La vida de Mercedes
En enero, Juan Jos¨¦ Mill¨¢s nos cont¨® su Proyecto Sombra con Mar¨ªa Tapia, cien por cien ama de casa. Una lectora, Mercedes Grande, escribi¨® una carta a EPS y le invit¨® a pasar una jornada juntos. Ella atiende su hogar, tiene dos ni?os y adem¨¢s trabaja en un centro de salud. Mill¨¢s acept¨® el nuevo reto. As¨ª fue el segundo marat¨®n.
El pasado 9 de enero firm¨¦ en estas mismas p¨¢ginas un reportaje sobre Mar¨ªa Tapia, ama de casa de una localidad perif¨¦rica de Madrid (Getafe), casada y con un hijo. Destacaba en ¨¦l la contradicci¨®n de que las amas de casa, pese a realizar un trabajo esencial para la comunidad, no tuvieran ning¨²n reconocimiento debido a que su trabajo no genera intercambios econ¨®micos. Trat¨¦ de se?alar tambi¨¦n lo anuladora que pod¨ªa llegar a ser una actividad llena de rutinas solitarias, destacando el papel narcotizante que en ese grado cero de la soledad cumple con frecuencia la televisi¨®n.
La respuesta de los lectores fue tal que tres semanas m¨¢s tarde, el 30 de enero, EPS public¨® un monogr¨¢fico de cuatro p¨¢ginas con una selecci¨®n de las cartas al director provocadas por el reportaje. Entre las remitentes hab¨ªa muchas mujeres que trabajaban fuera y dentro de casa, y a las que la vida de Mar¨ªa Tapia les parec¨ªa envidiable. Algunas me invitaban a pasar un d¨ªa con ellas. Tal era el caso de Mercedes Grande, cuya carta me llam¨® la atenci¨®n por la velocidad a la que parec¨ªa escrita. Dec¨ªa as¨ª:
"6.00: suena el despertador. 6.15: me levanto, me ducho, me arreglo. 6.45: visto a los ni?os (Celia, de cuatro a?os, y Nicol¨¢s, de dos). 7.10: salgo de casa, recorro 10 kil¨®metros para llevar a mis hijos a la escuela a la que asisten (desayunan all¨ª). 7.30: camino al trabajo recorro 40 kil¨®metros hasta llegar, incluido el atasco de la M-45 de todas las ma?anas. 8.15: llego al centro de salud en el que trabajo, el tel¨¦fono no para, los pacientes forman largas colas en el mostrador. Por fin, las 11.00: 20 minutos para el caf¨¦ (aprovecho para comprar). 15.00: salida del trabajo, corriendo al coche, 40 kil¨®metros de vuelta al colegio (por favor, ni accidente, ni atasco). 16.00: del cole a casa. 16.20: llego a casa, y hoy, 10 de enero de 2005, tardo 45 minutos en aparcar; vivo en el 42, y en el 46 hay un cole en el que mi hija no fue admitida, pero tengo que soportar que los pap¨¢s aparquen sus coches en primera, segunda o tercera fila sin que nadie les multe, y tengo que esperar que ellos recojan a los suyos mientras los m¨ªos se desesperan o lloran hasta que aparco. 17.05: subo los cuatro pisos (sin ascensor). 17.15: merienda de los ni?os; como yo, pongo la lavadora, destender, tender, vaciar lavaplatos?, las tareas de una casa. 18.00: si falta algo, a comprar. 19.00: preparo la cena. 19.30: ba?o. 20.00: cena. 20.30: ni?os a la cama, ?por fin! (si tengo ganas, ceno; si ha llegado mi pareja, charla). 21.00: recoger las cosas de la cena. 22.00: si hay ganas, a planchar; si no, a leer un poco, o un poco de tele, pero sentadita, que si me tumbo, me duermo. Los fines de semana me quito las siete horas de trabajo fuera de casa, pero hay que poner la casa al d¨ªa para el resto de la semana: comprar, lavar, planchar, disfrutar un poco de la familia, ni?os, pareja, etc¨¦tera. Todo esto por un sueldazo de 850 euros mensuales (de los gastos ni hablamos, porque dar¨ªa para otra carta). Sin desprestigiar el trabajo de las amas de casa, ojal¨¢ yo trabajara s¨®lo 12 horas en mi casa y tuviera media hora diaria para tomar caf¨¦ con mis amigas. Se?or Mill¨¢s, cuando quiera le invito a que pase un d¨ªa conmigo. Atentamente, Mercedes Grande L¨®pez".
