Un secreto
El flamante ganador del Premio Nadal, Pedro Zarraluki, declar¨® ayer: "La primera de las dos librer¨ªas era la llamada Librer¨ªa Internacional, en la calle de Aribau, muy cerca de la plaza de la Universidad. Yo no hab¨ªa cumplido a¨²n los 20 a?os", precis¨®. A¨²n aturdido, pero feliz, por el galard¨®n que acababa de concederle un competente jurado de escritores, editores y hombres de letras, Zarraluki continu¨®: "Alguien me lo dir¨ªa, claro", razon¨®. "Pero no recuerdo qui¨¦n. Ser¨ªa en la misma universidad, alguien mayor que yo, tal vez, que estar¨ªa en el ajo. Lo cierto es que la primera vez que entr¨¦ iba muy nervioso, aunque plenamente dispuesto a seguir las instrucciones que me hab¨ªan dado".
El flamante ganador del Nadal, Pedro Zarraluki, es un autor de una obra densa y apreciada por la cr¨ªtica
El escritor barcelon¨¦s, autor de una obra densa y apreciada por la cr¨ªtica, pero que tal vez no ha recibido todav¨ªa el espaldarazo del gran p¨²blico, se aprest¨® luego a subrayar: "Ya digo que iba nervioso, pero firme y decidido a acceder al secreto. Cuando entr¨¦ en la librer¨ªa hab¨ªa un hombre sentado en un extremo. Era una pieza ¨²nica, que har¨ªa unos 15 metros de largo. El hombre se correspond¨ªa con la descripci¨®n que me hab¨ªan hecho. Y estaba solo, como me hab¨ªan casi asegurado que estar¨ªa si ven¨ªa temprano por la ma?ana. Lo salud¨¦ amable, pero superficialmente, y antes de entrar en materia me distraje un poco por la tienda, hojeando libros de la mesa central y de las estanter¨ªas".
Zarraluki hace una pausa. A¨²n no sabe a qu¨¦ va a destinar el dinero el premio -o no lo quiere decir-, y s¨®lo insin¨²a que tal vez le sirva para tapar algunos agujeros. En cualquier caso es p¨²blico y notorio que lo m¨¢s importante del Premio Nadal no es su dotaci¨®n econ¨®mica, sino el aura de prestigio que confiere a quien logra adherirse a la larga lista que encabez¨® una jovenc¨ªsima Carmen Laforet, primera ganadora del premio en 1944 con su novela Nada. Zarraluki bebe unos sorbos del agua que sol¨ªcita le ha tra¨ªdo la jefa de prensa de Destino. "Al cabo de unos 10 minutos", prosigue reconfortado, "me dirig¨ª al ¨¢ngulo de la tienda que me hab¨ªan indicado. El hombre y yo segu¨ªamos solos. Una vez en el ¨¢ngulo levant¨¦ la cabeza y le mir¨¦. ?l tambi¨¦n me mir¨®. Al cabo de unas mil¨¦simas de segundo que a m¨ª me parecieron eternas el hombre baj¨® la cabeza en se?al de asentimiento. Yo sudaba. El coraz¨®n me repercut¨ªa como muy pocas veces en mi vida".
La novela estar¨¢ en la calle en pocas semanas. Los responsables de la editorial ya le han urgido para que corrija galeradas en el menor tiempo posible. Una vez en la calle empezar¨¢ el largo rito de las presentaciones y ruedas de prensa, que lo llevar¨¢n por las principales capitales de provincia espa?olas. Una caravana sin duda agotadora, pero imprescindible "Me apoy¨¦ sobre la estanter¨ªa", dice lentamente y con elegante ¨¦nfasis, "y en efecto la estanter¨ªa cedi¨® lentamente, girando sobre un misterioso eje. As¨ª me vi penetrando en el otro lado del falso tabique. Pero antes de desaparecer por completo tuve tiempo de dirigir una ¨²ltima mirada a mi c¨®mplice, que, impasible y sin dar ninguna muestra de alarma, parec¨ªa despedirme como se despide a un n¨¢ufrago". Cada premio literario plantea la misma, o parecida, serie de interrogantes: ?Son limpios? ?Est¨¢n ama?ados? ?Tienen que ver menos con la literatura que con la mercadotecnia? ?Impulsan la carrera de un autor? ?O m¨¢s bien la hunden? Zarraluki, un hombre afable, pero serio, parece haber repasado mentalmente todos y cada uno de esos interrogantes. No parece hombre de dar pasos sin medirlos. "Cuando la gran estanter¨ªa gir¨® por completo advert¨ª el nuevo lugar donde me hallaba. Una copia, aunque a escala algo m¨¢s reducida, de la librer¨ªa que hab¨ªa dejado al otro lado. S¨®lo faltaban el hombre, el rumor y las vistas a la calle. La estancia oculta estaba peor iluminada que su hermana y era algo m¨¢s dif¨ªcil descifrar los t¨ªtulos de los libros de las estanter¨ªas. Tard¨¦ algunos minutos en decidirme a dar alg¨²n paso, como para comprobar que la apariencia inofensiva de las cosas se confirmara. Al fin y al cabo, nunca hab¨ªa estado all¨ª y en cierto modo no pod¨ªa olvidar que estaba protagonizando una aventura clandestina y que...". Suena el m¨®vil, como debe de estar sonando cada minuto desde que la noticia del nuevo Nadal empez¨® a circular. El escritor pide perd¨®n, con educaci¨®n exquisita, atiende brevemente a su interlocutor y contin¨²a: "Digo que era igual que la otra tienda. Pero claro, en las estanter¨ªas hab¨ªa otros libros. Libros de Marx, Lenin, Reich, Payne, Ynfante... Libros sobre Espa?a que era imposible conseguir en Espa?a. Y libros sobre el mundo que no conven¨ªa conocer en Espa?a. O sea, que la librer¨ªa era perfectamente internacional. Y sumadas la parte oficial y la secreta daban una buena librer¨ªa, como s¨®lo era posible encontrar en la ciudades libres. O sea, que aqu¨ª tambi¨¦n hab¨ªa de todo", sonr¨ªe con un poco de iron¨ªa.
Zarraluki tiene que dar por acabada la cita. Otros compromisos le apremian. Se le pregunta por los proyectos, pero niega que los tenga. O que pueda hablar de ellos sin echarlos a perder. "En esa trastienda compr¨¦ muchos libros. Me acuerdo de dos. Uno muy bueno y uno muy malo. El malo, mal¨ªsimo, era Sexus, de Henry Miller, y el bueno era Si te dicen que ca¨ª, de Juan Mars¨¦, en la versi¨®n completa que se hab¨ªa publicado en M¨¦xico". Y concluye el escritor: "Supongo que hab¨ªa un sistema para avisar de que uno iba a salir de la trastienda. Pero no lo recuerdo. S¨®lo me veo atravesando la pared con un mont¨®n de libros, pagando al hombre con total normalidad y saliendo a la calle. Iba a paso r¨¢pido, porque Franco se mor¨ªa y yo estaba ansioso de meter mano a todo aquello".
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