El secreto
No hace mucho rele¨ª una de esas novelas que te dejan una impronta en el alma. A mis diecisiete a?os -?qu¨¦ edad tan vulnerable!-, aquel relato de Unamuno titulado San Manuel Bueno, M¨¢rtir ven¨ªa a proponerme una profunda reflexi¨®n sobre la fe, la fe cat¨®lica y la fe en general. Recuerdo que al acabar aquella historia del sacerdote que vivi¨® y muri¨® impregnado de santidad y que, sin embargo, se llev¨® a la tumba el secreto de su nula confianza en la existencia de Dios, me sent¨ª tan perplejo como reconfortado.
En un tiempo en el que me acuciaban las preguntas y el deseo de saber y de ordenar el mundo, palabras como dogma, misterio u ortodoxia me sonaban a estafa y a consuelo barato. Responder a cuestiones complejas, a dudas cotidianas y a actitudes morales con verdades reveladas y con dogmas de fe equival¨ªa, seg¨²n pensaba yo entonces, a no decir nada o a querer decirlo todo en nombre de un pensamiento indiscutible por sagrado. Por eso, que un cura querido y ejemplar como don Manuel, all¨¢ en su Valverde de Lucerna, albergara tortuosas dudas sobre Dios y su existencia, no s¨®lo me parec¨ªa hermoso y tierno, sino que me hac¨ªa creer m¨¢s que nunca en la dimensi¨®n humana y sincera de los ministros de Cristo. En su fuero interno, don Manuel no cre¨ªa en m¨¢s vida que ¨¦sta. Su dolorosa verdad era la de un hombre sin fe pero convencido de que su labor no deb¨ªa ser otra que la de vender felicidad desde el p¨²lpito, llenar de esperanza el alma de sus feligreses y regalarles el sue?o de una inmortalidad en la que ¨¦l nunca crey¨®. "Todas las religiones son verdaderas", afirmaba el sacerdote, "en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir... La m¨ªa es consolarme en consolar a los dem¨¢s, aunque el consuelo que les doy no sea el m¨ªo".
Hoy, no s¨¦ por qu¨¦, al ver a Benedicto XVI saludando al mundo desde el balc¨®n papal, me he acordado de San Manuel Bueno y he empezado a creer que la imagen dura e inflexible, inquisitorial e intransigente de este Ratzinger no es m¨¢s que un modo de encubrir su secreto, de ocultar un paganismo condenado a la santidad.
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