Irak y que se siente socialista. Tambi¨¦n cuentan que, no s¨¦ d¨®nde, una anciana se ha ca¨ªdo por un patio interior, aunque no se ha matado gracias a las cuerdas de la ropa. Cada vez que oigo hablar de un patio interior me viene a la cabeza la imagen de las avispas.
-Cuando empiezan los deportes en Antena 3 -dice Mar¨ªa- salto a Lo m¨¢s plus. Si conozco al personaje que entrevistan, me quedo; si no, pongo Tele 5 para ver Aqu¨ª hay tomate. Ya ves, ¨¦ste es el ¨²nico ratito de descanso que me doy en todo el d¨ªa.
Como no conocemos al personaje de Lo m¨¢s plus saltamos a Tele 5, donde enseguida empiezan a desfilar Bert¨ªn Osborne, Ernesto Neira, Carmina Ord¨®?ez (que en paz descanse), Letizia Ortiz, la duquesa de Alba, la baronesa Tyssen, M¨®nica Cruz, Blanca Cuesta, Borja (el hijo de la baronesa)? Dicen que el tal Borja ha abandonado a Blanca Cuesta por M¨®nica Cruz.
Con el caf¨¦, Mar¨ªa me trae una monta?a de documentaci¨®n sobre el trastorno por d¨¦ficit de atenci¨®n e hiperactividad. Su hermana ha hecho una batida por Internet y le ha impreso cuanto ha encontrado. Mar¨ªa lo ha le¨ªdo todo, dice que si alg¨²n d¨ªa quiero escribir sobre el tema no deje de preguntarle.
-Nadie sabe lo que yo estoy haciendo por mi hijo, ni mi marido. Parece que Dios me lo ha dado al rev¨¦s, porque a m¨ª me gusta todo limpio y ordenado, ya lo ves, y los ni?os hiperactivos lo desordenan todo. Aunque luego estoy dos d¨ªas sin ¨¦l, como este verano, que pas¨® una semana con mi suegra, y lo echo much¨ªsimo de menos.
-?Y qu¨¦ haces cuando llega el verano y est¨¢ todo el d¨ªa en casa?
-Pues volverme loca, qu¨¦ quieres que haga.
Mientras Mar¨ªa recoge la mesa y friega los cacharros, ponen por la tele un fragmento de Gran Hermano en el que dos individuos mantienen el siguiente di¨¢logo:
-Miki -dice uno-, est¨¢s irascible. ?Sabes qu¨¦ es irascible?
-?Que no permito que me digas na?
-Que saltas por nada, eso es irascible. ?Pero es que t¨² no ves tu cambio de comportamiento?
-No, es mi personalidad.
Pese al atractivo irresistible del di¨¢logo televisivo, aprovecho estos momentos de soledad para observar las fotos que adornan la pared del sal¨®n. Todas est¨¢n perfectamente colocadas y sin una mota de polvo. Hay dos o tres del d¨ªa de la boda de Mar¨ªa y Ram¨®n. En una aparece ella sola, con el vestido de novia, sobre una escalinata que realza la cola del traje; en otra, ella y su marido, los dos de novios y con las caras muy juntas. Veo tambi¨¦n una fotograf¨ªa del ni?o sonriendo, travieso, a la c¨¢mara, y unos cuadros de flores, as¨ª como un espejo marroqu¨ª. En el mueble de la tele hay una Torre Eiffel de cristal que le trajo Miriam, la hija de Mar¨ªa Jos¨¦, cuando estuvo en Disneyland Par¨ªs.
En esto aparece Mar¨ªa por la puerta:
-Venga, que nos tenemos que ir otra vez a por Fernando. Hoy le toca psic¨®logo despu¨¦s del cole. Se lo he dicho a su padre, a ver si puede venir a llevarnos, porque, si no, tenemos que coger el autob¨²s.
-?Est¨¢ muy lejos?
-Muy lejos no, pero hay que coger el autob¨²s.
Entre recoger a Fernando y llevarlo al psic¨®logo (a las psic¨®logas, en realidad, pues son dos mujeres muy j¨®venes) hay que hacer casi una hora de tiempo, as¨ª que Mar¨ªa, su amiga Isabel y yo nos tomamos una infusi¨®n en una cafeter¨ªa que hay dentro del propio centro escolar. Mar¨ªa acaba de hablar con Ram¨®n, su marido, y parece que s¨ª, que viene a recogernos para llevarnos a las psic¨®logas. Fernando me ense?a unos deberes que le han dicho que tiene que repetir en casa. Se trata de una plana de caligraf¨ªa que dice as¨ª: "La providencia es el cuidado amoroso que Dios tiene de todas sus criaturas, en especial del ser humano".
