J.-L. G.
Ayer mismo se estren¨® en Madrid Notre Musique, el pen¨²ltimo trabajo de Jean-Luc Godard. Trabajo digo, no pel¨ªcula, porque la obra del suizo hace tiempo (en realidad desde el principio) que no encaja en los par¨¢metros del cine al que nos hemos acostumbrado, ese que cuenta una historia, a menudo la misma, de una manera determinada, a menudo id¨¦ntica. Su cine es una investigaci¨®n y tambi¨¦n un hallazgo, o una lista de hallazgos, de dudas y descubrimientos. Experimental, s¨ª, pero tambi¨¦n concreto, puntual, ir¨®nico, po¨¦tico, real que no realista. Literario, no literal.
Godard en Madrid, por fin algo que celebrar en este invierno de mausoleos culturales y revoluciones prehist¨®ricas. Hace a?os esto no hubiese sido noticia, pero por alguna raz¨®n, las pel¨ªculas de Godard ya no se estrenan por aqu¨ª. Ahora se estila m¨¢s el cine social, el tejido humano, el melodrama de tintes po¨¦ticos, la mala conciencia y la liquidaci¨®n de la deuda externa. El cine de vanguardia ya no se lleva o se lleva de otra forma. Gestualmente alternativo, a la americana, rudimentariamente sentimental a la europea. De mucho sufrir. El desaf¨ªo intelectual resulta pedante, fr¨ªo, pasado de moda. Han muerto las distancias, las precauciones, el v¨¦rtigo, el arte por el arte, el cine por el cine. Hay que sentir, en el est¨®mago, en los huesos, en el coraz¨®n. En eso estamos; sufrimos mucho, pensamos poco.
De un tiempo a esta parte tengo la sensaci¨®n de que la gente se cree las pel¨ªculas como si fueran ciertas. Tengo la sensaci¨®n tambi¨¦n de que cuanto m¨¢s pretende acercarse el cine a la realidad, m¨¢s se aleja del cine. Es por eso que en mitad del desconcierto general no viene mal esta visita de Jean-Luc Godard. Par¨ªs siempre fue un poco m¨¢s lista que Madrid, m¨¢s triste tambi¨¦n, como Anna Karina y el resto de mujeres de mentira que caminan deprisa sin saber bien ad¨®nde, entre paraguas, entre el desamor y el taxi, con Bach sonando en los ascensores y pintadas grotescas sobre las vallas publicitarias, y la jocosa seriedad de un hombre que trata de descubrir qu¨¦ es lo que se esconde entre dos planos, a vueltas con el misterio de la Sant¨ªsima Trinidad.
Cuestionando la cuesti¨®n, devolviendo la maliciosa pregunta de Tom Wolf y su palabra pintada, luchando contra el retroceso del arte, prefiriendo siempre lo literario a lo literal. En fin, teorizando desde el coraz¨®n mismo de la bestia; pero no s¨®lo eso, construyendo tambi¨¦n la historia y sus historias. Pensando en el cine, pero tambi¨¦n haciendo cine. Volver a tener a Godard, aunque sea s¨®lo en una sala, en una pantalla, me trae recuerdos de la gente que fuimos. Sin nostalgia, sin ira, im¨¢genes nada m¨¢s. Cre¨ªamos tanto en el arte (hace tiempo de esto, pero cre¨ªamos de veras), no en el arte al servicio del hombre querido, se?or Wolf, sino en el hombre al servicio del arte. De ah¨ª que la cuesti¨®n fuese crucial y no necesaria, o ¨²til, ni siquiera valiosa, s¨®lo crucial.
A Godard le llam¨¢bamos God, que es Dios en ingl¨¦s; tambi¨¦n a Bergman le llam¨¢bamos Dios. Ninguno de los dos se enfadaba. Nos tom¨¢bamos el asunto rematadamente en serio. No es que nos tom¨¢semos en serio a nosotros mismos (tal vez un poco, pero no sin rubor), les tom¨¢bamos en serio a ellos. A¨²n lo hago. La energ¨ªa que derroch¨¢bamos no nos imped¨ªa ver la iron¨ªa impl¨ªcita en la pelea. Y sin embargo nada se tomaba a la ligera. No las llam¨¢bamos pel¨ªculas, lo llam¨¢bamos cine. Son dos cosas distintas que por momentos se juntan, se superponen, pero tambi¨¦n se distancian y en ocasiones se enfrentan, y es lo uno o lo otro. A¨²n emociona ver la sorda lucha del viejo Godard contra las paredes, y su desesperada manera de querer al cine, dentro de sus l¨ªmites y hasta la muerte. La muerte del cine, claro est¨¢.
Jean-Luc Godard en Madrid es siempre una buena noticia. Nos trae la memoria y el olvido, la violenta relaci¨®n entre los signos, las im¨¢genes que nos obligan a pensar. El cine que vemos, y con frecuencia el que hacemos, se ha vuelto plano e inofensivo, falsamente domesticado, sin esquinas. Ignora su propia naturaleza, se reduce, se encoge. No se cuestiona nada dentro de su propio sistema y pretende saberlo todo de la vida real. Qu¨¦ confusi¨®n. Habr¨ªa que dejar la vida tranquila, la realidad se basta sola, no necesita que la reproduzcan, sino que la incomoden. ?Y qu¨¦ hay del cine? ?D¨®nde est¨¢? Si Hitchcock levantara la cabeza... En fin, demos la bienvenida a Godard, en mitad de los d¨ªas m¨¢s fr¨ªos del invierno.
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