Telefone¨¦ a Mercedes Grande y acept¨¦ su invitaci¨®n. Quedamos en que me convertir¨ªa en su sombra el 26 de enero, aunque unos d¨ªas antes le hice una visita para conocer el terreno. Quer¨ªa pedirle tambi¨¦n que me dejara dormir en su casa la noche anterior para asistir al big bang matinal con el que comenzaba su jornada, pero desist¨ª de ello al advertir que el ¨²nico lugar que me podr¨ªa haber cedido era el sal¨®n, una dependencia de paso entre el dormitorio de la pareja y el de los hijos, y entre las habitaciones y el cuarto de ba?o.
Mercedes vive con su pareja (Paco) y sus dos hijos (Celia, de cuatro a?os, y Nicol¨¢s, de dos) en un piso de alquiler situado en la calle de Santa Isabel, en Madrid, cerca de Atocha. El edificio, muy antiguo, carece de ascensor y de calefacci¨®n. Su casa est¨¢ en el cuarto piso, y tiene dos habitaciones y un sal¨®n que en realidad es una especie de ves¨ªcula del pasillo y que funciona tambi¨¦n como distribuidor, pues carece de puertas. Tiene adem¨¢s una cocina independiente y un cuarto de ba?o. En una de las habitaciones duerme el matrimonio, y en la otra, donde han puesto una cama-nido, Celia y Nicol¨¢s. Quiz¨¢ porque la vivienda procede de la divisi¨®n de un piso antiguo en dos, su pasillo resulta algo tortuoso y ocupa muchos metros cuadrados de un domicilio que no es grande. Mercedes y Paco han colocado en ¨¦l estanter¨ªas para libros, adem¨¢s de utilizar algunos de sus recovecos para apilar objetos de dif¨ªcil clasificaci¨®n. La habitaci¨®n de los ni?os da a la calle, y la de ellos, a un patio interior en el que tienden la ropa. Pagan, un mes con otro, casi 600 euros de alquiler, lo que, aunque parezca incre¨ªble, es un buen precio en relaci¨®n a la oferta existente en Madrid. Al no tener calefacci¨®n, durante los meses del invierno se les dispara el recibo de la luz, pues calientan la casa a base de radiadores el¨¦ctricos y de una estufa de butano situada en medio del pasillo, y a la que Mercedes ha cogido miedo por la cantidad de sucesos protagonizados este invierno por esos artefactos. A fuer de muy vivida, la casa resulta acogedora, de tal modo que cuando llevas en ella diez minutos da pereza irse.
Llegu¨¦ a casa de Mercedes a las 6.20. Los term¨®metros estaban bajo cero debido a una ola de fr¨ªo procedente del interior de Europa. Si escuchabas al hombre del tiempo ten¨ªas la impresi¨®n de que Europa era un congelador del que alguien se hab¨ªa dejado la puerta abierta. El aire de la sierra madrile?a, que seg¨²n el refr¨¢n no apaga un candil, pero mata a un hombre, traspasaba sin dificultad las sucesivas capas de ropa y se colaba por los poros de la piel buscando el esqueleto. Ni la subida a pie de los cuatro pisos me ayud¨® a entrar en calor. En la puerta de la casa de Mercedes hab¨ªa una bombona de butano vac¨ªa. Llam¨¦ al timbre y me abri¨® Paco, su pareja, que ya estaba vestido, tom¨¢ndose un caf¨¦. Le acompa?¨¦ a la cocina y me prepar¨® un t¨¦. Los ni?os a¨²n dorm¨ªan y Mercedes estaba en el cuarto de ba?o, arregl¨¢ndose.
Mientras habl¨¢bamos del tiempo, Paco cort¨® un par de lonchas de queso e hizo con ellas un s¨¢ndwich que envolvi¨® en papel de aluminio. Despu¨¦s lo meti¨® en una bolsa de pl¨¢stico transparente, de las que se usan para congelar alimentos, junto a dos mandarinas, un pl¨¢tano y un yogur. Me dijo que era el tentempi¨¦ que Mercedes se tomaba a media ma?ana y con el que aguantaba hasta las 17.00 o 17.30, su hora de comer.
