Las esclavas del Este
Las compran y las venden como esclavas del sexo. Miles de mujeres y ni?os de pa¨ªses del Este de Europa son captados por la amplia red internacional de traficantes de prostituci¨®n, uno de los negocios del crimen organizado m¨¢s lucrativos.
El d¨ªa que cambi¨® su vida, cuando ten¨ªa 13 a?os, Majlinda se dirig¨ªa a casa de su t¨ªa para ayudarla a planchar los vestidos para la boda de su prima en su pueblo del norte de Albania. Le faltaba poco para llegar a la casa cuando tres hombres desconocidos la detuvieron. La sujetaron, la metieron en un coche, le taparon los ojos, la ataron y la amordazaron; despu¨¦s la condujeron a la ciudad de Cjirokastra, al sur de Albania. Hasta que no cruzaron la frontera de Grecia y hubieron llegado a Corinto no le dijeron: "Ahora vas a trabajar".
"Al principio no sab¨ªa de qu¨¦ me estaban hablando", recuerda Majlinda, "hasta que me llevaron a un piso en el que hab¨ªa otras mujeres y me dijeron: 'Ahora trabajas aqu¨ª'. Cuando me negu¨¦, me dijeron que conoc¨ªan a mi familia y que si les causaba problemas, los matar¨ªan. Yo pens¨¦ en mis posibilidades. Me daba miedo quedarme, me daba miedo irme, as¨ª que empec¨¦ a trabajar. Ellos me forzaron, con violencia".
Apaleada y violada hasta que se someti¨® a sus traficantes, Majlinda empez¨® a trabajar, confinada en un piso, desde las ocho de la tarde hasta las cinco de la madrugada, obligada a alcanzar una cuota monetaria que supon¨ªa unos 20 clientes por noche. "E incluso cuando ganaba suficiente dinero", dice, "encontraban alguna raz¨®n para pegarme cuando se hab¨ªan acabado los clientes por esa noche".
Majlinda tiene cicatrices en la frente y alrededor de los ojos. Habla en un refugio, ya de vuelta en Albania, donde se esconde de sus traficantes. Su rostro es inexpresivo, de palo. Estuvo en Grecia durante un a?o, hasta que fue revendida en Florencia. La obligaron a hacer la calle en los destartalados barrios de la periferia. Tras tratar con los clientes, Majlinda entregaba lo que hab¨ªa recaudado, despu¨¦s de lo cual "los tres me violaban cuando hab¨ªa terminado de trabajar. Se colocaban con drogas -marihuana y coca¨ªna- y se me ven¨ªan encima. Y todas las noches me pegaban; incluso si hab¨ªa ganado los 1.000 euros que ellos insist¨ªan que ten¨ªa que conseguir, siempre encontraban una excusa".
Los raptores de Majlinda formaban parte de una organizaci¨®n; para ella estaba claro que "explotaban a otras muchas mujeres igual que a m¨ª, y ten¨ªan varias casas, pero no dejaban que nos conoci¨¦ramos". Hab¨ªa "clientes buenos y clientes malos", dice. ?Buenos clientes? "Quiero decir los que s¨®lo quer¨ªan sexo; los malos eran los que me pegaban, o me pegaban y me robaban el dinero, as¨ª que ten¨ªa que trabajar mucho m¨¢s para volver a ganarlo". Los traficantes, dice, "compet¨ªan entre ellos por el dinero que sacaban de m¨ª y de las otras mujeres. Compet¨ªan por ver qui¨¦n se compraba el coche m¨¢s mol¨®n o la ropa mejor".
Despu¨¦s de un a?o en Florencia, llevaron a Majlinda en coche a Amsterdam. "Estaba rodeada de gente", dice, "pero completamente sola. No pod¨ªa hablar con nadie y perd¨ª toda esperanza, pens¨¦ que no hab¨ªa salida. Ten¨ªa miedo de que si hablaba con alguien, los traficantes le har¨ªan algo a mi familia".
Por ¨²ltimo, un "cliente bueno" de Afganist¨¢n "me dijo que no tuviera miedo y me anim¨® a fugarme con ¨¦l. Lo hice, confi¨¦ en ¨¦l y me qued¨¦ embarazada de ¨¦l". Por un momento parece como si la historia de Majlinda fuera a lograr alguna perversa redenci¨®n. "Pero estaba equivocada", dice, retorci¨¦ndose las manos mientras habla. "Lo que ¨¦l quer¨ªa era que trabajase para ¨¦l y tambi¨¦n me pegaba todo el tiempo. Di a luz a mi hijo, y cuando eso sucedi¨®, me decid¨ª?".
