Responsabilidad hacia la Tierra y las generaciones venideras
Subraya el autor el compromiso por la conservaci¨®n del medio ambiente que impregna la Constituci¨®n europea.
Visto desde el espacio, el territorio de la Uni¨®n Europea es poco m¨¢s que un ap¨¦ndice en el gran continente euroasi¨¢tico. Es el lugar en el que apenas viven siete de cada cien habitantes de la Tierra. En ese peque?o rinc¨®n del planeta, algo importante est¨¢ ocurriendo. Por primera vez, desde la creaci¨®n de las polis griegas, ciudadanos est¨¢n escribiendo en su frontispicio constitucional, en la carta magna por la que solemnemente crean y articulan su espacio p¨²blico, que se sienten responsables hacia la Madre Tierra y hacia las generaciones venideras de seres humanos.
Por ello me ha llamado poderosamente la atenci¨®n que llamen a votar en su contra personas que se manifiestan comprometidas con una Europa ecol¨®gica. Esa negativa surge de una actitud, como dir¨ªa Nietzsche, "humana, demasiado humana". Consiste en comparar la realidad tal y como es con un ideal de perfecci¨®n inalcanzable, al que por definici¨®n nunca se llega y que produce, inevitablemente, reacciones de desencanto y frustraci¨®n. Es una actitud que tiende a olvidar el hecho b¨¢sico de que las sociedades reales son fruto de equilibrios entre diferentes sensibilidades, grupos de inter¨¦s, prioridades y objetivos. Es sencillamente impensable que una Constituci¨®n en la que hemos de reconocernos 455 millones de personas de 25 Estados miembros pueda hacerse sin realizar concesiones en m¨²ltiples direcciones. Por ello, es imprescindible mantener una perspectiva amplia sobre lo que significa esta Constituci¨®n.
El concepto mismo de desarrollo sostenible se sit¨²a en el centro del proyecto europeo
La Uni¨®n Europea representa a comienzos del siglo XXI la apuesta m¨¢s innovadora, audaz y visionaria en el campo de la gobernanza de cuantas se est¨¢n desarrollando a nivel internacional. Los centros de poder existentes en la actualidad han surgido vinculados a la configuraci¨®n de los Estados-naci¨®n. Son centros anclados en un sentido profundo de la territorialidad. Su discurso central busca renovar una y otra vez un sentimiento de poder, de autoafirmaci¨®n, frente a los dem¨¢s. Si se me permite la expresi¨®n, dir¨ªa que su visi¨®n y su logos surgen desde lo que la neurolog¨ªa evolutiva denomina el cerebro reptiliano -lugar del cerebro profundo filogen¨¦ticamente relacionado con los instintos b¨¢sicos de territorialidad, reproducci¨®n y agresi¨®n- y se articulan en una dial¨¦ctica excluyente del nosotros frente a ellos. Desde esa visi¨®n y desde ese discurso se formulan y despliegan pol¨ªticas internacionales definidas como juegos de suma cero en los que, para que mi Estado-naci¨®n gane, otro ha de perder o viceversa. El actual modelo agresivamente militarista, unilateral y dominante estadounidense supone un ejemplo claro de ese paradigma.
El proceso de creaci¨®n de la Uni¨®n Europea supone en su n¨²cleo mismo un modelo diferente. Ah¨ª reside la originalidad e importancia hist¨®rica del experimento. Durante la primera mitad del siglo XX, los Estados-naci¨®n europeos llevaron al l¨ªmite su historia secular de enfrentamientos, acicateados por la mencionada dial¨¦ctica territorio-poder/ amigo-enemigo. Tras hundirse en el m¨¢s profundo y oscuro de los abismos, el sue?o de una Europa unida surgi¨® como reacci¨®n a la crisis que supusieron las dos guerras mundiales libradas en gran medida en su propio territorio.
Fruto de esa experiencia se ha ido configurando a lo largo de las cinco ¨²ltimas d¨¦cadas una nueva constelaci¨®n de visiones, valores, objetivos e instituciones. La fuerza motriz material tras el proceso de creaci¨®n de la Uni¨®n ha sido, sin duda, la necesidad de configurar un espacio econ¨®mico suficientemente poderoso como para desempe?ar un papel relevante en una econom¨ªa mundial que se internacionaliza y unifica a marchas forzadas. En un mundo que se encaminaba hacia una poblaci¨®n de 6.000 millones de habitantes en el cambio de milenio, los pa¨ªses europeos aisladamente considerados carec¨ªan de demograf¨ªa y geograf¨ªa para tener un peso relevante en la arena internacional.