Enseguida apareci¨® ella, duchada y vestida. Me pareci¨® que llevaba el pelo mojado, lo que era una especie de suicidio con aquellas temperaturas, pero no dije nada. A las 6.37 se escuch¨® el ruido de una cisterna proveniente de alg¨²n lugar del silencioso edificio, y fuimos a despertar a los ni?os. Mercedes se ocup¨® de Celia, y Paco, de Nicol¨¢s. Extra?ados por mi presencia, se dejaron hacer mejor que otros d¨ªas. De todos modos, hubo que negociar un poco con Celia sobre la ropa.
-Hace fr¨ªo -le dijo Mercedes-. Mira c¨®mo vamos todos, con cuello alto.
Me retir¨¦ al sal¨®n, donde hab¨ªa un transistor encendido, para no desengancharme del todo de la actualidad. Estaban hablando del estado del tr¨¢fico. Parec¨ªa un parte de guerra. Enseguida apareci¨® Celia, vestida y peinada, con un cuento en la mano. Se sent¨® a mi lado y me pidi¨® que se lo leyera. Como la vida es as¨ª de rara y de contradictoria, el cuento empezaba diciendo: "Era un caluroso d¨ªa de verano".
-?C¨®mo es posible -pregunt¨¦ a la ni?a- que dentro del cuento, que est¨¢ a tan poca distancia de nosotros, haga calor y aqu¨ª fuera haga fr¨ªo?
En vez de mirarme como a un idiota, que es lo que habr¨ªa hecho un adulto, Celia le dio un par de vueltas al asunto y al final sentenci¨® que dentro del cuento era verano, y fuera de ¨¦l, invierno. Le suger¨ª entonces que nos meti¨¦ramos en el cuento y respondi¨® que no era posible porque ¨¦ramos mayores. No supe si quer¨ªa decir que no cab¨ªamos en ¨¦l por grandes o que ya no ten¨ªamos edad para creer en ciertas cosas. Antes de que me diera tiempo a resolver la cuesti¨®n apareci¨® Nicol¨¢s con otro cuento. Por la radio dijeron que Peces-Barba iba a recibir a la Asociaci¨®n de V¨ªctimas del Terrorismo y del 11-M por separado. A las 7.00 entr¨® I?aki Gabilondo, y nos enteramos de que en Jerez de la Frontera, de donde es Paco, estaban a un grado bajo cero, lo que fue recibido como una excentricidad de la naturaleza.
A las 7.10, cumpliendo al mil¨ªmetro el horario descrito por Mercedes en su carta, abandonamos la casa. Ella toma a Nicol¨¢s en brazos y yo le doy la mano a Celia, pues Paco se ha retrasado un poco para coger la basura y bajarla al contenedor. Los pelda?os de las escaleras son de madera y est¨¢n desgastados en los bordes. En el momento de salir a la calle nieva, lo que excita a los mayores y deja perplejos a los ni?os. Es noche cerrada todav¨ªa. Viajo en la parte de atr¨¢s del coche, entre las dos sillas de los ni?os (conduce Paco, y Mercedes va a su lado). Nicol¨¢s lleva en brazos un mu?eco de peluche, un tal Lul¨², del que dice que es hijo suyo y con el que le gasto bromas, lo que pone celosa a Celia. Nos dirigimos hacia el barrio de Aluche, situado a unos 10 kil¨®metros, donde se encuentra la guarder¨ªa de la Comunidad a la que van los ni?os y por la que pagan 200 euros, lo que incluye el desayuno, la comida y un plus por dejarlos a las 7.30. Somos los primeros en llegar. Los pasillos vac¨ªos y las habitaciones desocupadas, aunque llenas de dibujos infantiles, producen extra?eza. Mercedes recoge los abrigos de sus hijos, los cuelga en su sitio y coloca un parche a Celia, que tiene un ojo vago. Ella misma se lo quitar¨¢ cuando las agujas del reloj de la guarder¨ªa est¨¦n en la posici¨®n que le han ense?ado. Debe llevarlo tres o cuatro horas diarias. Los ni?os se quedan contentos, sobre todo despu¨¦s de que su madre les lea lo que toca ese d¨ªa de desayuno: magdalenas. Antes de despedirnos, Nicol¨¢s entrega el peluche llamado Lul¨² a Mercedes para que se lo cuide.
Paco nos ha esperado afuera, en el coche, donde nada m¨¢s entrar el olfato de Mercedes registra algo:
-Has fumado -dice.
-S¨ª, he fumado -confiesa ¨¦l.
-Bueno, por lo menos no ha puesto la Cope -a?ade volvi¨¦ndose hacia m¨ª-. Me cambia la emisora cuando me meto en la guarder¨ªa porque le encanta empezar el d¨ªa cabreado.