"Le cont¨¦ mi historia a una mujer que sol¨ªa venir a ver a mi marido [que es como Majlinda se refiere al afgano], y ella a su vez me habl¨® de unas monjas cat¨®licas que hab¨ªa en Utrecht que rescataban prostitutas. Y acud¨ª a ellas. Me ayudaron a registrar a mi ni?o y a conseguir un billete de vuelta para Albania". Pero Majlinda sigue mirando fijamente a la mesa y sus manos mientras habla.
"Por fin logr¨¦ contactar con mi familia y les ped¨ª que se quedaran con mi hijo, pero ni siquiera quisieron verme, se avergonzaban de m¨ª. Mi padre dijo: 'Por lo que a nosotros respecta, est¨¢s muerta". Tras ser rechazados de esta manera, Majlinda y su hijo se refugiaron en un centro de acogida de la capital de Albania (Tirana), pero se vio obligada a dejar a su hijo en un lugar del que no quiere hablar y a seguir sola, despu¨¦s de que el afgano se presentara all¨ª busc¨¢ndolos a ella y a su hijo. "Este sitio es mi ¨²ltima oportunidad", dice del segundo centro de acogida al que fue. "Pero me aterroriza pensar que ¨¦l venga. Y que pueda tener otra vez ante mis ojos a los albanos".
La esclavitud de Majlinda dur¨® cuatro a?os. "?Hombres?", se pregunta. "No s¨¦ qu¨¦ decir. Lo ¨²nico que s¨¦ es que no quiero volver a ver a otro hombre en mi vida. Hubo momentos", dice Majlinda, que tiene ahora 17 a?os, "en los que pens¨¦ que yo no deber¨ªa estar viva, que tendr¨ªa que estar muerta. Pero luego pens¨¦: 'Tienes que ser valiente para sobrevivir, tienes que ser fuerte, o no saldr¨¢s de ¨¦sta".
Majlinda es solamente una m¨¢s de los centenares de miles de mujeres esclavizadas y atrapadas por uno de los delitos m¨¢s lucrativos y de m¨¢s r¨¢pido crecimiento: la prostituci¨®n de ni?as y mujeres j¨®venes. En funci¨®n de los beneficios que genera, se cree que este tr¨¢fico ocupa el tercer lugar, despu¨¦s del de las drogas y las armas. Los sindicatos del crimen est¨¢n cambiando de actividad porque las mujeres y las ni?as son m¨¢s f¨¢ciles de transportar que un alijo de coca¨ªna o hero¨ªna. Adem¨¢s, una mujer puede ser vendida y revendida una y otra vez, a diferencia de las drogas.
La escala del delito es imposible de cuantificar. El departamento de Estado de Estados Unidos dijo el a?o pasado que cre¨ªa que el tr¨¢fico a trav¨¦s de las fronteras pod¨ªa estar entre 600.000 y 800.000 personas al a?o, con unos beneficios calculados en miles de millones de euros. Y de estos cientos de miles, una proporci¨®n muy alta son ni?os, es decir, menores de 18 a?os.
El tr¨¢fico de mujeres y ni?os es esencialmente distinto del contrabando de personas o inmigraci¨®n. La ONU lo defini¨® en el a?o 2000 como reclutar y transportar personas "por medio de la amenaza o el uso de la fuerza u otras formas de coacci¨®n", como el secuestro, el fraude o el enga?o, o, por supuesto, "el abuso de poder o de una situaci¨®n de vulnerabilidad".
"A todos nos gustar¨ªa aportar cifras concretas", dice Steve Ashby, director del programa Save the Children en Albania. "Pero sencillamente no las tenemos. Lo que s¨ª podemos dar por seguro es que las cifras son lo bastante altas como para justificar una inquietud muy seria. Todo lo que se diga es poco acerca del nivel de opresi¨®n y brutalidad que infligen estos traficantes".
"El traficante", dice Ashby, "va invariablemente por delante de las autoridades. Siempre encuentra v¨ªas alternativas para seguir. El fen¨®meno est¨¢ cambiando constantemente y sobrepasa todas las iniciativas que se emprenden para controlarlo".
Moldavia, Albania, Ucrania y Rumania, donde gran parte de la econom¨ªa est¨¢ controlada por los sindicatos del crimen y la corrupci¨®n ha reemplazado a los reg¨ªmenes comunistas como medio de lograr poder pol¨ªtico, son la fuente principal de mujeres secuestradas, El tr¨¢fico ha pasado a ser parte integral de la econom¨ªa de estos pa¨ªses. El sufrimiento de mujeres y ni?as como Majlinda es la piedra angular de m¨¢s de una torre nueva de hormig¨®n de Tirana o Chisinau. "A lo largo del camino", dice Ashby, "hay una cadena de personas involucradas en este comercio: los traficantes, los transportistas, los falsificadores de documentos, las casas francas, las lanchas motoras que los llevan de Albania a Italia, etc¨¦tera".
