Terrorismo y v¨ªctimas: un a?o despu¨¦s del 11-M
Espa?a, por desgracia, es un pa¨ªs que sabe mucho sobre terrorismo. Ya supo mucho, a lo largo de su Historia, sobre el terrorismo anarquista y fascista, pero el terrorismo que nos ha venido azotando en la segunda mitad del siglo XX y en estos comienzos del siglo XXI es, como la propia sociedad, un terrorismo distinto. La capacidad de utilizar nuevos m¨¦todos y armas de mayor potencia destructiva, la mejor y mayor capacidad de financiaci¨®n de las actividades delictivas, la selecci¨®n indiscriminada de las v¨ªctimas, el efecto multiplicador del terror a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n, todo ello potenciado por la globalizaci¨®n, que facilita el trasvase de informaci¨®n, m¨¦todos, armas, fondos econ¨®micos y movilidad de las organizaciones terroristas y de sus individuos, hacen que el terrorismo moderno tenga unos efectos sobre el conjunto de la sociedad muy superiores a cualquier antecedente hist¨®rico. Exponente m¨¢ximo de todo ello son las tragedias que sacudieron Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001 y la que sacudi¨® Madrid el 11 de marzo de 2004, pero tambi¨¦n los atentados de Bali en el a?o 2002 y los propios atentados de ETA que con tanta sa?a han alterado nuestra convivencia en paz. Todos ellos han machacado la vida de muchos seres humanos, pero todos ellos tambi¨¦n han esparcidos sus efectos sobre el conjunto de la sociedad, alterando peligrosamente sus esquemas de valores, sus convicciones e, incluso, sus patrones de conducta. Vencer al terrorismo no es s¨®lo una cuesti¨®n de erradicar los comportamientos terroristas, juzgando y castigando a sus autores y a sus inspiradores, sino que tambi¨¦n es una cuesti¨®n de reestablecer la normalidad moral de nuestras sociedades.
"Nadie es due?o de la vida o de la muerte de otros, por muy justa que pueda ser su causa"
El terrorismo es, se analice como se analice, un fen¨®meno brutalmente da?ino y muy perverso, cuyo primer y m¨¢s terrible efecto lo sufren sus v¨ªctimas directas y las personas de su entorno cercano. El terrorismo mata y hiere, f¨ªsica y psicol¨®gicamente, a los seres humanos que tuvieron la desgracia de estar en el lugar inoportuno en el momento inoportuno, pero tambi¨¦n hiere y destroza a las familias de esas v¨ªctimas, a sus amigos, a sus compa?eros. ?sta es la primera y m¨¢s grande de las perversidades del terrorismo. Todas esas v¨ªctimas, las directas y las indirectas, son siempre inocentes. Porque nadie de los que han muerto o han sido heridos en atentados terroristas, en la Historia reciente de la Humanidad, merec¨ªa morir o ser herido a manos de otra persona.
Y aqu¨ª es donde habita la siguiente perversidad del terrorismo, desplegando sus efectos sobre el conjunto de la sociedad, porque en algunas ocasiones de nuestra Historia no muy lejana, nos ha hecho caer en su trampa de distinguir entre v¨ªctimas. Hemos contemplado la muerte de polic¨ªas, de guardia civiles, de militares y hemos cre¨ªdo entender esas muertes por el oficio de las v¨ªctimas, hasta el punto de que, en algunos momentos, nos hemos acostumbrado insensiblemente a escuchar o leer las noticias de sus muertes o de sus heridas. Cuando, al final, hemos visto morir a civiles, ni?os incluidos, entonces nos hemos alarmado porque ya no pod¨ªamos entender por qu¨¦ esas personas, de inocentes vidas u oficios, ten¨ªan que ser asesinadas o heridas. Pero lo cierto es que todas las v¨ªctimas del terrorismo son iguales porque todas son seres humanos que, independientemente de sus oficios o de lo que hubieran hecho a lo largo de sus vidas, no merec¨ªan morir a manos de sus cong¨¦neres porque nadie es due?o de la vida o de la muerte de otros, por muy justa que pueda ser su causa. Vencer la hemiplejia moral que nos imped¨ªa comprender esto no nos ha sido f¨¢cil y m¨¢s veces de lo deseable hemos ca¨ªdo en la trampa, marginando e intentando olvidar a las v¨ªctimas. Incluso, a¨²n hoy, la enfermedad da signos de no haber sido totalmente superada, convirtiendo a las v¨ªctimas en moneda de cambio o en objeto de controversias banales, distinguiendo entre categor¨ªas distintas de v¨ªctimas. Pero, al final, parece que lo vamos comprendiendo y, en este punto, parece que vamos a ser capaces de vencer al terrorismo, reestableciendo nuestra normalidad moral.
