La Iglesia en un Estado aconfesional
Uno de los documentos m¨¢s significativos y m¨¢s importantes del Concilio Vaticano II es el Dignitatis humanae, la "Declaraci¨®n sobre la libertad religiosa", que ha supuesto un giro de 180 grados en el comportamiento de la Iglesia con respecto a la moderna sociedad civil, pluralista y democr¨¢tica. En Espa?a tuvo una gran repercusi¨®n. Dicen los historiadores del Concilio que este documento, m¨¢s que ning¨²n otro, despert¨® a los obispos espa?oles, envueltos en la nube del nacionalcatolicismo, de su "sue?o dogm¨¢tico". Se acab¨® el Estado confesional como Estado ideal para la Iglesia cat¨®lica.
Este documento constata y asume lo que constituye el n¨²cleo esencial de la antropolog¨ªa moderna: que la dignidad de la persona humana se fundamenta en la libertad. La Iglesia, de un modo expl¨ªcito y solemne, hace suyo el esp¨ªritu de la modernidad, es decir, que los hombres act¨²en desde la libertad, y desde la racionalidad, puesto que la raz¨®n es el fundamento de la libertad: "La verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y fuertemente en las mentes" (DH 1). Desde esta doctrina ense?ada por el Concilio se puede deducir que el Estado confesional no s¨®lo no constituye un ideal para la Iglesia, sino que f¨¢cilmente se convierte en un obst¨¢culo para adherirse libremente, es decir, con dignidad humana, a Cristo y su evangelio: "Por consiguiente, el r¨¦gimen de libertad religiosa contribuye no poco a favorecer aquel estado de cosas en que los hombres pueden ser invitados f¨¢cilmente a la fe cristiana, a abrazarla por su propia determinaci¨®n y a profesarla activamente en toda la ordenaci¨®n de la vida" (DH 10).
Pero la aconfesionalidad del Estado no implica la aconfesionalidad de los ciudadanos. Puede darse perfectamente un Estado aconfesional, en el que la mayor¨ªa de los ciudadanos sean creyentes. Es el caso de Espa?a. Entre el 80% y el 90% de los espa?oles se confiesan cat¨®licos, si bien s¨®lo un escaso 30% se declara practicante. Pero lo cierto es que todos consideran la fe cat¨®lica como un signo de identidad personal. A la vista de estos datos, me pareci¨® que Rodr¨ªguez Zapatero traspasaba el ¨¢mbito de su competencia cuando, en la campa?a electoral, prometi¨® hacer de Espa?a una sociedad laica en un Estado laico. No es misi¨®n del Gobierno cambiar o moldear la sociedad, especialmente en algo tan personal y tan intransferible como la fe. Es la sociedad la que tiene que darse a s¨ª misma una impronta m¨¢s o menos laica o m¨¢s o menos religiosa. Por el mismo motivo me parecen fuera de lugar las cr¨ªticas a la celebraci¨®n de un funeral cat¨®lico por las v¨ªctimas del 11-M, porque se trataba de un acto de Estado, o a la celebraci¨®n de la boda de los pr¨ªncipes de Asturias en la catedral de la Almudena de Madrid y seg¨²n el rito cat¨®lico. ?D¨®nde se celebran, por ejemplo, los funerales y las bodas de nivel estatal en el Reino Unido o en los pa¨ªses n¨®rdicos, cuyas sociedades est¨¢n m¨¢s secularizadas que la nuestra? No se puede, de la noche a la ma?ana, cambiar una sociedad secularmente cat¨®lica en una sociedad indiferente y agn¨®stica.
La Iglesia, por su parte, tiene que hacer un sincero esfuerzo para cambiar de mentalidad y asumir las consecuencias de la aconfesionalidad del Estado. Los obispos no podemos seguir actuando como si nada hubiera ocurrido. ?Qu¨¦ pasar¨ªa, por ejemplo, si la Iglesia renunciara a la ayuda econ¨®mica que recibe del Estado? Nada. Que estar¨ªa m¨¢s cerca de la primera bienaventuranza (dichosos los pobres...) y que ganar¨ªa en libertad. Si la Iglesia quiere ser libre, tiene que cortar esos lazos que la atan al Estado. Han sonado voces por parte de miembros del Gobierno y de otros grupos pol¨ªticos que suenan a chantaje puro y duro. La Iglesia puede encontrarse ante la humillante realidad de que el Gobierno desoiga su voz en las cuestiones de car¨¢cter moral o religioso, pero atienda su demanda econ¨®mica. Ser¨ªa como decir que a la Iglesia se le tapa la boca con dinero: ya he le¨ªdo m¨¢s de un art¨ªculo period¨ªstico en este sentido.
