S¨®lo se vive una vez, seg¨²n parece
Conoc¨ª a un tipo que conservaba, como el m¨¢s preciado de los tesoros, una botella de vino. No era una botella cualquiera, desde luego. Era un Vega-Sicilia ?nico, cosecha del 53, con su correspondiente n¨²mero para coleccionistas. Alguien -no me especific¨® qui¨¦n- se la hab¨ªa regalado tres d¨¦cadas atr¨¢s, advirti¨¦ndole del car¨¢cter excepcional del obsequio. Casi en el mismo instante en que lo recibi¨® decidi¨® que la abrir¨ªa con ocasi¨®n de alg¨²n acontecimiento tambi¨¦n excepcional, un acontecimiento que estuviera, por as¨ª decirlo, a la altura del regalo.
El tipo en cuesti¨®n me contaba esta an¨¦cdota en el transcurso de una larga sobremesa, una vez que ya hab¨ªamos entrado decididamente en el cap¨ªtulo de las reflexiones acerca de la edad, el sentido de la vida y otras desmesuras an¨¢logas. Me la contaba para ilustrarme de una perplejidad que le atravesaba por completo y que de alguna manera describ¨ªa su situaci¨®n personal de aquel momento. Porque, seg¨²n me comentaba, lo significativo para ¨¦l no era el hecho de que hasta entonces no hubiera encontrado la oportunidad de abrirla. Si se tratara tan s¨®lo de eso, argumentaba, siempre podr¨ªa decirse a s¨ª mismo que estaba pasando por una racha no suficientemente afortunada, pero sin que tal cosa negara todav¨ªa la posibilidad de que en el futuro dicha racha se quebrara y entrara en una fase m¨¢s positiva que se mereciera, por fin, dar buena cuenta del precioso caldo. Lo importante, a su juicio, lo que hac¨ªa que la presencia de aquella botella, intacta, se hubiera convertido en aut¨¦ntica cifra y signo de su peripecia vital, era que se sent¨ªa incapaz de pensar -de imaginar tan siquiera, me lleg¨® a reconocer en un arrebato de sinceridad- qu¨¦ tendr¨ªa que ocurrirle para que pudiera tomar, con absoluto convencimiento, la decisi¨®n largamente postergada.
Indiferentes a la impaciencia de los camareros, debat¨ªamos acerca de c¨®mo interpretar de manera adecuada ese espec¨ªfico estupor. Sin duda, del mismo se pod¨ªan extraer diferentes lecciones. La primera, la que m¨¢s espont¨¢neamente nos ven¨ªa a ambos a la cabeza, se relacionaba con el consabido agotamiento de las ilusiones, proceso que, seg¨²n las preferencias (o incluso el ¨¢nimo), cabr¨ªa atribuir o bien al mero paso del tiempo, a la inevitable fatiga que parece acompa?ar, como su sombra, a la madurez, o bien a la ¨¦poca que nos ha tocado en suerte vivir, tan proclive a generar decepciones y melancol¨ªas de todo tipo. Pero mi interlocutor, aceptando que semejante interpretaci¨®n se ha convertido hoy en d¨ªa en un lugar com¨²n, rechazaba aplicarla a su caso. No quer¨ªa bajo ning¨²n concepto ser incluido en lo que denominaba la tribu de los desencantados. Ni se sent¨ªa vitalmente escaso de fuerzas ni cre¨ªa que el rasgo m¨¢s definitorio de nuestro presente fuera ese agotamiento de la posibilidad del que hab¨ªan hablado profusamente algunos fil¨®sofos italianos de los a?os ochenta. Al contrario, todav¨ªa sent¨ªa esa caracter¨ªstica hambre de futuro que, seg¨²n ¨¦l, define a la ilusi¨®n y, por a?adidura, figuraba entre los convencidos de que en el tablero de la realidad la partida, aunque complicada, a¨²n permanec¨ªa abierta.