Las situaciones dif¨ªciles y las tragedias humanas dicen que sacan todo lo bueno y lo malo que uno lleva dentro. Qu¨¦ duda cabe que la tragedia de Madrid, como otras muchas que han azotado nuestra convivencia, sacaron a flote toda nuestra solidaridad, toda nuestra compasi¨®n y toda nuestra vocaci¨®n de servicio a los dem¨¢s. En medio del drama que se estaba viviendo en Madrid, consolaba ver a los ciudadanos de la Capital y a otros muchos venidos de todas las partes de Espa?a, poner todo lo mejor de sus esfuerzos al servicio de los heridos. Taxistas, conductores de autob¨²s, m¨¦dicos, personal sanitario, polic¨ªas, bomberos, voluntarios, hasta viajeros de los trenes que tambi¨¦n hab¨ªan sido sacudidos en primera persona por las bombas, se olvidaron de su cansancio, de su miedo, de su angustia, de su aprensi¨®n, y se entregaron generosamente a aminorar los efectos de la tragedia y auxiliar a los que m¨¢s lo necesitaban. Espa?a entera fue un clamor de solidaridad y de respeto, olvid¨¢ndose rencillas, resquemores, rivalidades locales o regionales. Somos un pa¨ªs grande y en esos momentos lo demostramos. Y en este punto tambi¨¦n vencimos al terrorismo, porque frente a la crueldad opusimos humanidad, compasi¨®n y respeto por la vida; frente a la violencia demostramos capacidad de convivencia c¨ªvica y anhelo de paz; frente a la intolerancia exhibimos generosidad.
Pero, por desgracia, el terrorismo, a veces, tambi¨¦n tiene capacidad de sacar a flote nuestras miserias. Los atentados de Madrid del 11 de marzo demostraron c¨®mo, por desgracia, la muerte es quiz¨¢s el acontecimiento m¨¢s democr¨¢tico del mundo, el que m¨¢s nos iguala a todos. Frente a las balas y a las bombas de los terroristas no hay blancos o negros; no hay musulmanes o cristianos; no hay civiles o militares; no hay nacionales o extranjeros; no hay legales o ilegales. La muerte y la tragedia nos destroza pero tambi¨¦n nos recuerda lo que compartimos: nuestra naturaleza esencial de seres humanos. Todos los muertos y heridos en Madrid, como los que lo fueron en Nueva York o Washington, eran individuos, ni mejores ni peores que los dem¨¢s sino, simplemente, iguales. Personas, seres humanos, con sus convicciones, sus anhelos, sus esperanzas, sus ilusiones, sus deseos o, incluso, con sus miedos o sus frustraciones. Todos, blancos o negros, musulmanes o cristianos, civiles o militares, extranjeros o nacionales, fueron capaces de la misma solidaridad y humanidad. A todos les dolieron igual las muertes y las heridas y a todos les acongoj¨® igual el dolor ajeno, fuera cual fuera su tierra de origen. Para vencer al terrorismo necesitamos imperiosamente comprender esto porque s¨®lo as¨ª podremos reestablecer nuestra abrumadora superioridad moral frente a ¨¦l.