Tambi¨¦n hay pa¨ªses de los denominados "de destino" en Europa del Este, pero los "mercados" grandes, escondidos y terror¨ªficos, son m¨¢s grandes y est¨¢n por toda Europa Occidental y, cada vez m¨¢s, en Rusia, Turqu¨ªa, Israel, Oriente Pr¨®ximo y los Estados del Golfo. Invariablemente, las v¨ªctimas son reclutadas en los c¨ªrculos m¨¢s sojuzgados y vulnerables de la sociedad de Europa del Este, en pueblos desesperadamente pobres, en escarpadas monta?as, en barrios de chabolas.
Albania es una tierra de extrema pobreza, fiero patriotismo, monta?as escarpadas en el norte y campos de olivos y vi?as en el sur; aislada durante d¨¦cadas del resto de Europa y abierta ahora a un mundo de ensue?o europeo. Es un pa¨ªs de donde se obtienen decenas de miles de ni?as para el tr¨¢fico y a trav¨¦s del cual se lleva a las mujeres de otras partes de Europa del Este hacia Grecia e Italia, y de all¨ª a toda Europa. Las mismas organizaciones est¨¢n abriendo nuevos canales despu¨¦s de que se restringiera el paso en la ruta del mar Adri¨¢tico a Occidente a trav¨¦s de Serbia y los pa¨ªses de la antigua Yugoslavia.
Seg¨²n un informe de Unicef, "en los ¨²ltimos 10 a?os, 100.000 mujeres y ni?as albanesas han sido vendidas a Occidente y otros pa¨ªses balc¨¢nicos. Albania es tambi¨¦n uno de los principales pa¨ªses de tr¨¢nsito para el tr¨¢fico de ni?as y mujeres de Europa Central y del Este". En Albania, el miedo al secuestro por los traficantes es tan grande que la cifra de chicas adolescentes que asisten al instituto en las zonas rurales ha descendido dr¨¢sticamente. En las zonas m¨¢s apartadas, "hasta un 90% de las chicas han dejado de recibir educaci¨®n secundaria", seg¨²n un informe de Save the Children. "Incluso aqu¨ª en Tirana tienen miedo", advierte Svetlana Roko, que dirige un centro de d¨ªa para ni?as con las que se ha traficado y ni?as en situaci¨®n de riesgo en la capital. "El chulo albano", afirma el informe, "tiene fama de ser extraordinariamente despiadado, y el asesinato no es infrecuente". En un caso en el que una mujer accedi¨® a testificar ante la polic¨ªa en Italia, el padre de la mujer se encontr¨® al llegar a casa con los restos mutilados de su otra hija esparcidos por toda la vivienda.
Algunas mujeres simplemente son raptadas, a otras se las enga?a con promesas de trabajo. "Depende", dice Vera Lesko, que dirige un centro para mujeres del tr¨¢fico en Vlora, al sur de Albania. "A lo mejor les prometen una carrera de modelo, trabajar en tiendas, servir en bares o becas de estudios. Sin embargo, cuando llegan a m¨ª est¨¢n completamente destrozadas, f¨ªsica y psicol¨®gicamente. Lo que intentamos hacer es devolverlas a su vida, decirles que sus sufrimientos han terminado, que deben centrarse en lo que tienen. Intentamos reintegrarlas, darles formaci¨®n profesional. Las enviamos a escuelas de Vlora, con otras mujeres que no conocen sus antecedentes".
Pero a pesar de todo esto, dice Lesko, "la mayor¨ªa son vendidas otra vez cuando vuelven. No tienen nada, est¨¢n aniquiladas. Tuve a una mujer a la que hab¨ªan vendido y vuelto a vender durante 10 a?os. No sab¨ªa c¨®mo vivir de una forma diferente, algo dentro de ella hab¨ªa cambiado para siempre".
Los traficantes, dice Lesko, rondan las comisar¨ªas de polic¨ªa, esperando para recoger a sus explotadas tan pronto como las sueltan. Sin embargo, "un n¨²mero significativo de ellas se reintegran, se rehacen, y es entonces cuando te parece que todo este trabajo merece la pena", se?ala Lesko.
