Juegos de manos
"Distingo ergo sum". Si, como pretend¨ªa Carl Schmitt, distinguirse del otro -identificado como enemigo- es la esencia de la pol¨ªtica, en el debate sobre el plan Ibarretxe no hubo actor m¨¢s pol¨ªtico que el lehendakari. Ibarretxe vino pertrechado sobre la vieja ideolog¨ªa alemana que sustenta que todo derecho es el derecho de un pueblo. Y construy¨® su balada triste con todos los lugares comunes sobre el conflicto entre el Pa¨ªs Vasco y Espa?a, que quiere decidir sobre un futuro que s¨®lo pertenece a los vascos y vascas. Pero enfrente estaba Zapatero, un pol¨ªtico posideol¨®gico que parece haber desterrado la idea de pol¨ªtica como confrontaci¨®n entre amigos y enemigos. Y as¨ª lo formul¨®: "Si vivimos juntos debemos decidir juntos". Para Zapatero la pol¨ªtica tiene m¨¢s que ver con lo que se comparte que con la apoteosis de las diferencias. Quiz¨¢s porque sabe que el primero de los derechos individuales, que, por cierto, en Euskadi no rige, es el derecho a la indiferencia, es decir, a no ser tratado ni se?alado como diferente.
El debate podr¨ªa ser descrito como un episodio m¨¢s de los enfrentamientos entre liberales y comunitaristas que han dominado la pol¨ªtica contempor¨¢nea. La primac¨ªa del individuo convertido en ciudadano frente al principio de una realidad comunitaria presentada como anterior y superior a cada uno de los sujetos que sus predicadores reconocen como propios. La gran novedad fue ver a Mariano Rajoy, el representante de una derecha de escasa tradici¨®n liberal, deconstruyendo "los mitos sin fundamento" que hacen imposible el di¨¢logo, con argumentos genuinos de la cultura de las Luces.
Una vez m¨¢s han asomado los interrogantes sobre el peculiar estilo de Zapatero en que las viejas categor¨ªas pol¨ªticas son, a menudo, sustituidas por categor¨ªas morales o, incluso, de urbanidad y buenos modales. No ser¨¦ yo quien llore por la disoluci¨®n de viejas ideolog¨ªas que han segregado muchos de los males enquistados en el mundo. Quiz¨¢s hay que empezar a entender a Zapatero en clave generacional. La democracia espa?ola se construy¨® a partir de la cultura pol¨ªtica de los setenta. ?Es Zapatero el exponente de un cambio de cultura? ?Es posible que la ciudadan¨ªa conecte mejor que la clase pol¨ªtico-medi¨¢tica, viciada por un lenguaje pol¨ªtico ya en v¨ªas de obsolescencia?
En cualquier caso, Zapatero y Rajoy recorrieron caminos distintos para llegar a la misma meta: el "no". Pero tampoco los "no" fueron id¨¦nticos: Rajoy fund¨® el suyo en el mantenimiento del acervo adquirido: el Estatuto de Gernika como m¨¢ximo punto de encuentro entre vascos. Y, en cambio, Zapatero abri¨® la puerta "a una realidad nueva", m¨¢s integradora, de "todos y para todos". No es f¨¢cil de entender el destino de una idea de la pol¨ªtica que parece construida sobre la creencia de que caminando sobre las aguas de los conflictos se pueden calmar las olas. Pero, de momento, ha conseguido que el Parlamento espa?ol hiciera con plena normalidad un debate sobre el Pa¨ªs Vasco con la presencia del lehendakari. Como dice un amigo, ha sacado una de las telara?as que quedaban de la transici¨®n.
Un pol¨ªtico cuando sufre una derrota que afecta a sus planes b¨¢sicos acostumbra a dimitir. El lehendakari ha cuadrado bien el calendario para convocar elecciones ya, sin reconocimiento de derrota. Aunque su rostro no era precisamente de entusiasmo, el lehendakari nunca aceptar¨¢ que perdi¨®. Se presentar¨¢ como v¨ªctima, una vez m¨¢s, del desprecio de Espa?a por la voluntad mayoritaria de los vascos. Y as¨ª buscar¨¢ ganar las elecciones. Pero esta vez el lehendakari ha quedado en fuera de juego y el desaf¨ªo a la legalidad no es muy apreciado en sociedades acomodadas como las nuestras.
Se puede criticar este doble juego de Ibarretxe que fuerza las reglas y despu¨¦s tiende la mano; sin embargo, lo realmente grave de su discurso fue, una vez m¨¢s, la ausencia de las v¨ªctimas y la incapacidad de reconocer la asimetr¨ªa de derechos entre los ciudadanos vascos. S¨®lo de pasada mencion¨® el da?o inmenso que el terrorismo hace a las personas y sus familias equipar¨¢ndolo al da?o a la imagen del Pa¨ªs Vasco. Ese olvido no es un descuido. Los mil muertos han de ser invisibles, porque reconocerlos es aceptar que en el Pa¨ªs Vasco antes que un problema nacional hay un problema democr¨¢tico. Si se incorporan las v¨ªctimas y los amenazados, aparece un paisaje con cad¨¢veres y escoltas que deja en evidencia los juegos de manos del lehendakari.
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