Se impon¨ªa, pues, buscar en otra direcci¨®n, tantear una interpretaci¨®n diferente. Probablemente el malentendido ten¨ªa que ver con la naturaleza de lo esperado, con la esencia de ese particular Godot que nunca terminaba de llegar. ?Y no ser¨¢ que est¨¢s buscando en el lugar equivocado?, me atrev¨ª a preguntar. ?No ser¨¢ que, sin verbalizarlo, tiendes a ubicar ese acontecimiento excepcional siempre por llegar donde, casi por definici¨®n, ya no puede emerger? Plante¨¢ndolo desde otro ¨¢ngulo: ?c¨®mo reconocer¨ªas, si se produjera, el anhelado momento? Date cuenta -puntualic¨¦ por si acaso- que no estoy poniendo en duda que mantengas ¨ªntegra la capacidad para ilusionarte: que la botella permanezca sin abrir lo acredita con meridiana claridad. Lo que creo que te sucede es que no terminas de saber a qu¨¦ calidad de acontecimiento aplicar dicha ilusi¨®n. Quiz¨¢ te convenga algo as¨ª como una refundaci¨®n de los objetos de tu deseo, de aquello que merece ser celebrado (o, tambi¨¦n se podr¨ªa decir lo mismo a la inversa, de aquello por lo que de ninguna manera merece la pena guardar luto).
Quiz¨¢ -perdona si lo que te voy a decir te suena a intolerable intromisi¨®n en tu intimidad- determinadas afirmaciones tienen sobre ti una especie de efecto paralizante, cuando no directamente abrasivo. Quiz¨¢ te preocupa que no termine de pasar nada porque sobrevuela sobre tu existencia, a modo de supery¨® tutelar, la vieja m¨¢xima s¨®lo se vive una vez. M¨¢xima tan obvia como excesiva, tan rotunda como in¨²til. S¨®lo se vive una vez, es cierto. Y adem¨¢s la pel¨ªcula termina siempre igual, esto es, con la muerte del protagonista. Pero ¨²nicamente se toma su propia muerte como un fracaso aquel que confiaba en ser inmortal. Con otras palabras: lo peor de la muerte, a fin de cuentas, no es que desaparezcas t¨², sino lo que te pierdes desapareciendo.
Fuera se hab¨ªa hecho oscuro, pero yo ya hab¨ªa alcanzado mi velocidad de crucero y no estaba dispuesto a aflojar. La vida no es una lucha contra el tiempo, continu¨¦, ni siquiera contra el mundo: es una lucha contra ti mismo. Estar a la espera de no deja de ser una forma de trasladarle a la realidad una responsabilidad que s¨®lo a cada uno compete. A cualquier acontecimiento, por extraordinario que sea, le precede una decisi¨®n: la decisi¨®n de convertirlo en tal, de anhelarlo, de desearlo, en fin. El mundo no est¨¢ para decirte lo que debes desear: est¨¢ m¨¢s bien para proveerte de satisfacciones (y de desgracias, por descontado). Pero nadie puede sustituirte a ti en la tarea, previa, de determinar acerca del valor que est¨¢s dispuesto a atribuir a aquello que te puede suceder, a las situaciones en las que te puedas ir viendo inmerso.
Examinadas as¨ª las cosas, tal vez no sea que los tiempos pasados te proporcionaban m¨¢s ocasiones para la celebraci¨®n que los actuales, sino que aceptabas, sin demasiada cr¨ªtica, la valoraci¨®n que le ven¨ªa atribuida a lo que te pasaba. Hoy, con toda probabilidad los mismos sucesos no te llenar¨ªan de id¨¦ntico gozo. No me atrever¨ªa nunca a calificarte de esc¨¦ptico por haber llevado a cabo tal mudanza. Si tuviera que utilizar alg¨²n r¨®tulo, utilizar¨ªa m¨¢s bien el de cr¨ªtico. Lo que ocurre es que la cr¨ªtica s¨®lo puede ser entendida como un lugar de tr¨¢nsito, pero en ning¨²n caso como un lugar para quedarse a vivir. Ahora te toca dar el siguiente paso, quiz¨¢ el m¨¢s dif¨ªcil, el de reconocer la condici¨®n propia, inalienable, de tus prop¨®sitos, de tus metas.
