Vol¨²menes en vilo
Oporto ya tiene su icono. La Casa da M¨²sica de Rem Koolhaas figurar¨¢ pronto en los folletos tur¨ªsticos y atraer¨¢ el flujo habitual de visitantes arquitect¨®nicos. El fervor por las construcciones emblem¨¢ticas despertado en los pol¨ªticos por el efecto Guggenheim ha permitido canalizar hacia ellas sumas ingentes de dinero, abundante talento formal y no menos copiosa pericia t¨¦cnica. Como resultado, las obras simb¨®licas se han convertido en la F¨®rmula 1 de la arquitectura, un circuito en el que compiten las mejores escuder¨ªas y los mejores pilotos, al servicio del espect¨¢culo desde luego, pero al servicio tambi¨¦n de la investigaci¨®n y la innovaci¨®n. Con el aerolito tallado de la Casa da M¨²sica, la sosegada Oporto se incorpora a la liga ajetreada de ciudades que usan la arquitectura para el marketing urbano; algunos pensar¨¢n que su vino universal y su belleza melanc¨®lica la exim¨ªan del esfuerzo gimn¨¢stico de la construcci¨®n singular, pero no es f¨¢cil evitar ese peaje cuando por doquier se reclama aprovechar las efem¨¦rides para levantar edificios que incrementen la visibilidad medi¨¢tica y la capacidad de atracci¨®n.
El retorno del expresionismo escult¨®rico de los a?os sesenta concita en el mundo de habla portuguesa el recuerdo inevitable de la gran ¨¦poca brasile?a
La ciudad portuguesa se inscribi¨® en la carrera en 1999, convocando a toda prisa un concurso para construir un auditorio a tiempo para su desempe?o como capital europea de la cultura en 2001. Los plazos eran sin duda insensatos, y la testaruda realidad ha llevado el t¨¦rmino de la obra a 2005, tras un c¨²mulo de vicisitudes contractuales, t¨¦cnicas y financieras, am¨¦n de un baile de presidentes de la Casa da M¨²sica que ha hecho sucederse hasta cinco responsables al frente de la instituci¨®n. Pero los concursantes dispusieron s¨®lo de tres semanas para preparar el proyecto, circunstancia ¨¦sta que hizo desistir a la mayor¨ªa de los convocados, de manera que al final ¨²nicamente entregaron propuestas el argentino residente en Nueva York Rafael Vi?oly, el franc¨¦s Dominique Perrault y el holand¨¦s Rem Koolhaas. El jurado eligi¨® el proyecto del ¨²ltimo, dise?ado originalmente para una casa llamada Y2K por la obsesi¨®n de su due?o con el cambio de milenio, y que ante las premuras del concurso se recicl¨® como auditorio multiplicando su escala dom¨¦stica hasta alcanzar el tama?o de un edificio p¨²blico. Este objeto facetado es el que se inaugura ahora, sin modificaciones significativas de su morfolog¨ªa exterior, pero con cambios importantes en los laber¨ªnticos interiores que se desarrollan entre la gran sala y el per¨ªmetro, y con la radical transformaci¨®n que ha supuesto su construcci¨®n en hormig¨®n, frente al cerramiento vidriado del proyecto del concurso, donde se percib¨ªan mejor los ecos de la tambi¨¦n cristalina biblioteca de Seattle.
El hormig¨®n exacto de Koolhaas, tallado como una piedra preciosa y plegado como una cartulina de origami, es a la vez s¨®lido y superficial: un volumen arbitrario de geometr¨ªa angulosa donde se excavan los prismas regulares de los usos esenciales, entre los cuales la sala principal, una caja de zapatos para 1.200 espectadores, con las proporciones de la Musikverein vienesa; y una l¨¢mina que se dobla para definir un perfil almidonado, cuya continuidad de recortable subrayan los huecos delimitados por aristas y la prolongaci¨®n de los patrones de encofrado entre caras contiguas. Esta condici¨®n p¨¦trea y papirofl¨¦xica es un adecuado ox¨ªmoron material para un proyecto parad¨®jico, donde todo sorprende si se mira en detalle: el cerramiento planchado hace pensar en un interior cartesiano y funcional, pero nada tan azaroso como los intrincados recorridos, vertiginosas escaleras y rec¨®nditos reductos que se alojan en el colosal poch¨¦ entre sala y fachada; el gris monol¨ªtico del hormig¨®n sugiere espacios monocromos y severos, que resultan desmentidos por la esponja verde de la zona de ciberm¨²sica o la goma rosa del aula educativa, las maderas con hebras doradas del auditorio o el collage de azulejos de la sala VIP, el aluminio perforado por luces fluorescentes o los vidrios ondulados que hacen de los huecos ventana y pantalla simult¨¢nea; y los planos inclinados de los vol¨²menes en vilo simulan trasdosar la pendiente de las salas, si nos guiamos por predecesores tan notorios como el club obrero de Melnikov o la facultad de ingenier¨ªa de Stirling, y sin embargo ¨¦sta es una hip¨®tesis err¨®nea; tan equ¨ªvoca al cabo como la percepci¨®n diurna de una pieza herm¨¦tica que la noche transforma en un fanal de colores feriales.
