De lenguas, sendas, mercados y derechos
Cuando caminamos por un bosque buscamos aquella senda que otros han transitado antes que nosotros. Puede que existan diversos caminos desbrozados, pero, si queremos llegar a nuestro destino con rapidez, escogemos el hollado por m¨¢s caminantes. Con ello contribuimos a que otros, que vendr¨¢n despu¨¦s, puedan caminar con m¨¢s facilidad. Nadie nos impide coger cualquier otro camino o abrir uno nuevo. Pero no podemos obligar a los otros a escoger nuestra ruta para que nosotros podamos caminar m¨¢s c¨®modamente. Lo importante es que a nadie le impidan caminar por donde quiera y que a nadie le obliguen a transitar por donde no quiera.
Seg¨²n los economistas, lo mismo sucede cuando utilizamos una tarjeta de cr¨¦dito, un sistema de v¨ªdeo, una moneda, un sistema m¨¦trico, una compa?¨ªa de tel¨¦fonos o un ordenador. Y una lengua. En tales casos se dan econom¨ªas de red: se tienden a consolidar los sistemas con m¨¢s usuarios. Estos procesos, como tales, nada tienen que ver con el mercado o el capitalismo, la competencia perfecta o los monopolios. Act¨²an del mismo modo el campesino que opta por un sistema de pesas y medidas, el que rotula su comercio o sus productos en una lengua, la multinacional que hace uso del correo electr¨®nico o nosotros cuando compramos un reproductor de v¨ªdeo o un ordenador. En eso, tenderos, monopolios y consumidores no difieren del caminante. Lo ¨²nico que aspiran es a acceder a aquella red que dispone de m¨¢s usuarios. Con ello, sin pretenderlo, contribuyen a reforzar la red y a facilitar la llegada de otros. Quienes optan por otros sistemas ven limitadas sus opciones, pero no pueden reprochar nada a quienes no siguen su camino. Es cierto que sus dificultades tienen que ver con las elecciones de los otros, pero nadie les ha impuesto nada, ni nadie ha hecho nada con la intenci¨®n de perjudicarles. Cada cual ha escogido libremente su camino y, como resultado de esas elecciones, sus posibilidades quedan limitadas.
Sin duda, las lenguas presentan aspectos especiales. Pero no estoy seguro de que sean los que con frecuencia se alegan. Desde luego, la idea de que la lengua es algo m¨¢s que un instrumento de comunicaci¨®n no es un argumento que justifique interferir tales procesos. Si con ello se quiere decir que la lengua condiciona nuestro mundo de experiencias, la idea es sencillamente falsa. Que t¨² y yo utilicemos palabras distintas para designar el dolor de cabeza, o incluso que en mi lengua no exista una palabra para designar ese dolor, no quiere decir que nuestra experiencia sea distinta. Si s¨®lo se quiere decir que la lengua es algo m¨¢s que comunicaci¨®n, la idea es trivial. Todo proceso material presenta diversos aspectos. Una comida es un proceso metab¨®lico, pero tambi¨¦n puede ser un acto social. Ahora bien, si deja de ser un proceso metab¨®lico deja de ser una comida. Aunque puede dejar de ser un acto social sin dejar de ser una comida. En el mismo sentido, una lengua es, fundamentalmente, un veh¨ªculo de comunicaci¨®n. En algunos casos puede comprometer dimensiones cognitivas. Pero ni siquiera es seguro que en ese sentido las lenguas resulten excepcionales. Basta con pensar en las monedas. Cu¨¢ntos de nosotros andamos traduciendo a pesetas nuestros intercambios diarios.
Para valorar la situaci¨®n resulta decisivo saber c¨®mo ha sido el proceso. Si en una fiesta todos se van emparejando y, al final, s¨®lo quedan un par de personas que no tienen otra opci¨®n que emparejarse, ¨¦stos podr¨¢n lamentar su situaci¨®n, pero no tendr¨¢n razones para culpar a los dem¨¢s, por m¨¢s que sea resultado de sus acciones. No es lo mismo que a Anna no le quede otro remedio que casarse con Juan que el que se le imponga casarse con Juan. El procedimiento cuenta. En un caso se respetan los derechos, en el otro, no.
Desde el punto de vista normativo, lo que importa es que, en esos procesos, en esas elecciones, se respeten los derechos. Si a una persona se le impide expresarse en su lengua, abrir un peri¨®dico, o escribir un libro, su libertad est¨¢ siendo cercenada. Lo que resulta m¨¢s discutible es que le tengan que asegurar unos interlocutores o lectores. Entre otras razones, porque eso supondr¨ªa obligar a otros a leer o a escribir en su lengua. Supondr¨ªa limitar los derechos de los dem¨¢s. Obligarles a caminar por las sendas que no desean. Anna tiene derecho a casarse, pero no tiene derecho a casarse con quien quiera. Entre otras razones, porque tambi¨¦n Juan tiene que poder escoger y quiz¨¢ Anna no le guste.