Pero el cambio m¨¢s importante debe darse, creo yo, en el lenguaje. No podemos dirigirnos a los cat¨®licos espa?oles, y menos a¨²n a los no cat¨®licos, como si todos fueran miembros del Opus Dei, pongo por caso. Al contrario, en un catolicismo como el nuestro, hemos de tener en cuenta que hay frecuentemente muchos cat¨®licos, que no han recibido m¨¢s catequesis que la de la primera comuni¨®n, que contin¨²an consider¨¢ndose cat¨®licos, pero han olvidado el credo que les ense?aron y tienen ideas confusas sobre los mandamientos de la ley de Dios. Es necesario, pues, un lenguaje sencillo y persuasivo, exhortativo m¨¢s que dogm¨¢tico. Se trata, pues, de presentar el evangelio de modo inteligible y atractivo, descubriendo su capacidad de dar respuesta a los interrogantes fundamentales del hombre y de la sociedad actual. M¨¢s a¨²n, hay que despertar esos interrogantes que muchas veces la gente no se plantea, y hacerle salir del c¨ªrculo deshumanizador del consumo y del Estado de bienestar. Jes¨²s dice en el evangelio de San Juan: "Si alguien tiene sed, que venga a M¨ª y beba. Si alguien cree en M¨ª, como dice la Escritura, manar¨¢n de sus entra?as r¨ªos de agua viva" (Jn 7, 37-38). El gran problema de la Iglesia hoy no es la moral sexual, ni la bio¨¦tica, ni la defensa a ultranza de la vida, sino despertar la sed de Dios que no tienen los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Es lo que en el lenguaje de los te¨®logos y de los soci¨®logos se denomina "indiferencia religiosa". No es que nieguen razonadamente a Dios, es decir, no es ate¨ªsmo, sino algo mucho peor: es que Dios no les interesa, no tiene lugar en su vida. Dicho de otro modo: hay que empezar a construir por lo fundamental, no por el tejado. Como dec¨ªa Jes¨²s, refiri¨¦ndose a los hombres y mujeres de su tiempo, "est¨¢n como ovejas sin pastor".
Algunos obispos hablan con tal arrogancia y seguridad, con un estilo tan tajante y autoritario, que producen alergia y aversi¨®n en quienes les leen o escuchan. Parece que siempre hablan contra alguien o contra algo. No, no es ¨¦se el estilo del Jes¨²s de las par¨¢bolas de la oveja perdida y del hijo pr¨®digo; del Jes¨²s que dijo: "Venid a m¨ª todos los que est¨¢is cansados y agobiados y yo os aliviar¨¦. Aprended de m¨ª, que soy manso y humilde de coraz¨®n, y encontrar¨¦is consuelo para vuestra vida" (Mt 11, 28-29). ?Qu¨¦ alivio y consuelo pueden producir esas diatribas?
En una sociedad secularizada como la nuestra no se nos concede al Papa y a los obispos una autoridad a priori. Nos la tenemos que ganar con nuestra manera cristiana de actuar y nuestro convincente y evang¨¦lico modo de hablar. Muchos fieles perciben, aunque no lo saben expl¨ªcitamente, que, excepto en las cuestiones que afectan al n¨²cleo de la fe, que ha sido revelado por Dios, el Papa y los obispos no poseemos una autoridad indiscutible. Basta recordar el Syllabus del beato P¨ªo IX, la rotunda condena del liberalismo, para comprobarlo. Por eso en una cultura que acent¨²a tanto la primac¨ªa de la raz¨®n y la autonom¨ªa del individuo, si la Iglesia no se abre al di¨¢logo con la sociedad acabar¨ªa convirti¨¦ndose en una secta.
Resumiendo, la libertad religiosa consiste en el derecho civil de profesar, celebrar y extender la fe. No necesitamos m¨¢s. El resto, incluso el aumento del n¨²mero de creyentes, se nos dar¨¢ por a?adidura. Lo ha dicho Jes¨²s: "Buscad el Reino de Dios y su justicia. Lo dem¨¢s se os dar¨¢ por a?adidura" (Mt 6, 33).
Rafael Sanus Abad es obispo auxiliar em¨¦rito de Valencia.
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