Divas de la belleza
Elizabeth Arden y Helena Rubinstein vivieron vidas paralelas. Consiguieron todo lo que se propusieron, excepto derrocarse mutuamente del trono de la cosm¨¦tica. ?sta es la historia de dos damas que se odiaron sin llegar a conocerse y que trabajaron para hacer m¨¢s hermosas a las mujeres.
Elizabeth Arden se llamaba en realidad Florence Nithingale Graham y hab¨ªa nacido en una familia de campesinos canadienses el 31 de diciembre de 1878. Su madre muri¨® siendo muy joven, y Flo tuvo que asumir responsabilidades dom¨¦sticas y ayudar a su padre en un puesto de verduras, donde descubri¨® que era una vendedora nata. Florence comenz¨® a trabajar como enfermera. No dur¨® mucho: le horrorizaba la visi¨®n de los enfermos, pero este empleo fugaz le permiti¨® entrar en contacto con un bioqu¨ªmico que trabajaba en una f¨®rmula para regenerar la piel despu¨¦s de un accidente. Florence se dijo que si la piel destrozada pod¨ªa recuperarse con una crema, tambi¨¦n ser¨ªa posible que otra crema mantuviese sana una piel en buen estado, y esa idea germin¨® en su cabeza. Por aquel entonces, las mujeres se cuidaban con una crema pastosa. No hab¨ªa nada m¨¢s, entre otras cosas porque se consideraba que una dama no deb¨ªa obsesionarse con su aspecto f¨ªsico: eso era cosa de las mujeres de vida ligera.
Y mientras Florence empezaba a experimentar en la consecuci¨®n de cremas faciales, empalmaba unos empleos con otros. Ya se hab¨ªa colgado el cartel de solterona cuando, a punto de cumplir 30 a?os, decidi¨® trasladarse a Nueva York. Flo encontr¨® trabajo como cajera en un sal¨®n de belleza. All¨ª suplic¨® a la due?a que le permitiese iniciarse en el arte de los masajes faciales, y descubri¨® entonces que ten¨ªa una habilidad extraordinaria para aplicar esos rudimentarios tratamientos. Unos meses m¨¢s tarde, una dama llamada Elizabeth Hubbard le propuso asociarse a ella: iba a abrir un sal¨®n cosm¨¦tico en la Quinta Avenida.
Fue como saltar al vac¨ªo. No s¨®lo alquilaron un local enorme, sino que para su apertura colocaron un anuncio en Vogue donde advert¨ªan que su sala estaba abierta "a mujeres socialmente destacadas". A pesar de que el negocio marchaba viento en popa, las dos socias discutieron y se separaron. Florence se qued¨® con el local, y para aprovechar el letrero que hab¨ªa instalado su socia (Elizabeth de nombre) decidi¨® bautizar su sal¨®n como Elizabeth Arden. Emple¨® tiempo y dinero en ensayar en su propio laboratorio nuevos preparados para conseguir cremas que no apestasen a cloroformo. Cuando lo logr¨® bautiz¨® su l¨ªnea de productos como Venetian, pues le pareci¨® que el chic europeo pod¨ªa ayudarla a vender. Tambi¨¦n empez¨® a experimentar con colores, y aunque al principio las clientas recelaban a la hora de aplicarse los nuevos maquillajes, se dieron cuenta de que, despu¨¦s de pasar por el sal¨®n de miss Arden, todas ten¨ªan un aspecto mucho m¨¢s saludable. Los productos Venetian empezaron a ser reclamados desde todas las ciudades de Am¨¦rica, y, para atender la demanda, Elizabeth tuvo que ampliar el negocio con un cr¨¦dito que le ayud¨® a conseguir un banquero llamado Tommy Lewis.
Poco antes de que estallara la guerra, Elizabeth Arden decidi¨® viajar a Par¨ªs, donde conoci¨® una nueva forma de entender el maquillaje. Descubri¨® el r¨ªmel de pesta?as y la sombra para los p¨¢rpados.Visit¨® varios salones de belleza, entre ellos el de Helena Rubinstein, y compr¨® muestras de todos los productos. A su regreso a Estados Unidos contrat¨® a un qu¨ªmico, de nombre Fabian Swanson, para que obtuviese la f¨®rmula exacta de las cremas que hab¨ªa tra¨ªdo de Europa. No quer¨ªa copiarlas, sino mejorarlas: aquellas pomadas ten¨ªan un exceso de grasa: "Yo quiero una crema ligera y suave como la nata", le dijo a Swanson. ?ste consigui¨® la crema que buscaba Elizabeth, y a la que bautizaron como Venetian Cream Amoretta. Los pedidos se multiplicaban y las clientas hac¨ªan la mejor publicidad de sus productos. Mientras, Florence, la nueva Elizabeth, daba otro salto en su vida y se casaba con Tommy Lewis, el banquero que hab¨ªa conseguido para ella el primer gran pr¨¦stamo. Su marido se convirti¨® en el mejor asesor financiero para sus negocios.
