La selecci¨®n natural en la ciencia
Existe una marcada tendencia entre los Gobiernos y las instituciones supranacionales a establecer sus pol¨ªticas cient¨ªficas bas¨¢ndose en el principio de selecci¨®n natural, postulado por Darwin como fuerza motriz de la evoluci¨®n biol¨®gica. Seg¨²n ese principio, los fondos destinados a la investigaci¨®n cient¨ªfica son limitados -en Espa?a demasiado limitados- y su acceso restringido. En consecuencia, no todos los aspirantes pueden ver satisfecho su deseo de investigar con cargo a los presupuestos p¨²blicos. La adjudicaci¨®n requiere una competencia dura y feroz entre los numerosos grupos de investigaci¨®n, de manera que s¨®lo los mejores (m¨¢s aptos) son seleccionados, mientras los no aptos est¨¢n condenados a malvivir o extinguirse, cient¨ªficamente hablando
En la distinci¨®n competitiva entre mejores y peores, un criterio primordial a valorar es la denominada producci¨®n cient¨ªfica, entendida como la generaci¨®n de nuevos conocimientos y avances en un campo determinado. Dicha producci¨®n ha de ser acreditable mediante realizaciones y documentos concretos: art¨ªculos, libros, patentes, dise?os t¨¦cnicos, ponencias en foros y comisiones y dem¨¢s. No siempre resulta f¨¢cil a corto plazo calibrar la verdadera trascendencia de un descubrimiento, pero dado el car¨¢cter universal de la ciencia, se ha establecido el ¨ªndice de impacto, un par¨¢metro emergente de referencia -aunque no exento de cr¨ªticas- que permite ponderar objetivamente la importancia de un determinado hallazgo, en funci¨®n del ¨®rgano especializado donde se ha comunicado.
Sin embargo, si repasamos la historia de la ciencia, encontraremos numerosos hitos capitales que contradicen frontalmente el principio de la selecci¨®n natural. As¨ª, Mendel sent¨® los cimientos de la gen¨¦tica a trav¨¦s de una monograf¨ªa publicada en un bolet¨ªn de la sociedad cient¨ªfica de Br¨¹nn, enviando una copia a Von N?geli, el bi¨®logo m¨¢s reputado de su tiempo, quien la ignor¨® y despreci¨® ol¨ªmpicamente. Transcurrieron m¨¢s de 30 antes de que aquellos trabajos de impacto fueran redescubiertos. Ya en el siglo XX, el grupo de bacteriolog¨ªa encabezado por O. T. Avery estuvo trabajando durante 13 a?os sobre los mecanismos de transformaci¨®n en bacterias pat¨®genas. Su rendimiento fue muy pobre: un ¨²nico art¨ªculo publicado en una revista de segundo orden (Journal of Experimental Medicine); pero su impacto incalculable: la demostraci¨®n del ADN como mol¨¦cula portadora de la informaci¨®n hereditaria, considerada la mayor aportaci¨®n en biolog¨ªa de todo el siglo XX. La producci¨®n de Watson y Crick tampoco fue abundante, dos art¨ªculos de poco m¨¢s de una y dos p¨¢ginas, respectivamente, fueron suficientes para formular el modelo de doble h¨¦lice para el ADN y deducir las implicaciones sobre el mecanismo de replicaci¨®n del material gen¨¦tico.
No es preciso remontar tanto el vuelo para encontrar otros ejemplos palmarios de discordancia entre calidad y cantidad cient¨ªfica. Kary Mullis comentaba divertido que la primera vez que present¨® en un congreso el fundamento conceptual de la archifamosa reacci¨®n en cadena de la polimerasa (PCR), nadie le hizo el menor caso -excepto el sagaz J. Lederberg, quien le pregunt¨® si aquella idea extra?a funcionaba de verdad-. Hoy, el diagn¨®stico mediante las pruebas de ADN est¨¢ extendido por todos los laboratorios del mundo. Cuando Stanley Prusiner propuso el concepto her¨¦tico del pri¨®n infeccioso como una part¨ªcula desprovista de ¨¢cido nucleico y compuesta ¨²nicamente de prote¨ªna, recibi¨® cr¨ªticas furibundas de sus colegas, tuvo enormes problemas para obtener financiaci¨®n y solamente mediante una buena dosis de suerte pudo proseguir sus investigaciones. Si en ¨¦stos (y muchos otros) casos, se hubiera seguido rigurosamente el principio de selecci¨®n basado en la producci¨®n y el impacto cient¨ªfico, probablemente ninguno de los investigadores rese?ados habr¨ªa superado el corte.
En nuestro mundo globalizado, existe un cierto consenso en considerar como v¨¢lido e insustituible el vigente sistema de distribuci¨®n de los presupuestos de investigaci¨®n, basado en la competitividad entre grupos. La aplicaci¨®n a rajatabla de los criterios de rentabilidad tiende a favorecer la prevalencia de los grandes equipos compartimentalizados, que funcionan como un panal de abejas distribuy¨¦ndose el trabajo. Mientras unos miembros atienden labores de gesti¨®n y mantenimiento, otros se ocupan de redactar proyectos, informes, memorias y obtener fondos. Los laboratorios devienen en f¨¢bricas de producci¨®n de resultados y los l¨ªderes de grupo, escogidos por su brillantez y capacidad cient¨ªfica, se transforman en una suerte de consejeros-delegados, gestores, pol¨ªticos... m¨¢s preocupados por la coordinaci¨®n y preeminencia del conjunto que por la calidad y novedad de las hip¨®tesis y l¨ªneas de trabajo en marcha. Por este camino, la investigaci¨®n progresa adecuadamente. No obstante, se debe recordar que los grandes logros cient¨ªficos no son continuistas sino revolucionarios, subvierten doctrinas firmes y son realizados por autores heterodoxos, a menudo repudiados por el establishment. En consecuencia, la selecci¨®n natural deber¨ªa ser lo suficientemente amplia en espacios y recursos para impedir que ning¨²n grupo cualificado se extinguiera.
Juan Carlos Arg¨¹elles es profesor titular de Microbiolog¨ªa de la Universidad de Murcia
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