Paco se r¨ªe. Dice que, en efecto, lo de la Cope es tan pintoresco que le pone la adrenalina a cien. Paco y Mercedes se llevan 10 a?os. Ella tiene 34, y ¨¦l, 44. ?l es actor de teatro, pero la escasez de trabajo y las responsabilidades familiares le han obligado a buscarse la vida en otros ¨¢mbitos. Trabaja en una empresa de log¨ªstica situada en Daganzo, un pueblo de la zona norte de Madrid, cerca de Algete, donde se encuentra el centro de salud en el que trabaja Mercedes. Hasta hace un a?o, Paco sal¨ªa de casa a las cinco y pico de la madrugada para reunirse con un compa?ero que le llevaba en su coche, por lo que Mercedes ten¨ªa que hacerse cargo ella sola de todos los ritos matinales. Ahora se siente m¨¢s acompa?ada, aunque ha de dejar a Paco en su trabajo antes de dirigirse al suyo. Necesitar¨ªan dos coches, pero no pueden ni pensarlo. Compraron el que tienen ahora hace 14 meses y ya le han hecho 40.000 kil¨®metros.
Nos dirigimos hacia la M-45, una experiencia nueva para m¨ª, que todav¨ªa no comprendo la M-40. Todo es periferia. La humedad se condensa alrededor de las farolas encendidas, formando un halo de niebla. Los transe¨²ntes, encogidos por el fr¨ªo, tienen, como el mobiliario urbano, cierta calidad de bulto. Cuando pasamos cerca de una marquesina de autob¨²s veo brillar los ojos de la gente.
-Mira -dice Mercedes se?al¨¢ndome unos bloques que se distinguen en medio de la oscuridad-, ah¨ª, en medio de la nada, vive una de mis hermanas. Le cost¨® el piso 21 millones y ya est¨¢n en 40.
La conversaci¨®n sobre el precio de la vivienda es recurrente. Como est¨¢n pensando en cambiarse de casa, me habla de otro piso, cercano a la guarder¨ªa, por el que le ped¨ªan 1.000 euros de alquiler y un aval bancario de seis meses. Viven pendientes de las ofertas p¨²blicas, pero la demanda es excesiva y no resulta f¨¢cil reunir todos los requisitos. Siempre hay alguien peor que uno.
El tr¨¢fico est¨¢ mal, por la nieve, por el fr¨ªo, porque s¨ª. El tr¨¢fico ha dejado de comportarse en esta ciudad de acuerdo con unas pautas reconocibles. Est¨¢ bien o mal porque s¨ª o porque no. El amanecer nos sorprende en una carretera secundaria.
-?Verdad que no parece que vayamos a trabajar, sino a pasar el d¨ªa al campo? -me pregunta Mercedes mostr¨¢ndome el panorama.
Paco a?ade que en esa zona, muy cerca ya de Daganzo, se ven unos amaneceres preciosos. Nos dirigimos a uno de esos pol¨ªgonos industriales que producen la impresi¨®n de estar situados en un no-lugar. Mercedes bromea:
-Paco ha pasado del teatro Alb¨¦niz (donde hizo su ¨²ltima representaci¨®n) a una nave industrial. Imag¨ªnate el cambio. Pero se ha metido muy bien en su papel, que para eso es actor. Yo le doy el gui¨®n todas las ma?anas.
Paco tiene buena pasta y le sigue la broma, pero finalmente confiesa que no le fue nada f¨¢cil renunciar; a¨²n no lo ha asimilado, aunque se va amoldando. A la fuerza ahorcan.
Me cuentan que llevan juntos 12 o 13 a?os y que no tienen prisa por casarse. Tardaron seis a?os en ir a por Celia, y luego, enseguida, para que no hubiera mucha diferencia de edad entre ellos, a por Nicol¨¢s. Mercedes se resisti¨® al segundo embarazo, pero Paco insisti¨®.
-Y gan¨® ¨¦l -a?ade-, siempre gana ¨¦l.
-Eso no es cierto -protesta Paco.
-A m¨ª me apetecer¨ªa tener otro, pero ahora es Paco el que dice que no.
-?Es que ahora no puede ser! Antes tenemos que cambiarnos de casa.
Dejamos a Paco a las 8.20 a la puerta de una nave industrial. Mercedes toma el volante y yo me paso al asiento del copiloto. Estamos a 10 o 15 minutos de Algete, lo que quiere decir que llegar¨¢ tarde al trabajo. Nervios. De s¨²bito, aunque ya es de d¨ªa, aparece la luna a nuestra izquierda y nos acompa?a hasta el ambulatorio.