Katalina mece al beb¨¦ que ha dado significado a su vida. Vive con una familia -que no sabe nada de su pasado- en un pueblo al norte de Moldavia, pero pronto tendr¨¢ un sitio para ella sola.
A principios de este a?o, Katalina, que hab¨ªa crecido en un orfanato, fue abandonada por su novio despu¨¦s de que le dijera que estaba embarazada. Poco tiempo despu¨¦s, una mujer rusa la invit¨® a una fiesta de cumplea?os en un bar de su pueblo, cerca de la ciudad de Balti, en Moldavia, y le ofreci¨® un futuro en Mosc¨², trabajando pintando casas o en una f¨¢brica de pasta. Katalina decidi¨® intentarlo. Pero las cosas empezaron a torcerse extra?amente cuando ella y su gorila ruso llegaron a la frontera de Ucrania.
"Un polic¨ªa nos recibi¨® y nos condujo en coche al otro lado, evitando los puestos fronterizos. El ruso pag¨® al polic¨ªa y fuimos a que nos hicieran papeles falsos". Despu¨¦s siguieron en tren hasta Mosc¨², donde Katalina se encontr¨® con una chica de cerca de Balti que le cont¨® lo que le esperaba. "No puedes irte de aqu¨ª", dijo la chica. "Te romper¨¢n las piernas".
As¨ª empez¨® la vida de Katalina como prostituta esclavizada, trabajando bajo un puente del ferrocarril, por el que los traficantes pagaban a la polic¨ªa local. "Me advirtieron que no dijera nunca que estaba embarazada, porque los clientes no me querr¨ªan y ellos me pegar¨ªan hasta hacerme trizas", recuerda Katalina. Algunos clientes, dice, "me ten¨ªan una serie de d¨ªas e invitaban a sus amigos. Un hombre me tuvo durante tres o cuatro d¨ªas en un s¨®tano e invit¨® a 20 hombres. Cuando me opuse me dijeron que era una perra, que ellos me hab¨ªan comprado y pod¨ªan hacer conmigo lo que quisieran. Otra vez yo estaba en el piso 11? de un edificio con siete moldavos, todos ellos tomando drogas. Despu¨¦s de hacer conmigo lo que quisieron, insistieron en que yo tambi¨¦n fumase algo de droga. Cuando me negu¨¦ se pusieron violentos y uno de ellos abri¨® una ventana y me amenaz¨® con tirarme. Pero hab¨ªa un hombre que estaba menos colgado que el resto que dijo: 'No eres m¨¢s que una asquerosa puta', y me sac¨® de la habitaci¨®n".
As¨ª fue pasando el tiempo, hasta que ya no se pudo ocultar m¨¢s el embarazo de Katalina. Los clientes, ofendidos en su sensibilidad, la pegaban e insultaban exigiendo que les devolviera el dinero. El traficante ruso tambi¨¦n la pegaba, diciendo que la iba a encerrar hasta que estuviera de parto y que "luego iba a vender a mi beb¨¦, cuando lo tuviera".
Katalina decidi¨® escaparse. El piso en que la manten¨ªan encerrada durante el d¨ªa lo vigilaban oficiales de polic¨ªa, pero Katalina vio la oportunidad en el descanso que se tomaba para almorzar el polic¨ªa de guardia. "Hicimos una cosa muy graciosa", dice. "Despu¨¦s de escapar corriendo del piso cogimos un tranv¨ªa a la plaza Roja, pensando que de all¨ª sal¨ªan los trenes a Chisinau. Imag¨ªnate, dos prostitutas moldavas fugadas, perdidas en un sitio lleno de turistas y preguntando a aquella gente tan elegante d¨®nde pod¨ªan tomar el tren para volver a su pueblecito". Cuando encontraron la estaci¨®n, fueron recogidas por la polic¨ªa del ferrocarril, que las envi¨® a casa.
Bajo el comunismo, Moldavia, con su f¨¦rtil tierra negra, era el huerto de la URSS y su industria estaba engranada en la infraestructura sovi¨¦tica. Ahora, la sociedad moldava ha sido saqueada por una clase pol¨ªtica neocomunista y corrupta y una econom¨ªa en deuda con los beneficios del crimen organizado. El sueldo medio es de 40 euros al mes y la generaci¨®n que est¨¢ creciendo ahora sin recuerdos del comunismo o de una prosperidad relativa es presa f¨¢cil de los que se dedican a la infame y creciente exportaci¨®n del principal producto de Moldavia: los seres humanos.