La fuerza motriz espiritual del proceso ha sido la defensa de unos valores y derechos que representan el florecimiento y maduraci¨®n de lo mejor que ha surgido en la civilizaci¨®n europea desde el Renacimiento hasta las conquistas sociales, de g¨¦nero y ecol¨®gicas del siglo XX, pasando por la Ilustraci¨®n y el Romanticismo. As¨ª, la Europa constitucional consagra su raz¨®n de ser en los valores de libertad, democracia, paz y dignidad del ser humano, y eleva al m¨¢ximo rango legal la igualdad de g¨¦nero, la defensa y solidaridad hacia los desfavorecidos, el desarrollo sostenible, la protecci¨®n de los ni?os y las ni?as, la prohibici¨®n de la tortura y de la pena de muerte en todo tiempo y lugar. De esa manera, la UE se configura pol¨ªticamente como un espacio transnacional basado en valores universales y, por lo tanto, representa una evoluci¨®n en la conciencia humana respecto a los Estados-naci¨®n y su sentido de la identidad articulado por oposici¨®n hacia el otro.
En ese contexto, afirmar como ha hecho Jos¨¦ Vidal-Beneyto (EL PA?S, 6 de noviembre 2004) que "Europa renuncia a ser la conciencia ecol¨®gica del mundo y el verdadero impulsor del desarrollo sostenible " para justificar el voto negativo a la Constituci¨®n es sencillamente un disparate. Treinta y dos a?os de programas ambientales, un corpus de m¨¢s de 300 normas espec¨ªficamente dirigidas a la protecci¨®n del medio natural, del medio ambiente y del desarrollo sostenible, el liderazgo internacional indiscutible en ¨¢reas extraordinariamente sensibles como el cambio clim¨¢tico, la biodiversidad o las energ¨ªas renovables, avalan una trayectoria de responsabilidad ambiental que encuentran su culminaci¨®n en la Constituci¨®n.
Una vez ratificada ¨¦sta, el concepto mismo de desarrollo sostenible se sit¨²a en el centro del proyecto europeo, apostando por un modelo basado en un desarrollo econ¨®mico equilibrado, una econom¨ªa social de mercado y un nivel elevado de protecci¨®n y mejora de la calidad del medio ambiente. La Constituci¨®n reconoce como principio b¨¢sico la necesidad de integrar la dimensi¨®n medioambiental en todas las pol¨ªticas europeas, lo que supone darle el m¨¢ximo reconocimiento a la principal l¨ªnea estrat¨¦gica de la pol¨ªtica ambiental europea de los ¨²ltimos a?os. Otorga un papel relevante, como ninguna otra constituci¨®n del mundo, a las organizaciones no gubernamentales dedicadas a la defensa del medio ambiente en la consulta y di¨¢logo sobre las pol¨ªticas ambientales. Defiende la eficiencia, el ahorro energ¨¦tico y las energ¨ªas renovables como elementos clave de la pol¨ªtica energ¨¦tica europea.
Para quienes nos sentimos ciudadanos de la Tierra es una satisfacci¨®n ¨ªntima y profunda ver que la Constituci¨®n Europea es la primera en la historia de la humanidad que asume expl¨ªcitamente la responsabilidad hacia la Tierra y hacia las generaciones futuras, elevando el concepto de desarrollo sostenible a la categor¨ªa de principio fundamental y fundacional. Ese hecho sin precedentes tiene, en mi opini¨®n, una importancia simb¨®lica equivalente a la que tuvo en los a?os sesenta y setenta del pasado siglo XX las primeras im¨¢genes de nuestro planeta enviadas por las misiones espaciales.
Como brillantemente describi¨® en 1986 el informe de las Naciones Unidas Nuestro Futuro Com¨²n, la imagen de la Tierra vista desde el espacio exterior impact¨® con fuerza de manera positiva el universo simb¨®lico de la humanidad. Nos ayud¨® a ver que las fronteras son s¨®lo un constructo humano, l¨ªneas ilusorias surgidas en las mentes de los hombres para forjar identidades grupales con las que afianzar la territorialidad biol¨®gica y conjurar el miedo existencial. Nos ayud¨® a comprender que en la naturaleza y en la vida no existen fronteras, que la Tierra es nuestra casa com¨²n.
El hecho de que hoy d¨ªa 455 millones de seres humanos declaren su sentido de responsabilidad hacia la Madre Tierra y hacia las generaciones venideras es un hito de enorme transcendencia en la lucha por un mundo sostenible. En estos tiempos dif¨ªciles, ese hecho env¨ªa en s¨ª mismo una poderosa se?al de esperanza a toda la humanidad.
Antxon Olabe es economista ambiental.
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