-Hoy estar¨¢ a tope porque los mi¨¦rcoles, adem¨¢s de consultas, hay anal¨ªticas.
En efecto, el centro se encuentra a rebosar, quiz¨¢ tambi¨¦n porque son los d¨ªas de mayor incidencia de la gripe en Madrid. Mercedes corre a situarse detr¨¢s de un mostrador en el que ya hay otras tres o cuatro personas atendiendo. Se quita el abrigo y se sienta frente a un ordenador. Durante las siete horas siguientes, y pese a que ya lleva casi una jornada de trabajo sobre las espaldas, dar¨¢ citas, atender¨¢ el tel¨¦fono y resolver¨¢ dudas de los pacientes. Me despido de ella, asegur¨¢ndole que la recoger¨¦ a las 15.00, y salgo a la calle. En la puerta del ambulatorio hay uno de esos perros de pelo corto y ojos saltones que tanto gustan a las personas que viven solas, y que debe de pertenecer a alguien que est¨¢ dentro. Me ha llamado la atenci¨®n porque tiene un ataque de angustia. Es la primera vez que veo un perro con un ataque de angustia. Mira hacia el interior con desasosiego, esperando que aparezca su due?o. Me quedo junto a ¨¦l, contagiado de su ansiedad, e intercambiamos una mirada llena de sentido. Al rato aparece un se?or alto, con un sobre de radiograf¨ªas en la mano, detr¨¢s del que se va dando saltos de alegr¨ªa, sin despedirse de m¨ª.
Regreso a las 15.00. Pese a que el d¨ªa es soleado, la temperatura no supera los cuatro grados. Nos metemos en el coche y nos dirigimos a la carretera de Burgos para desde ella alcanzar la M-30. Vamos a recoger a los ni?os, y ahora es ese momento del d¨ªa en el que Mercedes dice: "Dios m¨ªo, que no haya atasco, que no haya accidentes, que no haya cortes de tr¨¢fico".
Tenemos que hacer casi 40 kil¨®metros. Los d¨ªas que hay atasco, accidente o cortes de tr¨¢fico telefonea a su madre, que vive cerca de la guarder¨ªa, y le pide que recoja a los ni?os. Si su madre no est¨¢, llama a una de sus hermanas. En ¨²ltimo caso, avisa a la guarder¨ªa, para que la esperen. Mercedes dispone de una red de solidaridad familiar muy eficaz. Tiene una madre joven, un padrastro colaborador y cuatro hermanos (tres chicas y un chico) que siempre est¨¢n dispuestos a echarle una mano. Tiene tambi¨¦n la suerte de que Celia y Nicol¨¢s son ni?os sanos, que enferman muy poco. Pero cuando enferman y no pueden ir a la guarder¨ªa se los ha de colocar a alguien. La de cosas, piensa uno, que han de funcionar para que la vida discurra sin grandes sobresaltos: el coche (que a veces se estropea), el tr¨¢fico, el m¨®vil, la meteorolog¨ªa, la salud de los ni?os, la de los padres?
-Yo, cuando veo que los ni?os tienen mocos, miro para otro lado -bromea Mercedes, cuya existencia, pese a todo, no es muy diferente de como la imaginaba cuando era m¨¢s joven. Siempre se vio con hijos, por ejemplo. Quiz¨¢ el trabajo no sea el de su vida, pero tampoco muestra grandes desacuerdos con ¨¦l. En cuanto a si de verdad le gustar¨ªa ser s¨®lo ama de casa, como Mar¨ªa Tapia, recuerda, ri¨¦ndose, que cuando estaba de baja por maternidad, despu¨¦s del nacimiento de Nicol¨¢s, llam¨® un d¨ªa a su madre y le dijo:
-?No puedo m¨¢s! ?Quiero volver a trabajar! ?Quiero volver con mis compa?eras! S¨®lo veo a una ni?a que llora y a un ni?o al que le tengo que cambiar cada poco los pa?ales.
Reconoce que la vida de un ama de casa es algo enloquecedora. Trabajar fuera, adem¨¢s de proporcionarte autonom¨ªa personal, te obliga a relacionarte con otras personas, a conocer otras vidas. El problema es que a ella se le exige ser cien por cien ama de casa y cien por cien mujer trabajadora. Tras ganarse la vida, ha de hacer la compra, planchar, limpiar, barrer, quitar el polvo, cocinar, poner la lavadora, tender la ropa? Dedica los fines de semana a la limpieza general, pero el ba?o y la cocina hay que hacerlos todos los d¨ªas.