Un d¨ªa de 1915 ley¨® en un peri¨®dico que Helena Rubinstein planeaba establecer un nuevo imperio en Estados Unidos. Calcul¨® que ella y Helena deb¨ªan ser de la misma edad (en realidad, Rubinstein le llevaba seis a?os, aunque una y otra mintieron siempre sobre su fecha de nacimiento). Se parec¨ªan incluso f¨ªsicamente. Ambas ten¨ªan el pecho abundante, el cabello espl¨¦ndido y un cutis de porcelana, la mirada desafiante y una vitalidad que desbordaba. Pero lo que de verdad indign¨® a Elizabeth era el t¨ªtulo de "reina mundial de la belleza" que los peri¨®dicos daban a la reci¨¦n llegada.
Helena Rubinstein hab¨ªa nacido en Cracovia, en 1872, en el seno de una familia jud¨ªa. Helena ten¨ªa s¨®lo 20 a?os cuando sorprendi¨® a los suyos diciendo que quer¨ªa trasladarse a Australia. Encontr¨® un pa¨ªs inh¨®spito, de llanuras interminables y vientos secos que estropeaban la piel. Helena luch¨® contra los rigores del clima con una crema que preparaban en Polonia unos farmac¨¦uticos amigos suyos, los hermanos Lykusky. Como muchas de sus vecinas confesaban envidiar su delicado cutis, les escribi¨® para pedir la f¨®rmula de su crema hidratante y empez¨® a fabricarla y a venderla a las mujeres de la zona. Bautiz¨® aquella poci¨®n milagrosa como Valaz¨¦, y no porque el nombre significara nada: "Simplemente me gust¨®". Muy pronto, Helena no daba abasto en la fabricaci¨®n.
Sigui¨® experimentando con otros ingredientes, y diez a?os despu¨¦s de su llegada al continente australiano, en 1902, abr¨ªa en Melbourne el primer sal¨®n de belleza de la historia. En 1905 hab¨ªa amasado una fortuna de 100.000 d¨®lares. Despu¨¦s de que su hermana Ceska acudiese a ayudarla en su negocio, dej¨® Australia para trasladarse a Europa. En 1907, a los 35 a?os y para sorpresa de quienes la conoc¨ªan, Helena se cas¨®. El afortunado era un periodista llamado Edward Titus, que trabajaba para ella como publicitario, y al que, al parecer, concedi¨® su mano en cuanto supo que ten¨ªa jugosas ofertas para trabajar lejos de ella.
El matrimonio se traslad¨® a Londres en 1908. All¨ª, en el elegante barrio de Mayfair, abrieron el primer sal¨®n europeo de Helena Rubinstein. Las inglesas se rindieron a sus productos. En esa ¨¦poca se dio cuenta de que hab¨ªa tres tipos de pieles femeninas: la normal, la seca y la grasa, y de que cada una de ellas necesitaba tratamientos espec¨ªficos. La crema Valaz¨¦ se complet¨® con toda una l¨ªnea de productos: m¨¢scaras contra el acn¨¦, t¨®nico facial, crema de noche, etc¨¦tera.
En 1912, Helena decidi¨® dar el salto a Par¨ªs. Abri¨® un sal¨®n de belleza en pleno Fauburg Saint Honor¨¦, donde no s¨®lo trataba la piel de las parisienses, sino que empez¨® a extender el uso del maquillaje, creando distintas l¨ªneas de rojo de labios y l¨¢pices de ojos que ense?aba a usar a sus clientas. Colette escribi¨® sobre los beneficios de sus masajes faciales. Coco Chanel y Misia Sert la invitaban a sus fiestas. Marcel Proust le hac¨ªa preguntas sobre c¨®mo se maquillaban las damas y aplicaba sus consejos a los afeites que luc¨ªan las protagonistas de En busca del tiempo perdido. Fue tambi¨¦n en Par¨ªs donde Helena tom¨® contacto con la que ser¨ªa su gran pasi¨®n: el arte con may¨²sculas. Conoci¨® a Picasso, a Marie Laurencin y a Renoir. Su colecci¨®n privada acabar¨ªa siendo fastuosa. Pose¨ªa obras de Chagall, Derain, Dufy, Matisse, Braque, Mir¨®, Dal¨ª, Picasso, Roault, Gris y Modigliani.
Cuando estall¨® la guerra, Edward Titus decidi¨® que Europa ya no era un lugar seguro para Helena ni para los ni?os. Convenci¨® a su esposa para trasladarse a Am¨¦rica con la excusa de que encontrar¨ªa all¨ª un nuevo mercado para su negocio. As¨ª que la familia lleg¨® a Nueva York y Helena declar¨® en p¨²blico que hab¨ªa llegado con la intenci¨®n de salvar de la fealdad a las americanas. Aquellas afirmaciones eran s¨®lo una forma de comenzar una campa?a publicitaria, pero Elizabeth Arden se indign¨® al leer que Rubinstein se hab¨ªa erigido en salvadora de la belleza de las estadounidenses, y resolvi¨® detestar a aquella polaca de por vida. En cuanto a la reci¨¦n llegada, reconoc¨ªa que la cosm¨¦tica americana estaba muy desarrollada gracias precisamente a Elizabeth Arden, y la odi¨® por ello. La guerra fr¨ªa acababa de empezar.
