Monse?or Romero, s¨ªmbolo de un cristianismo liberador
El 24 de marzo se cumple el 25? aniversario del asesinato de monse?or ?scar A. Romero, arzobispo de San Salvador (El Salvador). Todos los indicios apuntaron desde el primer momento al mayor Roberto D'Abuisson como responsable del asesinato, quien organiz¨® los escuadrones de la muerte. ?Por qu¨¦ mataron a un arzobispo en un pa¨ªs tan cat¨®lico como El Salvador y con un presidente dem¨®crata-cristiano?
Monse?or Romero fue siempre un sacerdote y un obispo conservador, obediente a Roma y apenas sensible a las situaciones de injusticia de ese peque?o pa¨ªs centroamericano controlado por unas pocas familias. Precisamente por su sumisi¨®n al Vaticano fue nombrado arzobispo de San Salvador en 1977. Pero muy pronto, al entrar en contacto con la realidad, se produjo en ¨¦l un cambio profundo, radical, lo que en lenguaje cristiano se llama "conversi¨®n", como ha sucedido con otros obispos latinoamericanos. El desencadenante de su transformaci¨®n fue el asesinato de Rutilio Grande, jesuita comprometido en la concientizaci¨®n de los pobres en la aldea campesina de Aguilares. "Si le han asesinado por lo que hizo, yo tengo que seguir el mismo camino. Rutilio me ha abierto los ojos", fue su comentario ante el cad¨¢ver del jesuita asesinado. A partir de ese momento decidi¨® no participar en acto alguno del Gobierno mientras no se investigara el crimen, y no dej¨® de levantar su voz prof¨¦tica contra el Gobierno y contra la clase dominante, que quiso comprar su libertad de expresi¨®n.
Despu¨¦s vinieron los asesinatos de otros sacerdotes, la represi¨®n generalizada contra la Iglesia cat¨®lica, la transgresi¨®n sistem¨¢tica de los derechos humanos y las masacres contra poblaciones civiles indefensas. Romero denunci¨® los abusos del Gobierno, que legitimaba la violencia hasta convertirla en uno de los pilares del Estado y manten¨ªa a las mayor¨ªas populares en una situaci¨®n cr¨®nica de pobreza estructural. Conden¨® la violencia del Ej¨¦rcito contra los l¨ªderes pol¨ªticos, religiosos y sindicales defensores de los derechos humanos y cr¨ªticos del sistema represivo. Defendi¨® un cambio de estructuras que permitiera un mejor reparto de la riqueza, y no s¨®lo reformas de fachada que dejaran las cosas como estaban. Hizo constantes llamamientos a la reconciliaci¨®n entre la guerrilla y ej¨¦rcito; una reconciliaci¨®n que pasaba por el abandono de las armas y por la instauraci¨®n de una sociedad m¨¢s justa. Y todo ello a trav¨¦s de la palabra en sus homil¨ªas pronunciadas cada domingo en la catedral y transmitidas a todo el pa¨ªs por la radio de la di¨®cesis.
Papel fundamental jugaron en su "conversi¨®n" los te¨®logos de la liberaci¨®n Ignacio Ellacur¨ªa, rector de la Universidad Centroamericana Jos¨¦ Sime¨®n Ca?as (UCA), asesinado en 1989, y Jon Sobrino, actualmente director del Centro Teol¨®gico Monse?or Romero. El primero le facilitaba los elementos de an¨¢lisis para un mejor conocimiento de la realidad sociopol¨ªtica y para una acci¨®n religiosa transformadora. "Con monse?or Romero Dios pas¨® por El Salvador", acostumbraba a decir Ellacur¨ªa. El segundo le proporcionaba las claves para una interpretaci¨®n teol¨®gica de la realidad y para una praxis liberadora en el infierno de la muerte en que se hab¨ªa convertido el pa¨ªs.
Los primeros alarmados ante el cambio de actitud de Romero fueron el propio nuncio del Vaticano y la clase pudiente, quienes coincidieron en el diagn¨®stico: nos hemos equivocado nombr¨¢ndolo arzobispo. A medida que iba comprometi¨¦ndose en la defensa de los derechos humanos y en la denuncia del Gobierno y del Ej¨¦rcito, el Vaticano se distanciaba de ¨¦l, e incluso tend¨ªa a deslegitimar, o al menos a cuestionar, su actuaci¨®n prof¨¦tica. En s¨®lo 18 meses tuvo que recibir a tres visitadores apost¨®licos que, con actitud detectivesca, buscaban testimonios contrarios a monse?or Romero para justificar su destituci¨®n.