"Hay aproximadamente un mill¨®n de moldavos viviendo en el extranjero", dice Giovanna Barbetis, representante de Unicef, "y de este mill¨®n, una gran mayor¨ªa ha salido de forma ilegal y est¨¢ expuesta al tr¨¢fico. Lo hacen de formas distintas, ya que los traficantes se vuelven cada vez m¨¢s sutiles. Puede ser una conexi¨®n directa con un familiar, amigo, o amigo de un amigo. Hay anuncios en los peri¨®dicos para trabajos falsos de camarera, ni?era o cocinera dirigidos a mujeres y se convierten en una oferta atractiva, teniendo en cuenta que el desempleo en ese pa¨ªs es extremadamente elevado y que la violencia dom¨¦stica est¨¢ profundamente arraigada".
Hay una relaci¨®n entre el sometimiento de mujeres y ni?os en la sociedad moldava y su vulnerabilidad al tr¨¢fico, explica Daniela Popescu, que dirige el centro Amicol para ni?as "en peligro" de Chisinau. Dice que aproximadamente el 80% de las v¨ªctimas del tr¨¢fico tambi¨¦n han sido v¨ªctimas de la violencia dom¨¦stica. Se tiene a las mujeres en baja estima, ellas carecen de amor propio y tienden a aceptar las cosas como est¨¢n, a no denunciar a sus hombres.
"Los traficantes son muy conscientes de este estado de cosas", contin¨²a Daniela Popescu, "e, ir¨®nicamente, hacen promesas como: 'Est¨¢s trabajando en casa y te pegan, ?por qu¨¦ no trabajas donde no te peguen y te den tu buen dinero?".
La ciudad moldava de Biesti es sorprendente e inconfundible. Es una comunidad en la que no hay adultos; un lugar en el que solamente ni?os y viejos pasean por la calle principal y los senderos embarrados. La mayor¨ªa de los ni?os han sido abandonados por sus padres y, por tanto, son presa f¨¢cil para los traficantes. Angelina, de 13 a?os, se apa?a a duras penas con lo que le env¨ªan sus padres. Explica que ¨¦stos se fueron a Orvicto, en Italia, dej¨¢ndola a ella al cuidado de su hermano de 10 a?os.
Pero, a diferencia de la mayor¨ªa de los pueblos de este tipo, en Biesti tiene lugar una revoluci¨®n silenciosa, que demuestra que donde hay iniciativa, los traficantes no consiguen salirse con la suya. En Biesti funciona una red de centros de d¨ªa fundada por Unicef y dedicada casi completamente a despertar la conciencia sobre el tr¨¢fico de mujeres. Una de sus actividades, por ejemplo, es proyectar para todos los ni?os de Biesti una pel¨ªcula llamada Lilja 4-ever, del director Lukas Moodysson, sobre una ni?a rusa v¨ªctima del tr¨¢fico y que acaba en Estocolmo. "Todos lloramos al verla", dice Ver¨®nica, de 16 a?os. "Hablamos de ello y nos preguntamos qu¨¦ pod¨ªamos hacer".
Ver¨®nica y su amiga Aksenia son objetivos potenciales para cualquier traficante, pero ambas chicas hablan con madurez sobre los peligros, la pel¨ªcula y su mensaje. "No basta con tener la informaci¨®n para estar en guardia", dice Aksenia, "es cuesti¨®n de saber c¨®mo actuar en caso de que te veas en apuros".
Hay 63 "escuelas residenciales" para los denominados "hu¨¦rfanos sociales" de Moldavia. Son lugares como en el que creci¨® Katalina y, en conjunto, albergan alrededor de 13.000 ni?os "en peligro" de ser v¨ªctimas del tr¨¢fico. En estos lugares, adem¨¢s, Unicef trabaja contra los riesgos que aguardan a estos ni?os cuando intenten irse. En el orfanato de Orphei, un grupo de ni?as de 14 a?os ha visto tambi¨¦n Lilja 4-ever y ensayan una obra que representar¨¢n en la escuela y en la ciudad sobre el regreso de las v¨ªctimas del tr¨¢fico. "Estamos aprendiendo que debemos acogerlas de nuevo", dice Svetlana, "incluso si son seropositivas o tienen el sida".
Viorica, una chica de 17 a?os del sur de Moldavia, cuenta su historia. Dice que quer¨ªa ir al conservatorio y "aprender a cantar y a tocar". Pero la vida ten¨ªa otros planes para ella. En vez de eso, un primo lejano suyo la enga?¨® con una promesa de trabajo para que fuera a Turqu¨ªa. Cuando lleg¨® al centro tur¨ªstico de la costa de Antalya le mandaron que se vistiera y se preparase. "Ya va siendo hora de que trabajes', me dijeron. Les pregunt¨¦ en qu¨¦ iba a trabajar y me respondieron que iba a ir a un hotel a estar con hombres. Cuando me negu¨¦ me dijeron que ten¨ªa que hacerlo si quer¨ªa volver a Moldavia alguna vez. Me amenazaron con una pistola y me hicieron subir a un coche. Llegamos al hotel. Yo era virgen y aquella noche me hicieron estar con 11 hombres". Al llegar a este punto, Viorica se detiene en seco. Es un momento terrible para ella.