Desde la compleja estructura
-calculada por Ove Arup con la ingenier¨ªa portuguesa AFA-, que se despliega con patas o ra¨ªces diagonales para impedir el vuelco del pedrusco, y hasta la forma en que el volumen reh¨²sa levantarse sobre el meticuloso pavimento -en la forma tradicional portuguesa de peque?os adoquines, aunque sustituyendo la piedra calc¨¢rea por un granito oscuro- dise?ado por Siza y Souto de Moura para el entorno de la salida de metro inmediata, para colocar en la parcela su propia alfombra escenogr¨¢fica de losas de travertino color miel, todo en la obra de Koolhaas se somete al dictado de su exigente autonom¨ªa. Precisamente ¨¦sta conduce a la ¨²ltima y m¨¢s violenta paradoja, aquella que se desprende de las airadas protestas del arquitecto por la construcci¨®n, en una parcela contigua, de una sede bancaria tan aut¨®noma e ignorante del contexto urbano como su propio edificio, emocionante s¨®lo si se percibe con el rumor de fondo de la ciudad habitual, pero perdido en una cacofon¨ªa de gestos si su ejemplo prolifera.
El retorno del expresionismo escult¨®rico de los a?os sesenta del siglo pasado -del colosalismo megaestructural del recientemente fallecido Kenzo Tange o de Clorindo Testa al brutalismo de ra¨ªz corbuseriana de Denys Lasdun o Claude Parent, pasando por las esculturas habitadas de Andr¨¦ Bloc o Frederick Kiesler- concita en el mundo de habla portuguesa el recuerdo inevitable de la gran ¨¦poca brasile?a que se extiende hasta los hormigones tit¨¢nicos de Lina Bo Bardi o Paulo Mendes da Rocha. Sin embargo, esta obra de Oporto puede reclamarse de m¨¢s pr¨®ximas fuentes holandesas, y muy espec¨ªficamente de la herencia de H. A. Maaskant -el premio que lleva su nombre recay¨® por cierto en Koolhaas en 1986, y la relaci¨®n entre ambos es m¨¢s estrecha de lo que puede detallarse aqu¨ª- y Jacob Bakema, cuyas din¨¢micas construcciones inspiran todav¨ªa a disc¨ªpulas de Koolhaas como Zaha Hadid y a m¨¢s j¨®venes compatriotas como los integrantes del equipo Mecanoo, que acaban de ganar un concurso en L¨¦rida con un inteligente aggiornamento del aula magna que se eleva en el campus de la Universidad T¨¦cnica de Delft donde en su d¨ªa estudiaron y hoy ense?an. Arquitecto al fin testarudamente corbuseriano en su acepci¨®n m¨¢s genuina, Koolhaas ha completado en Oporto un homenaje perverso al maestro francosuizo, honrado en la brutal elegancia del hormig¨®n bajo la luz y ofendido en la escenograf¨ªa inmaterial y colorista del auditorio nocturno. Como en la promenade nerviosa de la Embajada berlinesa, que rebota zigzagueante por las paredes del cubo para subordinar el espacio necesario del trabajo al capricho voluble del itinerario, el holand¨¦s ha encerrado la complejidad mec¨¢nica de un reloj parado en el envase hipn¨®tico de la geometr¨ªa elemental. Es un juego serio que demanda silencio, y una pirueta arriesgada que exige la complicidad inm¨®vil del mundo alrededor. Aguardaremos en vilo, y acaso en vano.
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