La cuesti¨®n saharaui y los analistas espa?oles
Los saharauis pertenecemos a un pueblo que ha decidido escribir su propia historia. Amamos la libertad y no somos ni queremos ser parte de nadie ni entidad dentro de nadie. Compartimos con Marruecos y con las naciones ¨¢rabes, peque?as o grandes, lo que Guatemala y Costa Rica o Paraguay comparten con M¨¦xico o con Per¨².
De ah¨ª que el pueblo del S¨¢hara occidental sea un elemento ineludible en la ecuaci¨®n del pasado, presente y futuro de la regi¨®n. Los efectos sobre dicho pueblo de un entorno geogr¨¢fico implacable, "mitigados" por una larga colonizaci¨®n que lo hab¨ªa empobrecido para al final dejarlo abandonado a su suerte, y el asalto directo de dos ej¨¦rcitos extranjeros, no pusieron fin a su resistencia ni a su existencia.
Este conflicto que tanto da?o hizo a los pueblos saharaui y marroqu¨ª debe y puede solucionarse. La comunidad internacional, con el acuerdo formal de Marruecos, se comprometi¨® a organizar un refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n que permita al pueblo saharaui ejercer el derecho, b¨¢sico e inherente a toda soluci¨®n democr¨¢tica, de elegir libremente su futuro. Hemos jugado de forma transparente y honesta las reglas del juego cumpliendo con las obligaciones adquiridas frente al Consejo de Seguridad. Al haber aceptado el Plan Baker, hemos ido mucho m¨¢s all¨¢ de dichas obligaciones. Y lo hemos hecho por una sincera fe en la posibilidad de la paz para cuyo advenimiento hab¨ªa que pagar un precio, incluso superior al inicialmente pedido. La otra parte, un Estado que dice respetarse a s¨ª mismo, decidi¨® no respetar sus propios compromisos, y opt¨® por retirarse del juego minutos antes del final del partido, cuando el refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n que hab¨ªa voluntariamente aceptado estaba a la vuelta de la esquina.
Los saharauis no podemos asumir la responsabilidad del fracaso de la ONU en hacer que Marruecos cumpla con la legalidad internacional y pagar otro precio como el de nuestra inserci¨®n a t¨ªtulo de "entidad" en un pa¨ªs territorialmente demasiado goloso. El estancamiento actual del proceso de paz da?a por igual a saharauis y a marroqu¨ªes, as¨ª como al conjunto de la regi¨®n, por los enormes riesgos que conlleva para el ya fragilizado alto el fuego. Ello nos debe obligar a todos, Espa?a incluida, a hacer esfuerzos, a fin de reconducir el conflicto de la mano de la legalidad internacional -¨²nica pista confiable- hacia su soluci¨®n justa y definitiva.
El liderazgo saharaui no puede ofrecer a Marruecos lo que no posee. La soberan¨ªa del territorio es un derecho del pueblo saharaui, y s¨®lo ¨¦l, a trav¨¦s de un refer¨¦ndum, podr¨ªa pronunciarse v¨¢lidamente sobre ella. A su vez, el liderazgo marroqu¨ª no puede exigir la aceptaci¨®n previa de los frutos de una conquista territorial al estilo del Tercer Reich, ya que ser¨ªa altamente peligroso para todos, Espa?a incluida, admitir el principio de la geometr¨ªa variable de las fronteras marroqu¨ªes que le permite a este pa¨ªs adue?arse tanto de lo que le pertenece como de lo que no le pertenece.
Marruecos acept¨® voluntariamente la v¨ªa del refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n. Desde la l¨®gica racional, resultar¨ªa m¨¢s factible reanudar el proceso de aplicaci¨®n de acuerdos que fueron mutuamente aceptados por las partes y bendecidos por la comunidad internacional que dejar que las cosas se pudran en espera de la ilusi¨®n, fomentada interesadamente por Marruecos, de la llamada soluci¨®n "mutuamente aceptable", que, m¨¢s all¨¢ de las apariencias sem¨¢nticas, se recusa a s¨ª misma por implicar la legitimaci¨®n del principio de las fronteras de geometr¨ªa variable.
Lo que el liderazgo saharaui s¨ª podr¨ªa ofrecer a Marruecos es analizar con voluntad positiva los posibles intereses econ¨®micos y preocupaciones de seguridad, sin perder de vista el inter¨¦s estrat¨¦gico saharaui en la edificaci¨®n del Magreb y en el establecimiento de relaciones especiales con la comunidad de las naciones hispanoparlantes. Nuestros amigos marroqu¨ªes -¨²nico obst¨¢culo en el camino- deben demostrar que en su pa¨ªs hay un nuevo talante democr¨¢tico y que su vinculaci¨®n a la paz y a la construcci¨®n magreb¨ª ha reemplazado definitivamente al chovinismo irredentista.
