Hablemos de eutanasia
Justo al d¨ªa siguiente de que EL PA?S publicara en su secci¨®n de Opini¨®n el 9-1-2005 el art¨ªculo de Pere Puigdom¨¨nech titulado Alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que hablar de eutanasia, Ramona Maneiro confiesa en Tele 5 haber ayudado a morir al tetrapl¨¦jico gallego Ram¨®n Sampedro, ante 1.401.000 espectadores, un tercio de la audiencia matinal, trascendiendo inmediatamente a lo m¨¢s destacado del resto de los medios. Este mismo peri¨®dico lo trata en un editorial del 13-1-2005.
Tan extraodinaria expectaci¨®n viene a confirmar la pertinencia y acierto de dicho t¨ªtulo; m¨¢s a¨²n, la conveniencia de hacerlo cuanto antes. La raz¨®n es bien sencilla, la eutanasia ha dejado de ser s¨®lo una cuesti¨®n ¨¦tica en reflexiones minoritarias para convertirse en un problema perentorio para un n¨²mero de personas en constante aumento.
La evoluci¨®n de la medicina ha trastocado irreversiblemente el pensamiento sobre la existencia y nuestro cuerpo; la vida y la muerte ya no pueden considerarse dos estados ajenos entre s¨ª e incompatibles, desde que empezamos a conocer su necesaria interrelaci¨®n; as¨ª como la idea de que nuestro organismo sea un algo ¨²nico en buena medida intocable en sus elementos m¨¢s "nobles" cuando hasta en nuestro cerebro apenas quedan ya zonas innaccesibles a una intervenci¨®n quir¨²rgica, la farmacolog¨ªa sigue aumentando su capacidad de incidir selectivamente sobre las conductas y empezamos a materializar incluso en im¨¢genes el proceso neuronal de los sentimientos.
En consecuencia, cada d¨ªa se puede retrasar m¨¢s la "muerte cerebral", no siendo ya ciencia-ficci¨®n la posibilidad de un cerebro legalmente vivo al margen de un soporte corporal. No deber¨ªamos llegar a tal grado de disparate, pero esas posibilidades -y muchas otras reales no tan extremas- nos obligan a repensar la diferencia entre vida vegetal y vida humana; y como esta ¨²ltima categor¨ªa tampoco forma un modo de existencia uniforme, pues abarca desde aquella completa monstruosidad hasta los comportamientos de mayores cualidades racionales, habr¨¢ que establecer a efectos legales y m¨¦dicos por d¨®nde debe estar el l¨ªmite de la terapia sin encarnizamiento, la franja de tratamiento propio de los cuidados paliativos y cu¨¢ndo se entra en ese innegable grupo de casos donde fracasa todo lo anterior para introducir medidas que eviten horribles cacotanasias que destrozan tanto al paciente como a su entorno de una manera bien lejana de la dignidad humana.
Pero m¨¦dicos y legisladores han de aceptar que la capacidad de una voluntad libre, consciente y respetuosa socialmente de cada uno de nosotros a disponer sobre nuestra propia muerte ha de llegar a ser un derecho tan fundamental como el derecho a vivir nuestra propia vida.
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