Curso intensivo
Ha llegado la hora: el curso sobre Europa ser¨¢ intensivo. Hay poco tiempo. Ha empezado con grandes palabras, grandes ideas, grandes actos, grandes nombres propios como reclamo. Gabilondo, Del Olmo, Cruyff o Butrague?o ya son Europa para muchos, as¨ª que los han aconsejado al Ministerio de Asuntos Exteriores para atraer votantes al refer¨¦ndum de febrero. Los iconos arrastran a las masas para evitar que piensen por s¨ª mismas: es el signo de los tiempos. Lo ha dicho el famos¨ªsimo Tom Ford, dise?ador estrella, sant¨®n del estilismo global: "Nosotros nos dedicamos a vender un mundo perfecto. Un mundo en el que nuestros clientes no tienen que pararse a pensar en nada porque nosotros ya hemos pensado en todo".
Parece, pues, que no tener que pensar es una gran ventaja: como el perro de Pavlov, lo contempor¨¢neo es seguir est¨ªmulos, salivar con la fama, actuar sin pensar. Europa y lo que aporta la uni¨®n de sus ciudadanos a cada uno de nosotros, desde luego, merece utilizar todos los resortes para existir, incluidos los golpes de efecto, la mercadotecnia y aquello que fijar¨¢ la marca Europa en las conciencias. El purismo en estas cosas es perfectamente in¨²til, inevitable cuando se nada en la superficie, al comp¨¢s de las olas y de la moda.
Seamos realistas: hay gente que sin Cruyff y sus compa?eros ni siquiera reparar¨ªa en Europa. Atrapada en la estratosfera pol¨ªtica, en una jerga incomprensible y en una estructura secuestrada por iniciados europe¨ªstas, la Europa que ha ayudado a Espa?a a remontar su pasado de tragedia y sainete ha quedado, a lo largo de 20 a?os, en un limbo exquisito para especialistas. S¨®lo la realidad pragm¨¢tica del euro ha aportado un dato insoslayable en nuestra cotidiana vida de ciudadanos: y no siempre para bien. Que el euro ha subido los precios es una evidencia m¨¢s que un secreto a voces. Los m¨¢s sensatos creen que ese es el precio de la estabilidad de un pa¨ªs que est¨¢ aprendiendo a hacerse a s¨ª mismo. Pero nadie puede decir a¨²n cu¨¢l hubiera sido el costo de la no Europa para la vida de nuestra gente.
Que Europa, entre nosotros, ha sido cosa de santones y ahora lo sea de futbolistas y famosos, indica que el curso intensivo que ahora se inicia deber¨ªa llegar sobre todo a las zonas sociales intermedias. ?Cu¨¢ndo veremos a las amas de casa, a los dependientes de los comercios o a los an¨®nimos maestros de pueblo opinar sobre si el abrazo de Europa es el del oso o el de un amigo irreemplazable? ?Cu¨¢ntos piensan todav¨ªa que esto de Europa es una cosa complicad¨ªsima y que la Constituci¨®n que pronto tendremos que votar es algo s¨®lo para entendidos? Europa a¨²n est¨¢ atrapada en su propio mito y en un elitismo intelectual: hay poco tiempo para deshacer ese gran malentendido.
He le¨ªdo el texto de la Constituci¨®n. Es sencillo, f¨¢cil de entender. Nada nuevo: derechos, deberes. Forma de Gobierno, instituciones, competencias. Leyes, salvaguarda de la democracia, financiaci¨®n. Apertura a los cambios: nada se cierra. Y un principio decisivo para el funcionamiento arm¨®nico del enorme entramado: la subsidiariedad, inventada en los a?os ochenta por Jacques Delors. Esto es: la garant¨ªa de que la toma de decisiones se efectuar¨¢ siempre desde la administraci¨®n m¨¢s pr¨®xima al ciudadano, pero teniendo en cuenta a las dem¨¢s. S¨®lo porque Europa es un m¨¦todo para coordinar administraciones de la forma m¨¢s sensata ya merece la pena interesarse en ello: nos jugamos lo cotidiano; a fin de cuentas el dinero p¨²blico sale siempre del mismo sitio, nuestros bolsillos. Si alg¨²n d¨ªa se lograra esa coordinaci¨®n administrativa habr¨ªamos dado un paso pol¨ªtico de gigante. Esto interesa a todo el mundo. Pensar Europa es cosa nuestra: aqu¨ª y ahora. Puro ego¨ªsmo de europeos, claro.
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