La Espa?a que quiso Max Aub
Sentado frente una mesa cualquiera, en una casa que acaso nunca sintiese como propia porque le recordaba el hogar que le faltaba, m¨¢s que probablemente a?orando, desde su exilio mexicano, un pa¨ªs, Espa?a, en el que no naci¨® pero que hizo suyo a fuerza de vivir en ¨¦l, de quererlo, de leer y escribir en castellano, un pa¨ªs que no hab¨ªa pisado durante casi veinte a?os, Max Aub (Par¨ªs, 1903- M¨¦xico DF, 1972) imagin¨® un mundo irreal, un mundo que no fue pero que pudo ser, que debi¨® haber sido si una guerra no lo hubiese impedido. En ese mundo imaginario, el 12 de diciembre de 1956 Max Aub, director del Teatro Nacional desde 1940, le¨ªa su discurso de entrada en la Academia Espa?ola, El teatro espa?ol sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo, sucediendo a Ram¨®n Mar¨ªa del Valle-Incl¨¢n, con la presencia del presidente de la Rep¨²blica, Fernando de los R¨ªos. Le escuchaban y arropaban los que a partir de entonces iban a ser sus compa?eros. En primer lugar Am¨¦rico Castro, como director de la Academia, que, por supuesto, no llevaba el t¨ªtulo de Real, y junto al gran historiador, Federico Garc¨ªa Lorca y Miguel Hern¨¢ndez, a quienes el mero hecho de vivir, de poder vivir, hab¨ªa permitido que fueran ya haci¨¦ndose viejos, renunciando as¨ª a ese dudoso privilegio que es aparecer siempre j¨®venes en las im¨¢genes que adornan el recuerdo hist¨®rico, y tambi¨¦n otros, entre ellos, Pedro Salinas, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, Manuel Altolaguirre, Jos¨¦ Mar¨ªa de Coss¨ªo, Jos¨¦ Moreno Villa, Jos¨¦ Bergam¨ªn, Ram¨®n Sender, Corpus Barga, Ram¨®n G¨®mez de la Serna, Dionisio Ridruejo, Blas de Otero, Salvador de Madariaga, Jorge Guill¨¦n, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Rafael Lapesa, Vicente Aleixandre, D¨¢maso Alonso, Gerardo Diego, Pedro Sainz Rodr¨ªguez, Emilio Garc¨ªa G¨®mez, Luis Felipe Vivanco, Francisco Ayala, Camilo Jos¨¦ Cela y Miguel Delibes. Algunos (Garc¨ªa G¨®mez, Coss¨ªo, Gerardo Diego, D¨¢maso Alonso, Aleixandre, Lapesa) ya eran miembros de la Academia cuando Aub la recre¨®. Y tambi¨¦n lo era, como electo, Salvador de Madariaga, aunque exiliado no leyese su discurso hasta cuarenta a?os despu¨¦s, en 1976. Otros lo ser¨ªan m¨¢s tarde: pronto, en 1957, Cela, Delibes en 1975 y Ayala en 1983.
DESTIERRO Y DESTIEMPO. Dos discursos de entrada en la Academia
Max Aub y Antonio Mu?oz Molina
Pre-Textos. Valencia, 2004
101 p¨¢ginas. 10 euros
Tal era la Academia que Aub
imagin¨® y dese¨® alg¨²n d¨ªa de su largo exilio. Duele s¨®lo pensarlo. Pensar que no pudiese ser as¨ª, debido a lo m¨¢s negro de la condici¨®n humana, a la fuerza de las armas y al poder de la intransigencia, fecunda madre de muerte y exilio. Se le agrietan a uno las vigas del alma cuando lee lo que el nuevo imaginario acad¨¦mico imaginaba que dec¨ªa a sus compa?eros en el bello sal¨®n de actos del decimon¨®nico edificio de la Academia Espa?ola. Frases como: "La presencia del se?or presidente de la Rep¨²blica, que tanto me satisface
..." o "?qu¨¦ no deb¨¦is a Valle-Incl¨¢n, aqu¨ª presentes, Federico Garc¨ªa Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guill¨¦n, Luis Cernuda, Rafael Alberti...?".
Y en su a?oranza, en la que no debi¨® faltar un cierto sentimiento, agridulce, de ajuste de cuentas, Aub no se limit¨® a escribir un discurso, en el que al mismo tiempo que hablaba de teatro y de escritores, hablaba de una Espa?a y de una Academia posibles, sino que lo hizo imprimir y editar con una tipograf¨ªa y un tipo de encuadernaci¨®n muy parecidas a las que se emplean en las ediciones de la Real Academia Espa?ola. Como mandan los c¨¢nones, su discurso iba acompa?ado de la contestaci¨®n -no menos imaginada- de un acad¨¦mico, papel que Aub asign¨® al escritor alicantino Juan Chab¨¢s. En un ap¨¦ndice incluy¨® la lista completa de los miembros de su Academia.
Aunque ya hab¨ªa sido recuperado en alguna ocasi¨®n, pocos son los que conocen este emocionante y emocionado escrito de Max Aub. Que vea ahora la luz de nuevo no puede ser sino motivo de satisfacci¨®n. M¨¢s a¨²n en tanto que viene acompa?ado de otro discurso de entrada en la Real -aqu¨ª ya s¨ª- Academia Espa?ola, el que Antonio Mu?oz Molina dedic¨®, cuarenta a?os despu¨¦s de aquel 1956, a la nunca pronunciada disertaci¨®n de su colega en el arte de escribir bien: Destierro y destiempo de Max Aub. Y como si la historia fuese realmente, como algunos pretenden, un c¨ªrculo, una noria que va y viene, una y otra vez, a Mu?oz Molina le contest¨® uno de los acad¨¦micos imaginados por Aub: Francisco Ayala. Su intervenci¨®n, como la de Chab¨¢s, tambi¨¦n se incluye en este libro.
En su completamente real di-
sertaci¨®n, Mu?oz Molina nos habla y explica lo que fue, hizo y escribi¨® Aub, pero no s¨®lo de esto, tambi¨¦n de muchas otras cosas. De c¨®mo le influy¨® en su propia creaci¨®n literaria la lectura de las obras del autor de Jusep Torres Campalans o de El laberinto m¨¢gico. O de su propia visi¨®n acerca de lo que es, o puede ser, la literatura, ese inabarcable arte en el que lo real y lo irreal, lo vivido y lo imaginado, lo recibido y lo deseado, se combinan en una mezcla indefinible. "?No es siempre", escribe, "la mejor literatura una vindicaci¨®n de la palabra y del sue?o, un disentir de las versiones obligatorias y un¨¢nimes de lo real?".
En pocos lugares se puede encontrar con mayor transparencia que en este Destierro y destiempo. Dos discursos de entrada en la Academia, al escritor y al hombre que es y que pretende ser Antonio Mu?oz Molina. Lo mismo que en pocos lugares que no sea el tan irreal como dram¨¢ticamente real discurso de Aub, las generaciones de escritores espa?oles derrotados en la Guerra Civil dejaron mejor constancia del mundo acad¨¦mico y civil en el que les hubiera gustado vivir, en el que ten¨ªan derecho a haber vivido y que sin ellos nunca pudo ser.
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