La tos
Con renovados br¨ªos ha ca¨ªdo sobre los habitantes de Madrid el azote de la gripe y, seg¨²n dicen los expertos, con singular virulencia. Bien reflexionado, habr¨ªamos de estar agradecidos a esa arisca providencia que peri¨®dicamente nos maltrata, ya que, pese al cariz que presenta, puede calificarse como epidemia ben¨¦vola en su incidencia, aunque pocos madrile?os se ven libres del avieso trancazo, que regresa a nuestra Comunidad como el propietario que visita sus lejanas posesiones. No reviste la peligrosidad de otros a?os que, en m¨¢s de un trance, se encarniz¨® con la sufrida ciudadan¨ªa. El origen y caracter¨ªsticas encierran uno de los m¨¢s profundos arcanos de la sanidad p¨²blica, y pese a la gran difusi¨®n y aplicaci¨®n de la vacuna preventiva, ataca a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n, generaliza el forzoso absentismo laboral y provoca consecuencias en la econom¨ªa que sobrepasan los perjuicios de una huelga general.
Nos vacunamos todos los a?os, en las fechas que prev¨¦n las autoridades sanitarias, pero eso no libra a gran n¨²mero de gentes de sufrir los dolores anejos, equivalentes, por los s¨ªntomas, a una paliza propinada en la puerta de una discoteca conflictiva, seg¨²n las referencias que nos llegan casi todos los fines de semana. Que ¨¦stos son los peores meses del a?o lo abonan, m¨¢s que las estad¨ªsticas, casi nunca contempor¨¢neas, esas p¨¢ginas que los diarios dedican a las notas necrol¨®gicas -en verdad reducidas a personas que no conocemos- y a las esquelas, uno de los gastos suntuarios en los que menos ahorran los madrile?os. Si se consultan las enormes tarifas para este tipo de informaci¨®n, la verdad, se le quitan a uno las ganas de morirse. Soy un antiguo lector de tales espacios y me siento reconfortado al comprobar que han dejado de existir personas algo m¨¢s viejas que yo y no es infrecuente el aviso concerniente a alg¨²n centenario que, para mi desaz¨®n, suele pertenecer al g¨¦nero femenino, sector viudas. Casi siempre nos han sobrevivido, aunque sus avances en el terreno de los fumadores va acortando sus plazos.
Imposible eludir el trancazo, a menos que nos confin¨¢ramos en una burbuja est¨¦ril hasta pasado el cuarenta de mayo. En el autob¨²s, la oficina, el metro, la cafeter¨ªa, el paso de cebra podemos agenciarnos el tozudo virus y no hay remedio, aunque intent¨¢ramos mitigar el contagio circulando con una mascarilla, como si fu¨¦ramos japoneses. El invierno en Madrid es poco serio, meteorol¨®gicamente hablando. La temperatura cambia, de un d¨ªa para otro; hace calor al mediod¨ªa, hiela de madrugada, nos protegemos con la bufanda -la llamaban tapabocas con gran precisi¨®n- o salimos a cuerpo gentil, expuestos a que nos asalte ese viento que se encajona en algunas esquinas. En buena parte de las casas madrile?as existe la calefacci¨®n central -que va poco a poco derivando hacia el gas como combustible-, pero que una ancestral majader¨ªa hace que la enciendan por la ma?ana, con ventanas y balcones abiertos para la ventilaci¨®n, y antes de la hora de la cena se apaga, dej¨¢ndonos inermes durante el periodo m¨¢s fr¨ªo de la jornada. Eso sin contar con la inclinaci¨®n perversa que tienen los desastres dom¨¦sticos de sobrevenir en fines de semana, donde el remedio es m¨¢s dif¨ªcil de obtener, o considerablemente m¨¢s costoso.
Esto ocasiona los catarros, contra los cuales la ciencia humana tampoco ha encontrado remedio y que generaliza las toses y estornudos en todo lugar frecuentado, sin que sea necesario que se trate de un teatro, que es donde nuestros mayores iban a toser. El verdadero y temible riesgo de esa agresi¨®n es que puede, con suma facilidad, derivar en la neumon¨ªa mortal. Superado el periodo agudo, generalmente pasado en un hospital, contribuyendo al empeoramiento del problema que plantea la insuficiencia de camas, la gripe tiene una cara positiva, a poco que intentemos buscarla, con af¨¢n panglossiano. De sufrirla en el hogar nos pone en contacto demorado con la familia, que nos dispensa un trato m¨¢s condescendiente. Hay tiempo para la lectura aplazada de alg¨²n libro, para escuchar con mayor asiduidad la radio y quiz¨¢s ver ese espacio de la televisi¨®n del que todos hablan y estar, telef¨®nicamente, en contacto con amigos y familiares lejanos a quienes ten¨ªamos en cuarentena.
Lo importante es poder contarlo.
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