Sin embargo, es quiz¨¢s, en este punto, donde nos queda a¨²n mucho territorio por recorrer. Vivimos, se dice, en una sociedad de riesgos, globalizada, donde el exceso de informaci¨®n que recibimos a trav¨¦s de los distintos medios de comunicaci¨®n a nuestro alcance, nos hace confundir lo cercano y lo lejano y a duras penas tenemos capacidad para discernir, digerir y procesar toda esa informaci¨®n y los acontecimientos que ¨¦sta nos traslada. Todo ello acelera la evoluci¨®n de la sociedad, pero tambi¨¦n dificulta nuestra capacidad de adaptaci¨®n al medio y, consecuentemente, nos hace sentirnos inseguros, resucitando nuestros instintos y sentimientos m¨¢s primarios, entre ellos, sobre todo, el miedo. El miedo a lo imprevisible, a lo inevitable, a lo incierto. Y para combatir y vencer el miedo necesitamos entender lo que pasa y encontrar a sus responsables. Queremos creer que alguien, aparte de los terroristas, es el culpable de las muertes. Necesitamos saber por qu¨¦ pusieron las bombas para, de esa forma, encontrar en esas causas o en esas razones nuestra seguridad futura, convencidos de que si no volvemos a repetir aquello que hicimos mal, o aquello que alguien hizo mal, no nos volver¨¢ a pasar la desgracia que nos pas¨®. Pero obrando as¨ª caemos en la trampa que nos tienden los terroristas, que quieren que pensemos que los culpables somos nosotros y no ellos; que pensemos que ellos obran inevitablemente arrastrados por nuestro mal hacer y que s¨®lo nuestro mal hacer es la causa de nuestras desdichas. Si as¨ª razonamos, habr¨¢n logrado sustituir nuestra l¨®gica, la l¨®gica de los seres humanos normales y corrientes, por la l¨®gica de los fan¨¢ticos, de los intolerantes y de los intransigentes. Claro que la pobreza, la marginalidad, la agresi¨®n militar o el abandono a su suerte de regiones enteras del Planeta es el caldo de cultivo del fanatismo, del radicalismo integrista, de la violencia, y en ello los pa¨ªses occidentales tenemos una innegable responsabilidad para con nuestros semejantes. Pero eso no nos convierte en nuestros propios verdugos ni muchos menos en autores de pol¨ªticas, o protagonistas de intereses, a los que el ciudadano corriente es completamente ajeno y que se gestan m¨¢s all¨¢ de nuestra voluntad. Nuestra responsabilidad es exigir a nuestros gobiernos solidaridad, justicia, reparto de la riqueza, pero no movidos ni motivados por el terrorismo, sino movidos y motivados por nuestra condici¨®n elemental de seres humanos, con responsabilidades sobre nuestros iguales. ?sa es la normalidad moral.
El terrorismo es, pues, perverso porque hace aflorar nuestra ignorancia y nuestros miedos ancestrales. Buscamos entre nosotros a los responsables y tememos al que es distinto, al que no se parece a nosotros, al que habla diferente, al que se mueve de forma diferente. Tratamos de vencer nuestro miedo simplificando el mundo, pensando que cualquier ¨¢rabe es un terrorista, como, antes, tuvimos la tentaci¨®n de pensar que cualquier vasco era un terrorista, generando la necesidad de defendernos frente a ellos. Pero tenemos la responsabilidad de vencer esos miedos, de comprender que el mundo no est¨¢ compuesto por civilizaciones, culturas o razas buenas y malas, siendo la nuestra la buena y la de ellos, la de los distintos, las malas. No esperemos, pues, a la muerte para comprender que todos somos iguales.
Bernardo del Rosal Blasco es S¨ªndic de Greuges de la Comunidad Valenciana
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