A mi interlocutor se le estaba poniendo cara de pregunta. De pregunta o, para ser exactos, de requerimiento para que fuera algo m¨¢s concreto. As¨ª que decid¨ª intentar un registro de apariencia resolutiva. Si das el paso, le se?al¨¦, posiblemente obtengas un doble beneficio. Por un lado, quiz¨¢ te sea dado releer el pasado bajo una nueva luz y te reencuentres con lo mejor, con lo m¨¢s intenso, de algunas situaciones de anta?o. Y descubras que lo que las convert¨ªa en deseables no era tanto lo que mostraban, como lo que permit¨ªan, lo que autorizaban, todo aquello a que daban lugar. Tal vez te convenzas entonces de que actuar es mucho m¨¢s abrir procesos, iniciar din¨¢micas, posibilitar nuevas situaciones que lo que viene expresado por verbos del tipo 'alcanzar', 'obtener', 'lograr' y similares. Pero el mayor beneficio, sin duda, ser¨¢ el relacionado con el futuro. Ortega sol¨ªa decir aquello de que la filosof¨ªa es "un gran caer en la cuenta", y ese decir resulta especialmente oportuno en este momento. Ojal¨¢ caigas en la cuenta de que el mayor acontecimiento que uno puede esperar no es un acontecimiento propiamente dicho, sino, perd¨®name la deformaci¨®n profesional, un meta-acontecimiento.
No, gracias, no quiero nada, le respond¨ª al camarero que se hab¨ªa acercado a nuestra mesa con la excusa de interesarse por si nos faltaba algo. Y prosegu¨ª: ese meta-acontecimiento quiz¨¢ sea un cambio de perspectiva, despu¨¦s del cual lo real pase a ser visto de otra forma. El secreto es extremadamente simple. Acaso por eso, como en la carta robada del cuento de Poe, suela pasar tan desapercibido. Se trata, en sustancia, de dejar que las cosas sean, de no empe?arnos en impedir su emergencia. Pongamos un ejemplo: a todos se nos llena la boca con la palabra felicidad y, sin embargo, es m¨¢s que probable que no sepamos ser felices o, peor a¨²n, que mantengamos m¨²ltiples resistencias a serlo. Y te acepto el envite en el terreno que t¨² me quieras plantear. ?El amor? Aceptado. Para esa tesitura lo que te he venido exponiendo se traducir¨ªa as¨ª: es un error estar a la espera del amor, aguardando la llegada de esa persona que lleve escrita en la frente su condici¨®n de predestinada; lo verdaderamente importante es atreverse a amar. Amar el hecho de poder amar. Pero que los ¨¢rboles no nos impidan ver el bosque. Espero que entiendas ahora por qu¨¦ me refer¨ªa a esta otra forma de mirar como un meta-acontecimiento, esto es, como genuina condici¨®n de posibilidad de todo acontecimiento. Y si el t¨¦rmino meta-acontecimiento te distrae con su rareza o te confunde con su oscuridad, lo que ¨¦l nombra tambi¨¦n puede quedar se?alado con otras palabras, mucho m¨¢s sencillas. ?Qu¨¦ es, a fin de cuentas, un buen consejo sino uno de los m¨¢s valiosos meta-acontecimientos que a uno le puede suceder en esta vida?
Mis consideraciones parec¨ªan haber hecho mella en aquel hombre. Tras un largo silencio, se removi¨® en su silla, busc¨® con la mirada al ma?tre, le garabate¨® en el aire su firma con el universal gesto de quien pide la cuenta y empez¨® a amagar la despedida. Se ha hecho muy tarde, me coment¨® con tono de disculpa por haber tomado unilateralmente la iniciativa de dar por terminado nuestro encuentro. Adem¨¢s, esta gente hace rato que nos mira mal, y con raz¨®n. Te propongo una cosa: continuemos esta conversaci¨®n la semana pr¨®xima. Vente a cenar a casa. ?Ah! No hace falta que traigas nada. Abriremos el Vega-Sicilia.
As¨ª termina la historia de la botella. Por cierto, el vino estaba picado.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona e investigador en el Instituto de Filosof¨ªa del CSIC.
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