Hablar de derechos no es decir mucho en tiempos en los que toda reclamaci¨®n se formula en t¨¦rminos de derechos. De hecho, cuando se producen procesos como los descritos, que tienden a reforzar unas lenguas y debilitar otras, no es infrecuente escuchar apelaciones a los derechos "de las culturas" que se ver¨ªan minados. Por ello, en el caso de las lenguas conviene precisar qu¨¦ derechos, en d¨®nde y de qui¨¦n. Por lo pronto, los derechos que cuentan son los de las personas. Las culturas o las lenguas, como tales, no son sujetos de derecho. Los que sufren, aman y sue?an son las personas, no las culturas. La diferencia es importante. Si uno cree que hay un derecho de las culturas, para preservar la lengua cherokee, que s¨®lo hablan el 8% de los cherokees, habr¨ªa que convertirla en obligatoria en la ense?anza y, seguramente, dado el escaso n¨²mero de cherokees, extenderla m¨¢s all¨¢ de sus territorios. Si lo que nos preocupan son los cherokees, hay que darles la oportunidad de que estudien cherokee si lo desean y tambi¨¦n la oportunidad de estudiar el ingl¨¦s, la lengua que habla el 92% de ellos, la lengua de facto de la mayor¨ªa de ellos. La l¨®gica de los caminos invita a pensar que los cherokees que deseen ampliar sus opciones vitales, estar informados, conocer otras gentes, viajar o intentar nuevos oficios, preferir¨¢n el ingl¨¦s. Mientras cada cual pueda escoger su camino, que vaya por donde quiera.
Tambi¨¦n es importante enmarcar el ¨¢mbito territorial de aplicaci¨®n. Basta con pensar en ese impreciso valor del "reconocimiento" que a veces se invoca en Espa?a o en Europa. Se puede entender en un sentido puramente simb¨®lico, pero eso, en la pr¨¢ctica, no quiere decir nada, apenas unos cuantos documentos que, en el mejor de los casos, intercambian las administraciones. Cuando se formula con mayor exigencia, parece exigirse que las instituciones est¨¦n en condiciones de atender y de reflejar los usos ling¨¹¨ªsticos de todos los ciudadanos en todos los lugares. Si as¨ª fuera, los cherokees deber¨ªan poder ser atendidos en cherokee en cualquier comisar¨ªa de Estados Unidos o podr¨ªamos reclamar en castellano a un Ayuntamiento polaco por una multa de tr¨¢fico o a uno de un pueblo de C¨®rdoba en catal¨¢n. Eso y no otra cosa significa, en la pr¨¢ctica, que una lengua sea oficialmente reconocida. No estoy seguro de que resulte una aspiraci¨®n razonable mientras los recursos no sean infinitos.
Finalmente, los derechos, en el ¨¢mbito territorial de aplicaci¨®n, han de valer para todos, es decir, para cada uno. Aqu¨ª tambi¨¦n se percibe el contraste entre los derechos de las personas y los de "los pueblos". El ejemplo de Qu¨¦bec, que pocas veces se recuerda en todos los datos, resulta revelador. All¨ª la lengua -"la cultura"- mayoritaria es el franc¨¦s. En ese sentido, la defensa de "la cultura" de la comunidad no se aleja en exceso de la defensa de los derechos de cada uno. Pero no por ello deja de ser una dictadura de la mayor¨ªa. Si en Espa?a se aplicase el mismo criterio, y en cada una de las autonom¨ªas, por ejemplo, la ense?anza se impartiese en la lengua mayoritaria, el castellano ser¨ªa la lengua exclusiva de la ense?anza. Una propuesta que violar¨ªa los derechos de muchas personas, a las que se les impedir¨ªa escoger su propio camino. Con m¨¢s raz¨®n, pero por el mismo principio, resulta discutible la pol¨ªtica aplicada en las comunidades aut¨®nomas "dotadas de identidad propia".
En el caminar de las lenguas, mientras se respeten los derechos, no hay nada que lamentar. Algo que no sucedi¨® durante la dictadura, cuando se oblig¨® a todos a caminar por la senda del castellano, sin que pudieran escoger su propio camino. Con todo, eso no impide reconocer que la expansi¨®n del castellano en Espa?a tiene menos que ver con la dictadura que con el mecanismo de las sendas. En el siglo XV, Castilla, que inclu¨ªa Galicia, Vizcaya, ?lava y Guip¨²zcoa, ten¨ªa 4,5 millones de habitantes, y la Corona de Arag¨®n, 850.000. En esas condiciones no resulta extra?o que el castellano se extendiera y se mantuviera como lengua com¨²n y que pr¨¢cticamente desde el siglo XVI la utilizaran el 80% de los peninsulares. Los flujos econ¨®micos, los movimientos de poblaciones, el transitar por los mismos caminos, han acabado por producir un entramado de "identidades" que hace imposibles las tareas purificadoras. Todos somos mestizos de pura cepa. La investigaci¨®n emp¨ªrica fiable, la existente y la que hay en curso, confirma que el barro con el que estamos amasados los espa?oles -y la pista de los apellidos resulta muy elocuente- no presenta muchas variaciones. En realidad, cuando las cosas se miran y se miden en serio, Lugo y Huesca son las provincias con una identidad cultural m¨¢s alejada de la media espa?ola, las de mayor "identidad propia". En esas condiciones, las invocaciones a la identidad de los pueblos, que poco se parecen a la identidad de los ciudadanos, s¨®lo se pueden hacer a costa de socavar los derechos de los ciudadanos, de meterlos en vereda. A ellos y a unas poblaciones emigrantes que, bien por su cultura de origen, bien por su razonable disposici¨®n a desenvolverse en lenguas laboralmente francas, refuerzan d¨ªa a d¨ªa las sendas m¨¢s transitadas.
F¨¦lix Ovejero Lucas es profesor de ?tica y Econom¨ªa de la Universidad de Barcelona.
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