Nunca hubo un vencedor en aquella contienda de igual a igual. En Am¨¦rica hab¨ªa mercado suficiente para que triunfasen las dos, y de hecho ni una ni otra daban abasto en la fabricaci¨®n de productos. En la batalla s¨®lo salieron ganando las revistas femeninas, pues si Helena Rubinstein contrataba una p¨¢gina de publicidad, la se?ora Arden se apresuraba a reservar dos en el mismo n¨²mero.
Siguiendo la l¨ªnea de expansi¨®n de los productos Rubinstein, Arden hizo el camino a la inversa y coloc¨® sus productos en los mercados europeos. Y mientras el imperio Arden crec¨ªa en el Viejo Continente, el matrimonio con Lewis naufragaba. El divorcio trajo consigo el despido de Lewis de las empresas de cosm¨¦tica. Tambi¨¦n entonces la pareja Titus-Rubinstein hac¨ªa aguas. Se divorciaron en 1936. Helena apreciaba a Titus como colaborador, pero su vida en pareja era casi inexistente. Dos a?os despu¨¦s de su divorcio, Helena se cas¨® con el pr¨ªncipe georgiano Atchill Gourelli, y se convirti¨® en alteza real.
A Elizabeth Arden debi¨® gustarle lo bien que sonaba el t¨ªtulo, y se hizo con otro pr¨ªncipe ruso, de nombre Michael Evlanoff. Poco tard¨® Elizabeth en saber la verdad: su pr¨ªncipe contaba con tan pocos recursos econ¨®micos como el marido de Helena. Una y otra estaban manteniendo con su trabajo a sendos caballeros. Trabajaban 18 horas al d¨ªa. Helena dedicaba su tiempo libre a sus inquietudes art¨ªsticas, y Elizabeth, a la cr¨ªa de caballos de carreras. Eran sus ¨²nicas debilidades al margen de las joyas: ambas pose¨ªan piezas fabulosas que luc¨ªan en sus apariciones p¨²blicas, en las que, por cierto, nunca coincidieron. De hecho, ni siquiera se llamaban por el nombre, y si una de las dos ten¨ªa que mencionar a la otra lo hac¨ªa diciendo "esa mujer" o "esa horrible mujer".
Elizabeth birl¨® a Helena al gerente de sus empresas junto con otros 10 empleados. La Rubinstein contraatac¨® contratando como asesor financiero a Tommy Lewis, ex marido de su enemiga. A?os m¨¢s tarde, Elizabeth mont¨® en c¨®lera cuando ley¨® la novela In bed we cry, de Ilka Chase, una de cuyas protagonistas era sospechosamente parecida a ella. Supo que la se?orita Chase hab¨ªa recibido mucha informaci¨®n sobre su persona de boca de Helena Rubinstein. En realidad, aquel enfrentamiento sordo se convirti¨® en la energ¨ªa que impulsaba a las dos mujeres a seguir progresando.
Tras el final de la II Guerra Mundial, Helena volvi¨® a Europa para encontrarse un continente deprimido y triste. Era un nuevo reto y lo asumi¨® con gusto, quiz¨¢ porque intuy¨® que, tras una guerra de cinco a?os, las mujeres necesitaban que alguien las ayudase a encontrarse hermosas otra vez. Cinco a?os m¨¢s tarde su marca era n¨²mero uno en Europa.
Las dos damas segu¨ªan odi¨¢ndose a distancia, haci¨¦ndose llegar mensajes sobre su mutua prosperidad, sus ¨¦xitos y sus proyectos de futuro. Helena y Elizabeth eran dos ancianas con vitalidad adolescente, que segu¨ªan conservando una piel excepcional. Ambas hab¨ªan elegido a una sobrina como heredera al frente de la marca: Pat Young se convirti¨® en la mano derecha de Elizabeth; Mala Rubinstein, en la de Helena. Helena Rubinstein muri¨® en Nueva York el 1 de abril de 1965. Hab¨ªa acudido a trabajar a su despacho cuando se sinti¨® indispuesta. La trasladaron de inmediato a un hospital, donde falleci¨®, v¨ªctima, al parecer, de una trombosis. Ten¨ªa 93 a?os. Elizabeth Arden la sobrevivi¨® 18 meses. Ya estaba en su despacho para empezar la jornada laboral y empez¨® a marearse. Muri¨® como su eterna enemiga: con las botas puestas. Las herederas de los dos imperios, Pat Young y Mala Rubinstein, nunca quisieron seguir la l¨ªnea de hostilidad marcada por sus t¨ªas, y llevaron su competencia a t¨¦rminos exclusivamente empresariales. Una vez, ambas se encontraron en un almuerzo en Nueva York, y Mala dijo a Pat que lamentaba que miss Arden y madame Rubinstein no hubiesen llegado a conocerse. "En el fondo", asegur¨® Mala, "yo creo que se habr¨ªan gustado". Puede ser. Quiz¨¢ se odiaban tanto porque ambas se reconoc¨ªan a la perfecci¨®n en el espejo de la otra.
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