Tras ser elegido papa Juan Pablo II, solicit¨® una "audiencia" en Roma para informarle de la dram¨¢tica situaci¨®n de El Salvador y de su trabajo por la reconciliaci¨®n. La burocracia vaticana le hizo esperar varias semanas hasta ser recibido por el Papa. El encuentro no pudo ser m¨¢s decepcionante, seg¨²n el testimonio del te¨®logo alem¨¢n Martin Maier -gran conocedor de El Salvador, donde hizo su tesis doctoral en teolog¨ªa con Jon Sobrino- en su libro ?scar Romero. M¨ªstica y lucha por la justicia (Herder, Barcelona, 2005). Juan Pablo, que hab¨ªa recibido previamente informes muy negativos sobre el arzobispo, le despidi¨® con un mensaje descorazonador: "Trate de estar de acuerdo con el Gobierno". El arzobispo de San Salvador sali¨® llorando de la audiencia y coment¨®: "El Papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no es Polonia". En enero de 1980, poco antes de su asesinato, tuvo lugar un nuevo encuentro con el Papa, que bien puede calificarse de agridulce. Le invit¨® a seguir defendiendo la justicia social y a optar de manera preferencial por los pobres, pero alert¨¢ndole sobre los peligros de que se infiltrara el marxismo y socavara la fe del pueblo cristiano. A lo que Romero respondi¨® que tambi¨¦n hab¨ªa un anticomunismo, el de derechas, que no defend¨ªa a la religi¨®n, sino al capitalismo.
Sin el apoyo del Vaticano y bajo la amenaza permanente del Ej¨¦rcito, lo que vino despu¨¦s no pod¨ªa ser otra cosa que la cr¨®nica de una muerte anunciada. La gota que colm¨® el vaso fue la homil¨ªa pronunciada en la catedral el domingo 23 de marzo de 1980. Tras la lectura de una larga lista de los nombres de las v¨ªctimas de la violencia de la semana anterior, se dirigi¨® al Gobierno, al Ej¨¦rcito y, especialmente, a los soldados, pidi¨¦ndoles en tono angustioso que dejaran de matar a sus conciudadanos: "Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que d¨¦ un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios que dice: no matar. Ning¨²n soldado est¨¢ obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios... Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla... Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado... La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominaci¨®n. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van te?idas de tanta sangre". Y termin¨® con esta llamada entre dram¨¢tica y desesperada: "En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada d¨ªa m¨¢s tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ?cese la represi¨®n!".
Los jefes militares interpretaron estas palabras como una llamada a los soldados a la insumisi¨®n, a la desobediencia. Al d¨ªa siguiente un oficial del Ej¨¦rcito calific¨® de delito la homil¨ªa del arzobispo. Ese mismo d¨ªa, mientras celebraba una misa de difuntos en un hospital de la capital, los asistentes a la ceremonia religiosa vieron c¨®mo se desplomaba detr¨¢s del altar tras recibir un disparo que termin¨® con su vida. Mientras esto suced¨ªa, los Estados Unidos del cristiano Reagan apoyaban con ingentes sumas de d¨®lares al Gobierno salvadore?o para atentar contra la ciudadan¨ªa indefensa y legitimaba con asesores militares la orden del Ej¨¦rcito de asesinar a sacerdotes.
Veinticinco a?os despu¨¦s, la figura de Romero no ha hecho m¨¢s que crecer religiosa y socialmente en El Salvador, en Am¨¦rica Latina y en todo el mundo, hasta convertirse, junto con las religiosas y los jesuitas asesinados, en el s¨ªmbolo de un cristianismo liberador. Pedro Casald¨¢liga, otro obispo-profeta y al borde del martirio muchas veces, ha inmortalizado la figura de Romero con estas palabras: "Como Jes¨²s, por orden del Imperio. ?Pobre pastor glorioso, abandonado por tus propios hermanos de b¨¢culo y de mesa...! Las curias no pod¨ªan entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo... San Romero de Am¨¦rica, pastor y m¨¢rtir nuestro: ?nadie har¨¢ callar tu ¨²ltima homil¨ªa!". El mismo Romero fue prof¨¦tico cuando, unos d¨ªas antes de morir, declaraba a un periodista: "Si me matan, resucitar¨¦ en el pueblo salvadore?o".
Juan Jos¨¦ Tamayo es director de la C¨¢tedra de Teolog¨ªa y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacur¨ªa, de la Universidad Carlos III de Madrid, y autor de Fundamentalismos y di¨¢logo entre religiones (Trotta).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.