Sobre bombardeos y tarjetas postales de Alemania
A finales de enero de 1946, un reducido grupo de hombres y cr¨ªos, mujeres y adolescentes, irrumpi¨® en las calles de la devastada Colonia al son de un acorde¨®n y una mandolina. Celebraban el primer carnaval de la posguerra y cubr¨ªan sus cuerpos con disfraces pobres repletos de voluntad festiva. Se hicieron (o alguien les hizo) una fotograf¨ªa que registr¨® por siempre m¨¢s sus sonrisas entre los restos de aquella ciudad que desde el 30 de mayo de 1942, y los tres a?os siguientes, fue arrasada por los bombarderos de las fuerzas a¨¦reas aliadas. Ese retrato, junto a otros que muestran los efectos de las bombas en puentes, iglesias y avenidas, son hoy tarjetas postales que cualquiera puede adquirir por poco m¨¢s de medio euro en los quioscos y librer¨ªas de Alemania, y as¨ª llevarse a casa im¨¢genes de la eficacia estrat¨¦gica de la aviaci¨®n aliada y la aptitud probada de sus Estados Mayores.
En la primavera de 1945, tan s¨®lo unos meses antes de que aquellos ciudadanos fuesen inmortalizados entre sonrisas que desafiaban las colinas de cascotes nevados, un grupo de j¨®venes economistas merodeaba por distintas localidades alemanas -Hamburgo, Colonia, Francfort, Harburgo, Berl¨ªn, Dresde... Se trataba de un equipo creado por George Ball (un competente alto funcionario de la administraci¨®n de Roosevelt), y capitaneado por John Kenneth Galbraith. Su misi¨®n de aquellos d¨ªas era muy concreta: elaborar la secci¨®n econ¨®mica del United States Strategic Bombing Survey (USSBS), que deb¨ªa esclarecer los efectos de aquellos castigos a¨¦reos en la econom¨ªa de guerra alemana y sacar conclusiones objetivas y exactas para el futuro; si bien para muchos generales del arma a¨¦rea eso de la exactitud significaba demostrar con claridad que aquellos bombardeos no s¨®lo hab¨ªan ganado la guerra, sino que la destrucci¨®n perpetrada estaba moralmente justificada, puesto que hab¨ªa acelerado el fin de la misma al someter h¨¢bilmente la industria b¨¦lica del Reich. Y esa ha sido la versi¨®n dominante desde Nuremberg.
Pero las conclusiones de G. Ball, J. K. Galbraith y su equipo demostraron, con una claridad insultante, exactamente lo contrario; es decir, que los bombardeos no s¨®lo no hab¨ªan servido para avanzar la victoria aliada, sino que hab¨ªan sostenido y estimulado la industria de guerra hitleriana.
La comisi¨®n que argument¨® esas emp¨ªricas e irritantes conclusiones era de lujo, una n¨®mina selecta de la futura generaci¨®n de economistas: Nicholas Kaldor; E. F. Schumacher (el de Little is beautiful); Griffith Johnson; Paul Baran; Tibor Scitowsky; Edward Dennison, uno de los futuros pioneros en el an¨¢lisis estad¨ªstico moderno, y otros muchos talentos acad¨¦micos que Galbraith hab¨ªa conseguido reclutar. Se desplazaron a las ciudades destruidas y se percataron de que la evidencia ocular del desastre no serv¨ªa para comprender la supuesta eficacia de los bombardeos aliados: los cascotes s¨®lo evidenciaban que all¨ª hab¨ªan ca¨ªdo bombas, nada m¨¢s. Por tanto, se dedicaron a estudiar la evoluci¨®n de la econom¨ªa de guerra alemana y su producci¨®n. Con esa perspectiva, y con los Informes Estad¨ªsticos de la Producci¨®n de Guerra Alemana en sus manos, descubrieron la falsa creencia de los mandos aliados. Un ejemplo: 1940, primer a?o de hostilidad plena, la producci¨®n media mensual de tanques Panzer alemanes fue de 136; en 1942, de 516; en 1943, cuando comenzaron los bombardeos serios, la producci¨®n media mensual ascendi¨® a 1.005, y en 1944 fue de 1.583, y s¨®lo descendi¨® un poco a principios de 1945. Para la producci¨®n de aviones y otro tipo de armamento los n¨²meros eran parecidos (USSBS, 1945; pp. 278-279).
George Ball complet¨® la investigaci¨®n con un brillante an¨¢lisis de las consecuencias de los bombardeos sobre Hamburgo y Harburgo. Prob¨®, gracias a la documentaci¨®n alemana, que cuando la RAF lleg¨® por el mar del Norte lanzando un hurac¨¢n de fuego sobre ambas ciudades, las llamas destruyeron cabarets y restaurantes, hoteles de lujo y comercios, grandes almacenes y bancos. Sin embargo, las factor¨ªas, lejos del centro, se salvaron; por lo que si al comenzar la guerra le faltaba mano de obra a la industria b¨¦lica alemana -y de ah¨ª la brutal explotaci¨®n de los trabajadores esclavos de los campos de concentraci¨®n y su vinculaci¨®n a la econom¨ªa de guerra-, despu¨¦s de los intensos bombardeos, camareros, empleados de banca, tenderos y artistas desempleados por la destrucci¨®n de sus locales, se encaminaban, seg¨²n escribieron Ball y Galbraith, hacia las f¨¢bricas de material de guerra para pedir trabajo y obtener, de paso, cartillas de racionamiento que los nazis, previsores, distribu¨ªan a los obreros empleados. En fin, los bombardeos hab¨ªan aliviado la penuria de mano de obra. A ello debe a?adirse que la escasez de petr¨®leo no afectaba al ej¨¦rcito, tan s¨®lo a la poblaci¨®n civil, que como anot¨® Viktor Klemperer a lo largo y ancho de su impresionante dietario, importaba un pimiento al r¨¦gimen hitleriano. Ante el estupor del Estado Mayor norteamericano, la comisi¨®n demostr¨® que los bombardeos no sirvieron para acelerar el fin de la guerra, sino para aumentar la destrucci¨®n sin mayores efectos estrat¨¦gicos.
Los protagonistas de aquella tarjeta postal, sonre¨ªan y cantaban entre restos urbanos dominados por los pin¨¢culos, milagrosamente intactos, de la catedral de Colonia. Al fin y al cabo, despu¨¦s de los nazis, de la guerra y de los diversos da?os materiales e inmateriales, llegaban la paz y un horizonte alcanzable en medio de la dureza. Me pregunto si ser¨ªa posible una foto de sonrisas y disfraces en la Barcelona, o en el Madrid, o en el Granollers o en la Gernika de posguerra. Me refiero a sonrisas de vencidos, por supuesto. Alguien podr¨ªa editar tarjetas postales del puerto destruido, de las colas frente a los comedores de Auxilio Social, de las procesiones de Semana Santa del a?o 1940, de las confirmaciones masivas en la plaza de Sant Jaume... del pa¨ªs sin guerra, sin paz, y sin tener nada que esperar.
Ricard Vinyes es historiador.
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