Primero los miramientos
Ver c¨®mo van cambiando los gobernantes, desde que alcanzan el poder hasta que lo abandonan (y a¨²n despu¨¦s, en bastantes casos), es una de las mejores y m¨¢s n¨ªtidas representaciones de la evoluci¨®n de la psique humana con que hoy contamos, sobre todo teniendo en cuenta que, gracias a la obsesi¨®n de la prensa y las televisiones con ellos, de la mayor¨ªa de los poderosos solemos recibir im¨¢genes diarias o semanales. Pero no me refiero, o no s¨®lo, al aspecto f¨ªsico, al a menudo veloz o prematuro envejecimiento, ni siquiera a los frecuentes endurecimiento de los rasgos o descomposici¨®n de las facciones, seg¨²n les vaya bien en la feria o se sientan acosados y aun acorralados. Ese deterioro -embellecimiento o salud mejor no suelen darse, ni con el "sembrado" capilar de Berlusconi- es curioso de observar, pero es m¨¢s una cuesti¨®n de actitud y de miramiento lo que me interesa -y elijo bien ambas palabras-. Hablar¨¦ sin matizar, en t¨¦rminos muy generales.
Acaba de cumplirse un a?o desde que Zapatero y sus ministros se pusieron a gobernar, y aunque no es mucho tiempo, ya me ha parecido advertir algunos detalles alarmantes. No tanto en el Presidente, que al tomar posesi¨®n incurri¨® en la ingenuidad voluntarista de anunciar que no cambiar¨ªa y que en efecto lo ha hecho poco en estos doce meses transcurridos (pero lo que todav¨ªa te rondar¨¢, morena), cuanto en alguno de sus inmediatos subordinados. En Espa?a, si hacemos memoria (cosa harto dif¨ªcil, no s¨®lo porque a este pa¨ªs eso le aburre, sino porque lo ¨²nico que permanece es lo ¨²ltimo y adem¨¢s borra cuanto hubo antes), todos los gobernantes de la democracia iniciaron sus mandatos con pies de plomo, con mucho respeto y mucho tiento. Adolfo Su¨¢rez y los suyos fueron delicad¨ªsimos al principio, como si quisieran hacerse perdonar r¨¢pidamente su procedencia a veces dudosa y a veces directamente franquista, demostrar que regir con votos obligaba a gestos considerados y a prestar atenci¨®n a todo el mundo, y en todo caso tuvieran un empe?o m¨¢ximo en alejar sus modales de los de sus predecesores dictatoriales. De hecho fueron los que menos variaron de actitud hasta el final: nunca los abandon¨® el temor de poder ser identificados con los de la etapa anterior, y anduvieron con relativo cuidado en las formas, hasta su arrumbamiento. Hay que reconocer que a Su¨¢rez no se le lleg¨® a ver un mal desplante o un adem¨¢n despectivo, aunque varios de sus correligionarios s¨ª se pusieran impertinentes y ariscos, de tan nerviosos.
Por su parte, Felipe Gonz¨¢lez y los suyos comenzaron asimismo con guantes. No s¨®lo porque hubiera habido un golpe de Estado fallido un a?o antes de su victoria electoral, sino porque ten¨ªan que apaciguar las aprensiones de la abundante poblaci¨®n conservadora y de la Iglesia escandalizadora, ganarse la confianza de los grandes empresarios y banqueros y demostrar que no iban a poner nada patas arriba. Pero, al cabo de unos cuantos a?os de afianzamiento y m¨¢s votos, de disparatado optimismo (en la pol¨ªtica siempre hay que ser pesimista, eso s¨ª, s¨®lo de puertas adentro) y de impresentable engreimiento, las maneras simp¨¢ticas y m¨¢s o menos respetuosas pasaron a mejor vida; admitieron e hicieron crecer en su seno una burocracia y una "clase media" desaprensivas, prepotentes y corruptas (cu¨¢ntos actuales odiadores del PSOE no se convirtieron en multimillonarios con sus r¨ªos de comisiones y estafas durante la Expo de Sevilla), y la sensaci¨®n de impunidad los transform¨® directamente en unos chulos.
Llegaron a no distinguirse apenas del modelo de ejecutivo insolente y zafio que tanto abunda en Espa?a. Es decir, del arribista aquejado de se?oritismo, del maleante con guardaespaldas. Y Gonz¨¢lez perdi¨® el control, los papeles y no se sabe si el juicio.
En cuanto a Aznar y los suyos, no es nada f¨¢cil recordar sus inicios, habiendo venido lo que luego vino y persiste, pero en sus primeros a?os de mandato, sin mayor¨ªa absoluta, tambi¨¦n procuraron no espantar demasiado a nadie, como si quisieran probar que su derecha ya era civilizada, casi francesa; que no ol¨ªan a naftalina ni a cuartel, a an¨ªs ni a casino de pueblo ni a sacrist¨ªa; que eran capaces de aceptar cosas contrarias a sus sentimientos y convicciones pero ya consagradas por los avances del tiempo "que ni vuelve ni tropieza". Se aparecieron perfumados y mansos. Luego -ese luego es tan reciente que todav¨ªa es presente- se vio que era todo inc¨®modo atrezzo: se quitaron el disfraz tolerante y amable -deb¨ªa de picarles tanto- y se mostraron despreciativos, cobistas con el fuerte, cerriles, pendencieros, beatos, patanescos, emponzo?adores y c¨ªnicos. Y a¨²n no debo decirlo en pasado, mientras est¨¦n a su frente Rajoy, Acebes, Zaplana y Esperanza Aguirre, y Aznar siga a su espalda.
(Continuar¨¢)
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