Acordes y desacuerdos
Cuando Hitler decidi¨® la creaci¨®n de la Legi¨®n C¨®ndor, el env¨ªo de miles de soldados para ayudar a la causa franquista, las decenas de aviones que sembrar¨ªan el horror, la muerte y la destrucci¨®n en la Espa?a en guerra, estaba en la casa de Wagner en Bayreuth. Despu¨¦s de una arrebatadora interpretaci¨®n de Sigfrido, decidi¨® bombardear a la poblaci¨®n civil. La m¨¢xima expresi¨®n de la guerra, el bombardeo, la destrucci¨®n f¨ªsica, m¨¢s el terror contra la poblaci¨®n civil. Primero fue Ir¨¢n, sigui¨® Durango y Gernika. No se eligi¨® por casualidad Gernika, est¨¢ claro que Gernika es/era m¨¢s que un pueblo. Era/es el n¨²cleo hist¨®rico de las libertades vascas, el s¨ªmbolo del nacionalismo, en palabras del periodista Georges Steer. En estos d¨ªas anda por Madrid, tambi¨¦n por Gernika, el bi¨®grafo de Steer, el periodista brit¨¢nico Nicholas Rankin. Con ¨¦l hemos paseado por Madrid, por los escenarios, ya casi todos irreconocibles o desaparecidos, en donde estuvieron otros corresponsales en tiempos de guerra. Rankin est¨¢ presentando su imprescindible biograf¨ªa del corresponsal que document¨® al mundo sobre los verdaderos culpables de la destrucci¨®n de Gernika. Sus noticias pormenorizadas de aquel d¨ªa de abril, un 26 lunes, d¨ªa de mercado y compras, cuando a las cuatro de la tarde comenzaron los Junker, Heinkel y Messerschmitt la minuciosa destrucci¨®n de mucho m¨¢s que un pueblo. De todo ello fue testigo directo el corresponsal del Times, Speer. Su bi¨®grafo, Rankin, con aspecto de un saludable Stan Laurel, con sagacidad y pasi¨®n por el apasionante y muy desconocido corresponsal, Speer, que escribi¨® un libro fundamental para entender aquellos horrores, El ¨¢rbol de Guernica, se encontr¨® en la Casa Vasca madrile?a con muchos vascos que viven en Madrid que conocieron directamente lo que sucedi¨® aquel d¨ªa de abril. Con ¨¦l recordamos la historia de tantos corresponsales, de una estirpe que supo estar en las primeras l¨ªneas de los frentes, que fueron capaces de jugarse la vida por transmitir al mundo una verdad que tantos quisieron tergiversar. Algo que no s¨®lo pertenece al pasado, sino que todav¨ªa hoy encontramos a historiadores medi¨¢ticos y otros advenedizos al tapado de la historia que consiguen vender la historia desde la manipulaci¨®n ideol¨®gica. El libro de Rankin es un ejemplo de c¨®mo se escribe la historia, mejor dicho, c¨®mo se debe escribir. Tambi¨¦n quiere encontrar en sus d¨ªas espa?oles las pistas de dos at¨ªpicas mujeres, de dos periodistas espa?olas, corresponsales de guerra, que posiblemente sean de las pioneras en ese oficio. Se llamaron Margarita de Herrero y Dolores de Pedroso. Estas dos espa?olas de residencia francesa llegaron a Addis Abeba, a la guerra de Abisinia en los a?os treinta, como corresponsales de Le Journal. Margarita se cas¨® con el intr¨¦pido Speer y muri¨® poco despu¨¦s en el parto del hijo que nunca llegaron a tener. Dos mujeres independientes, inteligentes, at¨ªpicas en una profesi¨®n y un mundo de corresponsales y guerras que s¨®lo parec¨ªan de hombres. All¨ª tambi¨¦n conocieron al sarc¨¢stico, derechista y genial escritor ingl¨¦s Evelyn Waugh. Pero ¨¦sa es otra historia. Espa?olas periodistas internacionales, corresponsales de guerra, antes de las famosas de nuestra Guerra Civil, Martha Gellhorn y Virginia Cowles. Estamos deseando que las investigaciones del ingl¨¦s Rankin puedan dar sus frutos.
Recordamos a algunos hispanistas fundamentales para la recuperaci¨®n de nuestra historia e hicimos un homenaje al tan querido y recordado historiador que hizo posible que hoy todos podamos ver el Guernica de Picasso: Javier Tusell. Rankin se interesa por todo, por los buenos historiadores y por las buenas comidas, por la salud de nuestros libros de historia y por la mala salud de algunas informaciones que consiguen vender el rev¨¦s de la historia. Se lamentaba con nombres y apellidos de cuyos nombres no queremos acordarnos. Un lamento compartido.
Llegamos a la plaza de la ?pera, all¨ª estaban las colas para conseguir asistir a las ¨²ltimas representaciones de Wagner. No pudo conseguir su entrada. Felizmente, ahora podemos ver a Wagner sin deseos de bombardear ning¨²n Gernika. No es Sigfrido, es el rom¨¢ntico y espl¨¦ndido Lohengrin, uno de los mejores espect¨¢culos de esta temporada de ¨®peras tan vitalista, tan interesante, tan diversa y con tantos proyectos renovadores. Una pena las gripes, los fr¨ªos madrile?os que hicieron caer en cama, entre otros, a la gran Waltraud Maier. Hay nuevo equipo en el teatro, que sin olvidar los impulsos de los anteriores, sin dejar que se escape el imprescindible Jes¨²s L¨®pez Cobos, promete hacer de la ¨®pera algo que no pertenezca exclusivamente a las ¨¦lites mejor vestidas. Para los elegantes ya est¨¢ la Pasarela Cibeles.
Entre la elegancia y la extravagancia, informal pero con toda seriedad, uno de nuestros mejores belcantistas, Enrique Viana, present¨® su ¨²ltimo trabajo, dedicado a rescatarnos algunas de las mejores y menos conocidas arias de Donizetti. Viana, un cantante que surgi¨® de los barrios castizos madrile?os, es capaz de unir su elegancia de voz, su atrevimiento en el vestir, su suelta lengua franca para entretener deleitando, como dec¨ªan los antiguos. En el mismo d¨ªa y a la misma hora que otra grande, Teresa Berganza, daba una rueda de prensa para mostrarnos sus espl¨¦ndidos 70 a?os, Viana en compa?¨ªa de su amigo mel¨®mano, y sin embargo alcalde, Alberto Ruiz-Gallard¨®n, hizo que pas¨¢ramos del arrebatador Wagner al suave Donizetti. De los acordes wagnerianos a las dulzuras belcantistas. Gallard¨®n no da una nota disonante, sus m¨²sicas suenan arm¨®nicas, sus letras se pueden comprender, casi nos convence sin llegar a hacernos cambiar nuestros votos. Como solista, siempre est¨¢ a gran altura. Lo malo es cuando hace de corista. Ah¨ª, como chico del coro de los suyos, los acordes se vuelven desacuerdos. Madrid est¨¢ que truena.
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