La primera votaci¨®n de los electores y la posterior fumata se esperan esta tarde
Una barrera electr¨®nica en torno a la Capilla Sixtina impide cualquier intento de espionaje
Ha llegado la hora de la verdad para los 115 cardenales encargados de elegir al 265? pont¨ªfice de la Iglesia cat¨®lica. Minutos despu¨¦s de que, a las 16.30, y seguidos atentamente por las c¨¢maras de televisi¨®n, recorran en solemne procesi¨®n la distancia entre el Aula de las Bendiciones y la Capilla Sixtina, se cerrar¨¢n las puertas de la estancia m¨¢s famosa del mundo y dar¨¢ comienzo el c¨®nclave. Todo est¨¢ listo para el gran momento, aunque hasta ¨²ltima hora no se sabr¨¢ si los cardenales proceder¨¢n esta misma tarde, como se espera, a la primera votaci¨®n, con la subsiguiente fumata.
Antes de que el maestro de ceremonias, el arzobispo Pietro Marini, pronuncie el extra omnes (todos fuera), el cardenal decano, Joseph Ratzinger, leer¨¢ en voz alta el juramento por el cual cada elector se compromete a observar las normas de la constituci¨®n Universi Dominici Gregis, y el m¨¢s absoluto secreto en todo lo que concierne a la elecci¨®n del nuevo Papa. "Cualquiera de nosotros que, por la Divina Providencia, sea elegido romano pont¨ªfice, se comprometer¨¢ a desempe?ar fielmente el munus petrinum
[oficio del sucesor de Pedro] como pastor de la Iglesia Universal". Cada uno de los cardenales se adherir¨¢ a estas palabras poniendo la mano sobre el evangelio. Por ¨²ltimo, escuchar¨¢n al cardenal em¨¦rito Tomas Splidik, encargado de pronunciar la meditaci¨®n.
Terminada la meditaci¨®n, todas las personas ajenas al c¨®nclave abandonar¨¢n la sala y comenzar¨¢ la elecci¨®n m¨¢s secreta del mundo. En torno a la Capilla Sixtina se ha desplegado ya la barrera electr¨®nica que bloquear¨¢ cualquier intento de espiar lo que se diga entre esas cuatro prodigiosas paredes donde se eligi¨® por primera vez un Papa, en 1492, el espa?ol Alejandro VI Borgia.
Las urnas de plata y bronce donde se recoger¨¢n las papeletas est¨¢n ya colocadas sobre el altar de la capilla, vigiladas de cerca por el Dios implacable de El Juicio Final. Preparadas las dos estufas, la antigua, donde se quemar¨¢n apuntes y votos, y la m¨¢s moderna, que permitir¨¢ con la ayuda de las oportunas sustancias qu¨ªmicas una fumata negra o blanca m¨¢s n¨ªtida. Listos los bancos, con pa?os beis y p¨²rpura, donde se instalar¨¢n los cardenales, la moqueta beis que cubrir¨¢ el suelo, la mesa donde los encargados del escrutinio y del recuento abrir¨¢n las papeletas, las leer¨¢n en voz alta y las prender¨¢n con una gruesa aguja en un hilo, antes de quemarlas.
Anoche, todos los cardenales cenaron juntos en la Casa Santa Marta, donde permanecer¨¢n alojados hasta el final del c¨®nclave. Aunque la incertidumbre se mantiene sobre el candidato mayoritario, hasta el punto de que, seg¨²n algunas agencias, L'Osservatore Romano tiene preparadas 60 primeras p¨¢ginas distintas, existe la esperanza de un c¨®nclave breve. As¨ª lo han dicho desde el mexicano Norberto Rivera Carrera hasta el espa?ol Antonio Mar¨ªa Rouco Varela. La vida en la residencia Santa Marta ser¨¢ austera. El d¨ªa comenzar¨¢ con una misa a las siete y media de la ma?ana, antes de trasladarse a la Capilla Sixtina, en autob¨²s o a pie, circundando por detr¨¢s de la bas¨ªlica de San Pedro. All¨ª se proceder¨¢, a partir de las nueve de la ma?ana, a las votaciones, no sin antes cantar las loas del Libro de las horas. Ser¨¢n dos los escrutinios, a los que seguir¨¢, en torno a mediod¨ªa, la primera fumata. Si fuera negra, los cardenales, despu¨¦s de un frugal almuerzo, regresar¨¢n a la capilla a las 16.00 para proceder a una doble votaci¨®n que se concluir¨¢ con otra recitaci¨®n, la de las v¨ªsperas, y una nueva fumata, en torno a las siete de la tarde.
Si se llegara a una elecci¨®n antes de esa hora, la fumata blanca, apoyada por el repique de las campanas de la bas¨ªlica de San Pedro, lo anunciar¨ªa de inmediato. Habr¨¢ que estar, por tanto, alerta en todo momento, con la mirada puesta en la delgada chimenea que surge sobre el techo de la Capilla Sixtina. Pero antes de que eso ocurra, lo normal es que se realicen entre ocho y trece votaciones. A cada elector se le entregar¨¢n dos o tres papeletas rectangulares con un encabezamiento com¨²n en lat¨ªn, "Eligo in summum pontificem", seguido de un espacio en blanco en el que escribir¨¢ el nombre de su candidato.
Una vez escrito, el elector se aproximar¨¢ al altar, se arrodillar¨¢ y pronunciar¨¢ un nuevo juramento: "Llamo como testigo a Cristo Nuestro Se?or, que me juzgar¨¢, de que otorgo mi voto a quien, seg¨²n Dios, considero que debe ser elegido", antes de depositar la papeleta, plegada en dos, en la urna.
De la tarea m¨¢s delicada, el recuento de votos, se encargan seis cardenales, elegidos por riguroso sorteo. Tres de ellos proceden al escrutinio de los votos, los otros tres revisan el recuento, leen en voz alta los nombres de los elegidos y agrupan las papeletas perfor¨¢ndolas con una aguja y un hilo. Ser¨¢ el camarlengo, el espa?ol Eduardo Mart¨ªnez Somalo, el que redacte un resumen de la sesi¨®n y, llegado el momento, deje constancia por escrito del nombre del nuevo Papa. La inc¨®gnita se habr¨¢ despejado.
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