Ana Chirsanov, la psic¨®loga que trata a Viorica, comenta que la chica ha intentado suicidarse. "Su alma qued¨® destrozada aquella noche", explica Chirsanov. "Ella se resist¨ªa, pero ellos pensaban que aquello formaba parte de alg¨²n juego er¨®tico. Ella gritaba: '?No quiero hacerlo!', y se re¨ªan de ella, divirti¨¦ndose, tras lo cual empez¨® a pensar que era ella la que estaba mal de la cabeza y que el mundo era as¨ª. Que la gente que le hac¨ªa eso era normal y que ella estaba loca por sentirse desgraciada". La mayor¨ªa de las chicas, al volver, dice Chirsanov, hablan de su deseo de morir. "Tuvimos un caso de una menor que hab¨ªa saltado al vac¨ªo desde la ventana de un sexto piso? Sobrevivi¨® despu¨¦s de seis operaciones quir¨²rgicas".
Llamar "prostituci¨®n" a lo que le sucedi¨® a Viorica, o a cualquier otra ni?a o mujer con la que trafican las bandas, es enmascarar el problema, dado que la prostituci¨®n implica un cierto grado de consentimiento. "Aqu¨ª no hay ning¨²n consentimiento en absoluto", dice Sian Jones, coordinador de Amnist¨ªa Internacional en los Balcanes. "Est¨¢ claro que si tienes relaci¨®n sexual con una mujer a sabiendas de que est¨¢ siendo objeto del tr¨¢fico, es violaci¨®n".
"No hay consentimiento para la relaci¨®n sexual con una mujer v¨ªctima del tr¨¢fico", dice Denise Marshall, que dirige el Proyecto Amapola en el sur de Londres, ¨²nico refugio en el Reino Unido para mujeres objeto del tr¨¢fico. "Si una de estas mujeres se ve obligada a estar con 30 clientes al d¨ªa, por lo que a m¨ª respecta, son 30 violaciones al d¨ªa. El efecto sobre su cuerpo y su psique es el mismo que el de la violaci¨®n. Id¨¦ntico nivel de violencia contra esa mujer".
En Internet, la p¨¢gina www.punternet.com ofrece la posibilidad de saber c¨®mo piensan estos clientes. En ella se invita a los hombres a aportar notas comparativas sobre las prostitutas. A veces todo indica que la mujer a la que visitan est¨¢ siendo v¨ªctima del tr¨¢fico y que el cliente lo sabe. "El peor polvo de mi vida", se lamenta uno. "La chica era un robot, sent¨ª pena por ella, no pod¨ªa dejar de pensar: '?Por qu¨¦ est¨¢ haciendo esto?'. Ella no me dijo m¨¢s que un par de palabras en 10 minutos y pegaba botes cuando intentaba tocarla. Se tumb¨® intentando taparse las tetas. Me pas¨¦ 15 minutos intentando agarrarla. '?Por qu¨¦ lo hace? Creo que lo sospecho".
El debate sobre el tr¨¢fico de mujeres para prostituirlas est¨¢ mucho m¨¢s avanzado en Suecia, donde se ha dedicado dinero para contrarrestar el tr¨¢fico en el extranjero y se han aprobado leyes, en 1999, que pretenden combatir el tr¨¢fico abordando toda utilizaci¨®n de las prostitutas. "El problema de la demanda se combate aqu¨ª criminalizando la compra de servicios sexuales", dice Nina Strandberg, directora para Europa del Este del departamento de ayuda del Ministerio de Exteriores. "B¨¢sicamente, lo que esto significa es que no es ilegal que una mujer venda sexo, pero es ilegal que un hombre lo compre. Es una postura interesante, que se ha incorporado como algo que nosotros consideramos esencial para la lucha contra el tr¨¢fico". Seg¨²n la polic¨ªa de Estocolmo, la medida ha reducido en m¨¢s de dos terceras partes el n¨²mero de prostitutas con las que se comerciaba en la ciudad, con 754 condenas y multas impuestas desde 1999 hasta este verano.