En esto, la providencia ha decidido que empiece a llover, y Mar¨ªa dice:
-Pues seguro que se me ha mojado la ropa. Ayer por la noche la quit¨¦ y la tend¨ª por casa, y esta ma?ana estaba bien. Hoy tengo que hacer lo mismo porque he tendido el ch¨¢ndal del ni?o y ma?ana lo necesita.
Luego habla con Isabel del regalo que tienen pendiente todav¨ªa con uno de sus hijos, ?lvaro, cuyo cumplea?os fue la semana anterior. El ni?o quiere los pu?os de Hulk, que en una jugueter¨ªa que hay al lado del Alcampo cuestan 40 euros, mientras que en una tienda que hay donde Carrefour piden 52 o 56. Se lo van a regalar entre varias.
-Con la comida -a?ade Mar¨ªa refiri¨¦ndose a los precios- pasa lo mismo, unas diferencias incre¨ªbles, as¨ª que tienes que estar mir¨¢ndolo todo.
Al rato lleg¨® Ram¨®n con el coche, que su suegra le hab¨ªa prestado una vez m¨¢s, y nos fuimos a las psic¨®logas, con las que tuvimos una breve reuni¨®n para ponerlas al tanto de los progresos del ni?o. Y no me pidan que les cuente de qu¨¦ se habl¨® porque quien padec¨ªa a esas horas el d¨¦ficit de atenci¨®n era yo. No me cab¨ªa m¨¢s informaci¨®n en la cabeza ni m¨¢s notas en el cuaderno. Recuerdo vagamente que, mientras el ni?o permanec¨ªa con las psic¨®logas, Ram¨®n, Mar¨ªa y yo nos metimos para hacer tiempo en un bar donde hablamos otra vez de la vida. Tambi¨¦n recuerdo que en un momento dado me fij¨¦ en Mar¨ªa Tapia y me pareci¨® que estaba sorprendentemente entera, como si no hubiera pasado por encima de ella una jornada agotadora que, sin embargo, a¨²n no hab¨ªa terminado. Tras recoger al ni?o, me desped¨ª de la familia, pues los ritos que ven¨ªan a continuaci¨®n (el ba?o de Fernando, su cena, la pelea para que se metiera en la cama?) me parec¨ªan demasiado ¨ªntimos.
Tom¨¦ un taxi y, al llegar a casa, ped¨ª al taxista una factura con la idea de carg¨¢rsela al peri¨®dico en concepto de gastos. Al hacerlo record¨¦ las horas gratis que lleva a cabo Mar¨ªa, que llevan a cabo todas las Mar¨ªas del mundo, tambi¨¦n llamadas, no siempre con el debido respeto, marujas. Por la noche, al poner la tele con el objeto de narcotizarme un poco, busqu¨¦ el programa que estar¨ªa viendo Mar¨ªa, y luego resist¨ª heroicamente para ver el principio de Cr¨®nicas sabiendo que ella estar¨ªa haciendo lo mismo, s¨®lo para ver un rato a su adorado e hiperactivo Boris Izaguirre antes de irse a la cama.
Tres o cuatro d¨ªas m¨¢s tarde son¨® mi m¨®vil y era Mar¨ªa Tapia.
-Juanjo, que el lunes operan a Fernando de las anginas.
Ese lunes amaneci¨® lloviendo a mares. Los coches, en la M-40, parec¨ªan barcos. Cuando llegu¨¦ al hospital de Getafe, sobre las diez de la ma?ana, encontr¨¦ en la habitaci¨®n a Ofelia mirando por la ventana. Me dijo que Mar¨ªa hab¨ªa subido para estar con el ni?o y que Ram¨®n hab¨ªa vuelto a casa a por un cuento. Llevaban all¨ª desde la siete de la ma?ana. Al poco regres¨® Ram¨®n con el cuento y con un juguete, pero Mar¨ªa y su hijo tardaron todav¨ªa un rato en bajar. Dedujimos que estaban esperando a que se le pasaran los efectos de la anestesia. Al fin se abri¨® la puerta y apareci¨® Fernando sobre una cama con ruedas. A su lado, Mar¨ªa. El ni?o nos mir¨® como si fu¨¦ramos parte de un sue?o, se dio la vuelta y cerr¨® los ojos. La abuela le acerc¨® una toalla, por si vomitaba. En esto volvi¨® a abrirse la puerta, y aparecieron, solidarias, las madres con las que Mar¨ªa desayunaba habitualmente. La habitaci¨®n estaba llena, as¨ª que decid¨ª darle un beso a Fernando y marcharme con la m¨²sica a otra parte. Al inclinarme sobre ¨¦l abri¨® los ojos y me dijo que el avi¨®n de papel se le hab¨ªa colado por detr¨¢s del mueble del sal¨®n. Le faltaba otro diente.
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