En busca de un santo
El multitudinario adi¨®s a Juan Pablo II puede influir en el c¨®nclave y obligar a los cardenales a elegir un Papa espiritual y popular
Podr¨ªa parecer una simpleza afirmar que los cardenales -que el d¨ªa 18 se van a reunir en c¨®nclave bajo la mirada de las im¨¢genes gigantes y desnudas de Miguel ?ngel y que tendr¨¢n que jurar que van a elegir como Papa al que les dicte su conciencia- est¨¢n buscando un candidato santo. Lo ha dicho expl¨ªcitamente el cardenal franc¨¦s, Philippe Barbarin: "Lo que pido a Dios es que sea elegido un santo". Y ha a?adido: "Lo importante es que al mirarle el rostro y al o¨ªr su voz podamos sentir que Cristo est¨¢ entre nosotros".
Los legos en asuntos vaticanos podr¨ªan preguntarse por qu¨¦ no hay que presumir que todos los cardenales son, de alguna forma, santos. Y podr¨ªan preguntarse tambi¨¦n si la primera preocupaci¨®n del futuro c¨®nclave no deber¨ªa ser la de buscar un Papa capaz de sentir el pulso de las necesidades de la Iglesia cat¨®lica y de todos los problemas pendientes de resoluci¨®n dentro y fuera de ella; es decir, de los grandes retos que al nuevo papado le va a presentar este siglo XXI reci¨¦n iniciado.
Los cardenales de los ¨²ltimos tiempos han sabido elegir a papas de gran altura moral
Ante ese impacto podr¨ªan deshacerse las negociaciones tejidas para elegir sucesor
Existe el peligro, sostiene un obispo suizo, de que esta vez, fascinados por la fama de santidad que le est¨¢n dando los fieles de los cuatro continentes a Juan Pablo II -un Papa que, como aseguran los cardenales, "ha hecho volver a o¨ªr misa al mism¨ªsimo Fidel Castro"-, vaya a pesar mucho m¨¢s esa obsesi¨®n por seleccionar un Papa santo que otras exigencias, algo m¨¢s terrenales, que agitaron los c¨®nclaves anteriores.
Eugenio de Araujo, un cardenal que fue arzobispo de R¨ªo de Janeiro, dijo ayer que "la muerte santa del papa Juan Pablo II ha sido una victoria para la Iglesia". Y ha explicado que "nunca en la historia de la humanidad un muerto, y no un vivo, hab¨ªa unido en torno suyo a todo el mundo". Los cardenales se sienten orgullosos del ejemplo de santidad que la Iglesia ha dado al mundo a trav¨¦s del pont¨ªfice fallecido y ya aclamado como santo por los fieles de todo el mundo. No cabe duda de que ese hecho, as¨ª como las filas interminables de personas que esperaron hasta nueve, diez y m¨¢s horas para despedirse, aunque s¨®lo fuera por unos segundos, del Papa polaco, van a tener esta vez un impacto especial en el secreto del c¨®nclave.
Y ante ese impacto podr¨ªan deshacerse incluso las negociaciones tejidas por los diferentes grupos de presi¨®n que han estado los ¨²ltimos meses preparando la elecci¨®n del sucesor de Wojtyla. Su muerte, considerada como un remedo de la de Cristo en la Cruz, ha podido dar un curso diferente a las aguas previamente encaminadas sobre la sucesi¨®n del pont¨ªfice. Los cardenales pudieron ver el jueves el desfile por las calles de Roma de decenas de miles de j¨®venes de todo el mundo encabezados por una pancarta: Juan Pablo II Santo.
Curiosamente, los cardenales que en este c¨®nclave podr¨ªan tener una visi¨®n m¨¢s universal de los graves problemas que acucian a la Iglesia y al mundo, los m¨¢s preparados intelectualmente, como los alemanes Karl Leehmann y Kasper Walter, o el belga Godfried Danneels y el italiano Carlos Martini, no est¨¢n en la lista de los llamados santos.
Seg¨²n un te¨®logo de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, los cardenales entienden por santo a un cardenal bonach¨®n, muy pr¨®ximo a la gente, con gran capacidad de oraci¨®n e imbuido de un halo de espiritualidad, "aunque despu¨¦s desconozca los verdaderos desaf¨ªos a los que se va a enfrentar la Iglesia cat¨®lica del tercer milenio, que pierde pueblos enteros que se convierten al islamismo o a las sectas, porque Roma no sabe entender los problemas que son tales para la sociedad laica y tecnol¨®gica". Una sociedad a la que la ciencia amaga con llegar a vencer incluso a la muerte, mientras que la Iglesia sigue negando a los cristianos el derecho a una muerte digna y sin dolor.
Sin duda, los cardenales de los ¨²ltimos tiempos, sobre todo despu¨¦s de P¨ªo XII, han sabido elegir para el trono de San Pedro a personas que de alg¨²n modo -Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II- han sido figuras de una gran altura moral, sin haber dado ocasi¨®n a esc¨¢ndalos como dieron otros papas de la historia y con una evidente carga de espiritualidad.
La preocupaci¨®n de los cardenales de elegir a un Papa de una cierta edad, evitando los candidatos excesivamente j¨®venes, tiene la finalidad de esquivar las sorpresas desagradables, ya que es m¨¢s f¨¢cil, dec¨ªa un obispo romano, que a una cierta edad "nuestra carne est¨¦ m¨¢s sosegada".
Una cosa es que se piense para Papa en un cardenal con innegable fuerza moral y religiosa, y otra que la mayor preocupaci¨®n sea que tenga cara de bueno, que sea popular, que rece mucho y que sepa conquistar a la gente con su sonrisa. Juan XXIII tuvo todo eso, pero fue mucho m¨¢s que eso: tuvo las agallas de convocar un concilio que la curia no deseaba, de abrir un di¨¢logo con el mundo, de hablar con Nikita Jruschov para evitar la guerra durante la crisis de los misiles y de tener tan poca arrogancia y apego al cargo que a veces, como confes¨® su secretario particular, Loris Capovilla, se llegaba a olvidar lo que era y le dec¨ªa en voz baja: "Esto vamos a tener que consultarlo con el Papa".
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