"La ley sueca es pol¨¦mica, pero hasta que los pa¨ªses de destino de estas ni?as y mujeres no tengan en vigor alg¨²n tipo de legislaci¨®n, no podremos empezar a abordar el tema del tr¨¢fico", dice Steve Ashby. "No es suficiente con procesar a los que trafican, otro ocupar¨¢ su lugar. Pero si se endurecieran las leyes para la demanda, entonces habr¨ªa muchos clientes que se lo pensar¨ªan dos veces antes de correr el riesgo".
"La medida sueca podr¨ªa cambiar mucho las cosas si estuviera m¨¢s extendida", dice Lesko. "Apunta a quien tiene que apuntar, no a las ni?as a las que hacen da?o, sino a quienes hacen el da?o".
"El asunto del tr¨¢fico", dice Giovanna Barbetis, "est¨¢ adquiriendo dimensiones dram¨¢ticas. Y, sin embargo, no veo que los Gobiernos de Europa occidental quieran abordar este tema y encontrarle soluciones. En algunos lugares parece que no hubiera voluntad pol¨ªtica alguna. Hay muchos pa¨ªses en Europa que ni siquiera han emprendido una evaluaci¨®n o un an¨¢lisis con seriedad".
Los 45 Estados miembros del Consejo de Europa est¨¢n trabajando actualmente en el borrador de un acuerdo sobre el tr¨¢fico que brinde una oportunidad para establecer unas normas m¨ªnimas de protecci¨®n y apoyo para las personas v¨ªctimas del tr¨¢fico. Sin embargo, la mayor¨ªa de los Gobiernos -incluyendo el del Reino Unido- van de puntillas, confundiendo el tema con el del paso ilegal de fronteras y la inmigraci¨®n, y se muestran recelosos del lastre pol¨ªtico de cualquier planteamiento de las llegadas de Europa oriental. En el Ministerio del Interior brit¨¢nico hay intereses contrapuestos, entre los servicios de inmigraci¨®n, cuya prioridad es la de sacar a la gente que no tiene la documentaci¨®n necesaria, y los del mantenimiento del orden p¨²blico, que necesitan testigos dispuestos a colaborar e informaci¨®n secreta para poder procesar a los traficantes.
Un triunvirato de organizaciones -Unicef, Amnist¨ªa Internacional y Anti-Slavery International- est¨¢n haciendo campa?a para que la convenci¨®n europea cumpla con tres normas b¨¢sicas. La primera, proporcionar apoyo, cobijo y seguridad a las mujeres que aparezcan como v¨ªctimas del tr¨¢fico. La segunda, un periodo m¨ªnimo para que la mujer pueda decidir si quiere cooperar con la polic¨ªa en las investigaciones (la protecci¨®n en el Proyecto Amapola, financiado ahora por el Ministerio del Interior, est¨¢ condicionada a que se acceda a colaborar con la polic¨ªa. Italia tiene la legislaci¨®n m¨¢s avanzada hasta la fecha, que concede 90 d¨ªas para la reflexi¨®n, y ahora sugiere un periodo de reflexi¨®n de seis meses). Y la tercera, deben ofrecerse permisos de residencia -temporales o permanentes- en el pa¨ªs de destino "siempre que haya una posibilidad razonable de que la persona que ha sido v¨ªctima del tr¨¢fico corra el riesgo de volver a serlo o de cualquier otro da?o grave". Italia ya tiene dicho sistema, que ha demostrado ser eficaz, no s¨®lo en lo que respecta a la protecci¨®n de las v¨ªctimas, sino tambi¨¦n para el enjuiciamiento de los traficantes.
La trayectoria del Reino Unido es diferente. En el oto?o de 2003, Londres y Tirana firmaron un acuerdo bilateral para la repatriaci¨®n a Albania de ni?as o mujeres que hubieran sido v¨ªctimas del tr¨¢fico. "No puedo respetar una pol¨ªtica de repatriaci¨®n", dice Vera Lesko. "Desde aquel a?o he devuelto a 16 ni?as, 14 de las cuales han vuelto a ser vendidas. ?De verdad es tan dif¨ªcil quedarnos con 16 personas?".
Mike Kaye, de Anti-Slavery International, sostiene que "no hay conflicto entre protecci¨®n y enjuiciamiento criminal". Aparte ya del respeto por los derechos humanos de una persona a quien se los han pisoteado, dice, "la protecci¨®n de las personas v¨ªctimas del tr¨¢fico tiene tres claras ventajas: desbarata el sistema del tr¨¢fico, porque no pueden revenderlas; favorece la informaci¨®n secreta porque hay m¨¢s probabilidades de que cuenten a la organizaci¨®n de ayuda c¨®mo traficaron con ellas, y a largo o medio plazo, significa que hay m¨¢s probabilidades de que la v¨ªctima del tr¨¢fico est¨¦ m¨¢s dispuesta a cooperar con la polic¨ªa".