-Algunas semanas -a?ade en broma-, cuando llega el viernes y abres la puerta de casa, ves rodar por el pasillo pelotas de polvo del tama?o de esas bolas de matorrales que en las pel¨ªculas del Oeste recorren el desierto.
Ya en la guarder¨ªa, la cuidadora de Nicol¨¢s nos dice que se ha portado mal durante la comida. No obedece y contesta. Mercedes le ri?e y el cr¨ªo sale corriendo a buscar a su hermana, que est¨¢ en el patio. Cuando vienen hacia nosotros, ella tropieza, se cae encima de ¨¦l y Nicol¨¢s se levanta con la boca llena de tierra y un chich¨®n en la frente. Llantos.
Llegamos a casa a las 16.30 y tenemos la suerte de encontrar aparcamiento enseguida. Por si fuera poco, tiene la compra hecha (la hizo ayer) y puede subir los cuatro pisos con las manos libres de bolsas. La escalera, como en las casas antiguas, es muy abierta, y resulta dif¨ªcil controlar a los ni?os, que suben de cualquier manera. En la puerta de una casa del tercer piso hay un felpudo con el dibujo de un elefante que gusta mucho a Nicol¨¢s y a Celia. Los dos quieren pisarlo durante un rato. Casi cada rellano tiene un rito. Ya en casa, Celia dice que esa ma?ana ha visto, desde el patio del colegio, volar una cig¨¹e?a.
-Luego baj¨® y la cog¨ª con la mano -a?ade.
Le preguntamos si la ha visto alguien m¨¢s y la ni?a cambia de tema. Mercedes prepara la merienda y emprende una dur¨ªsima negociaci¨®n, de la que sale vencedora, para evitar que los ni?os se enganchen a la tele. Cuando terminan de merendar, a las 17.00, escuchan un disco a cuyos acordes corren como locos alrededor de la mesa, imitando un tren. Luego se meten en su habitaci¨®n, y Mercedes aprovecha el momento de calma para comer. Hoy tiene unos calamares en su tinta con arroz blanco que prepar¨® ayer, y de los que da cuenta con el plato colocado sobre las rodillas, dispuesta a levantarse en cualquier instante. Siempre guisa de un d¨ªa para otro. Tras la comida, nos sentamos en el sof¨¢ y bostezamos un poco mientras los ni?os aparecen y desaparecen plante¨¢ndonos problemas de justicia sobre la posesi¨®n de un objeto o sobre una agresi¨®n de la que ha sido v¨ªctima uno de ellos por parte del otro. Enseguida empiezan a competir por llamar mi atenci¨®n. Mercedes les pide que me dejen en paz y se vayan a su cuarto. Observo que los movimientos de esta mujer en relaci¨®n a sus hijos contienen una intenci¨®n educativa que no se aprecia a primera vista, pero que es constante.
A las 17.50 nos vamos a la cocina, donde carga la lavadora y empieza a preparar la cena y la comida de ma?ana. Lo primero es una sopa a la que a?ade un trozo de gallina y un pedazo de cap¨®n.
-Esto -me dice- es que el padre de un cu?ado m¨ªo tiene poller¨ªas o algo as¨ª, y, siempre que voy a su casa, mi hermana me suelta todo lo que puede. La ventaja de esta sopa es que despu¨¦s, con la carne, hago croquetas. La besamel me sale muy bien en la Thermomix.
Nombrar la Thermomix es como pronunciar la contrase?a por la que se reconoce una comunidad de iniciados. Todos los que poseemos ese robot de cocina estamos unidos por un v¨ªnculo irracional, pero poderos¨ªsimo. Durante la siguiente hora, casi no hablamos de otra cosa que de las ventajas de la Thermomix.
-Se empe?¨® en comprarla Paco. Estaba tan entusiasmado que le dije que, si nos separ¨¢bamos, ¨¦l se llevaba la Thermomix y yo me quedaba con todo lo dem¨¢s. Pero ahora la uso yo m¨¢s que ¨¦l, sobre todo para hacer dulces.
