Memoria de las v¨ªctimas
LA DISTANCIA respecto al pasado no deja nunca de crecer, mientras que las expectativas de futuro no dejan de menguar: no se trata s¨®lo de una melanc¨®lica reflexi¨®n propia de la edad, sino de un cambio radical en nuestra cultura pol¨ªtica. Es curioso leer hoy cosas escritas en las d¨¦cadas de los sesenta y setenta, cuando se pensaba que alguna revoluci¨®n, la francesa o la rusa, llevaba todav¨ªa en su seno tareas pendientes de cumplir. Poco despu¨¦s, en 1989, Mitterrand decidi¨® que la Revoluci¨®n Francesa hab¨ªa acabado y Gorbachov actu¨® como si la revoluci¨®n sovi¨¦tica en lugar de abrir el futuro lo hubiera bloqueado. El futuro, que recib¨ªa sus iluminaciones de esos acontecimientos -un historiador como Hobsbawm escrib¨ªa a finales de los a?os setenta que la revoluci¨®n rusa marcaba el camino por el que habr¨ªa de transcurrir antes o despu¨¦s toda la historia universal-, aparec¨ªa de pronto m¨¢s indeterminado, m¨¢s oscuro que nunca.
De ah¨ª que junto a esa liquidaci¨®n de lo que fue y esta incapacidad de profetizar lo que vendr¨¢ se produjera una especie de fragmentaci¨®n o estallido de la memoria: no era posible construir un relato del pasado capaz de transmitir sentido al presente. Para remediar tan dram¨¢tica fisura, la memoria, actividad espont¨¢nea de cada individuo, pas¨® a convertirse en un deber colectivo: no somos nada socialmente si no recordamos. Aquel acontecimiento traum¨¢tico que sucedi¨® cierto d¨ªa en el pasado debe ser continuamente tra¨ªdo a la memoria como veh¨ªculo imprescindible para encontrar sentido a lo que somos en el presente. Lo que un d¨ªa fue duelo se transforma as¨ª en rasgo indeleble de la identidad, y la memoria se convierte en exigencia de reparaci¨®n de lo que en s¨ª mismo es irreparable: la p¨¦rdida de un ser querido, la quiebra de un modo de vida, la marca para siempre en el cuerpo de los trozos de metralla. La memoria de que un d¨ªa se fue v¨ªctima de un atentado terrorista se transforma en principal rasgo de la identidad de quien lo sufri¨®: se es ya para siempre v¨ªctima. Nosotros, las v¨ªctimas, se dice entonces, proclamando que haberlo sido confiere para el futuro la sustancia de una identidad perdurable.
Perdurable quiere decir que si la memoria es un deber permanente, la reparaci¨®n lo ser¨¢ en la misma medida: no es suficiente levantar un memorial, tampoco recibir una compensaci¨®n moral o material. El memorial una vez construido, la compensaci¨®n una vez alcanzada, sirven para recordar no s¨®lo a las v¨ªctimas, sino para hacer presente cada d¨ªa el deber colectivo de su recuerdo y reafirmar as¨ª su identidad como v¨ªctima. A las v¨ªctimas, identificadas en este proceso como un sujeto colectivo, se les confiere entonces una especie de privilegio de la mirada: por haber sufrido, la suya ser¨ªa la m¨¢s limpia a la vez que la m¨¢s profunda; ven aquello para lo que los otros est¨¢n ciegos y poseen un especial derecho a que su mirada identifique con m¨¢s altura y penetraci¨®n que ninguna otra los problemas del presente.
Pero, como ha se?alado Giovanni Levi, un exceso de memoria produce una saturaci¨®n que puede obstaculizar el juicio. Las v¨ªctimas, que reclaman con raz¨®n solidaridad, no pueden reclamar mayor agudeza para ver ni mayor capacidad para juzgar. M¨¢s a¨²n, las v¨ªctimas, en la medida en que se dejen aprisionar por el deber de la memoria y pretendan, en nombre de las reparaciones que en justicia les son debidas, emitir un juicio p¨²blico sobre lo que debe hacer o no una comisi¨®n de investigaci¨®n, un Gobierno, un partido pol¨ªtico, un tribunal, se prestan f¨¢cilmente a la manipulaci¨®n de grupos m¨¢s poderosos y mejor organizados que los suyos; grupos capaces de dar -o quitar- resonancia a sus intervenciones, de hacer de ellas figuras medi¨¢ticas, de convertirlas en instrumento de una pol¨ªtica.
Entre el recuerdo privado y espont¨¢neo y la memoria como deber colectivo existe un espacio que no deber¨ªan traspasar quienes han sufrido un atentado que los convierte en v¨ªctimas: mantener el recuerdo como una dimensi¨®n de la existencia que no bloquee la percepci¨®n del presente, que no juzgue el presente en funci¨®n exclusiva del acontecimiento del pasado. Nadie puede actuar sobre el presente si por una saturaci¨®n de memoria queda aprisionado, bloqueado, en lo ocurrido en un momento de su existencia, por muy doloroso e inhumano que el acontecimiento haya sido. En tal caso podr¨ªamos encontrarnos atrapados por una memoria que impide percibir las novedades que el tiempo se encarga de echar encima de nuestras espaldas. Atados por el pasado, ser¨ªamos entonces incapaces de afrontar el presente y abrir nuevos caminos al futuro: ¨¦se es el problema de las memorias saturadas, el problema al que un d¨ªa habr¨¢n de enfrentarse las asociaciones de v¨ªctimas del terrorismo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.