"Lo que verdaderamente me irrita", dice Denise Marshall, del Proyecto Amapola, "es que los Gobiernos -no s¨®lo el del Reino Unido- responsabilizan a los pa¨ªses de origen de estas mujeres. El hecho es ¨¦ste: si los brit¨¢nicos no quisieran tener relaciones sexuales con las mujeres v¨ªctimas del tr¨¢fico, estas mujeres no estar¨ªan aqu¨ª. Tuve a una mujer que hab¨ªa sido violada 88 veces -no, 18 no, 88- el d¨ªa de Navidad de 2002. Est¨¢ completamente aniquilada. Es una mujer creyente que no se atreve a ir a la iglesia. Tiene un hijo, pero cree que no se merece ver al ni?o. Los hombres que le hicieron eso eran brit¨¢nicos, y yo creo que el Reino Unido tiene la responsabilidad de proporcionarle al menos algo de tiempo y recursos adecuados. No hay remedios instant¨¢neos para una mujer as¨ª".
Eva, del sur de Albania, se enamor¨® del hombre que la llev¨® a N¨¢poles prometi¨¦ndole que se casar¨ªa con ella. Pero a su llegada, su prometido exigi¨® que Eva trabajara para ¨¦l como prostituta. "Cuando protest¨¦ me dijo que matar¨ªa a mi familia y que sus c¨®mplices en mi pa¨ªs le har¨ªan lo mismo a mi hermana". El traficante trabajaba con "un grupo de amigos", mientras Eva y otras chicas esclavizadas por ellos recorr¨ªan las calles de N¨¢poles reuniendo hasta 20 clientes para poder cubrir la cuota y, si ten¨ªan suerte, evitar una paliza. Sin embargo, la mayor¨ªa de las noches acababa siendo violada y apaleada por su traficante y sus c¨®mplices.
"Yo pod¨ªa ver a gente que llevaba una vida normal", dice con la mirada perdida en alg¨²n punto, "yendo de compras, ocup¨¢ndose de sus asuntos. Ten¨ªan a sus familias y a sus hijos con ellos, ten¨ªan sus vidas, ten¨ªan todas las cosas que yo quer¨ªa, pero nunca podr¨ªa tener. Me part¨ªa el coraz¨®n verlos. En cambio, me acostumbr¨¦ a ser una esclava, llorando todo el tiempo, pero siempre con miedo de dejarle porque ¨¦l conoc¨ªa a mi familia, conoc¨ªa a mi hermana. Yo estaba sola, no ten¨ªa a nadie".
El traficante de Eva era hermano de uno de los mayores tratantes en drogas y mujeres de Albania, que muri¨® en un accidente de coche. Eva consigui¨® escapar cuando ¨¦l volvi¨® a Tirana para el funeral, tras buscar y localizar a uno de sus hermanos, que viv¨ªa en Venecia.
Eva, que lleva una cruz colgada del cuello, tiene dos rostros inconfundibles y muy distintos: el que muestra cuando cuenta su historia hasta aqu¨ª, y otro, que de pronto se vuelve vivo y euf¨®rico cuando llega a este punto del relato. En Savona conoci¨® a su cu?ada, una cristiana evangelista que llev¨® a Eva a la iglesia y a ver una pel¨ªcula sobre Mar¨ªa Magdalena, la prostituta reformada. "Ella me salv¨® la vida", dice Eva, "me entr¨® una especie de paz y me hice creyente. Se me fue el miedo. Me di cuenta de que la gente te juzga, pero Dios puede perdonarlo todo".
Ahora, Eva vive oculta para evitar represalias y es la fuerza vital del centro de acogida en el que vive. "Por el momento tengo lo que quiero. Tengo a mi hermana conmigo, hago la limpieza, planto flores, coso". Pero tambi¨¦n anima a sus compa?eras v¨ªctimas y a aquellas que a¨²n siguen en el infierno de la esclavitud, del que ella ha escapado. "Les digo: 'No teng¨¢is miedo de hacer lo que hay que hacer. Id a la polic¨ªa. Testificad contra aquellos que os explotan, porque merecen ser castigados".
? The Guardian.
Todos los nombres de las v¨ªctimas que aparecen en este art¨ªculo se han cambiado por su seguridad. M¨¢s informaci¨®n sobre los proyectos de Unicef contra el tr¨¢fico de mujeres y ni?os en Internet, www.endchildrenexploitation.org.uk.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.