Milagrosamente, los ni?os llevan sin aparecer y sin gritar m¨¢s de diez minutos. Por un lado es estupendo, pero por otro te preguntas si les habr¨¢ pasado algo o si estar¨¢n planeando el asalto definitivo a la raz¨®n. Se lo comento a Mercedes y me dice que hay instantes as¨ª de m¨¢gicos que ella aprovecha para leer la p¨¢gina de un libro o el peri¨®dico. Pela las zanahorias para la sopa con un utensilio de una eficacia sorprendente, que s¨®lo se lleva la piel. Aprendi¨® a cocinar en su casa y lo hace bien. En este momento me asalta la certidumbre de que es una mujer contenta con su vida y se lo digo.
-Yo estoy feliz con mi vida -asiente-. Aparte de eso, hoy he tenido un d¨ªa relajado. F¨ªjate, hasta hemos aparcado a la primera. Pero hay d¨ªas en los que llama Paco al m¨®vil y me echo a llorar porque llevo una hora dando vueltas. Yo lloro mucho, no me importa, me alivia.
En esto, los ni?os atraviesan sigilosamente el pasillo. Les pregunto qu¨¦ hacen y responden que van de excursi¨®n. Celia lleva en la mano una linterna.
Tras echar en la olla todos los ingredientes de la sopa, Mercedes empieza a preparar una tortilla de patata. Los ni?os regresan de la excursi¨®n que han hecho al fondo del pasillo o al interior de la selva amaz¨®nica, vaya usted a saber, y suena el tel¨¦fono. Es Arancha, una de las hermanas de Mercedes, 18 meses menor que ella y con la que conserva una complicidad especial porque fueron compa?eras de juegos en la infancia y salieron juntas durante la adolescencia. Por lo visto, tiene una cena esa noche en casa y no sabe qu¨¦ hacer. Mercedes la aconseja y se compromete a prepararle un arroz con leche en la Thermomix. No hay m¨¢s que echar la leche, el arroz, la canela y la corteza de lim¨®n. Lo dejas 45 minutos con la cuchilla en la reversa, para que no corte el arroz, y al final del proceso le a?ades un poco de az¨²car. Sale estupendo. Si adem¨¢s de eso lo quemas un poco por arriba con un gancho de cocina al rojo vivo, parece totalmente asturiano. La casa entera, gracias a los vapores de la sopa, se ha llenado de eso que podr¨ªamos llamar "olor de hogar". Es muy agradable.
En esto aparece Nicol¨¢s, completamente enloquecido, preguntando por su hijo, ese peluche llamado Lul¨². Le ayudo a buscarlo y cuando damos con ¨¦l empieza a desnudarse, sin que sepamos qu¨¦ rayos pretende, hasta que Celia nos aclara que quiere darle de mamar.
-Eso no puede ser, hijo -dice Mercedes.
-Es que -a?ade Celia- me ha visto ponerme mi mu?eca as¨ª, para darle la teta, pero yo lo hago de mentira.
-Vamos a ver -contin¨²a Mercedes-, ?qui¨¦n le da la teta al primo Miguel: la t¨ªa Mar¨ªa o el t¨ªo Jaime?
-La t¨ªa Mar¨ªa -responde el ni?o.
-Pues claro, es un privilegio que tenemos las mujeres.
Celia y Nico desaparecen, pero Nico regresa enseguida preguntando ahora por Lucho, un mu?eco amarillo, de expresi¨®n alucinada, en el que ya repar¨¦ con prevenci¨®n por la ma?ana. Tras buscarlo un rato por toda la casa, Celia confiesa que lo ha escondido detr¨¢s de unas cortinas, hasta donde nos conduce pidi¨¦ndonos silencio porque asegura que est¨¢ dormido. Cuando abrimos la cortina me recorre un escalofr¨ªo porque a m¨ª no me parece que est¨¢ dormido, sino que est¨¢ muerto, pero no digo nada. Regreso espantado a la cocina y encuentro la lavadora centrifugando como una loca, como si le fuera la vida en ello, como si obtuviera de ese movimiento circular un placer intens¨ªsimo.
-?Mam¨¢, voy a hacer pis! -grita Celia.
-Muy bien, cuando acabes cuajo la tortilla y nos duchamos.
A las 19.00 hay en los ni?os s¨ªntomas de cansancio, que se manifiestan en continuas provocaciones a los adultos y a s¨ª mismos. Se huele la tormenta.
-?Mira mi tripa! -me grita Nicol¨¢s levant¨¢ndose la camisa.
Observo su tripa sin apreciar nada anormal, pero hago un gesto de asentimiento, por si acaso. Cuando desv¨ªo la mirada de la tripa, veo sobre la mesa un cuento titulado Todos somos raros, que parece que ha sido colocado all¨ª por el destino para explicarme la situaci¨®n.
