'Sabios de comit¨¦'
Proliferan entre nosotros los comit¨¦s de sabios. Un indiscutible plus de prestigio y magia rodea este invento aparecido en la legislatura de Zapatero. Disponer de sabios propios aparece, por s¨ª mismo, como un indicio de la sabidur¨ªa de quienes les contratan. No nos enga?emos: ¨¦sa es la finalidad primaria de esos comit¨¦s. Quien disfruta de sabios de cabecera se eleva por encima de quienes consultan el Larousse o Internet por s¨ª mismos. Es de esperar, pues, que el invento crezca a buen ritmo.
Los sabios en cuesti¨®n, por su parte, observan complacidos que formar parte de cualquier comit¨¦ de sabios se percibe, por intelectuales o bur¨®cratas en busca de tribuna y seguridad econ¨®mica, como recompensa apetecida. Ah¨ª es nada que, de buenas a primeras, se te premie con la categor¨ªa de sabio. ?C¨®mo sube la cotizaci¨®n en este siempre precario mercado del reconocimiento! ?Qu¨¦ golpe bajo a los competidores! Estar en un comit¨¦ de sabios equivale hoy a la consagraci¨®n como ¨ªdem. La raza de los expertos encuentra en estos sabios su ¨¦lite.
Hay siempre pocas plazas para estas recompensas, as¨ª que la cola de aspirantes a sabios de comit¨¦ -hombres esforzados que a duras penas hacen huecos a catedr¨¢ticas- se incrementa con rapidez. Y es en ese momento cuando se establece una nueva versi¨®n de una vieja profesi¨®n: la ya nombrada de sabio de cabecera. Los mecenas renacentistas no hac¨ªan otra cosa en sus cortes que reclutar sabios y bufones. A cambio de un buen sueldo, eso s¨ª. Y de prestigio social. Todos sal¨ªan ganando con el sabio profesionalizado, experto en sutiles maniobras de consagraci¨®n de reputaciones. Un buen convenio para ambas partes.
En nuestra ¨¦poca, este papel social se liberaliz¨®, se ampli¨® al meollo econ¨®mico, y tom¨® la forma de consultor¨ªa: pensar, analizar y cobrar por encargo concreto. El consultor manten¨ªa su independencia al proclamar que trabajaba para s¨ª mismo: se valoraba entonces su visi¨®n exterior e imparcial. Eso ya es historia: el consultor actual, competitivo, acaba refrendando el diagn¨®stico previamente sugerido por su contratante. El modelo es americano. Como el de los think tank, estrategas profesionales en n¨®mina de fundaciones multimillonarias, dise?adores del porvenir global desde un protector anonimato que apuntala doctrinalmente a un fetiche sabio: por ejemplo, Bush. Los estrategas -sabios ocultos- entregan al fetiche todas las respuestas preparadas al caos que ellos mismos fomentan: son celadores exclusivos del sentido del mundo. Crean problemas y luego los solucionan: dos en uno. As¨ª es la cosa.
Nuestros comit¨¦s de sabios son, en comparaci¨®n, un modernizado apa?ito de andar por casa, disfrazado de estrategia, consultor¨ªa e imagen de b¨ªblica sabidur¨ªa. Algo plenamente latino. Ni siquiera importa mucho lo que hagan. ?sta es la gracia de la cosa: entre nosotros ya se sabe que quien adquiere fama de sabio puede echarse a dormir. A fin de cuentas, sus largu¨ªsimos estudios y sus creativas propuestas tienen tendencia a concluir lo ya sabido: que hace falta m¨¢s dinero para solucionar cualquier cosa y que han de ser los ciudadanos quienes lo pongan. Ah, la magia de los impuestos: el gran secreto de nuestros sabios somos nosotros mismos. Las monta?as paren ratones a menudo.
Pienso en dos casos concretos: los sabios de la televisi¨®n p¨²blica y su irresistible tentaci¨®n de proponer un canon a los consumidores y los sabios de la sanidad catalana a¨²n dudosos de c¨®mo decirnos cu¨¢nto m¨¢s nos costar¨¢n el m¨¦dico y las medicinas. Llevan meses en ello nuestros sabios de comit¨¦. Ellos piensan en lugar de los pol¨ªticos, que no tienen tiempo para pensar y que tambi¨¦n pagamos religiosamente con nuestros impuestos. Y que dure. Ah, el vil metal. Somos ricos y no lo sab¨ªamos. He ah¨ª la piadosa funci¨®n de nuestros contempor¨¢neos sabios: convencernos de lo estupendos que somos. ?Lo sab¨ªamos?
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