No ser parte directa en un conflicto, sea cual fuera la naturaleza de ¨¦ste, ofrece al experto que quiera analizarlo el inestimable privilegio de poder hacerlo con ecuanimidad objetiva. Esto viene a cuento del art¨ªculo de Bernab¨¦ L¨®pez Entidad saharaui, identidades y naci¨®n (EL PA?S, 23-4-2005), un intento lamentablemente abortado por lo que podr¨ªa ser llamado "viejo inter¨¦s mental creado" sobre la pertinencia de las reivindicaciones territoriales marroqu¨ªes, factor omnipresente en anteriores trabajos del mismo autor (EL PA?S, 7-9-2004).
Una reflexi¨®n hoy sobre el S¨¢hara occidental, despu¨¦s de los r¨ªos de tinta y sangre vertidos, que evite hacer una referencia a la legalidad internacional, vector esencial en la b¨²squeda de toda soluci¨®n a un problema de descolonizaci¨®n, resulta ciertamente sorprendente. El autor renuncia a esta pista y la sustituye por una multiplicidad de caminos y veredas irregulares que acuden incluso a "la diversidad de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica" para justificar la preeminencia de un "sentimiento nacional marroqu¨ª" frente a otro de simple "identidad saharaui", en detrimento de la existencia del pueblo saharaui, al que evita mencionar en toda la extensi¨®n del trabajo. Sostener que "los marroqu¨ªes no quieren ceder en su soberan¨ªa sobre el S¨¢hara" y que ello "se comprende" es resultado de lo anterior y emplaza al autor de la aseveraci¨®n fuera del curso de la historia.
No hay nadie que haya reconocido esa pretendida soberan¨ªa, empezando por los propios marroqu¨ªes. Hassan II, que hab¨ªa aceptado el plan de arreglo y los acuerdos de Houston, la puso en tela de juicio cuando proclam¨® p¨²blicamente en dos ocasiones que " si los saharauis optaran en el refer¨¦ndum por la independencia, ser¨ªa el primero en abrir una embajada en Smara o en la ciudad que eligiesen como capital".
El actual liderazgo marroqu¨ª, en reflejo de los frecuentes vaivenes en la posici¨®n oficial, reneg¨® en 2004 de este legado, a trav¨¦s del injustificado rechazo a los acuerdos de Houston y al Plan Baker. Si preguntamos a la Uni¨®n Africana sobre la cuesti¨®n de la soberan¨ªa, la respuesta es clara desde el momento en que la Rep¨²blica ?rabe Saharaui Democr¨¢tica (RASD) fue aceptada como Estado Miembro. A ello se suma el hecho de que para las Naciones Unidas la presencia marroqu¨ª en el S¨¢hara occidental no tiene car¨¢cter legal. El c¨¦lebre dictamen del Tribunal de La Haya de 1975, reafirmado y complementado por el del Departamento Jur¨ªdico de 29 de enero de 2002, corrobora que estamos ante una mera ocupaci¨®n sostenida por la fuerza, contra la voluntad del pueblo saharaui.
No es por ello razonable ignorar todo esto y al mismo tiempo asumir el riesgo de impartir consejos sobre c¨®mo debe solucionarse un conflicto en la agenda del Consejo de Seguridad que mantiene hipotecado el futuro de toda la regi¨®n magreb¨ª. No teniendo arte ni parte en el conflicto que tanta sangre y destrucci¨®n trajo a los pueblos saharaui y marroqu¨ª, deber¨ªa sin embargo facilitar un an¨¢lisis objetivo que ayude a los dos pueblos a salir del atolladero del conflicto, entendiendo la objetividad, no como la resultante obligada de lo pol¨ªticamente correcto.
Espa?a, desde sus potencialidades, puede efectivamente hacer una contribuci¨®n de inestimable valor, no s¨®lo por la dimensi¨®n bilateral con las componentes de la regi¨®n, sino y sobre todo por un elemento que ninguna otra potencia posee. Espa?a debe ser parte en la soluci¨®n del conflicto en cuyo desencadenamiento hab¨ªa tangible y significativamente contribuido. Hacerlo desde el clamor mayoritario de la opini¨®n p¨²blica y de la doctrina de la ONU o desde la objetividad abortada de Bernab¨¦ L¨®pez es una disyuntiva no despejada del todo.
Ahmed Bujari es representante del Frente Polisario ante la ONU.
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