Al poco llega la t¨ªa Arancha a por el arroz con leche y dice que ha comprado cinco lubinas peque?as porque no hab¨ªa una grande. Mercedes aprovecha la presencia de su hermana, que se ocupa un rato de los ni?os, para tender la ropa. Lo hace en el patio interior al que da su dormitorio, y del que proviene una ola de fr¨ªo tan intensa como la procedente del interior de Europa. Arancha me explica que no tiene hijos porque no se lo permite su horario laboral. No los ver¨ªa.
-Yo -a?ade- le digo a mi marido que trabaje duro y que gane mucho dinero, porque yo soy la parte creativa de la pareja y deber¨ªa disponer de tiempo libre para tener hijos.
-?Y qu¨¦ te contesta?
-Que la parte creativa es ¨¦l y que deber¨ªa ser yo la que ganara mucho dinero.
Aprovechando la conversaci¨®n de los adultos, Nicol¨¢s ha ba?ado a su hijo de peluche, que ha quedado irrecuperable. Lo coloca sobre el radiador el¨¦ctrico del sal¨®n.
Luego, mientras Mercedes ducha a los ni?os deprisa, deprisa, porque los trastornos de car¨¢cter aumentan con el cansancio, yo, como si fuera el anfitri¨®n, despido a Arancha, que en la puerta me confiesa:
-Yo a esta casa le tengo mucho cari?o porque cuando estaba soltera me ven¨ªa aqu¨ª los fines de semana con mi novio.
Cuando regreso al sal¨®n, los ni?os est¨¢n con el pijama puesto sentados cada uno a un lado de la mesita baja que hay frente al sof¨¢. Se percibe en la atm¨®sfera una calma inquietante, como la que precede a las grandes cat¨¢strofes emocionales o naturales. Nicol¨¢s, con el que hasta ahora no hab¨ªa tenido ning¨²n problema, me dice de repente que no le mire. Cuando desv¨ªo la vista me proh¨ªbe tambi¨¦n que mire para otro lado, y si toco una silla me grita que no toque la silla. Mercedes est¨¢ secando el pelo a la ni?a, que al levantarse sin avisar para hacer algo que no debe provoca que su madre la tire sin querer del pelo. Arde Troya. Celia grita, la madre grita, Nicol¨¢s grita.
Tras unos minutos de negociaci¨®n, todo el mundo regresa a sus puestos, pero se palpa en el aire la tragedia. Mercedes pone la mesa y sirve la sopa de verduras. Yo permanezco completamente inm¨®vil, para no llamar la atenci¨®n. Celia observa con rencor a su madre y ¨¦sta se mesa a ratos los cabellos. En esto llega Paco de trabajar. Son las 19.50. La ni?a acusa a su madre de haberle tirado del pelo, el ni?o se abraza a la pierna de su padre como un n¨¢ufrago a un pedazo de madera.
-?Pero qu¨¦ pasa aqu¨ª?
Intentamos ponerle al d¨ªa, lo que provoca m¨¢s tensi¨®n. La aparici¨®n de los Lunnis en la tele proporciona una tregua. Nunca hab¨ªa visto a los Lunnis, pero reconozco entre los personajes de los dibujos animados a Lul¨², el hijo de Nicol¨¢s, que contin¨²a doblado y h¨²medo sobre el radiador de la calefacci¨®n. Luego, mientras los ni?os se toman la sopa, Paco coge disimuladamente el secador del pelo e intenta secar el pelo a su hija. Reconozco en ese movimiento el p¨¢nico a que la ni?a se constipe. Me dan ganas de decirle una cosa que me dijo a m¨ª el pediatra cuando mis hijos eran peque?os: "Lo que m¨¢s acatarra a los hijos es la preocupaci¨®n de los padres". Pero no est¨¢ el horno para bollos. Celia pide que le pongan un DVD con las fotos del verano, a lo que su madre accede tras negociar algo relativo a la sopa. Aparecen los primos y los t¨ªos en una playa de Galicia, donde pasaron las ¨²ltimas vacaciones. Nicol¨¢s me dice que no mire, as¨ª que no miro. Cuando finaliza el pase fotogr¨¢fico, me levanto discretamente, me despido y me voy. Al salir a la calle, mientras bajo hacia Atocha, tengo la impresi¨®n de que llevo fuera de mi casa quince d¨ªas con sus noches.
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